OP

    REVISTA DEL COLEGIO DE INGENIEROS DE CAMINOS, CANALES Y PUERTOS
Nº 47
AÑO 1999
RÍO Y CIUDAD, Volumen II

Río, ciudad y puente

F. Javier Rubiato Lacambra (*)

* Doctor en Historia del Arte. Profesor de la Universidad de Córdoba.

INTRODUCCIÓN

UN POCO DE HISTORIA

RÍO Y CIUDAD

EL PUENTE EN LA CIUDAD. SÍMBOLO Y FUNCIONES


Descriptores: Río y ciudad, Puente, Historia, Símbolo y usos, Crecimiento

Como es bien sabido, el origen de la ciudad está íntimamente relacionado con el río. La necesidad de aprovisionamiento de agua llevó a los primeros fundadores de asentamientos en el Neolítico a elegir las orillas de los cauces e incluso las islas formadas dentro de los mismos como lugares óptimos para la fundación de sus poblados.1 Las ventajas de la presencia de la corriente fluvial siempre superaban los ocasionales problemas que del régimen hidráulico se podían derivar. Pero el río, además de fuente de aprovisionamiento de agua, pronto se convirtió en el límite del territorio urbano, límite que dejó de ser barrera con la presencia del puente. Surge de este modo el puente como elemento clave en la relación entre el río y la ciudad, convirtiéndose éste en el nexo común entre la urbe y el territorio circundante.

A primera vista parece lógico pensar que en la interrelación ciudad-río ésta genera la necesidad del puente, por lo que el origen del mismo estaría en conexión con la existencia previa del núcleo urbano. En gran número de ocasiones así sucede. En otras, el origen de ambos, puente y ciudad, se desdibuja con la distancia del tiempo sin poder discernirse claramente la anterioridad de uno de los dos elementos, como sucede en Córdoba y su puente antiguo.2 Incluso la secuencia de los acontecimientos fundacionales puede ser inversa, de tal modo que el origen del núcleo urbano se deba a la existencia previa de un vado o primitivo puente. Éste sería el caso de la ciudad de Andújar, antigua Iliturgi, a las orillas del Guadalquivir.

Por otra parte, el río como barrera puede separar por su naturaleza localidades dispuestas en sus orillas. En estas circunstancias la construcción de un puente entre dos núcleos preexistentes puede suponer la fusión de ambos en uno sólo, como sucedió en 1834 con Miragenil y Puente de Don Gonzalo, poblaciones pertenecientes a distintas provincias, Sevilla y Córdoba, respectivamente, que se fusionaron en la actualmente conocida villa de Puente Genil, siendo adjudicada administrativamente a la segunda de las citadas provincias. Es por tanto evidente la necesidad de reflexionar sobre el puente como elemento ligado al río y a la ciudad ya desde su origen.

Un poco de historia

Para observar dicha relación es preciso retrotraerse en el tiempo aunque de manera sucinta. A pesar de la proximidad a las corrientes fluviales los poblamientos neolíticos debieron de carecer de puentes. En su lugar se emplearon pequeñas embarcaciones o balsas, sin duda precarias, por la escasez de medios. No se debe escapar la idea de que la corriente fluvial también servía de margen de seguridad para esos primitivos núcleos urbanos. La utilización de la barca debió de ser común a las primitivas civilizaciones: Egipto, Mesopotamia, India, etc., aunque no es de descartar la posible existencia de pasarelas construidas con troncos y cuerdas al modo como realizan sus puentes los pueblos primitivos actuales.3

Fig. 1. Puente medieval de Besalú, sobre el Fluvià. Girona.

Fig. 2. Puente sobre el Genil en Puente Genil. Siglo XVI. Córdoba.

