Extremadura future will rely on water resources
Tue, 20/02/2007
Los embalses dan lugar a un territorio transformado, donde habita el hombre junto a otras especies, y aceptando de antemano que tienen impactos, negativos y positivos, nadie duda de que sean necesarios y así se justifica su construcción. En España, desde la época romana así se entendió (Proserpina y Cornalvo), puesto que este espacio de clima mediterráneo está sometido a una gran irregularidad climática interestacional e interanual, donde no podemos estar al albur de los condicionamientos meteorológicos, porque entonces se repetirían, como ha ocurrido a lo largo de la historia, etapas de inundaciones (con pérdidas de vidas humanas y haciendas) y periodos de sequías (miseria).
Los embalses, si bien es cierto que tienen impactos negativos sobre la vegetación de ribera y los movimientos migratorios de la ictiofauna, no es menos cierto que los impactos positivos son también de consideración tanto en el nivel socio-económico: proveen de agua a las ciudades e industrias de forma permanente, permiten cosechas de regadío que elevan los niveles de renta y generan empleo, etc.; como en el nivel ambiental: aseguran los caudales ecológicos para que los ríos no dejen de correr a lo largo de todo el año (con lo que eso supone para las especies faunísticas y vegetales dependientes) y permiten en sus islas el refugio y reproducción de numerosas y diversas aves migratorias. Así, lo entendió la Unesco cuando en 1993 declaró al embalse de Orellana como zona Ramsar o humedal de gran biodiversidad internacional. Profundizando en el tema, sólo hay que recorrer las zonas de regadío para apreciar la abundancia y cantidad de especies que han encontrado aquí un nuevo hábitat que les garantiza su alimento (grullas, espátulas, gaviotas, cormoranes, etc.), junto al aumento de especies faunísticas tradicionales que ven en los arrozales, tomatales, maizales, etc. un lugar para su sustento.
Por otra parte, todos somos conscientes de que entre los grandes desafíos de este tercer milenio se encuentra el hecho de disponer de un suministro de agua permanente a las poblaciones, máxime si se confirman los perversos efectos que dicen acarreará el cambio climático. Pero no sólo es importante almacenar una gran cantidad de agua sino garantizar su calidad. En este sentido, nadie duda que el agua sustituirá al petróleo entre las preocupaciones sociales del siglo veintiuno. Actualmente y sin ir más lejos, en España ya es un tema objeto de debate político, tanto en el contexto de las luchas entre comunidades autónomas deficitarias (Valencia y Murcia) que desean que se les trasvase agua para su desarrollo y las que no lo consideran oportuno (Aragón y Castilla-La Mancha), como por la fiebre estatutaria en la que algunas regiones tratan de «blindar» sus cuencas hidrográficas, como es el caso de Andalucía.
Pues bien, llegado este punto, cabe señalar que Extremadura es la región más privilegiada del país en cuanto a disponibilidad recursos hídricos. Nuestras dos cuencas hidrográficas, Tajo y Guadiana, almacenan un tercera parte del total de agua dulce retenida en España, merced a la ubicación en la región extremeña de la mayoría de los grandes embalses, unos construidos durante la dictadura (Alcántara, Cíjara, Valdecañas, Gabriel y Galán, Orellana, etc.) y otros en la democracia (La Serena, Alange, etc.). Es decir, la participación nacional de Extremadura en el recurso agua es cuatro veces superior a su representación territorial y quince veces a su peso demográfico.
Esta reserva estratégica nos convierte en una «potencia regional» dentro de España, por lo que se hace necesario diseñar un modelo de desarrollo en el que el agua sea el principal motor de arrastre de otros muchos sectores.
Hoy en día, los dos factores básicos para conseguir una agricultura competitiva, me refiero tanto a los invernaderos de alta tecnología y sus producciones de primor como a otros cultivos intensivos al aire libre, son agua y sol. Pues bien, en materia de agua tenemos excedentes que, bien gestionados (evitando pérdidas en la distribución y abandonando ciertos cultivos que consumen mucha y tienen poca rentabilidad como el maíz, arroz, etc,) puede soportar largos períodos de sequía. Y, respecto al sol, cabe afirmar que Extremadura goza de una situación envidiable, pues en muchas zonas la insolación se aproxima a las tres mil horas anuales de luz solar.
En definitiva, con todo este potencial que ofrece nuestro patrimonio hidráulico, Extremadura tiene que erigirse en una región capaz de generar las sinergias suficientes para cuando desaparezcan los fondos europeos que ahora nos asisten. Y esas sinergias vendrán dadas por el asentamiento de empresas agrícolas de vanguardia: tanto las europeas como las españolas que se trasladen aquí desde Murcia o Almería ante las limitaciones que allí se les imponen y, por supuesto, las iniciativas que surjan de los extremeños. Pero, además, con esa capacidad de almacenamiento de nuestros embalses, el agua debe ser un elemento clave para lograr una mayor diversificación de la economía extremeña, especialmente por sus expectativas ligadas al turismo de interior (campos de golf, segundas residencias, actividades náuticas, pesca deportiva, acuicultura, etc.), a la producción de energía renovable, e incluso para trasvases, si fuera necesario, previo pago a las arcas regionales.
