The rich murky waters of the river Ebro
Mon, 10/03/2008
El Mediterráneo es uno de los mares más recientes del Océano. Tiene una antigüedad de sólo 25 millones de años, poco en comparación con el Atlántico que alcanza ya los 200 millones. Su formación es el resultado de la reducción de otro océano, El Tetis, entre Iberia, Eurasia, Anatolia y África.
El Mediterráneo es un mar semi-cerrado, restringido entre masas continentales y, además, está situado en una región del planeta que condiciona un régimen climático semi-árido. Debido a esto, la evaporación de las aguas de la cuenca mediterránea es tan importante que la pérdida no es compensada por el aporte de los ríos. De no ser por la entrada continua de aguas atlánticas por el Estrecho de Gibraltar, el nivel del Mediterráneo descendería un metro cada año. En su corto período de desarrollo ya ha tenido varios acontecimientos de desecación. No acaba aquí la singularidad del Mediterráneo. Toda gran cuenca oceánica tiene una circulación superficial de aguas, controlada por el patrón de vientos y por el balance de calor acumulado. En el Mediterráneo es la evaporación, y la entrada y salida de aguas atlánticas y mediterráneas por el Estrecho de Gibraltar, lo que condiciona la circulación interna. En el hemisferio norte, la circulación superficial en cada cuenca marina determina la formación de una célula convectiva que, debido al sentido de rotación de la Tierra, sigue un patrón semejante al del movimiento de las agujas de un reloj. También aquí el Mediterráneo es singular, ya que, debido a la existencia de varias subcuencas (Egeo, Adriático, Levantina, Balear,.) y a la compleja configuración de las costas, el sentido de circulación es contrario al que cabría esperar.
Las aguas atlánticas que entran en superficie al Mediterráneo, para compensar, en parte, a la masa de agua perdida por evaporación, circulan paralelas a la costa norte de Africa. En su viaje hacia el Este se van haciendo progresivamente cada vez más cálidas, salinas y densas, por lo que se hunden extrayendo gran cantidad de nutrientes de las aguas superficiales. Salvo en las desembocaduras de los ríos y en las partes más someras de las plataformas, el Mediterráneo es biológicamente poco productivo. Entre el Cap de Salou y el Cap de Orpesa la plataforma continental se ensancha hasta alcanzar los 60 kilómetros, cuando lo normal es que no sobrepase los 20 kilómetros en el resto de Cataluña o Valencia. Esta amplia plataforma es la que ha permitido, entre otras cosas, el desarrollo del delta del río Ebro. El aparentemente anómalo sentido de circulación de las aguas superficiales del Mediterráneo es una bendición para las costas valencianas que no debiera pasar desapercibida. La circulación superficial en el mar balear es responsable de la existencia, en nuestras costas, de una corriente que se desarrolla de el noreste hacia el suroeste, y que distribuye la carga de agua y sedimentos del río Ebro hasta 100 kilómetros al sur, en la plataforma de Castelló. En esta carga entran los nutrientes que hacen más productiva la pesca. Es decir, que el medio marino de la Comunitat Valenciana es el más beneficiado por los aportes del Ebro. La desembocadura de un río en el mar es un fenómeno natural y describirlo como una pérdida irreparable de recursos no tiene ningún sentido.
El importante aprovechamiento que se ha hecho de los caudales del Ebro durante la primera mitad del siglo XX ha tenido un alto precio para algunas regiones interiores de Aragón y Cataluña cuyos valles fueron inundados y su población desplazada de manera forzosa. Para colmo de males, alguno de los embalses nunca ha almacenado una gota de agua como consecuencia de un error de planificación. Si bien es cierto que los embalses ayudan a la regulación de caudales, potencian nuevas zonas de regadío y sirven a la producción de una energía que se consume lejos, tienen otros efectos no deseados. Desde su construcción, llega anualmente a la desembocadura menos de un 1% del sedimento que alcanzaba el delta a principios del siglo XX (150.000 toneladas de un máximo de 20 millones de toneladas). El resultado está siendo una regresión de parte del frente del delta (cabo de Tortosa) de casi 2 kilómetros, en los últimos cincuenta años.
Actualmente, el delta del Ebro se halla en una situación precaria y los escasos aportes que sobrepasan la desembocadura se distribuyen ampliamente incentivando la productividad orgánica del medio marino en la provincia de Castellón. En esta situación, decir que se tira el agua al mar es, además de una mentira, un acto irresponsable.