El afán expansionista de Roma lleva a esta civilización por primera vez a la sistematización en la construcción de puentes. El dominio de la técnica y de los materiales fue todo lo perfecto que los medios a su alcance permitían. Pero si se analiza la construcción de sus puentes en relación con sus ríos y ciudades, éstos responden al concepto territorial o rural y no urbano, aunque existieron también interesantes ejemplos en la metrópoli. El motivo de este hecho se debe a la idea de ocupación completa del territorio.4 La presencia de puentes romanos en nuestras ciudades se justifica por formar parte de las calzadas de aproximación a las mismas, por lo que pueden ser calificados como periurbanos, a pesar de que el crecimiento progresivo de las ciudades los haya englobado en su entramado.

Durante el Medievo la inestabilidad política y la atomización del poder llevó a que el río fuera utilizado no sólo como medio de aprovisionamiento de agua y recursos sino también haciendo las funciones de foso, que posibilitaba el aislamiento de la población frente a un eventual ataque. Junto a él la ciudad se fortalece, amurallando su perímetro. El puente, como elemento de conexión con el territorio, no quedó libre de dicha tendencia y por ello también se le añadieron aditamentos tales como torres, almenas, matacanes, etc., que lo fortificaban. Así ocurrió que pasó de ser un elemento de conexión con el marco circundante a constituirse en puerta que no sólo permitía la entrada como tradicionalmente venía siendo habitual sino que además ejercía un control sobre la misma. Curiosamente, en esta situación el puente adquiere el rango de elemento urbano de defensa como parte imprescindible de la ciudad. Fueron numerosos los ejemplos en nuestro país, aunque hoy, lamentablemente, queden pocos. De los más representativos son el puente medieval de Besalú, en Girona, sobre el Fluvià, o los de Alcántara y San Martín, de Toledo, sobre el Tajo.5

Con el Renacimiento, siglos XV y XVI, las ciudades vuelven a abrirse al territorio y con ello al río, produciéndose al tiempo una vuelta al estudio de la obra clásica, en este caso romana. Es especial en nuestro territorio esta relación, como se demuestra en la utilización mayoritaria de bóvedas de cañón frente a las rebajadas, que ya por aquel tiempo empiezan a hacer su aparición en Italia.6 Es el momento de las monarquías autoritarias que, apoyadas en el pueblo, contrarrestan el poder de los grandes señores feudales. Aquí, en España, los Reyes Católicos fomentarán en pequeñas y grandes ciudades la renovación de sus puentes o la construcción de nuevos.7 Entre ellas cabe destacar Montoro, cuyo puente se construyó entre 1498 y 1550, o el puente de la ya citada Puente Genil, obra de Hernán Ruiz, realizada entre 1561 y 1568.8 Esta misma línea de actuación es seguida durante la centuria siguiente. Así se construyó el lamentablemente hoy desaparecido puente Viejo de Castro del Río, sobre el Guadajoz, en la provincia de Córdoba. En palabras de Steinmann referidas al Renacimiento, “… el hombre empezó a mirar a los puentes como obras de arte ciudadanas de las que podía enorgullecerse”.9

En tiempos del Barroco, y con los nuevos ideales estéticos, la ciudad se embellece. El río, como elemento que es del paisaje, se procura integrar en provecho propio para realzar los efectos escenográficos que se buscan en la urbe. Por su parte el puente se constituirá como pieza clave de dicho engrandecimiento, tanto en el interior de las poblaciones como en el exterior de las mismas. En este sentido tendrán especial importancia las posibles entradas reales a las ciudades, utilizándose el puente como prolongación de largas avenidas. Como ejemplo cabe citar la construcción del puente de Toledo, en Madrid, sobre el Manzanares, obra de Pedro Ribera, entre 1715 y 1719.10

Con el advenimiento de la Revolución Industrial se producirá un cambio sin precedentes en todos los órdenes, que repercutirá al igual que en el resto en la relación entre río y ciudad. Los nuevos materiales, en especial el hierro, y las nuevas técnicas de construcción que éste conlleva, permitirán resolver problemas urbanos hasta aquel momento inabordables. El puente ya no tiene por qué ser necesariamente obra de fábrica, pues puede ser metálico, con las ventajas que esto implica. De este modo ciudades como Sevilla consiguen por primera vez un puente fijo, en este caso sobre el Guadalquivir, conocido por el nombre de puente de Isabel II o, más popularmente, de Triana. El sistema utilizado para la construcción, revolucionario para la época, se basaba en la utilización de la cercha Polonceau, ya empleada con éxito en el del Carrousel, de París, sobre el Sena.11 Con ello en parte se consiguió el deseado “pacto” entre río y ciudad, sustituyéndose el viejo y precario puente de barcas de origen musulmán, si bien aún habría de seguir sufriendo la capital andaluza los embates de las crecidas del río, resolviéndose el problema paulatinamente por medio de la realización de sucesivas cortas.

