"In Honduras rivers are the lasrgest in terms of volume, but water is lacking"
Fri, 14/09/2007
Miren Errandonea recuerda la desesperación de aquella mujer rodeada de baldes colmados por el líquido que no dejaba de manar.
«Acababan de proporcionarle el agua potable y cuando fuimos a revisar la instalación, estaba asustada porque ya no encontraba más cubos y el chorro no se detenía. No sabía que el grifo lleva una llave que cierra la conducción», evoca Errandonea. Durante seis meses, esta navarra afincada en Vitoria, especialista en Hidrogeología, ha trabajado con media docena de comunidades rurales hondureñas para la mejora de los recursos hídricos. Algunas de ellas era la primera vez que veían semejante infraestructura.
Su compromiso con la agrupación Geólogos del Mundo la ha llevado a un lugar remoto del país centroamericano. La misión: hacer un estudio general, limpiar pozos, colocar una bomba y construir el tanque de almacenamiento de agua. En la comarca, situada en el centro de la república, encontró ríos caudalosos y, sin embargo, las ciudades ribereñas reciben agua en días alternos, viven en sequía. Los lugareños se han habituado a acumular el poco agua potable que llega en depósitos en previsión de los cortes. Temen contraer enfermedades derivadas de su contaminación.
«Lograr el compromiso»
Para Miren Errandonea, ha sido su primera experiencia sobre el terreno. Admite que ha descubierto una realidad y una labor alejadas del tópico de la cooperación al desarrollo. «No se trata de ir, construir y volverse. Había que lograr también un compromiso de los propios beneficiarios», explica. Según cuenta, las aldeas no disponen de medios para crear infraestructuras y toda iniciativa al respecto proviene del apoyo extranjero. «La gente depende de la ayuda internacional. Cree que nuestra obligación es hacerlo todo porque no han conocido otra cosa», advierte la alavesa.
Antes de empezar las obras, la geóloga solicitó la aprobación de los presuntos beneficiarios y demandó su participación como mano de obra. Al debido asesoramiento técnico, Errandonea sumó otra labor: insuflar ánimo para los hombres y mujeres de cinco poblaciones distintas que se afanaban por mejorar las redes comunales. «Necesitábamos que lo vieran como suyo y lo cuidaran. Si no asumen tal responsabilidad, es absurdo, no resulta viable».
Vio que la carencia de un servicio tan básico evidenciaba limitaciones de todo tipo. «Si falta agua no podemos pensar en la implantación de letrinas, por ejemplo». De ahí la extrema «vulnerabilidad a las infecciones» de los hondureños con los que trató. Abastecimiento y saneamiento han de ir unidas, algo que no sucedía allí. La labor de prevención también es esencial en un país que carece de estudios geológicos. Las frágiles construcciones erigidas sobre las laderas de las montañas o junto a los cauces evidencian la falta de previsión antes el riesgo de deslizamientos e inundaciones, capaces de sepultar y anegar barrios enteros.
A menudo, los miembros de Geólogos del Mundo gastaban fuerzas tratando de combatir «una pasividad general», derivada de la falta de incentivos y la confianza en las remesas que envían sus parientes emigrados. «No hay ilusión, no valoran lo que tienen ni tampoco confían en cambiar lo que no funciona en su tierra. Sólo piensan en marcharse», señala Errandonea.
Ni siquiera la posesión de un trabajo estable desalienta a quienes sólo encuentran esperanza en la partida, en encontrar otro futuro en Estados Unidos o en Europa. La piel pálida de la cooperante les hizo sospechar que era norteamericana. «Muchos no entendían que hacía allí en lugar de estar en lo que ellos consideran el paraíso, ganando plata a raudales, como dicen».
«Acababan de proporcionarle el agua potable y cuando fuimos a revisar la instalación, estaba asustada porque ya no encontraba más cubos y el chorro no se detenía. No sabía que el grifo lleva una llave que cierra la conducción», evoca Errandonea. Durante seis meses, esta navarra afincada en Vitoria, especialista en Hidrogeología, ha trabajado con media docena de comunidades rurales hondureñas para la mejora de los recursos hídricos. Algunas de ellas era la primera vez que veían semejante infraestructura.
Su compromiso con la agrupación Geólogos del Mundo la ha llevado a un lugar remoto del país centroamericano. La misión: hacer un estudio general, limpiar pozos, colocar una bomba y construir el tanque de almacenamiento de agua. En la comarca, situada en el centro de la república, encontró ríos caudalosos y, sin embargo, las ciudades ribereñas reciben agua en días alternos, viven en sequía. Los lugareños se han habituado a acumular el poco agua potable que llega en depósitos en previsión de los cortes. Temen contraer enfermedades derivadas de su contaminación.
«Lograr el compromiso»
Para Miren Errandonea, ha sido su primera experiencia sobre el terreno. Admite que ha descubierto una realidad y una labor alejadas del tópico de la cooperación al desarrollo. «No se trata de ir, construir y volverse. Había que lograr también un compromiso de los propios beneficiarios», explica. Según cuenta, las aldeas no disponen de medios para crear infraestructuras y toda iniciativa al respecto proviene del apoyo extranjero. «La gente depende de la ayuda internacional. Cree que nuestra obligación es hacerlo todo porque no han conocido otra cosa», advierte la alavesa.
Antes de empezar las obras, la geóloga solicitó la aprobación de los presuntos beneficiarios y demandó su participación como mano de obra. Al debido asesoramiento técnico, Errandonea sumó otra labor: insuflar ánimo para los hombres y mujeres de cinco poblaciones distintas que se afanaban por mejorar las redes comunales. «Necesitábamos que lo vieran como suyo y lo cuidaran. Si no asumen tal responsabilidad, es absurdo, no resulta viable».
Vio que la carencia de un servicio tan básico evidenciaba limitaciones de todo tipo. «Si falta agua no podemos pensar en la implantación de letrinas, por ejemplo». De ahí la extrema «vulnerabilidad a las infecciones» de los hondureños con los que trató. Abastecimiento y saneamiento han de ir unidas, algo que no sucedía allí. La labor de prevención también es esencial en un país que carece de estudios geológicos. Las frágiles construcciones erigidas sobre las laderas de las montañas o junto a los cauces evidencian la falta de previsión antes el riesgo de deslizamientos e inundaciones, capaces de sepultar y anegar barrios enteros.
A menudo, los miembros de Geólogos del Mundo gastaban fuerzas tratando de combatir «una pasividad general», derivada de la falta de incentivos y la confianza en las remesas que envían sus parientes emigrados. «No hay ilusión, no valoran lo que tienen ni tampoco confían en cambiar lo que no funciona en su tierra. Sólo piensan en marcharse», señala Errandonea.
Ni siquiera la posesión de un trabajo estable desalienta a quienes sólo encuentran esperanza en la partida, en encontrar otro futuro en Estados Unidos o en Europa. La piel pálida de la cooperante les hizo sospechar que era norteamericana. «Muchos no entendían que hacía allí en lugar de estar en lo que ellos consideran el paraíso, ganando plata a raudales, como dicen».