Latin America should guarantee the success of the Rio Summit
Sun, 17/06/2012
Los Gobiernos de América Latina tienen una oportunidad histórica para garantizar el bienestar futuro de sus pueblos cuando se reúnan este mes en Río de Janeiro en la conferencia de las Naciones Unidas sobre desarrollo sostenible.
Esta conferencia buscará un acuerdo entre los países ricos y pobres acerca de cómo alcanzar los tres objetivos de promover el crecimiento económico y superar la pobreza; aumentar la justicia social y reducir la desigualdad; y proteger el medio ambiente y nuestros espacios comunes, tales como los océanos y la atmósfera.
Sin embargo, ha habido muchas sugerencias de que estos tres objetivos están en conflicto y que el éxito en alcanzar uno exige sacrificar otro. Algunos han argumentado incluso que la protección del medio ambiente puede o incluso debe ser relegada a los otros dos objetivos. Esta es una gran confusión. De hecho, los tres objetivos se refuerzan mutuamente y no pueden ser alcanzados sin los otros.
Muchas personas pobres de América Latina y el Caribe dependen de los bosques y la pesca para su sustento. Si estos recursos preciosos no están manejados de una manera sostenible se agotan, amenazando las perspectivas económicas de las comunidades que dependen de ellos. Los pobres son, además, las personas que están más expuestas y vulnerables a los riesgos de la falta de agua o aire limpios y a las inundaciones generadas por el pobre manejo de las cuencas fluviales.
El mal manejo del medio ambiente tiene costes económicos inmensos, que generan una amenaza seria para las vidas y el sustento de los habitantes pobres de la región. Un informe reciente de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) calcula que el cambio climático generará costes en la región que superan los 100.000 millones de dólares por año hacia 2050 si la temperatura promedio aumenta dos grados centígrados por encima del promedio del siglo XIX. Un calentamiento global aún mayor tendría efectos económicos y consecuencias sociales devastadores para la región, que podrían incluir la migración de millones de personas y riesgos de conflictos.
Los países del mundo acordaron en la conferencia de la ONU sobre cambio climático que se celebró en Cancún en diciembre de 2010 que las emisiones de gases con efecto invernadero deberían reducirse para evitar un calentamiento global de más de dos grados centígrados. Para tener una probabilidad razonable de alcanzar este objetivo, dichas emisiones deben reducirse de su nivel actual de 50.000 millones de toneladas a menos de 35.000 millones en 2030 y muy por debajo de 20.000 millones en 2050.
Ya que la población mundial alcanzará unos 9.000 millones de personas en 2050, esto significa que las emisiones deberán reducirse en el mundo a no más de 2 toneladas per cápita. El promedio actual de dichas emisiones es de alrededor de 7 toneladas. Las emisiones de gases con efecto invernadero de América Latina son de 4.700 millones de toneladas, o sea alrededor de 8 por habitante.
Los países ricos son claramente responsables por la mayoría abrumadora de las emisiones históricas y todavía emiten muchas veces más que el promedio mundial. Por ejemplo, Estados Unidos emite alrededor de 22,1 toneladas per cápita y la Unión Europea unas 9,4 toneladas. Por eso, esos países deben liderar con su ejemplo reduciendo masivamente sus emisiones.
Pero aun si los países ricos pudiesen eliminar sus emisiones en 2030, el resto del mundo deberá reducir las suyas por debajo de 5 toneladas per cápita en 2030 y 2,5 en 2050 para mantener una trayectoria de emisiones mundiales consistente con el objetivo de evitar un calentamiento superior a dos grados centígrados.
Aunque este es un desafío inmenso, muchos países latinoamericanos y caribeños están mostrando ya liderazgo a través del diseño de planes para adaptarse a los efectos del cambio climático que ya no pueden evitarse y reducir sus emisiones para eliminar los riesgos de un calentamiento aún mayor.