Desde mediados del siglo XIX y abarcando gran parte del XX las relaciones entre el río y la ciudad se han ido deteriorando. Un cúmulo de circunstancias llevaron a esta situación: la falta de respeto por el medio, la instalación de industrias en sus orillas o la utilización por barriadas marginales de sus alrededores, casi a nivel chabolista, y sobre todo la utilización del río como cloaca. Todo ello enturbia la armonía de tiempos pretéritos, llegando en no pocas circunstancias a un destrozo absoluto del paisaje y la Naturaleza, convirtiendo al río en un auténtico estercolero. Frente a esta situación, los esfuerzos realizados en el encauzamiento y obras de limpieza de los márgenes hoy parecen estar dando su fruto, una vez que tanto el ciudadano como la Administración han tomado conciencia de la gravedad del problema.

A pesar de lo anteriormente expuesto, la ciudad, en constante crecimiento, y con él el aumento de circulación, han llevado a la construcción de nuevos puentes, hasta el punto de que este bien tradicionalmente escaso, y que aún lo sigue siendo, ha experimentado una multiplicación como en ningún otro momento histórico, superando con creces los avances de la centuria anterior. Ciudades como Córdoba pasan de tener un sólo puente sobre el Guadalquivir a poseer cuatro. Aún más llamativo resulta el caso de Sevilla, que pasa de tener un sólo puente en el siglo XIX a contar con nueve en la actualidad, sin tener en cuenta los destinados a las áreas periféricas suburbanas que también cruzan el mismo río, lo que añade otros cinco.12

Río y ciudad

Vista la evolución entre río, ciudad y el puente como nexo común entre ambos, es necesario observar la relación dialéctica entre ciudad y río. En primer lugar, el gran cambio entre ambos elementos se realiza con el encauzamiento de las aguas al paso por la urbe. Con dichas obras se consiguió librar de las posibles crecidas a los arrabales menos favorecidos. Pero aparte de esta cuestión de indudable importancia para el bienestar de los residentes en dichas zonas, resulta interesante observar cómo no todas las ciudades mantienen una interacción similar con el río junto al que se asientan. Las hay que lo abarcan haciéndolo parte de sí mismas, como elemento consustancial. Este sería el caso de Sevilla respecto al Guadalquivir. En el sentido contrario, el otro tipo de ciudades lo constituyen aquellas que aunque se asientan en sus orillas y presentan puentes que lo cruzan e incluso poseen algún barrio en la otra orilla, no lo acogen. Este sería, por citar dos ejemplos, el caso de Salamanca respecto al Tormes, o el de Córdoba con el Guadalquivir. En estas circunstancias el río queda fuera del entramado urbano. En el ejemplo concreto de la segunda ciudad, Córdoba, esta situación se acentuó más aún con la llegada del ferrocarril por la zona norte, con lo que no sólo dejó de acoger al río sino que le dio la espalda.13 Este problema está siendo paliado en la actualidad desde la Gerencia de Urbanismo del Ayuntamiento.14

El puente en la ciudad. Símbolo y funciones

Independientemente de la relación entre río y ciudad, el puente es pieza clave del urbanismo y elemento singular de la misma, de tal modo que se constituye en hito urbano, punto de referencia claro con valor urbanístico, social y simbólico. Frecuentemente, al evaluar el patrimonio urbano desde distintas disciplinas ajenas a la Ingeniería, entre ellas la Historia, se suelen destacar los diversos bienes y monumentos, olvidándose los puentes, con la excepción de aquellas piezas concretas ligadas a las fundaciones urbanas, obras históricas que se analizan y estudian desde puntos de vista interdisciplinares. Pero lamentablemente se observa una despreocupación e incluso olvido por el resto de estructuras de idéntica o mayor importancia funcional a causa de su modernidad, debido a que se consideran secundarias por diversas circunstancias, entre ellas la falta de interés por el momento de su construcción o el simple hecho de ser consideradas como herramientas.

