'In the autumn floods and flash floods ... and other nautical curiosities'
Mon, 29/10/2012
Universidad Politécnica de Madrid
Se acuerda uno de santa Bárbara cuando suena, dice un refrán que, por lo visto, sigue estando vigente hoy, incluso en excelentes instituciones de este nunca bien ponderado país. En septiembre se publicó en este mismo espacio un artículo referente a un proyecto europeo (SMARTeST) —en el que el grupo de investigación que dirijo está implicado— que pretende promover la adopción de medidas, y tecnologías en general, que permitan una mejor acomodación (resiliencia) del medio urbano o urbanizado a las inundaciones (FRe).
No es España un área geográfica donde las inundaciones tengan una extensión mayor, pero sí lo es donde se sufren la mayor variabilidad e intensidad en las mismas. La orografía y las circunstancias climáticas propician sendas características. La variabilidad se complementa no sólo con la intensidad sino con la frecuencia, aunque, en contrapartida, con la relativamente escala reiterabilidad en un punto o lugar concretos (todos los años hay “riadas” en Levante, pero en cuencas o subcuencas distintas de la zona). Por esta razón, la memoria individual, incluso la colectiva, ha olvidado o tiende a olvidar la “riada” anterior cuando se produce la actual. Y de ahí que sistemáticamente se reincida en la ocupación de las áreas inundables para la ubicación de viviendas, industrias, ciudades…, lo que a la postre acentúa la frecuencia de los eventos más o menos catastróficos a pesar de las medidas para reducir su probabilidades de ocurrencia. Suceden sobre todo en otoño, con los primeros aires polares y las aguas calientes aún en los mares circundantes, pero también son más frecuentes en primavera con los deshielos.
He entrecomillado el término “riada” porque, con independencia de su adecuación a la realidad de nuestro país —no de la de todos—, resulta equívoco y puede inducir a error o imprecisión sobre las causas. Cierto que en casi todo nuestra orografía el peor momento de la inundación lo produce la avenida fluvial, esto es, se percibe al paso del pico de la avenida fluvial, incluso aunque de ríos “secos” se trate; pero no puede ignorarse el efecto en los daños finales derivados de la propia lluvia cuando es brusca e intensa y del rezumo de las aguas que previamente han saturado el terreno o que sobrepasan la capacidad de las redes de drenaje (incluso de las que “escorren” por las calles de la ciudad, no sólo por sus “viejas ramblas”).
Pero las más importantes “riadas” peninsulares se producen en el borde litoral y, dentro de él, en las planas costeras. Hay un fenómeno acuñado con el término “gota fría” que lo justifica. (Por cierto, aunque desde el “juicio de Tous” ha quedado claro, el término “gota” no indica esferoide de agua, sino de aire seco y muy frío establecido en altura procedente de masas polares impulsadas por los ciclones extra-tropicales; el agua que nos llueve es la que el viento trae evaporada de la superficie del mar de enfrente). Este fenómeno es responsable de inundaciones en cualquier parte de la geografía peninsular, pero en las costas (y no sólo las del Levante) funciona de modo singular. Al mismo tiempo que llueve, el viento marino que propicia la lluvia y la presión atmosférica que propicia el viento fuerzan una sobreelevación del nivel del mar (marea meteorológica), incrementada a su vez por el oleaje que dicho viento genera. Viento que transporta la humedad recogida de la evaporación de la cuenca marina correspondiente, la que, en movimiento convectivo impuesto por las cadenas elevadas litorales, condensa en la “fría gota” en altura y produce la lluvia.
Claro que para que esta sobreelevación se produzca se requiere de un tiempo de acción del viento para producirse, el tiempo que también requieren las cuencas costeras para permitir el proceso hidrológico de escorrentía y la formación de la avenida fluvial, a lo que se llama “riada”. Y bien, si el mar no suele llegar a entrar en las zonas planas próximas a la línea de costa, porque la propia morfodinámica costera genera berma, barreras y dunas y la fluvial cajeros del cauce que lo evitan, sí que al menos impide la evacuación de las aguas fluviales del continente por debajo de su nivel, forzando una elevación de los perfiles fluviales hacia aguas arriba e induciendo unas inundaciones fluviales de las cotas superiores a los previsibles.
Pudiera parecer que estos fenómenos pueden tener relevancia limitada pero mírense por un momento esos buques, que llevan varias semanas encallados en la playa del Saler y cuya única posibilidad para haberse elevado ahí, a profundidades tan escasas, fuera la de que la sobreelevación del mar los permitiera hacerlo, arrimados por los vientos y oleajes que la provocaron. Curiosa experiencia que debiera mostrarse todos los años hasta generar la adecuada memoria colectiva al respecto. Memoria colectiva que no puede resignar a restringir absolutamente la ocupación urbana de un territorio, pero sí a implementar los medios y las vías para conseguir una capacidad de respuesta y adaptación (resiliencia) adecuada.
