Water: feelings, reasons, commitment
Mon, 13/02/2012
No es extraño que la pretensión de recuperar el Plan Hidrológico Nacional (PHN) coincida con un invierno seco. En la península Ibérica son frecuentes las sequías. Sequías muy perjudiciales incluso para el consumo doméstico, como pudimos comprobar en el 2008 en Catalunya. Es loable que el ministro Arias Cañete quiera dar respuesta al endémico problema. Aunque el remedio nunca puede ser peor que la enfermedad: la guerra del agua del Ebro que desató el PHN durante la presidencia de Aznar no debe reproducirse. Las comarcas catalanas del Ebro reaccionaron con gran irritación a lo que consideraban un expolio, y el conjunto de la sociedad, sensible por una vez al fluvial y periférico territorio, se agrupó en contra del trasvase al litoral levantino. Truncado a la postre por Zapatero, el trasvase creó tensiones en la política catalana, que perjudicaron a CiU. El episodio dejó como herencia un tabú: el agua del Ebro es intocable. Catalunya se sumaba a la oposición absoluta al trasvase del Ebro iniciada por Aragón. Pero el daño externo cosechado por Catalunya también fue extraordinario: Valencia y Murcia consideraron la oposición catalana un verdadero casus belli que confirmó enraizados prejuicios y distancias.
Pero la realidad es tozuda. La escasez de agua es una espada de Damocles que amenaza las necesidades presentes y futuras. Es cierto que gracias al episodio del 2008 la ciudadanía catalana ha aprendido a ahorrar el agua. Y las desaladoras garantizan alternativas. Pero la desalación es carísima en costes de energía, y más lo será en el futuro. Se impone, pues, una revisión a fondo de las necesidades de agua catalana. Sin tabúes, pues, a corto o medio plazo, las carencias pueden ser graves. Es suicida plantear la cuestión en términos numantinos, como se hizo para defender el Ebro catalán en los años del primer PHN. Y lo es por dos razones. Impide a Catalunya contemplar el problema de sus necesidades de agua más allá de sus sobreexplotadas cuencas interiores (a partir del embalse de Sau, el Ter está por debajo del caudal establecido por la ley que permitió el trasvase de dicho río a Barcelona).Y es suicida también porque enfrenta a Catalunya con la Comunidad Valenciana, a la que nos vinculan intereses relevantes (eje mediterráneo). Deberíamos poder defender dichos intereses con inteligencia emocional.
Los sentimientos no pueden determinar las necesidades. La Catalunya del Ebro tiene que ser defendida y protegida, pero no con manifestaciones retóricas, sino con proyectos de desarrollo. Y los proyectos existen. El Compromís per Lleida, por ejemplo, los ha explicado con paciente reiteración, apoyándose en los estudios de reputados expertos como el catedrático Josep Dolz (UPC). Sin descartar el recurso del Ródano y después de perseguir la máxima eficiencia en los usos agrario e industrial, Compromís per Lleida propone una visión mancomunada del agua catalana mediante una red de trasvases y enlaces que tendrían su punto de partida en los dos Noguera y el Segre. La red permitiría salvar el Ter, mantener el delta del Ebro, potenciar las comarcas de Lleida, satisfacer las necesidades de Barcelona y facilitar agua para usos agrícolas a la Comunidad Valenciana. Antes de que los sentimientos una vez más se apoderen de la política, Catalunya y su Govern deberían escuchar dichas propuestas. Podrían servir de base a una inteligente aportación catalana al nuevo PHN que quiere impulsar Arias Cañete.
Pero la realidad es tozuda. La escasez de agua es una espada de Damocles que amenaza las necesidades presentes y futuras. Es cierto que gracias al episodio del 2008 la ciudadanía catalana ha aprendido a ahorrar el agua. Y las desaladoras garantizan alternativas. Pero la desalación es carísima en costes de energía, y más lo será en el futuro. Se impone, pues, una revisión a fondo de las necesidades de agua catalana. Sin tabúes, pues, a corto o medio plazo, las carencias pueden ser graves. Es suicida plantear la cuestión en términos numantinos, como se hizo para defender el Ebro catalán en los años del primer PHN. Y lo es por dos razones. Impide a Catalunya contemplar el problema de sus necesidades de agua más allá de sus sobreexplotadas cuencas interiores (a partir del embalse de Sau, el Ter está por debajo del caudal establecido por la ley que permitió el trasvase de dicho río a Barcelona).Y es suicida también porque enfrenta a Catalunya con la Comunidad Valenciana, a la que nos vinculan intereses relevantes (eje mediterráneo). Deberíamos poder defender dichos intereses con inteligencia emocional.
Los sentimientos no pueden determinar las necesidades. La Catalunya del Ebro tiene que ser defendida y protegida, pero no con manifestaciones retóricas, sino con proyectos de desarrollo. Y los proyectos existen. El Compromís per Lleida, por ejemplo, los ha explicado con paciente reiteración, apoyándose en los estudios de reputados expertos como el catedrático Josep Dolz (UPC). Sin descartar el recurso del Ródano y después de perseguir la máxima eficiencia en los usos agrario e industrial, Compromís per Lleida propone una visión mancomunada del agua catalana mediante una red de trasvases y enlaces que tendrían su punto de partida en los dos Noguera y el Segre. La red permitiría salvar el Ter, mantener el delta del Ebro, potenciar las comarcas de Lleida, satisfacer las necesidades de Barcelona y facilitar agua para usos agrícolas a la Comunidad Valenciana. Antes de que los sentimientos una vez más se apoderen de la política, Catalunya y su Govern deberían escuchar dichas propuestas. Podrían servir de base a una inteligente aportación catalana al nuevo PHN que quiere impulsar Arias Cañete.