Deseo dedicar estas líneas a los alumnos de Ciencias Ambientales, quienes por primera vez van a ejercer su derecho de elección de las personas que más transcendencia social pueden tener sobre ellos en el período de su formación profesional. A los candidatos que les exigen competencia, mérito y esfuerzo, ellos deben reclamarles veracidad, rigor y responsabilidad.
El Mediterráneo es un mar semi-cerrado, restringido entre masas continentales y, además, está situado en una región del planeta que condiciona un régimen climático semi-árido. Debido a esto, la evaporación de las aguas de la cuenca mediterránea es tan importante que la pérdida no es compensada por el aporte de los ríos. De no ser por la entrada continua de aguas atlánticas por el Estrecho de Gibraltar, el nivel del Mediterráneo descendería un metro cada año. En su corto período de desarrollo ya ha tenido varios acontecimientos de desecación. No acaba aquí la singularidad del Mediterráneo. Toda gran cuenca oceánica tiene una circulación superficial de aguas, controlada por el patrón de vientos y por el balance de calor acumulado. En el Mediterráneo es la evaporación, y la entrada y salida de aguas atlánticas y mediterráneas por el Estrecho de Gibraltar, lo que condiciona la circulación interna. En el hemisferio norte, la circulación superficial en cada cuenca marina determina la formación de una célula convectiva que, debido al sentido de rotación de la Tierra, sigue un patrón semejante al del movimiento de las agujas de un reloj. También aquí el Mediterráneo es singular, ya que, debido a la existencia de varias subcuencas (Egeo, Adriático, Levantina, Balear,.) y a la compleja configuración de las costas, el sentido de circulación es contrario al que cabría esperar.
Las aguas atlánticas que entran en superficie al Mediterráneo, para compensar, en parte, a la masa de agua perdida por evaporación, circulan paralelas a la costa norte de Africa. En su viaje hacia el Este se van haciendo progresivamente cada vez más cálidas, salinas y densas, por lo que se hunden extrayendo gran cantidad de nutrientes de las aguas superficiales. Salvo en las desembocaduras de los ríos y en las partes más someras de las plataformas, el Mediterráneo es biológicamente poco productivo. Entre el Cap de Salou y el Cap de Orpesa la plataforma continental se ensancha hasta alcanzar los 60 kilómetros, cuando lo normal es que no sobrepase los 20 kilómetros en el resto de Cataluña o Valencia. Esta amplia plataforma es la que ha permitido, entre otras cosas, el desarrollo del delta del río Ebro. El aparentemente anómalo sentido de circulación de las aguas superficiales del Mediterráneo es una bendición para las costas valencianas que no debiera pasar desapercibida. La circulación superficial en el mar balear es responsable de la existencia, en nuestras costas, de una corriente que se desarrolla de el noreste hacia el suroeste, y que distribuye la carga de agua y sedimentos del río Ebro hasta 100 kilómetros al sur, en la plataforma de Castelló. En esta carga entran los nutrientes que hacen más productiva la pesca. Es decir, que el medio marino de la Comunitat Valenciana es el más beneficiado por los aportes del Ebro. La desembocadura de un río en el mar es un fenómeno natural y describirlo como una pérdida irreparable de recursos no tiene ningún sentido.
El importante aprovechamiento que se ha hecho de los caudales del Ebro durante la primera mitad del siglo XX ha tenido un alto precio para algunas regiones interiores de Aragón y Cataluña cuyos valles fueron inundados y su población desplazada de manera forzosa. Para colmo de males, alguno de los embalses nunca ha almacenado una gota de agua como consecuencia de un error de planificación. Si bien es cierto que los embalses ayudan a la regulación de caudales, potencian nuevas zonas de regadío y sirven a la producción de una energía que se consume lejos, tienen otros efectos no deseados. Desde su construcción, llega anualmente a la desembocadura menos de un 1% del sedimento que alcanzaba el delta a principios del siglo XX (150.000 toneladas de un máximo de 20 millones de toneladas). El resultado está siendo una regresión de parte del frente del delta (cabo de Tortosa) de casi 2 kilómetros, en los últimos cincuenta años.
Actualmente, el delta del Ebro se halla en una situación precaria y los escasos aportes que sobrepasan la desembocadura se distribuyen ampliamente incentivando la productividad orgánica del medio marino en la provincia de Castellón. En esta situación, decir que se tira el agua al mar es, además de una mentira, un acto irresponsable.
Deseo dedicar estas líneas a los alumnos de Ciencias Ambientales, quienes por primera vez van a ejercer su derecho de elección de las personas que más transcendencia social pueden tener sobre ellos en el período de su formación profesional. A los candidatos que les exigen competencia, mérito y esfuerzo, ellos deben reclamarles veracidad, rigor y responsabilidad.