Todos los escritores y poetas árabes dan cuenta de la belleza de las tierras de Valencia; uno de ellos afirma: «Si paraíso en la tierra hay, Valencia es». Y no nos resistimos a transcribir cómo la describe el autor del «Mushib» que es el conocido escritor Al-Hiyari: «Ramillete fragante de España, ideal apetecido por los ojos y las almas. Dios favoreció a Valencia con una situación inmejorable y la rodeó de ríos y huertas; sólo se ven allí aguas que corren en todas direcciones, sólo se escuchan pájaros que gorjean, sólo se aspira aroma de flores; cuando se echa la mirada sobre cualquier cosa, siempre hay que decir, ésto aún es más hermoso. Cerca de ella está la Albufera, que por el reflejo del sol en sus aguas, acrecienta la luminosidad de Valencia. Se dice que la luz de Valencia es más siempre diáfana, sin nada que turbe la mente o la vista, porque los jardines y ríos la rodean, y ni el pisar de los pies ni el soplo de los vientos levantan de su suelo polvo que enturbie el ambiente. Su aire es sano porque está situado en el clima cuarto y participa de toda clase de bondades; tiene el mar próximo y tierra espaciosa. Adonde quiera que vayas por ella no encontrarás más que lugares de deleite y de recreo entre los cuales los más célebres y bellos son la Ruzafa y la almunia de Ibn-Abi-Amir». Para ayudar a comprender este desarrollo agrícola del regadío en las tierras de Valencia, no debemos olvidar que los pobladores que aquí se asentaron en el siglo VIII, después de la invasión sarracena, no fueron árabes de raza. Éstos, los oriundos de la Península Arábiga, quedaron viviendo en Andalucía y Extremadura. Los árabes conocían muy poco la agricultura de regadío, porque en sus tierras de origen lo que predomina es el desierto, las grandes llanadas sobre las cuales sí que puede desarrollarse la ganadería; y éso es lo que los árabes eran preferentemente ganaderos. Y hoy día, tras tantos siglos, en Extremadura y Andalucía predomina la ganadería sobre la agricultura, porque allí sí que se quedaron los árabes. Por el contrario, en Valencia, los que la poblaron no fueron árabes sino que fueron aquellas tropas que Tarik había pedido a Oriente que vinieran a ayudarle para de la Península. Y estos refuerzos ya no fueron árabes, sino gentes de Siria y del Líbano y egipcios de orillas del Nilo. Tarik, con su general Walls-ben-Birgal- Kosairi, los alejó de su Sevilla, y los mandó a Valencia para controlar el Reino cristiano de Orihuela donde Todmir, es decir, Teodomiro, quedó reinando según lo pactado. Esos pobladores sirio-libaneses, cristianos maronitas y no musulmanes, sí que eran agricultores; ya cultivaban la morera y la seda famosa durante el Imperio romano. Y aquí vinieron con moreras y con gusanos de seda, por cuya circunstancia Valencia iba a ser la capital sedera de Europa. Sabían cultivar las huertas y regarlas; sabían construir acequias y norias. Y, mucho más, esos egipcios nacidos junto al Nilo, que llevaban la tradición de cinco mil años de agricultura regada, la más perfecta de la Antigüedad. Y con ellos vino porque ellos nos lo trajeron el arroz y la chufa para hacer horchata. Al llegar a las tierras que rodean la Ciudad y ver ya sus huertas regadas por los canales que los romanos habían construído, se sintieron felices, les pareció haber llegado a ese paraíso que los poetas de los siglos XI y XII van a denominar Valencia. Y solamente cambiaron una cosa: el nombre de «canal» porque desde entonces se les llama ya «sequiyan», es decir, acequia. |
Vasos de cerámica Árabe
"Gran ataifor" de la época árabe
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