The weather, new actor in the drama of the Argentine countryside
Mon, 06/10/2008
'Llueve sobre mojado' es un refrán que se ajustaría perfectamente a la situación que vive el campo argentino si no fuera una cruel paradoja. Porque, a los graves problemas estructurales del sector, se ha sumado una atroz sequía, no conocida en el último siglo, que puede provocar que en poco más de un año el país que ha servido durante décadas carne de primera calidad a todo el mundo tenga que importarla. A pesar de estar inmersos en una enconada lucha teñida de matices políticos, Gobierno y ganaderos son conscientes de que, si no se actúa de inmediato, el daño será irreversible.
Hace pocas décadas, quien mataba una vaca ajena en Argentina sólo estaba obligado a entregar el cuero al propietario del animal. En épocas de la hambruna de posguerra, la carne argentina cruzó el océano en contenedores para alimentar a millones de europeos. Los grandes territorios húmedos donde millones de cabezas de ganado pastan en libertad, engordan y generan la que tal vez sea la carne de mayor calidad del mundo se han instalado en el imaginario colectivo mundial. Pero la realidad se está encargando de desmentir ese estado de cosas.
Argentina es hoy el sexto exportador de carne mundial. Hace apenas tres años era el tercero, justo antes de que Néstor Kirchner, entonces presidente y marido de la actual presidenta, Cristina Fernández, prohibiera exportar carne en una maniobra relacionada con la política oficial de precios en el interior del país. El liderazgo mundial en este ramo hoy lo ostenta Brasil en lo que representa el enésimo golpe al orgullo argentino infligido por el gran vecino del norte.
Y mientras en los campos los ganaderos siguen recibiendo un beneficio similar al de 2005, en los supermercados el precio de la carne prácticamente se ha doblado desde entonces. La respuesta de los productores está siendo fulminante pero letal. Millones de cabezas de ganado han sido sacrificadas en los últimos años. Son vacas que producen tanto carne como leche, porque tampoco tener vacas lecheras es rentable. Los animales se matan y su carne es vendida para la producción de hamburguesas y cada vez son menos los tambos, los centros productores de leche. Para este año está previsto que haya 135 millones de kilos menos de carne disponible en el mercado interno argentino. De seguir esta progresión, el país comenzará a importar carne en 2010.
A este panorama se han sumado los devastadores efectos del fenómeno climático conocido como La Niña. Ganadores y agricultores argentinos ponen más que nunca sus ojos en el cielo esperando que caigan las deseadas gotas de agua. En un país bendecido por la naturaleza con abundancia de prácticamente todos los recursos necesarios para el campo, el ganado se está muriendo de sed y los agricultores se están viendo obligados a reducir drásticamente la superficie plantada con diversos granos.
Cinco provincias argentinas mundialmente famosas por la fertilidad de sus tierras están sin agua y en algunas, como Santa Fe, el 70% de territorio está bajo emergencia. En Córdoba, los productores regalan terneros a quienes pasan por la carretera porque, aseguran, no pueden mantenerlos.
En este contexto, se produce un nuevo choque entre el Gobierno y los productores agrarios: todos, con un ojo en el cielo y otro en las elecciones legislativas de 2009.
Hace pocas décadas, quien mataba una vaca ajena en Argentina sólo estaba obligado a entregar el cuero al propietario del animal. En épocas de la hambruna de posguerra, la carne argentina cruzó el océano en contenedores para alimentar a millones de europeos. Los grandes territorios húmedos donde millones de cabezas de ganado pastan en libertad, engordan y generan la que tal vez sea la carne de mayor calidad del mundo se han instalado en el imaginario colectivo mundial. Pero la realidad se está encargando de desmentir ese estado de cosas.
Argentina es hoy el sexto exportador de carne mundial. Hace apenas tres años era el tercero, justo antes de que Néstor Kirchner, entonces presidente y marido de la actual presidenta, Cristina Fernández, prohibiera exportar carne en una maniobra relacionada con la política oficial de precios en el interior del país. El liderazgo mundial en este ramo hoy lo ostenta Brasil en lo que representa el enésimo golpe al orgullo argentino infligido por el gran vecino del norte.
Y mientras en los campos los ganaderos siguen recibiendo un beneficio similar al de 2005, en los supermercados el precio de la carne prácticamente se ha doblado desde entonces. La respuesta de los productores está siendo fulminante pero letal. Millones de cabezas de ganado han sido sacrificadas en los últimos años. Son vacas que producen tanto carne como leche, porque tampoco tener vacas lecheras es rentable. Los animales se matan y su carne es vendida para la producción de hamburguesas y cada vez son menos los tambos, los centros productores de leche. Para este año está previsto que haya 135 millones de kilos menos de carne disponible en el mercado interno argentino. De seguir esta progresión, el país comenzará a importar carne en 2010.
A este panorama se han sumado los devastadores efectos del fenómeno climático conocido como La Niña. Ganadores y agricultores argentinos ponen más que nunca sus ojos en el cielo esperando que caigan las deseadas gotas de agua. En un país bendecido por la naturaleza con abundancia de prácticamente todos los recursos necesarios para el campo, el ganado se está muriendo de sed y los agricultores se están viendo obligados a reducir drásticamente la superficie plantada con diversos granos.
Cinco provincias argentinas mundialmente famosas por la fertilidad de sus tierras están sin agua y en algunas, como Santa Fe, el 70% de territorio está bajo emergencia. En Córdoba, los productores regalan terneros a quienes pasan por la carretera porque, aseguran, no pueden mantenerlos.
En este contexto, se produce un nuevo choque entre el Gobierno y los productores agrarios: todos, con un ojo en el cielo y otro en las elecciones legislativas de 2009.