Fig. 3. Ponte Vecchio, sobre el Arno. Florencia

A pesar de ello, en la relación río-ciudad el puente adquiere un mayor relieve a causa fundamentalmente de su proximidad con el ciudadano, transeúnte, muchas veces peatón, que al caminar sobre la estructura se abre incluso inconscientemente a la posibilidad de apreciación de las múltiples perspectivas que se ofrecen desde su tablero en un espacio urbano que antes de la construcción del puente no existía.15 Esta cercanía de la obra al público lleva a que el ingeniero, antes maestro constructor, procure esmerarse en el proyecto y ejecución del puente, cuidando no únicamente la natural solidez y fortaleza que debe poseer la estructura, sino también los detalles, por nimios que a primera vista puedan parecer.

En la actualidad, en la construcción de los nuevos puentes, y teniendo en cuenta lo anteriormente comentado, surge un punto de vital importancia debido a la sensibilización social ante el entorno. Fenómeno éste inexistente en épocas anteriores y que no sólo afecta a la cuestión del puente urbano sino a la práctica totalidad de las obras públicas: presas, autopistas, etc. En el caso de la ciudad, y si ésta ha sido declarada patrimonio histórico, la cuestión en nada resulta baladí. En todos los casos, y en ése especialmente, es necesaria una compatibilización entre los elementos preexistentes, cauce y ciudad histórica, y la nueva obra por construir. Esto sólo es posible mediante el diálogo y la flexibilidad entre proyectistas, Administración y ciudadanía. El puente, como obra costosa en su realización, precisa de la colaboración y entendimiento de todos los grupos sociales.

En la estrecha relación entre río y ciudad el puente se constituye como símbolo de ambos elementos y unificador de los mismos. De este modo el puente se erige como imagen del lugar de modo espontáneo, produciéndose la conexión directa e inmediata entre río, ciudad y puente. A esta circunstancia se llega por distintas vías; las más comunes consisten en que el puente sea el centro tradicional de la vida urbana y puerta de la ciudad, habiendo sido el primitivo y único paso sobre el río, o el mayor logro conseguido con el esfuerzo común de todos los ciudadanos en torno al Cabildo o actual Ayuntamiento. Ejemplos de este caso podrían citarse bastantes, pero quizá uno de los más significativos sea la imagen que refleja el conocido Ponte Vecchio, símbolo de la ciudad de Florencia y a su vez del río Arno, o, en el caso de España, el puente de Isabel II, de Sevilla, reflejo de la ciudad y del Guadalquivir.

Fig. 4. Puente de Chapina, sobre el cauce recuperado del Guadalquivir. Sevilla

En otras ocasiones la imagen del puente se utiliza en la ciudad de modo consciente o premeditado, constituyéndose en símbolo y monumento, que aprovecha su posición estratégica entre río y ciudad, siempre referido a un hecho concreto, como sería el caso del puente de Alejando III, de París, sobre el Sena, que conmemora la primera visita de un zar de Rusia a la capital francesa. O incluso puede ser la imagen de una renovación urbana y de la relación del río y la ciudad, como sucede en el caso del puente del Cristo de la Expiración, de Sevilla, también conocido por puente de Chapina, que simboliza la recuperación del viejo cauce del Guadalquivir.16 Y es que el puente, además de su función práctica como plataforma que facilita el paso y la comunicación, brinda un símbolo o identidad a la ciudad.