México ha aprobado una nueva legislación que establece objetivos ambiciosos de desarrollo de energías renovables y el compromiso de reducir sus emisiones en un 30% para 2030 y un 50% para 2050 en comparación con un escenario de tendencia. Colombia ha incorporado en su Plan Nacional de Desarrollo de 2010-2014 un plan de adaptación al cambio climático y estrategias para un desarrollo bajo en carbono y para reducir la deforestación. Se espera que Brasil continúe sus esfuerzos para reducir la deforestación, que ya se han reflejado en una disminución del ritmo de reducción de la cobertura de los bosques. La lucha contra la deforestación en la región tiene importancia mundial y tiene que ser intensificada.
También hay oportunidades económicas significativas asociadas a un crecimiento con bajo contenido de carbono, en especial la de estar al frente de la nueva revolución industrial y energética que ya ha comenzado. En contraste, si la región no se incorpora en este proceso corre el riesgo de quedar rezagada en la nueva revolución tecnológica asociada al combate al cambio climático. Y como lo señala el acuerdo de Cancún, la reducción de gases con efecto invernadero debe ser consistente con la equidad social, en particular con el acceso equitativo al desarrollo sostenible.
La cumbre de Río de Janeiro que se celebrará este mes proporciona una oportunidad para que los países latinoamericanos y caribeños demuestren su liderazgo en relación con el cambio climático y el desarrollo sostenible. La Cumbre de la Tierra de Río de 1992 fue un hito en la región en términos de cambios institucionales para incorporar para objetivos de desarrollo sostenible. Pero el mundo no ha hecho lo suficiente para alcanzar la visión de 1992. Este retraso es destructivo y peligroso. La humanidad no puede desaprovechar esta oportunidad para acelerar sus esfuerzos comunes en este campo. -
José Antonio Ocampo es profesor de la Universidad de Columbia y ha sido secretario general adjunto de las Naciones Unidas para Asuntos Económicos y Sociales y ministro de Hacienda de Colombia. Nicholas Stern preside el Instituto Grantham sobre Cambio Climático y Medio Ambiente de la London School of Economics and Political Science y ha sido economista jefe del Banco Mundial.
Esta conferencia buscará un acuerdo entre los países ricos y pobres acerca de cómo alcanzar los tres objetivos de promover el crecimiento económico y superar la pobreza; aumentar la justicia social y reducir la desigualdad; y proteger el medio ambiente y nuestros espacios comunes, tales como los océanos y la atmósfera.
Sin embargo, ha habido muchas sugerencias de que estos tres objetivos están en conflicto y que el éxito en alcanzar uno exige sacrificar otro. Algunos han argumentado incluso que la protección del medio ambiente puede o incluso debe ser relegada a los otros dos objetivos. Esta es una gran confusión. De hecho, los tres objetivos se refuerzan mutuamente y no pueden ser alcanzados sin los otros.
Muchas personas pobres de América Latina y el Caribe dependen de los bosques y la pesca para su sustento. Si estos recursos preciosos no están manejados de una manera sostenible se agotan, amenazando las perspectivas económicas de las comunidades que dependen de ellos. Los pobres son, además, las personas que están más expuestas y vulnerables a los riesgos de la falta de agua o aire limpios y a las inundaciones generadas por el pobre manejo de las cuencas fluviales.
El mal manejo del medio ambiente tiene costes económicos inmensos, que generan una amenaza seria para las vidas y el sustento de los habitantes pobres de la región. Un informe reciente de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) calcula que el cambio climático generará costes en la región que superan los 100.000 millones de dólares por año hacia 2050 si la temperatura promedio aumenta dos grados centígrados por encima del promedio del siglo XIX. Un calentamiento global aún mayor tendría efectos económicos y consecuencias sociales devastadores para la región, que podrían incluir la migración de millones de personas y riesgos de conflictos.
