Lluvias podrían extinguirse en el granero del mundo
Mié, 29/12/2010
Cada hectárea deforestada en la Amazonia --un bioma selvático que ocupa el noroeste, norte y centro de América del Sur-- debilita un sistema que viene salvando a la región del destino desértico del Sahara, de un tercio de Australia y de otras áreas ubicadas en torno de los 30 grados de latitud norte y sur, advierte el científico Antonio Nobre, del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil (INPE).
Acabar con la deforestación amazónica es una obligación "para ayer", y la meta oficial de reducirla en 80 por ciento en 2020 es como "dejar de fumar con un cáncer de pulmón avanzado, cuando uno ya se está muriendo", dijo Nobre a IPS. Ya deberíamos estar reconstituyendo los bosques destruidos para restaurar el equilibrio, y para eso no sirven los monocultivos de eucalipto o de palma africana, acotó.
"No sabemos cuál es el punto de no retorno", cuando se vuelva irreversible la degradación forestal, y la consecuente desertificación de tierras beneficiadas por las lluvias exportadas desde la Amazonia, arguyó el agrónomo que vivió 22 años en esa región como investigador, antes de incorporarse al INPE, en São José dos Campos, a 100 kilómetros de la sureña ciudad de São Paulo.
La floresta amazónica y la barrera de la cordillera de los Andes, que recorre de norte a sur el territorio sudamericano, reorientan los vientos húmedos, ahora también llamados "ríos voladores", que aseguran lluvias a la región que más exporta carnes y varios granos y frutas en el continente, o incluso en el mundo, si se considera el azúcar, la soja y el jugo de naranja.
Ese mecanismo, ya descrito por varios investigadores climáticos, obtuvo con Nobre y con otros científicos dispersos por el mundo una nueva teoría, la de la "bomba biótica", que explica fenómenos climáticos, equilibrios y desequilibrios en un sistema planetario en el que los biomas forestales juegan un papel clave.
La llamada circulación de Hadley es otro componente del proceso. El aire se eleva en la zona ecuatorial, calentado por el sol, formando las nubes que aseguran fuertes lluvias que alimentan los bosques tropicales. A cierta altura ese aire se desplaza al norte y al sur, descendiendo cerca de los 30 grados de latitud en los dos hemisferios.
En la superficie terrestre los vientos se dirigen al Ecuador para ocupar el lugar que deja el aire que sube, en un movimiento circular que le quita humedad a una faja terrestre donde se ubican los desiertos de Atacama, en Chile, de Namibia y del centro de Australia, en el Sur, y el Sahara, parte de Medio Oriente y el sur de Estados Unidos, en el hemisferio Norte.
De ese destino escapó, hasta ahora, gran parte del Cono Sur sudamericano, gracias a las lluvias procedentes de la Amazonia. Pero la deforestación está afectando esa irrigación natural a larga distancia. La desertificación que sufre parte del estado de Rio Grande do Sul, en el extremo meridional de Brasil, es un síntoma de ello, advierte Nobre.
Otra excepción es el sur de China, de bosques subtropicales. La cordillera del Himalaya, en el noroeste, cumple una función similar a la de los Andes, redirigiendo los vientos húmedos o monzones.
"Ríos voladores" es una expresión difundida por un proyecto de Gérard Moss, un suizo naturalizado brasileño que sigue y estudia desde un avión los vientos húmedos que salen de la Amazonia, junto con su esposa, la keniata Margi Moss.
Cada gota de agua en las nubes tiene su "firma o ADN", que indica si es amazónica o viene del mar. Estos estudios buscan identificar sus rutas y la cantidad de lluvias que aporta la Amazonia en distintas ciudades brasileñas, explicó Moss.
Brasil es "el país del agua antes que del carnaval o del fútbol", pues registra una caída de 13.400 kilómetros cúbicos de agua por año, destacó. En ciudades centrales, como Brasilia, cerca de 30 por ciento de las lluvias provienen del "reciclaje amazónico", si bien éste es un dato que aun debe probarse, dijo Moss.
Los bosques son "bombas de agua" que humedecen los vientos, superando proporcionalmente a los océanos, según Nobre. Las muchas hojas que tiene una sola planta multiplican las superficies de evaporación, mientras que la del mar es única, explicó.
Así, un gran árbol amazónico puede evaporar hasta 300 litros de agua al día. Una medición indica que la Amazonia aporta cada día 20.000 millones de toneladas de vapor de agua. El río Amazonas, por ejemplo, echa al mar 17.000 millones de toneladas de agua.
