'They floods, now, and yes, calls avenues'
Fri, 16/11/2012
Universidad Politécnica de Madrid
Cuando ya tocaba, y aunque aún no había llegado octubre, se presentaron dos episodios dramáticos de gota fría que dieron ocasión a que escribiera para este espacio un artículo sobre las riadas peninsulares. Quizá pudiera deducirse de él que sólo afectaran a cuencas fluviales menores mediterráneas. Pero vinieron poco después otros, también correspondientes a gota fría, que provocaron otra dramática riada, esta sí, llamada avenida por afectar a un gran río, el Ebro, en un proceso anunciado de elevación y aceleración de sus aguas. También se mostraron riadas en pequeñas sub-cuencas del Ebro tan dramáticas como las mediterráneas en razón, sobre todo, del factor “velocidad de la corriente”, pero la tensión temporal de la gran cuenca, con el inexorable levantamiento del río principal, aporta un plus de dramatismo evidente, y el número de afectados incrementa el temor a la gran catástrofe.
Nadie puede decir que no sean frecuentes en otoño avenidas en el río Ebro, pero lo son sobre todo en sus afluentes pirenaicos por la influencia climática mediterránea y más frecuentemente en los orientales, al ser más frecuentes las gotas frías otoñales con borrascas en el golfo de León que con borrascas en el golfo de Vizcaya. Pero sí que tales avenidas son menos frecuentes e importantes que las de primavera, en las que el deshielo es factor climático determinante. Porque las circunstancias diferentes conducen a tipos diferentes de avenidas, más lentas y tensionales las de primavera y más rápidas e imprevisibles las de otoño.
Estas últimas son, sin duda, consecuencia principalmente de episodios de gota fría, cuando además de la masa fría de aire seco (de la gota fría) en altura, se presentan masas de agua caliente, en superficie y hasta la profundidad de la termoclina en su caso, frente a las costas a las que están vinculadas, de algún modo hidrológico-climático, con la cuenca o las subcuencas fluviales afectadas.
De ningún modo puede hablarse en este caso de causas determinantes diferentes a la gota fría en sentido estricto, pero para afectar a la cuenca del Ebro en la forma en que lo hizo ahora se requieren algunas circunstancias no demasiado comunes: antes de la formación de la máquina térmica local mediterránea, con la borrasca centrada sobre los Alpes y el golfo de León y las precipitaciones mayores producidas en los afluentes pirenaicos centro-orientales del Ebro, se había producido otra, también local pero cantábrica, con la borrasca centrada en un golfo de Vizcaya con aguas aún cálidas, muy común en agosto y no tanto después de septiembre (aunque sí ocurriera este año). Probablemente, la masa de aire frío constitutiva de la gota fría o foco seco y frío en ambos procesos térmicos procedió de un mismo flujo de aire polar entre dos ciclones extra-tropicales atlánticos sucesivos y próximos.
Estas gotas frías cantábricas, que afectan comúnmente al País Vasco y a sus pequeñas cuencas cantábricas, se extienden no menos frecuentemente a los Pirineos orientales. Su mayor problema suele deberse al efecto de las lluvias tan intensas en el comportamiento de laderas y taludes, mereciendo recordarse a este respecto la tremenda catástrofe de Biescas (Huesca) hace ya unos pocos años.
Pero en este caso actual los procesos locales pirenaicos, cuyas aguas terminan en el Ebro, estaban precedidos de una fuerte borrasca atlántica que barrió el Cantábrico de Oeste a Este generando lluvia a ambos lados de la cordillera, las más orientales de las cuales en su lado meridional preceden a aquellas en la cuenca alta del Ebro agudizando los efectos de las escorrentías posteriores. Así, en sólo el tiempo del paso de un ciclón extratropical se preparó una avenida fluvial, más aguda aunque también más fugaz que las de primavera, en toda la extensión de una cuenca notable como la del Ebro, aunque sólo fuera en su margen izquierda, y aparentemente extemporánea para su envergadura.
