Los ríos del planeta pierden su caudal por el efecto del cambio climático
Vie, 24/04/2009
Los ríos del planeta pierden su caudal por el efecto del cambio climático El agua dulce que recibe el Pacífico se ha reducido en torno a un seis por ciento durante los últimos 50 años
("recursos+hidricos"+agua+aguas+embalse+embalses+presa+presas+"obras+hidraulicas"+hidrologia+hidrologico+cuenca+hidrologicos+sequia+lluvia+inundacion+inundaciones+pantano+precipitaciones+abastecimiento+saneamiento+hidrologia+hidroelectrico+hidroelectricidad+hidroelectrica+trasvase+desalacion+desaladora+legionella+lluvia+fluvial)&fnameNewspaper=ANY(generalitat)&fieldbool=NOT+fnameNewspaper
Los ríos del planeta se secan y cada vez aportan menos agua a los océanos. Es un proceso muy lento, pero significativo e inexorable que se viene constatando en los últimos cincuenta años y que se ha agravado por el efecto del cambio climático. Así al menos se recoge en una investigación publicada en la Sociedad Americana de Meteorología y elaborada por Centro Nacional para la Investigación Atmosférica de Estados Unidos, que ha analizado los registros del nivel de agua de 925 caudales de todo el planeta obtenidos entre los años 1948 y el 2004. La mayor excepción a este fenómeno generalizado lo constituye la zona ártica, que registra un marcado incremento en el flujo de agua debido al derretimiento de la nieve y el hielo polar. Otro tanto ocurre en grandes caudales como el Brahmaputra, en el sureste Asiático, o el Yangtsé, en China, debido al derretimiento de los glaciares en la cordillera del Himalaya. Pero la norma general es otra. Por ejemplo, el agua dulce que recibe el océano Pacífico se ha reducido en el período de estudio en torno a un 6%, lo que equivale a 526 kilómetros cúbicos. O lo que es lo mismo, el volumen que fluye al año por el río Misisipi. El Columbia, en Estados Unidos, perdió alrededor del 14% de su volumen durante el mismo período. El descenso en el caudal de los ríos tiene un culpable histórico: la actividad humana. La construcción de presas, el desvío de caudales para la agricultura y el cada vez mayor consumo humano de agua son los principales síntomas de una hemorragia que amenaza con agravarse. El peligro en esta ocasión viene de un factor nuevo: el cambio climático. El aumento de las temperaturas a escala planetaria repercute, por un lado, en los patrones de precipitación y, por otro, aumenta las tasas de evaporación del agua. Si esta es la evidencia que han constatado los científicos, la predicción apunta que el fenómeno continuará e incluso se agudizará y que la disminución de los recursos hídricos afectará especialmente a las zonas del planeta más vulnerables y con mayor población. «Un caudal reducido aumenta la presión sobre los recursos de agua dulce en gran parte del mundo, especialmente con una mayor demanda de agua según aumenta la población», explica Aiguo Dai, del Centro Nacional de Investigación Atmosférica de Estados Unidos.
