World Meteorological Day 2006
Thu, 23/03/2006
Hoy, 23 de marzo, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) conmemora el Día Meteorológico Mundial, dedicado a «La prevención de desastres naturales y la atenuación de los efectos», tema trascendente, dado que el noventa por ciento de los desastres naturales está relacionado con el clima (inundaciones, tempestades de viento, sequías y hambrunas, aludes y deslizamientos, temperaturas extremas e incendios forestales), dejando el diez por ciento restante, para los terremotos y volcanes. Estos eventos atmosféricos adversos van en aumento y las repercusiones económicas son cada vez mayores, siendo los países más pobres, los más vulnerables.La comunidad científica indaga las causas y efectos de los eventos atmosféricos extraordinarios con una preocupación por evitar, en lo posible, los daños causados por los mismos. La OMM cuenta con un sistema de vigilancia desde el espacio con el objeto de observar el desarrollo de algunas anomalías meteorológicas que terminan en desastres. La red global de la OMM ha sido bastante certera en predecir alertas tempranas en huracanes, tornados, tormentas tropicales, el Niño-Oscilación Austral, lluvias monzónicas y plagas de langosta.
La OMM recomienda la elaboración de planes de acción nacionales en cuatro fases. La de atenuación consiste en el conocimiento de la vulnerabilidad de determinados tipos de peligros y en la definición de las medidas a adoptar para reducir el riesgo. La de preparación supone enseñar a los ciudadanos la naturaleza de los peligros a que se exponen, la forma de reconocerlos y hacerles frente. La de respuesta consiste en aplicar las medidas desarrolladas en las dos anteriores. Y finalmente, la de recuperación abarca las soluciones que se adoptan al finalizar el evento para reparar los daños y reconstruir las comunidades.
No se pueden comparar los eventos atmosféricos adversos que nos afectan con los huracanes de las costas tropicales, los tornados de Estados Unidos o las inundaciones de las comunidades mediterráneas originadas por las gotas frías. Sin embargo, la situación de Navarra, entre tres medios climáticos contrastados -el oceánico lluvioso, el pirenaico frío de montaña y el mediterráneo seco-, en una zona de contacto entre masas de aire opuestas (tropicales cálidas y polares frías), y la presencia de variadas formas de relieve en el norte y centro, hace que se den unas características climáticas contrastadas, que influyen, sin duda, en la presencia de situaciones extremas de cierta violencia. Los riesgos climáticos son desgraciadamente frecuentes y, queramos o no, forman parte de nuestro clima.
De todos los riesgos climáticos que más nos afectan, las olas de frío de invierno son las que más problemas causan en los últimos años, porque suelen ir acompañadas de nevadas que dejan el suelo cubierto de nieve helada durante varios días, por lo que mantener la red de carreteras abierta al tráfico resulta una tarea costosa y complicada. Por otra parte, las nieblas invernales de radiación, que se forman en la Cuenca de Pamplona, originan problemas en el tráfico aéreo de la capital.
Navarra se encuentra en una zona de riesgo de inundaciones, que afectan a las vías de comunicación, casas, defensas de los ríos, agricultura y ganadería, abastecimiento de agua potable y conducción eléctrica. También, por las características orográficas de su territorio, padece episodios de viento intenso que, con determinadas situaciones atmosféricas, alcanzan rachas muy elevadas, sobre todo en lugares de montaña.
Asimismo, la estación estival no está exenta de situaciones de riesgo. Nuestra Comunidad se encuentra en la zona de paso de las tormentas que se forman en los valles riojanos, situados junto al Sistema Ibérico; suelen ir acompañadas de granizo, y producen daños en los cultivos de la Ribera, y Navarra Media. En estas comarcas las sequías son frecuentes porque tienen un clima mediterráneo continental, con escasas e irregulares lluvias. Algunos años, la situación difícil de los pantanos con caudales mínimos de agua embalsada hace problemático el abastecimiento para regadío y consumo en algunas zonas, y el ambiente seco favorece la aparición de algunos incendios. Más difíciles de llegar son las olas de calor, como la que nos afectó durante la primera quincena de agosto de 2003.