Por otra parte, puede ser utilizado para una serie de usos secundarios muy interesantes en conexión con la urbe. Esto no debe extrañar, teniendo en cuenta la tradicional carencia de terreno urbanizable y lo estratégico de estas construcciones. Así, con la unión de ambas orillas por medio del puente se acoge el espacio del propio río, que a partir de este momento pasa a ser parte de la ciudad, apropiándoselo como zona integrante de la misma. Se llega así, en ocasiones, a que apenas sea percibido y diferenciado su tablero del entramado de calles que conecta. De este modo, es apto para transformarse, y de hecho tradicionalmente así ha sucedido, en zona comercial, como lugar idóneo para establecer transacciones, por la afluencia de público. De ahí el establecimiento sobre los tableros de puestos, tiendas e incluso las viviendas de los comerciantes, costumbre ésta que hoy resulta pintoresca por lo poco habitual pero que antaño no era tan extraña, como aún sucede en el ya mencionado Ponte Vecchio, o en el viejo puente de Londres, sobre el Támesis, del que únicamente nos quedan referencias literarias o grabados. Por citar un caso español, en las inmediaciones del viejo puente de barcas de Sevilla surgieron gran cantidad de puestos, tiendas, hospederías y pequeñas edificaciones que aprovechaban la concurrencia del lugar, pero que en este caso, ante la falta de rigidez de la estructura, se construyeron en los márgenes.

Fig. 5. Grabado del viejo puente de Londres, sobre el Támesis, por Samuel y Nathaniel Buck. 1749.

Otro uso posible es su utilización como galería de escultura. Así sucede en el puente de Sant’Angelo, en Roma, sobre el Tíber, y en el de Carlos IV de Praga, en el Moldava, al que se le han ido añadiendo esculturas de temática religiosa, en su mayor parte barrocas.17 En este caso, además del uso como galería, el puente se constituye en verdadero altar de la religiosidad checa. Pero incluso puede utilizarse como galería de pintura, caso éste evidentemente excepcional y que se encuentra representado por los puentes medievales de madera de Lucerna, conocidos como Kapellbrücke, o puente de la Capilla, y el Spreuerbrücke, o puente de la Danza de la Muerte. No es de extrañar este uso del puente urbano, debido a que la conformación del espacio creado sobre la estructura, el tablero, por sus proporciones, invita a ser recorrido, como señalan en sus tesis Kent B. Bloomer y Charles W. Moore.18

La posición estratégica del espacio que crea el puente llevó a que durante la Edad Media las torres y castilletes, hoy desaparecidos, que se construyeron sobre sus tableros, sirvieran de prisión, como en el caso del viejo puente romano de Andújar,19 o en el de Villanueva del Arzobispo, sobre el Tajo.20 Este uso se prolongó incluso hasta el siglo XVIII, como se atestigua en el nuevo puente de Ronda, sobre el famoso Tajo, obra de José Martín de Aldehuela, realizada entre 1763 y 1793. Aunque en este caso, y por causa de la especial conformación topográfica, la cárcel municipal se sitúa bajo la rasante del tablero.

En la actualidad el puente ha sido liberado de estas funciones secundarias, entorpecedoras de su misión prioritaria. En todo caso, tanto el tablero como los márgenes del cauce o espacios inmediatos al puente pueden ser utilizados, si el actual ritmo de vida lo permite, como zona de paseo, en una especie de “ágora” desde la que es posible la contemplación conjunta del río y la ciudad. Y es que el cauce del río a su paso por las ciudades constituye un espacio que, singular por su naturaleza, pues está libre de edificación, se establece como margen que permite una perspectiva que facilita la proyección de la imagen urbana como si de una gigantesca pantalla se tratara. Desde ella se da lugar a bellos panoramas y vistas urbanas de importancia para el recuerdo.21 En este sentido deben recordarse las hermosas imágenes recogidas por pinturas y grabados de nuestros ríos y ciudades. Así, desde las conocidas vistas que Wyngaerde realizó en el siglo XVI de ciudades como Salamanca, Córdoba, Zaragoza, etc., Baldi en el siglo xvii con las imágenes de Castro del Río, de Córdoba, o Pinos Puente, de Granada, o, ya en el siglo XIX, Roberts, con su vista del nuevo puente de Ronda, y Laborde, con la imagen del viejo puente de Coria, en Cáceres, hasta el conocido cuadro de la vista de Zaragoza con el Ebro, pintado por Velázquez.