Nobre estima que la mitad de esa agua cae en la misma selva amazónica, como parte de una dinámica que succiona los vientos húmedos del océano en un reciclaje que aumenta la pluviosidad local y su extensión hacia el sur, neutralizando los efectos de la circulación de Hadley.
Además, los bosques que se encuentran a lo largo de las rutas que siguen los vientos los realimentan de agua, ampliando su alcance. Sin esos afluentes, los "ríos voladores" perderían su humedad más rápidamente. Si no cuentan con el factor forestal, las tierras lejanas del mar tienden a desertificarse, como sucede en Europa oriental.
"Donde hay floresta hay lluvia" es un viejo conocimiento de poblaciones tradicionales que la ciencia "tardó" en reconocer, por "preocuparse más de la ingeniería que de la naturaleza", sostuvo Nobre.
Para que la lluvia se forme, se necesitan micropartículas en cuyo entorno se condensan las gotas de agua. Estudios recientes revelaron que la floresta amazónica emite vapores orgánicos que actúan como "semilla" de la condensación y de la lluvia.
Pero un exceso de partículas --como el humo de los incendios, el polvo de las tierras desnudas y secas y la contaminación en general--, tiene el efecto contrario. Por eso en áreas de muchas "quemadas", provocadas para deforestar o limpiar la tierra a ser sembrada, están intensificando el estiaje en la Amazonia.
La deforestación y las "quemadas" reducen las lluvias locales y hacen más vulnerables e inflamables los bosques amazónicos que tienen baja resistencia al fuego y a la sequía, por sus raíces superficiales, al contrario de las especies típicas del Cerrado, la sabana brasileña, adaptadas a largos períodos de escasez hídrica.
Aunque la destrucción de la cobertura forestal tiene un ritmo decreciente, puede generar el efecto de bola de nieve, pues cada porción deforestada coadyuva a nuevas pérdidas. La repetición de las sequías amazónicas en un período corto sin precedentes, entre 2005 y 2010, agrava las preocupaciones.
"La biosfera regula el sistema terrestre", que tiene una especie de "termostato" para reequilibrarse, pero el ser humano es "capaz de interferir en su metabolismo" y destruir una estabilidad de millones de años, lamentó el investigador del INPE.
Para Nobre, el planeta está en una "unidad de terapia intensiva, con falencia múltiple de órganos".
Su esperanza se asienta en la creciente conciencia de los problemas y en el conocimiento científico, que permite incluso "revertir la desertificación", por ejemplo con experiencias como la de Egipto, que está reforestando algunas áreas del Sahara.
Acabar con la deforestación amazónica es una obligación "para ayer", y la meta oficial de reducirla en 80 por ciento en 2020 es como "dejar de fumar con un cáncer de pulmón avanzado, cuando uno ya se está muriendo", dijo Nobre a IPS. Ya deberíamos estar reconstituyendo los bosques destruidos para restaurar el equilibrio, y para eso no sirven los monocultivos de eucalipto o de palma africana, acotó.
"No sabemos cuál es el punto de no retorno", cuando se vuelva irreversible la degradación forestal, y la consecuente desertificación de tierras beneficiadas por las lluvias exportadas desde la Amazonia, arguyó el agrónomo que vivió 22 años en esa región como investigador, antes de incorporarse al INPE, en São José dos Campos, a 100 kilómetros de la sureña ciudad de São Paulo.
La floresta amazónica y la barrera de la cordillera de los Andes, que recorre de norte a sur el territorio sudamericano, reorientan los vientos húmedos, ahora también llamados "ríos voladores", que aseguran lluvias a la región que más exporta carnes y varios granos y frutas en el continente, o incluso en el mundo, si se considera el azúcar, la soja y el jugo de naranja.
Ese mecanismo, ya descrito por varios investigadores climáticos, obtuvo con Nobre y con otros científicos dispersos por el mundo una nueva teoría, la de la "bomba biótica", que explica fenómenos climáticos, equilibrios y desequilibrios en un sistema planetario en el que los biomas forestales juegan un papel clave.
La llamada circulación de Hadley es otro componente del proceso. El aire se eleva en la zona ecuatorial, calentado por el sol, formando las nubes que aseguran fuertes lluvias que alimentan los bosques tropicales. A cierta altura ese aire se desplaza al norte y al sur, descendiendo cerca de los 30 grados de latitud en los dos hemisferios.
En la superficie terrestre los vientos se dirigen al Ecuador para ocupar el lugar que deja el aire que sube, en un movimiento circular que le quita humedad a una faja terrestre donde se ubican los desiertos de Atacama, en Chile, de Namibia y del centro de Australia, en el Sur, y el Sahara, parte de Medio Oriente y el sur de Estados Unidos, en el hemisferio Norte.
