«The water turned yellow when the benzene stain arrived»

Mon, 28/11/2005

ABC

Después de que la mancha tóxica sobrepasase Harbin, el agua ha vuelto sólo a tres zonas de la ciudad, aunque aún no se considera potable. Las autoridades locales no saben cuánto durarán las restricciones en el abastecimiento ni qué efectos sufrirá el medio ambiente

TEXTO Y FOTO PABLO M. DÍEZ. ENVIADO ESPECIAL

HARBIN. El suministro de agua volvió ayer a Harbin una vez que la mancha tóxica de benceno ha salido ya de su término municipal. Sin embargo, aún permanece en esta ciudad del norte de China la incertidumbre sobre el vertido de tan peligrosa sustancia en el río Songhua, provocado el día 13 por la explosión de una planta química a 350 kilómetros de distancia.

En una puesta en escena perfectamente planificada y propia del régimen comunista, el gobernador provincial de Heilongjiang se desplazó a las seis de la tarde a la casa de un anciano para tomarse el primer vaso de agua tras la reapertura de los grifos. De esta manera tan artificial, las autoridades pretendían insuflar un poco de confianza entre la población, pero la realidad difiere bastante de tales actos propagandísticos. Y es que el restablecimiento del suministro ha sido parcial y se ha limitado a sólo tres zonas del centro de esta urbe en la que viven nueve millones de personas -incluida la periferia- a quienes además se les somete todavía a numerosas restricciones. Así, un sistema de colores indicará en la televisión el estado del agua y la posibilidad de usarla, con el color rojo para advertir que únicamente se puede emplear para fregar; el amarillo para indicar que es apta para el baño, y el verde para señalar que es apta para el consumo.

Sin embargo, anoche ningún canal emitía imágenes de este «semáforo tóxico». Y el agua potable, que se reserva en especial para hospitales, escuelas y centros públicos, seguía sin manar en varios hoteles.

De momento, los propios responsables del gobierno local no saben cuánto durará la situación ni cuáles serán los efectos del vertido sobre el medio ambiente. Lo que sí está claro es que la interrupción del suministro durará todavía un tiempo indeterminado en numerosos barrios de Harbin, y que la mancha de 80 kilómetros y 100 toneladas de benceno sigue avanzando hacia Rusia tras haber atravesado su área metropolitana, donde centenares de personas tuvieron que ser evacuadas tras el vertido.

En Niu Jia Dian, un pequeño pueblo a orillas del río Songhua que fue totalmente desalojado, gran parte de las 60 familias que lo habitan regresaba ayer a sus hogares. Debido a la interrupción del abastecimiento de agua, algunos de sus vecinos iban a recurrir a los pozos subterráneos a pesar de que los avisos oficiales alertan de su posible contaminación.

«Acaban de analizar el agua y nos han dicho que no la bebamos», cuenta a ABC Liu Shu Feng, una mujer de 60 años que fue obligada el pasado martes a marcharse a casa de unos parientes.

Pero no parece que el benceno, una sustancia cancerígena que puede causar la muerte en tres días, asuste mucho en Niu Jian Dian, pese a que este diminuto núcleo de población refleja a la perfección el grave deterioro que sufre el medioambiente en China tras más de dos décadas de un desenfrenado desarrollo industrial nada sostenible.

Ciudad de chatarra

Levantadas en los alrededores de un astillero fluvial, las casas de Niu Jian Dian son apenas chabolas que por supuesto no disponen de cuarto de baño. Así lo delatan los insalubres aseos comunitarios de madera repartidos por sus arenosas calles, donde las gallinas y las ovejas corretean entre la basura.

Además, en las márgenes del Songhua se amontonan más de un centenar de barcos desguazados y herrumbrosos, cuyos desvencijados cascos y motores contaminan un río ya de por sí gravemente afectado por la polución. Aunque el vertido pasó hace pocas horas por aquí, sólo uno de los vecinos de Niu Jian Dian se atrevió a confesar que «el agua del río se volvió amarilla» cuando llegó la mancha de benceno, unos días antes de que se cortase su suministro.

Los demás habitantes de este lugar que, por si acaso, prefieren ocultar sus nombres, alaban la labor del Gobierno para evitar represalias, y aseguran que nunca han tenido miedo de las imprevisibles consecuencias de la mancha tóxica. Buena prueba de ello era cómo un operario permanecía en el río, hundido hasta la cintura, arrastrando hasta la orilla los botes de menor tamaño. Cuando la necesidad apremia, los problemas son siempre económicos, no ecológicos.