Aparte de todo lo reseñado en la relación entre río y ciudad, el puente fundamentalmente sirve a ésta como elemento de expansión. Permite al núcleo urbano superar la barrera del río y expandirse por la orilla opuesta. De este modo la ciudad abarca por completo el espacio circundante, borrando el límite real, óptico y psicológico que supone el río. Se convierte por tanto el puente en un elemento generador de espacio, no únicamente con la plataforma que él mismo configura, como ya se ha visto, sino al conectar con la prolongación del territorio urbanizable al otro lado. Si lo de generador de espacio resulta excesivo, al menos el puente es el medio que la ciudad utiliza en su avance frente al río. Es por tanto pieza clave en el proceso de crecimiento urbano, posibilitando la creación de nuevos barrios en los terrenos que se apropian.

Ante el río la construcción del puente establece las direcciones de la expansión urbana que se proyecta a priori. No siempre sucedió así. Recuérdese el crecimiento del barrio de Triana, en Sevilla, previo a la construcción del primer puente, el ya mencionado de Isabel II. Al arrabal se accedía en un principio por medio de barcas.

Hace ya mucho tiempo que las infraestructuras necesarias, y entre ellas el puente, se preparan con antelación y meticulosidad ante los ensanches urbanos. Son lógicos tales preparativos debido a las implicaciones que conlleva y a las expectativas que crea la construcción de un puente en una zona determinada de la ciudad: consecuencias urbanísticas posteriores, recalificación de los terrenos aprehendidos, elevación de los precios del suelo adyacente al puente, especulación, etc.

Fig. 6. Puente de Sant’Angelo, sobre el Tíber. Roma.

 

Fig. 7. Proyecto de planificación del barrio de Los Remedios en relación con la construcción del puente de San Telmo. Sevilla, 1929.

Fig. 8. Puente de San Telmo, sobre el Guadalquivir, en la actualidad. Sevilla.

Como ejemplos de estas actuaciones se pueden citar los ensanches de San Sebastián y Sevilla, en ambos casos realizados gracias a creaciones de don José Eugenio Ribera.22 En el caso de Donostia se facilitó el tránsito sobre el río Urumea por medio de dos puentes, el de María Cristina, de 1904, y el de Kursaal, construido entre 1916 y 1921. Con ello se consiguió la ocupación de los terrenos próximos a la playa de Gros con el consiguiente ensanche de la población. En cuanto a Sevilla, se construyó el puente de San Telmo (1929-1931). La ejecución de la obra, además de contribuir a la agilización de las comunicaciones de la capital con las poblaciones del Aljarafe y Huelva, suponía el crecimiento de la ciudad, implicando con ello efectos posteriores que a la larga serían significativos.

No es momento de exponer los pormenores de la obra, pero sí nos interesa observar que respecto a la ubicación del puente hubo toda una serie de estudios previos del terreno en los que se analizaron los pros y contras de su localización aguas arriba del de Triana o aguas abajo. La primera posibilidad tuvo que ser pronto desechada a causa de las penosas crecidas periódicas del Guadalquivir, que inundaban gran parte de la ciudad con cota inferior al nivel normal del río y que también anegaban la zona norte, de posible expansión entre Triana y la vieja Cartuja. Téngase en cuenta que aún no se habían realizado gran número de las obras hidráulicas y cortas que actualmente liberan a la ciudad de este peligro. La segunda ubicación, aguas abajo, permitía dar seguridad al ensanche urbano respecto al posible embate de las aguas, y la aproximación a la zona más noble de la ciudad, pues se acercaba la población al núcleo vital y económico que era el puerto. Todos estos puntos son tratados en una interesante documentación integrada por cartas e informes de las autoridades competentes en aquel momento.23 Entre estos informes uno es especialmente interesante. En él se prevén y organizan los nuevos terrenos del ensanche de Los Remedios, proyecto que, lamentablemente, sólo se llevó a cabo de modo parcial.

