Barcelona inherit the drought a direct connection to the Ebro
Wed, 01/07/2009
Las últimas lluvias no han diluido la situación de alarma general declarada en Cataluña por la triste imagen de los pantanos, aún a una quinta parte de su capacidad total. En ese clima de estrés hídrico, el presidente José Montilla, con el nuevo Ejecutivo central recién constituido, viajó ayer de frustrado incógnito a Madrid para ultimar los detalles del trasvase de agua del Ebro a Barcelona.
Iba a ser una cita fuera de agenda, pero a la nueva ministra de Medio Ambiente, Elena Espinosa, no queda claro si por lo ajetreado de la jornada, se le escapó. Habrá, pues, trasvase. ¿De quita y pon La tubería irá soterrada y, según fuentes conocedoras de los detalles del proyecto, será necesario incluso realizar algunas expropiaciones de terrenos. La infraestructura, en consecuencia, se intuye que permanecerá más allá de la sequía. Con un presupuesto de 150 millones de euros sobre la mesa, lo contrario se antoja impensable.
El plan es el ya conocido. Se pretende prolongar el trasvase de agua del Ebro a Tarragona, inaugurado en 1989, hasta la red de abastecimiento de Barcelona. El punto de contacto sería en el municipio de Olérdola, en el Penedés. Para llegar hasta allí, la conducción discurrirá en paralelo a la autopista AP-7. La obra es simple, pero las premuras y la distancia (unos 60 kilómetros) hacen que no sea ni barata ni exenta de polémica.
PALABRA TABÚ De entrada, ayer fue el día en que las comunidades autónomas situadas al sur del Ebro declararon la guerra al proyecto. Lo de los anteriores días fue solo la clásica escalada verbal prebélica. La contienda comienza ahora, ya que Valencia y Murcia acaban de descubrir que, entre debates de barcos, pozos y Segre, se ha consensuado un velocísimo pacto para trasvasar agua del Ebro al área metropolitana.
Tan cruenta se intuye la batalla, que la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega, con quien Montilla se reunió ayer en Madrid, insistió en rechazar la palabra trasvase como la más adecuada para definir el proyecto. El propósito es comprar derechos sobre el agua a los regantes. Es una pirueta verbal, pero en resumen consiste en decir que el agua no sale del río, sino de los regantes, tal y como --insistió la vicepresidenta-- se ha hecho en otras partes de España en numerosas ocasiones. Y, además, se supone que con fecha de caducidad. El pacto, con todo, no está cerrado. Montilla recibirá hoy al líder de la oposición en Cataluña, Artur Mas.
Iba a ser una cita fuera de agenda, pero a la nueva ministra de Medio Ambiente, Elena Espinosa, no queda claro si por lo ajetreado de la jornada, se le escapó. Habrá, pues, trasvase. ¿De quita y pon La tubería irá soterrada y, según fuentes conocedoras de los detalles del proyecto, será necesario incluso realizar algunas expropiaciones de terrenos. La infraestructura, en consecuencia, se intuye que permanecerá más allá de la sequía. Con un presupuesto de 150 millones de euros sobre la mesa, lo contrario se antoja impensable.
El plan es el ya conocido. Se pretende prolongar el trasvase de agua del Ebro a Tarragona, inaugurado en 1989, hasta la red de abastecimiento de Barcelona. El punto de contacto sería en el municipio de Olérdola, en el Penedés. Para llegar hasta allí, la conducción discurrirá en paralelo a la autopista AP-7. La obra es simple, pero las premuras y la distancia (unos 60 kilómetros) hacen que no sea ni barata ni exenta de polémica.
PALABRA TABÚ De entrada, ayer fue el día en que las comunidades autónomas situadas al sur del Ebro declararon la guerra al proyecto. Lo de los anteriores días fue solo la clásica escalada verbal prebélica. La contienda comienza ahora, ya que Valencia y Murcia acaban de descubrir que, entre debates de barcos, pozos y Segre, se ha consensuado un velocísimo pacto para trasvasar agua del Ebro al área metropolitana.
Tan cruenta se intuye la batalla, que la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega, con quien Montilla se reunió ayer en Madrid, insistió en rechazar la palabra trasvase como la más adecuada para definir el proyecto. El propósito es comprar derechos sobre el agua a los regantes. Es una pirueta verbal, pero en resumen consiste en decir que el agua no sale del río, sino de los regantes, tal y como --insistió la vicepresidenta-- se ha hecho en otras partes de España en numerosas ocasiones. Y, además, se supone que con fecha de caducidad. El pacto, con todo, no está cerrado. Montilla recibirá hoy al líder de la oposición en Cataluña, Artur Mas.