Los datos sobre la sequía y otras carencias relacionadas con el agua resultan estremecedores, pero con la gravedad de que, mientras la falta de lluvia sólo es achacable a la climatología, otros problemas puntuales son impropios del siglo XXI. Y no sólo por la injusta desigualdad a la hora de disfrutar el agua, sino porque ese mal reparto causa una sangría de personas que deja en ridículo las cifras mortales provocadas por las guerras. De hecho, las multiplica por diez. Este año, el día dedicado al agua se ha centrado en el saneamiento, es decir, el manejo sanitario del agua potable y de las aguas residuales, que reduce los riesgos para la salud. Nada menos que 2.600 millones de personas en el mundo -África y Asia ocupan los primeros lugares en la lista negra- carecen de acceso a un saneamiento básico, y eso las hace víctimas potenciales del 80% de las enfermedades. Sirve de muy poco conseguir el agua potable en una zona determinada si después no se logra un saneamiento adecuado de las aguas. Todo el trabajo y la ayuda de las ONG es poco para paliar este déficit, pero es un reto que debe afrontarse desde la solidaridad de los pueblos más favorecidos. En el entorno inmediato, el problema que asoma es la sequía, y no vale engañarse con temporales como el que acaba de afectar a la península y, más concretamente, a Navarra. Aquí cabe también apelar a la concienciación para actuar de forma consecuente y usar el agua con criterios de economía. Es decir, sin caer en el despilfarro. Los embalses españoles se encuentran al 45,3% de su capacidad, dato significativo en el mes de marzo, y en Barcelona se preparan para recibir agua de boca en barcos cisterna. Algo impensable hace pocos años. En Navarra, el embalse de Yesa se encuentra a la mitad de su capacidad, mientras Itoiz alcanza el 88%, por citar los dos extremos. Pero esa garantía de suministro no debe alimentar falsos triunfalismos porque hoy, más que nunca, es preciso ser consumidores responsables.