De ese destino escapó, hasta ahora, gran parte del Cono Sur sudamericano, gracias a las lluvias procedentes de la Amazonia. Pero la deforestación está afectando esa irrigación natural a larga distancia. La desertificación que sufre parte del estado de Rio Grande do Sul, en el extremo meridional de Brasil, es un síntoma de ello, advierte Nobre.
Otra excepción es el sur de China, de bosques subtropicales. La cordillera del Himalaya, en el noroeste, cumple una función similar a la de los Andes, redirigiendo los vientos húmedos o monzones.
"Ríos voladores" es una expresión difundida por un proyecto de Gérard Moss, un suizo naturalizado brasileño que sigue y estudia desde un avión los vientos húmedos que salen de la Amazonia, junto con su esposa, la keniata Margi Moss.
Cada gota de agua en las nubes tiene su "firma o ADN", que indica si es amazónica o viene del mar. Estos estudios buscan identificar sus rutas y la cantidad de lluvias que aporta la Amazonia en distintas ciudades brasileñas, explicó Moss.
Brasil es "el país del agua antes que del carnaval o del fútbol", pues registra una caída de 13.400 kilómetros cúbicos de agua por año, destacó. En ciudades centrales, como Brasilia, cerca de 30 por ciento de las lluvias provienen del "reciclaje amazónico", si bien éste es un dato que aun debe probarse, dijo Moss.
Los bosques son "bombas de agua" que humedecen los vientos, superando proporcionalmente a los océanos, según Nobre. Las muchas hojas que tiene una sola planta multiplican las superficies de evaporación, mientras que la del mar es única, explicó.
Así, un gran árbol amazónico puede evaporar hasta 300 litros de agua al día. Una medición indica que la Amazonia aporta cada día 20.000 millones de toneladas de vapor de agua. El río Amazonas, por ejemplo, echa al mar 17.000 millones de toneladas de agua.
Nobre estima que la mitad de esa agua cae en la misma selva amazónica, como parte de una dinámica que succiona los vientos húmedos del océano en un reciclaje que aumenta la pluviosidad local y su extensión hacia el sur, neutralizando los efectos de la circulación de Hadley.
Además, los bosques que se encuentran a lo largo de las rutas que siguen los vientos los realimentan de agua, ampliando su alcance. Sin esos afluentes, los "ríos voladores" perderían su humedad más rápidamente. Si no cuentan con el factor forestal, las tierras lejanas del mar tienden a desertificarse, como sucede en Europa oriental.
"Donde hay floresta hay lluvia" es un viejo conocimiento de poblaciones tradicionales que la ciencia "tardó" en reconocer, por "preocuparse más de la ingeniería que de la naturaleza", sostuvo Nobre.
Para que la lluvia se forme, se necesitan micropartículas en cuyo entorno se condensan las gotas de agua. Estudios recientes revelaron que la floresta amazónica emite vapores orgánicos que actúan como "semilla" de la condensación y de la lluvia.
Pero un exceso de partículas --como el humo de los incendios, el polvo de las tierras desnudas y secas y la contaminación en general--, tiene el efecto contrario. Por eso en áreas de muchas "quemadas", provocadas para deforestar o limpiar la tierra a ser sembrada, están intensificando el estiaje en la Amazonia.
La deforestación y las "quemadas" reducen las lluvias locales y hacen más vulnerables e inflamables los bosques amazónicos que tienen baja resistencia al fuego y a la sequía, por sus raíces superficiales, al contrario de las especies típicas del Cerrado, la sabana brasileña, adaptadas a largos períodos de escasez hídrica.
Aunque la destrucción de la cobertura forestal tiene un ritmo decreciente, puede generar el efecto de bola de nieve, pues cada porción deforestada coadyuva a nuevas pérdidas. La repetición de las sequías amazónicas en un período corto sin precedentes, entre 2005 y 2010, agrava las preocupaciones.
"La biosfera regula el sistema terrestre", que tiene una especie de "termostato" para reequilibrarse, pero el ser humano es "capaz de interferir en su metabolismo" y destruir una estabilidad de millones de años, lamentó el investigador del INPE.
Para Nobre, el planeta está en una "unidad de terapia intensiva, con falencia múltiple de órganos".
Su esperanza se asienta en la creciente conciencia de los problemas y en el conocimiento científico, que permite incluso "revertir la desertificación", por ejemplo con experiencias como la de Egipto, que está reforestando algunas áreas del Sahara.