Invaders of the ecosystem
Sun, 08/07/2012
La pesca de dos pequeños siluros en el lago de L'Albufera en las últimas semanas ha disparado la alarma en el parque natural ante la posibilidad de que esta especie arraigue en sus aguas. Viejo conocido de los embalses del Ebro, donde el gran tamaño que puede alcanzar -hasta dos metros y medio de longitud y más de 100 kilos de peso- anima el negocio en torno a la pesca deportiva, al siluro le han declarado la guerra en el parque. "Es un depredador muy activo, una amenaza para el ecosistema de L'Albufera", destaca el director del parque, José Segarra.
El siluro es solo uno de la treintena de animales y plantas de la lista negra de las especies exóticas invasoras en la Comunidad Valenciana, aquellas que ocupan el territorio y desplazan a la fauna y flora autóctonas hasta hacerlas incluso desaparecer. Su liberación o siembra en el medio natural, su transporte y comercio están prohibidos, según el decreto de especies invasoras de la Generalitat, aprobado en 2009 y que incluye una segunda lista de 35 plantas sometidas a un régimen de limitaciones para evitar su dispersión -la legislación estatal posterior, en revisión, ha ampliado el catálogo global-.
Erradicar a estas especies foráneas una vez se han adaptado al medio es en muchos casos una misión imposible. Pero aún sin garantías de éxito, la "detección temprana" del invasor es "muy importante para poder intervenir con rapidez" y poner coto a su expansión y al daño que provoca, señala Juan Jiménez, jefe de servicio de Biodiversidad y Medio Natural de la Consejería de Infraestructuras y Medio Ambiente. Eso es lo que se ha hecho en el caso del siluro en L'Albufera con un rastreo del lago en el que las brigadas de Biodiversidad han contado con la ayuda de las cofradías de pescadores, que temen que el pez más grande de aguas dulces de Europa, sin interés comercial, se zampe parte de su pesca y reduzca aún más la población en retroceso de especies locales como la llisa.
La consejería ha dado de momento por concluido el rastreo sin que hayan aparecido más ejemplares, pero retomará la búsqueda con la campaña de pesca en otoño.
De abrirse hueco, el siluro se uniría a otros depredadores indeseados con presencia mayor o menor en el lago, como la gambusia, introducida hace décadas para combatir al mosquito transmisor del paludismo, el lucio, la percasol, la lucioperca, el black bass, la carpa... "Solo faltaba el siluro. Aunque hay cosas peores, como las aguas negras de la paja del arroz o el cormorán", relativizaba estos días Miguel Raga, presidente de la cofradía de Catarroja, uno de cuyos miembros sacó del agua al primer siluro hallado en L'Albufera.
Como ha ocurrido con otras especies invasoras, hay sospechas de que el pez fue introducido deliberadamente en el parque natural. Así lo cree el concejal de Devesa Albufera, Vicente Aleixandre, que habla de un acto "de mala fe", y también lo sospechan en la consejería. "La introducción de una especie invasora puede ser objeto de infracción penal. Y tan burrada es provocar un incendio como meter una especie exótica invasora en un medio tan sensible como L'Albufera", subraya Segarra.
Plantas y animales extraños al entorno llegan de manera accidental -pegadas a cascos de barcos, escapadas de granjas de cría- o intencionada -abandono de mascotas o restos de poda de jardines, o suelta de especies cinegéticas o piscícolas-. Además de provocar la pérdida de biodiversidad, su expansión genera costes económicos a la producción agrícola, ganadera y forestal, e incluso problemas de salud pública (como el picotazo del mosquito tigre). También se ven afectadas infraestructuras, como en el caso del mejillón cebra, un molusco bivalvo procedente de los mares Negro y Caspio que coloniza canalizaciones y acequias hasta obstruirlas. Presente en varios embalses de la demarcación del Júcar, a día de hoy no existe ningún método que sirva para erradicarlo.
A todo ello se suma el coste de la Administración para intentar contener a los intrusos. Por ejemplo, retirar el jacinto de agua (del Amazonas), que cubre por completo ríos y lagos desplazando a la vegetación acuática autóctona, obliga a desembolsar sumas importantes. En la Comunidad Valenciana, esta planta arraigó en el Grau de Castellón, en el Albaida y el Algar, y solo una intervención temprana (con la ayuda de la Confederación Hidrográfica del Júcar) evitó que se convirtiera en una plaga. Ahora está confinada en algunas propiedades privadas, donde se mantiene el control. "Si no hubiéramos actuado rápido nos costaría millones. En el Guadiana gastan anualmente de uno a dos millones de euros para retirar el jacinto", explica Juan Jiménez.
