Water conscience
Mon, 19/09/2005
NO suele ser rentable enriquecerse a costa de arruinar el medio ambiente y luego limpiarlo de cualquier manera, para borrar las huellas y la mala conciencia de acción tan condenable. Proteger la naturaleza no es un lujo, sino una gran inversión económica. Estas afirmaciones de hace tan solo un par de meses no son una majadería de una minoría ecológica, sino de Klaus Toepfer, secretario de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, que añadía una grave advertencia: el agua será en breve motivo de guerra entre países. ¿Exageraciones? Podemos decir de ese titular de prensa que es el juego de un político en activo para llamar la atención sobre un problema no menor que tiene que ver directamente con su negociado. Es decir, haría su papel de Casandra. Pero podemos también reclamar la memoria del Protocolo de Kioto y ver qué países lo firman y cuáles se niegan a colaborar.
Nos pasamos la vida luchando por nuestro bienestar, peleando a brazo partido por la posesión de la energía convertida en primera necesidad; nos gastamos la existencia guerreando por el petróleo, con miles de muertos e intereses vergonzosos, y carecemos de la más elemental sensibilidad hacia la naturaleza. Carecemos de una conciencia ciudadana del agua, que se hace mucho más necesaria en el momento en que, según parece, la única solución que esperamos de la contumaz sequía es que del cielo comience a caer el maná líquido que recupere nuestro sosiego y normalidad. Y nuestro consumo. Nos están advirtiendo desde hace meses, a través de todos los medios informativos, de que las restricciones pueden llegar pronto a algunas ciudades y pueblos. Si no llueve, «como esperamos y deseamos todos». A pesar de las primeras gotas del otoño en puertas, el agua de los embalses ha descendido mucho más de lo que hace tan solo un año podíamos haber imaginado. Y el consumo del agua en estos meses por parte de los ciudadanos recibió una justa aunque antipática calificación desde instancias oficiales: excesivo.
Quienes tienen memoria del pasado en cuanto a las restricciones de agua, sabrán de qué se nos está hablando sin querer en ningún momento alcanzar la alarma social o la escala dramática, pero entre los desastres naturales que no estamos acostumbrados a asumir como tales está la sequía. Cierto, no es la primera vez que se dan estas circunstancias negativas y, al final, el cielo -la naturaleza- nos ha ayudado naturalmente a escapar del pavor de la sed. Pero crear y consolidar una conciencia colectiva del agua diría mucho de una educación cívica que es evidente, por desgracia, que nos falla por los cuatro costados de la vida cotidiana. Y aunque llueva, no queda otra.
Nos pasamos la vida luchando por nuestro bienestar, peleando a brazo partido por la posesión de la energía convertida en primera necesidad; nos gastamos la existencia guerreando por el petróleo, con miles de muertos e intereses vergonzosos, y carecemos de la más elemental sensibilidad hacia la naturaleza. Carecemos de una conciencia ciudadana del agua, que se hace mucho más necesaria en el momento en que, según parece, la única solución que esperamos de la contumaz sequía es que del cielo comience a caer el maná líquido que recupere nuestro sosiego y normalidad. Y nuestro consumo. Nos están advirtiendo desde hace meses, a través de todos los medios informativos, de que las restricciones pueden llegar pronto a algunas ciudades y pueblos. Si no llueve, «como esperamos y deseamos todos». A pesar de las primeras gotas del otoño en puertas, el agua de los embalses ha descendido mucho más de lo que hace tan solo un año podíamos haber imaginado. Y el consumo del agua en estos meses por parte de los ciudadanos recibió una justa aunque antipática calificación desde instancias oficiales: excesivo.
Quienes tienen memoria del pasado en cuanto a las restricciones de agua, sabrán de qué se nos está hablando sin querer en ningún momento alcanzar la alarma social o la escala dramática, pero entre los desastres naturales que no estamos acostumbrados a asumir como tales está la sequía. Cierto, no es la primera vez que se dan estas circunstancias negativas y, al final, el cielo -la naturaleza- nos ha ayudado naturalmente a escapar del pavor de la sed. Pero crear y consolidar una conciencia colectiva del agua diría mucho de una educación cívica que es evidente, por desgracia, que nos falla por los cuatro costados de la vida cotidiana. Y aunque llueva, no queda otra.