Los embalses, si bien es cierto que tienen impactos negativos sobre la vegetación de ribera y los movimientos migratorios de la ictiofauna, no es menos cierto que los impactos positivos son también de consideración tanto en el nivel socio-económico: proveen de agua a las ciudades e industrias de forma permanente, permiten cosechas de regadío que elevan los niveles de renta y generan empleo, etc.; como en el nivel ambiental: aseguran los caudales ecológicos para que los ríos no dejen de correr a lo largo de todo el año (con lo que eso supone para las especies faunísticas y vegetales dependientes) y permiten en sus islas el refugio y reproducción de numerosas y diversas aves migratorias. Así, lo entendió la Unesco cuando en 1993 declaró al embalse de Orellana como zona Ramsar o humedal de gran biodiversidad internacional. Profundizando en el tema, sólo hay que recorrer las zonas de regadío para apreciar la abundancia y cantidad de especies que han encontrado aquí un nuevo hábitat que les garantiza su alimento (grullas, espátulas, gaviotas, cormoranes, etc.), junto al aumento de especies faunísticas tradicionales que ven en los arrozales, tomatales, maizales, etc. un lugar para su sustento.
Por otra parte, todos somos conscientes de que entre los grandes desafíos de este tercer milenio se encuentra el hecho de disponer de un suministro de agua permanente a las poblaciones, máxime si se confirman los perversos efectos que dicen acarreará el cambio climático. Pero no sólo es importante almacenar una gran cantidad de agua sino garantizar su calidad. En este sentido, nadie duda que el agua sustituirá al petróleo entre las preocupaciones sociales del siglo veintiuno. Actualmente y sin ir más lejos, en España ya es un tema objeto de debate político, tanto en el contexto de las luchas entre comunidades autónomas deficitarias (Valencia y Murcia) que desean que se les trasvase agua para su desarrollo y las que no lo consideran oportuno (Aragón y Castilla-La Mancha), como por la fiebre estatutaria en la que algunas regiones tratan de «blindar» sus cuencas hidrográficas, como es el caso de Andalucía.
Pues bien, llegado este punto, cabe señalar que Extremadura es la región más privilegiada del país en cuanto a disponibilidad recursos hídricos. Nuestras dos cuencas hidrográficas, Tajo y Guadiana, almacenan un tercera parte del total de agua dulce retenida en España, merced a la ubicación en la región extremeña de la mayoría de los grandes embalses, unos construidos durante la dictadura (Alcántara, Cíjara, Valdecañas, Gabriel y Galán, Orellana, etc.) y otros en la democracia (La Serena, Alange, etc.). Es decir, la participación nacional de Extremadura en el recurso agua es cuatro veces superior a su representación territorial y quince veces a su peso demográfico.
Esta reserva estratégica nos convierte en una «potencia regional» dentro de España, por lo que se hace necesario diseñar un modelo de desarrollo en el que el agua sea el principal motor de arrastre de otros muchos sectores.
Hoy en día, los dos factores básicos para conseguir una agricultura competitiva, me refiero tanto a los invernaderos de alta tecnología y sus producciones de primor como a otros cultivos intensivos al aire libre, son agua y sol. Pues bien, en materia de agua tenemos excedentes que, bien gestionados (evitando pérdidas en la distribución y abandonando ciertos cultivos que consumen mucha y tienen poca rentabilidad como el maíz, arroz, etc,) puede soportar largos períodos de sequía. Y, respecto al sol, cabe afirmar que Extremadura goza de una situación envidiable, pues en muchas zonas la insolación se aproxima a las tres mil horas anuales de luz solar.
En definitiva, con todo este potencial que ofrece nuestro patrimonio hidráulico, Extremadura tiene que erigirse en una región capaz de generar las sinergias suficientes para cuando desaparezcan los fondos europeos que ahora nos asisten. Y esas sinergias vendrán dadas por el asentamiento de empresas agrícolas de vanguardia: tanto las europeas como las españolas que se trasladen aquí desde Murcia o Almería ante las limitaciones que allí se les imponen y, por supuesto, las iniciativas que surjan de los extremeños. Pero, además, con esa capacidad de almacenamiento de nuestros embalses, el agua debe ser un elemento clave para lograr una mayor diversificación de la economía extremeña, especialmente por sus expectativas ligadas al turismo de interior (campos de golf, segundas residencias, actividades náuticas, pesca deportiva, acuicultura, etc.), a la producción de energía renovable, e incluso para trasvases, si fuera necesario, previo pago a las arcas regionales.