Otro plagazo duro de combatir es la cylindropuntia rosea, un cactus mexicano que pudo extenderse desde algún jardín y que "se come el territorio" porque donde lo cubre "no se puede pisar", advierte el responsable de Biodiversidad. El cactus tiene unas espinas durísimas cubiertas con aguijones que actúan como arpones y son muy dolorosos de extraer cuando se clavan en la carne. Solo en Orihuela su erradicación, muy trabajosa, ha costado 800.000 euros, más lo invertido para que las brigadas de Medio Ambiente arrancaran el cactus de otra treintena de puntos hasta acorralarlo de momento en su "último bastión" en Llíria.
Otras muchas plantas exóticas movilizan a las brigadas para frenar su avance -el año pasado se eliminaron 16 toneladas de flora-. Lo mismo exige el intento de control de la fauna invasora, como muestra la captura en 2011 en la Comunidad Valenciana de 5.352 ejemplares de la tortuga de Florida -11.824 desde 2003- con aportación económica del proyecto europeo Life Trachemys. Su venta se prohibió después de que el abandono de ejemplares por parte de particulares en el medio provocara un rápido crecimiento de la población de esta tortuga exótica, que se considera una de las especies invasoras "más dañinas del mundo y una de las peores amenazas para los humedales valencianos", en concreto para los galápagos autóctonos, recuerda la consejería. Para reducir su presencia los nidos se buscan hasta con georradar.
Tampoco se puede perder de vista al visón americano, otra especie non grata que se fugó de criaderos y se instaló en la Comunidad Valenciana en los noventa. Come básicamente peces y mamíferos de ribera, pero se cuentan de él ataques a granjas de gallinas y conejos en Cataluña, y Aragón pide que se le mantenga vigilado en territorio valenciano para evitar su expansión -en 2011 se capturaron 45 con trampas, según los datos de la consejería-.
Otro animal que debió decepcionar como mascota a sus dueños y acabó liberado es el mapache, cuyo control para que no se desmadre Jiménez califica de "exitoso" después de que saltara la alerta al llegar a los centros de recuperación de fauna más de 20 ejemplares en dos años. "Es una máquina, muy inteligente y capaz de mover un pestillo. Come de todo, desde ranas y peces a basura, y ataca los nidos de patos y galápagos", cuenta.
También es una "historia de éxito" la contención de la malvasía americana en los humedales del sur de Alicante, donde se lió con la autóctona, la cabeciblanca, y amenazaba con diluir sus genes. En la caza de este pato ha tenido que colaborar Inglaterra, donde es un ave muy querida, para impedir que continuara su expansión europea.
Imposible de detener ha sido el cangrejo rojo americano, que se desmadró por los ríos y humedales valencianos a partir de una introducción consciente para su explotación comercial en los años setenta. Agresivo con la fauna acuática, también destroza las motas de los campos de arroz al excavar galerías. Su población, no obstante, ha acabado bajando, al menos en L'Albufera, con la ayuda de un aliado natural, ya que "se lo comen las garzas", señala el director del parque.
Un gran problema son los peces invasores. Así lo refleja una estadística de 100.000 capturas entre 1990 y 2011: las 27 especies autóctonas supusieron el 54,6% de esa pesca, y solo 11 exóticas acapararon el 45,1%. Los números evidencian la capacidad de las especies exóticas invasoras para transformar el medio, reproducirse y espantar a las de casa.
La Generalitat dispone de una red de alertas (invasoras@gva.es) y de agentes medioambientales formados para detectar especies invasoras. En esa red de alerta entró en 2011 la almeja asiática, hallada en el Júcar en Antella por el entomólogo Juan Rueda, y también un pez originario del Amazonas que nadaba en aguas del Estany del Duc (Gandia).
Como parte del trabajo preventivo y de divulgación del problema de las invasoras, se lanzó también en 2011 una campaña de información preventiva en el parque de L'Albufera sobre la invasión del caracol manzana, que escapó de una piscifactoría al parque del Delta del Ebro y es un voraz consumidor de plantas acuáticas y un peligro para el cultivo del arroz. También se realizaron 65 inspecciones en comercios de fauna y flora, y en 16 de hallaron especies prohibidas.