La realidad, sin embargo, gana muchas veces en complejidad a los análisis metodológicos. Y las fechas de las estaciones se solapan con frecuencia de unos años a otros, siguiendo más su factor climático que su ritmo astronómico. Para empezar es posible simplificar en casi toda la Península las cuatro estaciones astronómicas a sólo dos climáticas, primavera y otoño o invierno y verano (como se prefiera decir y en función de los parámetros que se analicen… o los gustos del analista, tal y como justifiqué a efectos del clima marítimo en mi artículo ‘Bases para una aproximación a la dinámica litoral del País Valenciano’, publicado en la Revista de Obras Públicas en febrero de 1982), con sendos breves períodos transitorios, típicamente entorno a noviembre y abril. No ocurre sólo en nuestras latitudes, pero, en lo que concierne a años concretos, meses típicos del otoño (o invierno) corresponden a su primavera (o verano), y recíprocamente. En consecuencia, no se puede desechar de ninguna manera la ocurrencia prematura de deshielos en los primeros ni la presencia de aguas del mar calientes en los segundos, lo que en cierto modo hibrida los datos de la observación de caudales, ya que no de las precipitaciones. Por ello, la observación conjunta de estas últimas y de los datos de las cuencas marinas relacionadas permitiría mayor finura del análisis y una más precisa identificación de las poblaciones estadísticas. ¿O, como tan de moda está en el último año, no?
Y mientras escribo esto me topo, y lo digo porque estoy viajando de Algeciras a Madrid y elijo la autovía de La Plata en vez de la A-IV, con la avenida del Guadalquivir. No es asimilable este valle, de influencia costera en su mayor parte, con el del Ebro, levantado y lacustre en su mayor extensión, pero también en él estas inundaciones otoñales tienen su factor principal en las masas de aire frío y seco en altura, que son causa tanto de las lluvias en los tramos bajos de la cuenca a la llegada de las borrascas atlánticas (ahora del Suroeste) como de las lluvias de cabecera producidas por la subsiguiente borrasca sur-mediterránea que envía vientos del Sureste sobre las aguas aún calientes del Mediterráneo.
En resumen, año de abundantes gotas frías, con aguas muy calientes en todos nuestros mares litorales, que se está resolviendo con importantes “riadas”, muchas, pero sin ninguna gran catástrofe por el momento. Y sin embargo los damnificados son muchos y se extienden por toda la geografía española; nadie parece estar a cubierto de una inundación. Y es, entonces, cuando proyectos como el SMARTeST, que se explicó en una noticia publicada en este espacio en septiembre, muestran su valor y oportunidad: lo relevante, tanto a nivel individual como colectivo, es mejorar la sensación de que estos fenómenos se pueden afrontar y superar eficazmente, manejando bien el capote como un buen torero, y usando como capote el conjunto de medidas que conduzcan a una mayor resiliencia frente a la inundación.
*Javier Díez González es catedrático de Puertos y Costas y de Oceanografía e Ingeniería Oceanográfica en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Caminos, Puertos y Canales de la Universidad Politécnica de Madrid. Dirige el Grupo de Investigación Medio Marino, Costero y Portuario y otras Áreas Sensibles.
Nadie puede decir que no sean frecuentes en otoño avenidas en el río Ebro, pero lo son sobre todo en sus afluentes pirenaicos por la influencia climática mediterránea y más frecuentemente en los orientales, al ser más frecuentes las gotas frías otoñales con borrascas en el golfo de León que con borrascas en el golfo de Vizcaya. Pero sí que tales avenidas son menos frecuentes e importantes que las de primavera, en las que el deshielo es factor climático determinante. Porque las circunstancias diferentes conducen a tipos diferentes de avenidas, más lentas y tensionales las de primavera y más rápidas e imprevisibles las de otoño.
Estas últimas son, sin duda, consecuencia principalmente de episodios de gota fría, cuando además de la masa fría de aire seco (de la gota fría) en altura, se presentan masas de agua caliente, en superficie y hasta la profundidad de la termoclina en su caso, frente a las costas a las que están vinculadas, de algún modo hidrológico-climático, con la cuenca o las subcuencas fluviales afectadas.
De ningún modo puede hablarse en este caso de causas determinantes diferentes a la gota fría en sentido estricto, pero para afectar a la cuenca del Ebro en la forma en que lo hizo ahora se requieren algunas circunstancias no demasiado comunes: antes de la formación de la máquina térmica local mediterránea, con la borrasca centrada sobre los Alpes y el golfo de León y las precipitaciones mayores producidas en los afluentes pirenaicos centro-orientales del Ebro, se había producido otra, también local pero cantábrica, con la borrasca centrada en un golfo de Vizcaya con aguas aún cálidas, muy común en agosto y no tanto después de septiembre (aunque sí ocurriera este año). Probablemente, la masa de aire frío constitutiva de la gota fría o foco seco y frío en ambos procesos térmicos procedió de un mismo flujo de aire polar entre dos ciclones extra-tropicales atlánticos sucesivos y próximos.