*Javier Díez González es catedrático de Oceanografía en el Departamento de Ordenación, Urbanismo y Medioambiente de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de la Universidad Politécnica de Madrid. Dirige el Grupo de Investigación Medio Marino, Costero y Portuario y otras Áreas Sensibles.
No es España un área geográfica donde las inundaciones tengan una extensión mayor, pero sí lo es donde se sufren la mayor variabilidad e intensidad en las mismas. La orografía y las circunstancias climáticas propician sendas características. La variabilidad se complementa no sólo con la intensidad sino con la frecuencia, aunque, en contrapartida, con la relativamente escala reiterabilidad en un punto o lugar concretos (todos los años hay “riadas” en Levante, pero en cuencas o subcuencas distintas de la zona). Por esta razón, la memoria individual, incluso la colectiva, ha olvidado o tiende a olvidar la “riada” anterior cuando se produce la actual. Y de ahí que sistemáticamente se reincida en la ocupación de las áreas inundables para la ubicación de viviendas, industrias, ciudades…, lo que a la postre acentúa la frecuencia de los eventos más o menos catastróficos a pesar de las medidas para reducir su probabilidades de ocurrencia. Suceden sobre todo en otoño, con los primeros aires polares y las aguas calientes aún en los mares circundantes, pero también son más frecuentes en primavera con los deshielos.
He entrecomillado el término “riada” porque, con independencia de su adecuación a la realidad de nuestro país —no de la de todos—, resulta equívoco y puede inducir a error o imprecisión sobre las causas. Cierto que en casi todo nuestra orografía el peor momento de la inundación lo produce la avenida fluvial, esto es, se percibe al paso del pico de la avenida fluvial, incluso aunque de ríos “secos” se trate; pero no puede ignorarse el efecto en los daños finales derivados de la propia lluvia cuando es brusca e intensa y del rezumo de las aguas que previamente han saturado el terreno o que sobrepasan la capacidad de las redes de drenaje (incluso de las que “escorren” por las calles de la ciudad, no sólo por sus “viejas ramblas”).
Pero las más importantes “riadas” peninsulares se producen en el borde litoral y, dentro de él, en las planas costeras. Hay un fenómeno acuñado con el término “gota fría” que lo justifica. (Por cierto, aunque desde el “juicio de Tous” ha quedado claro, el término “gota” no indica esferoide de agua, sino de aire seco y muy frío establecido en altura procedente de masas polares impulsadas por los ciclones extra-tropicales; el agua que nos llueve es la que el viento trae evaporada de la superficie del mar de enfrente). Este fenómeno es responsable de inundaciones en cualquier parte de la geografía peninsular, pero en las costas (y no sólo las del Levante) funciona de modo singular. Al mismo tiempo que llueve, el viento marino que propicia la lluvia y la presión atmosférica que propicia el viento fuerzan una sobreelevación del nivel del mar (marea meteorológica), incrementada a su vez por el oleaje que dicho viento genera. Viento que transporta la humedad recogida de la evaporación de la cuenca marina correspondiente, la que, en movimiento convectivo impuesto por las cadenas elevadas litorales, condensa en la “fría gota” en altura y produce la lluvia.
Claro que para que esta sobreelevación se produzca se requiere de un tiempo de acción del viento para producirse, el tiempo que también requieren las cuencas costeras para permitir el proceso hidrológico de escorrentía y la formación de la avenida fluvial, a lo que se llama “riada”. Y bien, si el mar no suele llegar a entrar en las zonas planas próximas a la línea de costa, porque la propia morfodinámica costera genera berma, barreras y dunas y la fluvial cajeros del cauce que lo evitan, sí que al menos impide la evacuación de las aguas fluviales del continente por debajo de su nivel, forzando una elevación de los perfiles fluviales hacia aguas arriba e induciendo unas inundaciones fluviales de las cotas superiores a los previsibles.
Pudiera parecer que estos fenómenos pueden tener relevancia limitada pero mírense por un momento esos buques, que llevan varias semanas encallados en la playa del Saler y cuya única posibilidad para haberse elevado ahí, a profundidades tan escasas, fuera la de que la sobreelevación del mar los permitiera hacerlo, arrimados por los vientos y oleajes que la provocaron. Curiosa experiencia que debiera mostrarse todos los años hasta generar la adecuada memoria colectiva al respecto. Memoria colectiva que no puede resignar a restringir absolutamente la ocupación urbana de un territorio, pero sí a implementar los medios y las vías para conseguir una capacidad de respuesta y adaptación (resiliencia) adecuada.
*Javier Díez González es catedrático de Oceanografía en el Departamento de Ordenación, Urbanismo y Medioambiente de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de la Universidad Politécnica de Madrid. Dirige el Grupo de Investigación Medio Marino, Costero y Portuario y otras Áreas Sensibles.