Los países del mundo acordaron en la conferencia de la ONU sobre cambio climático que se celebró en Cancún en diciembre de 2010 que las emisiones de gases con efecto invernadero deberían reducirse para evitar un calentamiento global de más de dos grados centígrados. Para tener una probabilidad razonable de alcanzar este objetivo, dichas emisiones deben reducirse de su nivel actual de 50.000 millones de toneladas a menos de 35.000 millones en 2030 y muy por debajo de 20.000 millones en 2050.
Ya que la población mundial alcanzará unos 9.000 millones de personas en 2050, esto significa que las emisiones deberán reducirse en el mundo a no más de 2 toneladas per cápita. El promedio actual de dichas emisiones es de alrededor de 7 toneladas. Las emisiones de gases con efecto invernadero de América Latina son de 4.700 millones de toneladas, o sea alrededor de 8 por habitante.
Los países ricos son claramente responsables por la mayoría abrumadora de las emisiones históricas y todavía emiten muchas veces más que el promedio mundial. Por ejemplo, Estados Unidos emite alrededor de 22,1 toneladas per cápita y la Unión Europea unas 9,4 toneladas. Por eso, esos países deben liderar con su ejemplo reduciendo masivamente sus emisiones.
Pero aun si los países ricos pudiesen eliminar sus emisiones en 2030, el resto del mundo deberá reducir las suyas por debajo de 5 toneladas per cápita en 2030 y 2,5 en 2050 para mantener una trayectoria de emisiones mundiales consistente con el objetivo de evitar un calentamiento superior a dos grados centígrados.
Aunque este es un desafío inmenso, muchos países latinoamericanos y caribeños están mostrando ya liderazgo a través del diseño de planes para adaptarse a los efectos del cambio climático que ya no pueden evitarse y reducir sus emisiones para eliminar los riesgos de un calentamiento aún mayor.
México ha aprobado una nueva legislación que establece objetivos ambiciosos de desarrollo de energías renovables y el compromiso de reducir sus emisiones en un 30% para 2030 y un 50% para 2050 en comparación con un escenario de tendencia. Colombia ha incorporado en su Plan Nacional de Desarrollo de 2010-2014 un plan de adaptación al cambio climático y estrategias para un desarrollo bajo en carbono y para reducir la deforestación. Se espera que Brasil continúe sus esfuerzos para reducir la deforestación, que ya se han reflejado en una disminución del ritmo de reducción de la cobertura de los bosques. La lucha contra la deforestación en la región tiene importancia mundial y tiene que ser intensificada.
También hay oportunidades económicas significativas asociadas a un crecimiento con bajo contenido de carbono, en especial la de estar al frente de la nueva revolución industrial y energética que ya ha comenzado. En contraste, si la región no se incorpora en este proceso corre el riesgo de quedar rezagada en la nueva revolución tecnológica asociada al combate al cambio climático. Y como lo señala el acuerdo de Cancún, la reducción de gases con efecto invernadero debe ser consistente con la equidad social, en particular con el acceso equitativo al desarrollo sostenible.
La cumbre de Río de Janeiro que se celebrará este mes proporciona una oportunidad para que los países latinoamericanos y caribeños demuestren su liderazgo en relación con el cambio climático y el desarrollo sostenible. La Cumbre de la Tierra de Río de 1992 fue un hito en la región en términos de cambios institucionales para incorporar para objetivos de desarrollo sostenible. Pero el mundo no ha hecho lo suficiente para alcanzar la visión de 1992. Este retraso es destructivo y peligroso. La humanidad no puede desaprovechar esta oportunidad para acelerar sus esfuerzos comunes en este campo. -
José Antonio Ocampo es profesor de la Universidad de Columbia y ha sido secretario general adjunto de las Naciones Unidas para Asuntos Económicos y Sociales y ministro de Hacienda de Colombia. Nicholas Stern preside el Instituto Grantham sobre Cambio Climático y Medio Ambiente de la London School of Economics and Political Science y ha sido economista jefe del Banco Mundial.