La Unión Europea, a través del Feader (Fondo Europeo Agrícola de Desarrollo Rural), ayuda económicamente en el desarrollo de programas para combatir a las especies invasoras. Porque el problema es global, cruza fronteras y se plantea casi "como una guerra", señala Jiménez, "en la que debes tener estrategia: buscar los puntos flacos del enemigo, reunir tus tanques, buscar aliados y lanzar el ataque".
El siluro es solo uno de la treintena de animales y plantas de la lista negra de las especies exóticas invasoras en la Comunidad Valenciana, aquellas que ocupan el territorio y desplazan a la fauna y flora autóctonas hasta hacerlas incluso desaparecer. Su liberación o siembra en el medio natural, su transporte y comercio están prohibidos, según el decreto de especies invasoras de la Generalitat, aprobado en 2009 y que incluye una segunda lista de 35 plantas sometidas a un régimen de limitaciones para evitar su dispersión -la legislación estatal posterior, en revisión, ha ampliado el catálogo global-.
Erradicar a estas especies foráneas una vez se han adaptado al medio es en muchos casos una misión imposible. Pero aún sin garantías de éxito, la "detección temprana" del invasor es "muy importante para poder intervenir con rapidez" y poner coto a su expansión y al daño que provoca, señala Juan Jiménez, jefe de servicio de Biodiversidad y Medio Natural de la Consejería de Infraestructuras y Medio Ambiente. Eso es lo que se ha hecho en el caso del siluro en L'Albufera con un rastreo del lago en el que las brigadas de Biodiversidad han contado con la ayuda de las cofradías de pescadores, que temen que el pez más grande de aguas dulces de Europa, sin interés comercial, se zampe parte de su pesca y reduzca aún más la población en retroceso de especies locales como la llisa.
La consejería ha dado de momento por concluido el rastreo sin que hayan aparecido más ejemplares, pero retomará la búsqueda con la campaña de pesca en otoño.
De abrirse hueco, el siluro se uniría a otros depredadores indeseados con presencia mayor o menor en el lago, como la gambusia, introducida hace décadas para combatir al mosquito transmisor del paludismo, el lucio, la percasol, la lucioperca, el black bass, la carpa... "Solo faltaba el siluro. Aunque hay cosas peores, como las aguas negras de la paja del arroz o el cormorán", relativizaba estos días Miguel Raga, presidente de la cofradía de Catarroja, uno de cuyos miembros sacó del agua al primer siluro hallado en L'Albufera.
Como ha ocurrido con otras especies invasoras, hay sospechas de que el pez fue introducido deliberadamente en el parque natural. Así lo cree el concejal de Devesa Albufera, Vicente Aleixandre, que habla de un acto "de mala fe", y también lo sospechan en la consejería. "La introducción de una especie invasora puede ser objeto de infracción penal. Y tan burrada es provocar un incendio como meter una especie exótica invasora en un medio tan sensible como L'Albufera", subraya Segarra.
Plantas y animales extraños al entorno llegan de manera accidental -pegadas a cascos de barcos, escapadas de granjas de cría- o intencionada -abandono de mascotas o restos de poda de jardines, o suelta de especies cinegéticas o piscícolas-. Además de provocar la pérdida de biodiversidad, su expansión genera costes económicos a la producción agrícola, ganadera y forestal, e incluso problemas de salud pública (como el picotazo del mosquito tigre). También se ven afectadas infraestructuras, como en el caso del mejillón cebra, un molusco bivalvo procedente de los mares Negro y Caspio que coloniza canalizaciones y acequias hasta obstruirlas. Presente en varios embalses de la demarcación del Júcar, a día de hoy no existe ningún método que sirva para erradicarlo.
A todo ello se suma el coste de la Administración para intentar contener a los intrusos. Por ejemplo, retirar el jacinto de agua (del Amazonas), que cubre por completo ríos y lagos desplazando a la vegetación acuática autóctona, obliga a desembolsar sumas importantes. En la Comunidad Valenciana, esta planta arraigó en el Grau de Castellón, en el Albaida y el Algar, y solo una intervención temprana (con la ayuda de la Confederación Hidrográfica del Júcar) evitó que se convirtiera en una plaga. Ahora está confinada en algunas propiedades privadas, donde se mantiene el control. "Si no hubiéramos actuado rápido nos costaría millones. En el Guadiana gastan anualmente de uno a dos millones de euros para retirar el jacinto", explica Juan Jiménez.