Estas gotas frías cantábricas, que afectan comúnmente al País Vasco y a sus pequeñas cuencas cantábricas, se extienden no menos frecuentemente a los Pirineos orientales. Su mayor problema suele deberse al efecto de las lluvias tan intensas en el comportamiento de laderas y taludes, mereciendo recordarse a este respecto la tremenda catástrofe de Biescas (Huesca) hace ya unos pocos años.
Pero en este caso actual los procesos locales pirenaicos, cuyas aguas terminan en el Ebro, estaban precedidos de una fuerte borrasca atlántica que barrió el Cantábrico de Oeste a Este generando lluvia a ambos lados de la cordillera, las más orientales de las cuales en su lado meridional preceden a aquellas en la cuenca alta del Ebro agudizando los efectos de las escorrentías posteriores. Así, en sólo el tiempo del paso de un ciclón extratropical se preparó una avenida fluvial, más aguda aunque también más fugaz que las de primavera, en toda la extensión de una cuenca notable como la del Ebro, aunque sólo fuera en su margen izquierda, y aparentemente extemporánea para su envergadura.
La realidad, sin embargo, gana muchas veces en complejidad a los análisis metodológicos. Y las fechas de las estaciones se solapan con frecuencia de unos años a otros, siguiendo más su factor climático que su ritmo astronómico. Para empezar es posible simplificar en casi toda la Península las cuatro estaciones astronómicas a sólo dos climáticas, primavera y otoño o invierno y verano (como se prefiera decir y en función de los parámetros que se analicen… o los gustos del analista, tal y como justifiqué a efectos del clima marítimo en mi artículo ‘Bases para una aproximación a la dinámica litoral del País Valenciano’, publicado en la Revista de Obras Públicas en febrero de 1982), con sendos breves períodos transitorios, típicamente entorno a noviembre y abril. No ocurre sólo en nuestras latitudes, pero, en lo que concierne a años concretos, meses típicos del otoño (o invierno) corresponden a su primavera (o verano), y recíprocamente. En consecuencia, no se puede desechar de ninguna manera la ocurrencia prematura de deshielos en los primeros ni la presencia de aguas del mar calientes en los segundos, lo que en cierto modo hibrida los datos de la observación de caudales, ya que no de las precipitaciones. Por ello, la observación conjunta de estas últimas y de los datos de las cuencas marinas relacionadas permitiría mayor finura del análisis y una más precisa identificación de las poblaciones estadísticas. ¿O, como tan de moda está en el último año, no?
Y mientras escribo esto me topo, y lo digo porque estoy viajando de Algeciras a Madrid y elijo la autovía de La Plata en vez de la A-IV, con la avenida del Guadalquivir. No es asimilable este valle, de influencia costera en su mayor parte, con el del Ebro, levantado y lacustre en su mayor extensión, pero también en él estas inundaciones otoñales tienen su factor principal en las masas de aire frío y seco en altura, que son causa tanto de las lluvias en los tramos bajos de la cuenca a la llegada de las borrascas atlánticas (ahora del Suroeste) como de las lluvias de cabecera producidas por la subsiguiente borrasca sur-mediterránea que envía vientos del Sureste sobre las aguas aún calientes del Mediterráneo.
En resumen, año de abundantes gotas frías, con aguas muy calientes en todos nuestros mares litorales, que se está resolviendo con importantes “riadas”, muchas, pero sin ninguna gran catástrofe por el momento. Y sin embargo los damnificados son muchos y se extienden por toda la geografía española; nadie parece estar a cubierto de una inundación. Y es, entonces, cuando proyectos como el SMARTeST, que se explicó en una noticia publicada en este espacio en septiembre, muestran su valor y oportunidad: lo relevante, tanto a nivel individual como colectivo, es mejorar la sensación de que estos fenómenos se pueden afrontar y superar eficazmente, manejando bien el capote como un buen torero, y usando como capote el conjunto de medidas que conduzcan a una mayor resiliencia frente a la inundación.
*Javier Díez González es catedrático de Puertos y Costas y de Oceanografía e Ingeniería Oceanográfica en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Caminos, Puertos y Canales de la Universidad Politécnica de Madrid. Dirige el Grupo de Investigación Medio Marino, Costero y Portuario y otras Áreas Sensibles.