Europa against climatic change
Sat, 11/11/2006
La Convención sobre el Cambio Climático que la ONU celebra en Nairobi ha estado repleta de palabras y buenas intenciones, pero las acciones inmediatas que reclama gran parte de la Comunidad Internacional son escasas. La UE, uno de los frentes más activos contra el calentamiento global, anunció ayer que acelerará sus planes no sólo para gravar aún más las emisiones contaminantes, sino también para prepararse ante lo inevitable. «Un solo ejemplo: en 2003, una ola de calor mató a 35.000 europeos, que podrían estar vivos si hubiéramos estado preparados», asegura Artur Runge-Metzger, del Directorado Europeo sobre Cambio Climático. «Veranos como el de 2003 podrían ser habituales en 2050», recalca.
La Comisión Europea -que espera publicar, a comienzos de 2007, un «documento verde» sobre las políticas a desarrollar- recopilará información de cada uno de los 25 estados de la Unión para elaborar un plan de choque contra las consecuencias del incremento de las temperaturas y una eventual subida del nivel de mar. Hasta ahora, la UE se ha preocupado más de cómo reducir las emisiones que de prepararse para el impacto del cambio.
«Debemos asegurarnos de que toda decisión administrativa a cualquier nivel se adapte a las exigencias de la política común y tenga en cuenta el cambio climático, -sentencia Runge desde la capital keniata-. Basta de palabras, preparémonos para la acción». La batería de medidas englobará desde salud humana, agricultura, energía, fondos de cohesión y turismo; hasta los recursos hídricos y la predicción y preparación ante incendios, sequías, olas de calor, inundaciones y pérdida de biodiversidad.
Las previsiones de la Agencia Medioambiental Europea ya pintan un panorama desolador para 2050. El derretimiento polar y las tormentas pondrán en jaque las zonas costeras, algunas especialmente sensibles, como Holanda y Venecia. Esto supondrá más desertización -por la erosión y la salinización de tierras- y la pérdida de playas, afectando directamente al turismo.
La subida de las temperaturas cambiará la distribución de flora y fauna, y propiciará la proliferación de especies invasoras, también perjudiciales para el turismo, como algas y medusas, especialmente en el Mediterráneo. También acelerará el derretimiento de los glaciares alpinos y del «permafrost» ártico, lo que implicará la extinción de especies endémicas. Los incendios y los cortes de agua serán el pan nuestro de cada día, incluso en latitudes más septentrionales de lo habitual, y la calidad y cantidad del agua dulce decrecerá al mismo ritmo que disminuyen las nevadas invernales.
Eso si la temperatura media sólo sube hasta 2º centígrados. En el peor de los escenarios, con un aumento de entre dos y tres o más grados, la invasión de mosquitos africanos pondría a merced de la malaria a 330 millones de personas, miles de millones más no tendrían acceso a comida ni agua y el nivel del mar podría subir hasta 6 metros, desplazando a cerca de 200 millones de habitantes de zonas costeras.
La Comisión Europea -que espera publicar, a comienzos de 2007, un «documento verde» sobre las políticas a desarrollar- recopilará información de cada uno de los 25 estados de la Unión para elaborar un plan de choque contra las consecuencias del incremento de las temperaturas y una eventual subida del nivel de mar. Hasta ahora, la UE se ha preocupado más de cómo reducir las emisiones que de prepararse para el impacto del cambio.
«Debemos asegurarnos de que toda decisión administrativa a cualquier nivel se adapte a las exigencias de la política común y tenga en cuenta el cambio climático, -sentencia Runge desde la capital keniata-. Basta de palabras, preparémonos para la acción». La batería de medidas englobará desde salud humana, agricultura, energía, fondos de cohesión y turismo; hasta los recursos hídricos y la predicción y preparación ante incendios, sequías, olas de calor, inundaciones y pérdida de biodiversidad.
Las previsiones de la Agencia Medioambiental Europea ya pintan un panorama desolador para 2050. El derretimiento polar y las tormentas pondrán en jaque las zonas costeras, algunas especialmente sensibles, como Holanda y Venecia. Esto supondrá más desertización -por la erosión y la salinización de tierras- y la pérdida de playas, afectando directamente al turismo.
La subida de las temperaturas cambiará la distribución de flora y fauna, y propiciará la proliferación de especies invasoras, también perjudiciales para el turismo, como algas y medusas, especialmente en el Mediterráneo. También acelerará el derretimiento de los glaciares alpinos y del «permafrost» ártico, lo que implicará la extinción de especies endémicas. Los incendios y los cortes de agua serán el pan nuestro de cada día, incluso en latitudes más septentrionales de lo habitual, y la calidad y cantidad del agua dulce decrecerá al mismo ritmo que disminuyen las nevadas invernales.
Eso si la temperatura media sólo sube hasta 2º centígrados. En el peor de los escenarios, con un aumento de entre dos y tres o más grados, la invasión de mosquitos africanos pondría a merced de la malaria a 330 millones de personas, miles de millones más no tendrían acceso a comida ni agua y el nivel del mar podría subir hasta 6 metros, desplazando a cerca de 200 millones de habitantes de zonas costeras.