En resumen, son muchos los aspectos que pueden tratarse en la compleja relación río-ciudad. Este breve artículo sólo ha pretendido propiciar la reflexión sobre la importancia del puente en dicha relación esbozando algunas de las cuestiones más interesantes a este respecto. El puente, como elemento de unión e integración del río con la ciudad, desempeña una de sus importantes misiones, que hemos tratado de plantear aquí.                                                                                                                        

Notas

1. Terán, F., El problema urbano, Madrid, Salvat 1984, pp. 12 y 13.

2. Rodríguez Neila, J.F., “Del amanecer histórico al ocaso visigodo”, Historia de Córdoba, Córdoba, Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba, 1988, Tomo I, p. 212.

3. En este sentido véase Arenas de Pablo, J.J., El Puente, pieza esencial del mundo urbanizado, Santander, Universidad de Santander, 1982, p. 20.

4. Idem, op. cit., p. 29.

5. Merino, M.M., “Castillos en el agua”, M.O.P.U., nº 345, julio-agosto 1987, p. 77.

6. Arenas de Pablo, J.J., “Las bóvedas de puentes antes de los ingenieros”. OP, nº38, 1996, p. 14.

7. Alzola y Minondo, P., Historia de las obras públicas en España, Madrid, Turner, 1979, p. 104.

8. Ramírez y Las Casas-Deza, Corografía histórico-estadística de la provincia y obispado de Córdoba, Córdoba, Diputación, 1986, p. 389. Facsímil de edición 1840.

9. Steinmann, B., y Watson, S., Puentes y sus constructores, Madrid, Turner, 1979, p. 108.

10. VV.AA., Guía de arquitectura de Madrid, Madrid, COAM, 1991, p. 121.

11. Según los datos encontrados en A.G.A, OP., “Expediente sobre el puente de Triana. 1844-1854”, Caja 5794, y en A.M.S., “Memoria firmada por Bernadet y Steinacher”, 30 de marzo de 1844.

12. Palancar Penella, M., “Enlazar Sevilla”, Cauce 2000, mayo-junio 1991, pp. 38 y 39.

13. Martín López, C., Córdoba en el siglo XIX. Modernización de la trama histórica, Córdoba, Gerencia de Urbanismo del Ayuntamiento de Córdoba, 1990, p. 135.

14. En este sentido confrontar con Seguí, J., y asociados, Modificación-adaptación del Plan General de Córdoba. El territorio de la ciudad, Córdoba, Gerencia de Urbanismo, 1997.

15. Norbert Schultz, C., Existencia, espacio y arquitectura, Barcelona, 1979, p. 65.

16. Manzanares Japón, J.L., “El puente del Cachorro y el desenterramiento de Chapina”, R.O.P., nº 3312, julio 1992, p. 21.

17. Rico, A., “El puente de Carlos IV. Los doce ojos de Praga”, Cauce 2000, nº 75, mayo-junio 1976, p. 52.

18. Bloomer, K.C., y Moore, C.W., Cuerpo, memoria y arquitectura, Madrid, Blume, 1983, p. 104.

19. Fernández Casado, F., Historia del puente en España. Puentes romanos, Madrid, C.S.I.C., 1981, s.p.

20. Fernández Troyano, L., “El patrimonio histórico de las obras públicas y su conservación”, Informes de la construcción, nº 375, noviembre 1985, p. 28.

21. Bloomer, K.C., y Moore, C.W., op. cit., p. 114.

22. VV.AA., J. Eugenio Ribera. Ingeniero de Caminos. 1864-1936, Catálogo de Exposición, Madrid, C.I.C.M., 1982, paneles 26, 49 y 57.

23. Los datos referentes en este artículo al puente de San Telmo y al barrio de Los Remedios han sido localizados en la documentación del A.G.A., Sección O.P., cajas 416 y 16160.