Los fenómenos naturales son siempre complejos y las soluciones para evitarlos o paliarlos también lo son. Habrá que evaluar bien si el desastre se debe a la excepcionalidad o a actuaciones humanas incorrectas. Si fuera esto último habría que detectarlas y modificarlas para que no vuelvan a suceder. Sin duda, en muchos casos no pueden evitarse, pero sí prevenir y atenuar sus efectos, mediante la planificación de un modelo de alerta previa en una situación de riesgo, que proporcione una información exacta, clara, puntual y fiable a los ciudadanos.
Javier M. Pejenaute Goñi es climatólogo.
La OMM recomienda la elaboración de planes de acción nacionales en cuatro fases. La de atenuación consiste en el conocimiento de la vulnerabilidad de determinados tipos de peligros y en la definición de las medidas a adoptar para reducir el riesgo. La de preparación supone enseñar a los ciudadanos la naturaleza de los peligros a que se exponen, la forma de reconocerlos y hacerles frente. La de respuesta consiste en aplicar las medidas desarrolladas en las dos anteriores. Y finalmente, la de recuperación abarca las soluciones que se adoptan al finalizar el evento para reparar los daños y reconstruir las comunidades.
No se pueden comparar los eventos atmosféricos adversos que nos afectan con los huracanes de las costas tropicales, los tornados de Estados Unidos o las inundaciones de las comunidades mediterráneas originadas por las gotas frías. Sin embargo, la situación de Navarra, entre tres medios climáticos contrastados -el oceánico lluvioso, el pirenaico frío de montaña y el mediterráneo seco-, en una zona de contacto entre masas de aire opuestas (tropicales cálidas y polares frías), y la presencia de variadas formas de relieve en el norte y centro, hace que se den unas características climáticas contrastadas, que influyen, sin duda, en la presencia de situaciones extremas de cierta violencia. Los riesgos climáticos son desgraciadamente frecuentes y, queramos o no, forman parte de nuestro clima.
De todos los riesgos climáticos que más nos afectan, las olas de frío de invierno son las que más problemas causan en los últimos años, porque suelen ir acompañadas de nevadas que dejan el suelo cubierto de nieve helada durante varios días, por lo que mantener la red de carreteras abierta al tráfico resulta una tarea costosa y complicada. Por otra parte, las nieblas invernales de radiación, que se forman en la Cuenca de Pamplona, originan problemas en el tráfico aéreo de la capital.
Navarra se encuentra en una zona de riesgo de inundaciones, que afectan a las vías de comunicación, casas, defensas de los ríos, agricultura y ganadería, abastecimiento de agua potable y conducción eléctrica. También, por las características orográficas de su territorio, padece episodios de viento intenso que, con determinadas situaciones atmosféricas, alcanzan rachas muy elevadas, sobre todo en lugares de montaña.
Asimismo, la estación estival no está exenta de situaciones de riesgo. Nuestra Comunidad se encuentra en la zona de paso de las tormentas que se forman en los valles riojanos, situados junto al Sistema Ibérico; suelen ir acompañadas de granizo, y producen daños en los cultivos de la Ribera, y Navarra Media. En estas comarcas las sequías son frecuentes porque tienen un clima mediterráneo continental, con escasas e irregulares lluvias. Algunos años, la situación difícil de los pantanos con caudales mínimos de agua embalsada hace problemático el abastecimiento para regadío y consumo en algunas zonas, y el ambiente seco favorece la aparición de algunos incendios. Más difíciles de llegar son las olas de calor, como la que nos afectó durante la primera quincena de agosto de 2003.
Los fenómenos naturales son siempre complejos y las soluciones para evitarlos o paliarlos también lo son. Habrá que evaluar bien si el desastre se debe a la excepcionalidad o a actuaciones humanas incorrectas. Si fuera esto último habría que detectarlas y modificarlas para que no vuelvan a suceder. Sin duda, en muchos casos no pueden evitarse, pero sí prevenir y atenuar sus efectos, mediante la planificación de un modelo de alerta previa en una situación de riesgo, que proporcione una información exacta, clara, puntual y fiable a los ciudadanos.
Javier M. Pejenaute Goñi es climatólogo.