Otro plagazo duro de combatir es la cylindropuntia rosea, un cactus mexicano que pudo extenderse desde algún jardín y que "se come el territorio" porque donde lo cubre "no se puede pisar", advierte el responsable de Biodiversidad. El cactus tiene unas espinas durísimas cubiertas con aguijones que actúan como arpones y son muy dolorosos de extraer cuando se clavan en la carne. Solo en Orihuela su erradicación, muy trabajosa, ha costado 800.000 euros, más lo invertido para que las brigadas de Medio Ambiente arrancaran el cactus de otra treintena de puntos hasta acorralarlo de momento en su "último bastión" en Llíria.
Otras muchas plantas exóticas movilizan a las brigadas para frenar su avance -el año pasado se eliminaron 16 toneladas de flora-. Lo mismo exige el intento de control de la fauna invasora, como muestra la captura en 2011 en la Comunidad Valenciana de 5.352 ejemplares de la tortuga de Florida -11.824 desde 2003- con aportación económica del proyecto europeo Life Trachemys. Su venta se prohibió después de que el abandono de ejemplares por parte de particulares en el medio provocara un rápido crecimiento de la población de esta tortuga exótica, que se considera una de las especies invasoras "más dañinas del mundo y una de las peores amenazas para los humedales valencianos", en concreto para los galápagos autóctonos, recuerda la consejería. Para reducir su presencia los nidos se buscan hasta con georradar.
Tampoco se puede perder de vista al visón americano, otra especie non grata que se fugó de criaderos y se instaló en la Comunidad Valenciana en los noventa. Come básicamente peces y mamíferos de ribera, pero se cuentan de él ataques a granjas de gallinas y conejos en Cataluña, y Aragón pide que se le mantenga vigilado en territorio valenciano para evitar su expansión -en 2011 se capturaron 45 con trampas, según los datos de la consejería-.
Otro animal que debió decepcionar como mascota a sus dueños y acabó liberado es el mapache, cuyo control para que no se desmadre Jiménez califica de "exitoso" después de que saltara la alerta al llegar a los centros de recuperación de fauna más de 20 ejemplares en dos años. "Es una máquina, muy inteligente y capaz de mover un pestillo. Come de todo, desde ranas y peces a basura, y ataca los nidos de patos y galápagos", cuenta.
También es una "historia de éxito" la contención de la malvasía americana en los humedales del sur de Alicante, donde se lió con la autóctona, la cabeciblanca, y amenazaba con diluir sus genes. En la caza de este pato ha tenido que colaborar Inglaterra, donde es un ave muy querida, para impedir que continuara su expansión europea.
Imposible de detener ha sido el cangrejo rojo americano, que se desmadró por los ríos y humedales valencianos a partir de una introducción consciente para su explotación comercial en los años setenta. Agresivo con la fauna acuática, también destroza las motas de los campos de arroz al excavar galerías. Su población, no obstante, ha acabado bajando, al menos en L'Albufera, con la ayuda de un aliado natural, ya que "se lo comen las garzas", señala el director del parque.
Un gran problema son los peces invasores. Así lo refleja una estadística de 100.000 capturas entre 1990 y 2011: las 27 especies autóctonas supusieron el 54,6% de esa pesca, y solo 11 exóticas acapararon el 45,1%. Los números evidencian la capacidad de las especies exóticas invasoras para transformar el medio, reproducirse y espantar a las de casa.
La Generalitat dispone de una red de alertas (invasoras@gva.es) y de agentes medioambientales formados para detectar especies invasoras. En esa red de alerta entró en 2011 la almeja asiática, hallada en el Júcar en Antella por el entomólogo Juan Rueda, y también un pez originario del Amazonas que nadaba en aguas del Estany del Duc (Gandia).
Como parte del trabajo preventivo y de divulgación del problema de las invasoras, se lanzó también en 2011 una campaña de información preventiva en el parque de L'Albufera sobre la invasión del caracol manzana, que escapó de una piscifactoría al parque del Delta del Ebro y es un voraz consumidor de plantas acuáticas y un peligro para el cultivo del arroz. También se realizaron 65 inspecciones en comercios de fauna y flora, y en 16 de hallaron especies prohibidas.
La Unión Europea, a través del Feader (Fondo Europeo Agrícola de Desarrollo Rural), ayuda económicamente en el desarrollo de programas para combatir a las especies invasoras. Porque el problema es global, cruza fronteras y se plantea casi "como una guerra", señala Jiménez, "en la que debes tener estrategia: buscar los puntos flacos del enemigo, reunir tus tanques, buscar aliados y lanzar el ataque".