Los ríos del planeta se secan y cada vez aportan menos agua a los océanos. Es un proceso muy lento, pero significativo e inexorable que se viene constatando en los últimos cincuenta años y que se ha agravado por el efecto del cambio climático. Así al menos se recoge en una investigación publicada en la Sociedad Americana de Meteorología y elaborada por Centro Nacional para la Investigación Atmosférica de Estados Unidos, que ha analizado los registros del nivel de agua de 925 caudales de todo el planeta obtenidos entre los años 1948 y el 2004. La mayor excepción a este fenómeno generalizado lo constituye la zona ártica, que registra un marcado incremento en el flujo de agua debido al derretimiento de la nieve y el hielo polar. Otro tanto ocurre en grandes caudales como el Brahmaputra, en el sureste Asiático, o el Yangtsé, en China, debido al derretimiento de los glaciares en la cordillera del Himalaya. Pero la norma general es otra. Por ejemplo, el agua dulce que recibe el océano Pacífico se ha reducido en el período de estudio en torno a un 6%, lo que equivale a 526 kilómetros cúbicos. O lo que es lo mismo, el volumen que fluye al año por el río Misisipi. El Columbia, en Estados Unidos, perdió alrededor del 14% de su volumen durante el mismo período. El descenso en el caudal de los ríos tiene un culpable histórico: la actividad humana. La construcción de presas, el desvío de caudales para la agricultura y el cada vez mayor consumo humano de agua son los principales síntomas de una hemorragia que amenaza con agravarse. El peligro en esta ocasión viene de un factor nuevo: el cambio climático. El aumento de las temperaturas a escala planetaria repercute, por un lado, en los patrones de precipitación y, por otro, aumenta las tasas de evaporación del agua. Si esta es la evidencia que han constatado los científicos, la predicción apunta que el fenómeno continuará e incluso se agudizará y que la disminución de los recursos hídricos afectará especialmente a las zonas del planeta más vulnerables y con mayor población. «Un caudal reducido aumenta la presión sobre los recursos de agua dulce en gran parte del mundo, especialmente con una mayor demanda de agua según aumenta la población», explica Aiguo Dai, del Centro Nacional de Investigación Atmosférica de Estados Unidos.
("recursos+hidricos"+agua+aguas+embalse+embalses+presa+presas+"obras+hidraulicas"+hidrologia+hidrologico+cuenca+hidrologicos+sequia+lluvia+inundacion+inundaciones+pantano+precipitaciones+abastecimiento+saneamiento+hidrologia+hidroelectrico+hidroelectricidad+hidroelectrica+trasvase+desalacion+desaladora+legionella+lluvia+fluvial)&fnameNewspaper=ANY(generalitat)&fieldbool=NOT+fnameNewspaper
Los ríos del planeta se secan y cada vez aportan menos agua a los océanos. Es un proceso muy lento, pero significativo e inexorable que se viene constatando en los últimos cincuenta años y que se ha agravado por el efecto del cambio climático. Así al menos se recoge en una investigación publicada en la Sociedad Americana de Meteorología y elaborada por Centro Nacional para la Investigación Atmosférica de Estados Unidos, que ha analizado los registros del nivel de agua de 925 caudales de todo el planeta obtenidos entre los años 1948 y el 2004. La mayor excepción a este fenómeno generalizado lo constituye la zona ártica, que registra un marcado incremento en el flujo de agua debido al derretimiento de la nieve y el hielo polar. Otro tanto ocurre en grandes caudales como el Brahmaputra, en el sureste Asiático, o el Yangtsé, en China, debido al derretimiento de los glaciares en la cordillera del Himalaya. Pero la norma general es otra. Por ejemplo, el agua dulce que recibe el océano Pacífico se ha reducido en el período de estudio en torno a un 6%, lo que equivale a 526 kilómetros cúbicos. O lo que es lo mismo, el volumen que fluye al año por el río Misisipi. El Columbia, en Estados Unidos, perdió alrededor del 14% de su volumen durante el mismo período. El descenso en el caudal de los ríos tiene un culpable histórico: la actividad humana. La construcción de presas, el desvío de caudales para la agricultura y el cada vez mayor consumo humano de agua son los principales síntomas de una hemorragia que amenaza con agravarse. El peligro en esta ocasión viene de un factor nuevo: el cambio climático. El aumento de las temperaturas a escala planetaria repercute, por un lado, en los patrones de precipitación y, por otro, aumenta las tasas de evaporación del agua. Si esta es la evidencia que han constatado los científicos, la predicción apunta que el fenómeno continuará e incluso se agudizará y que la disminución de los recursos hídricos afectará especialmente a las zonas del planeta más vulnerables y con mayor población. «Un caudal reducido aumenta la presión sobre los recursos de agua dulce en gran parte del mundo, especialmente con una mayor demanda de agua según aumenta la población», explica Aiguo Dai, del Centro Nacional de Investigación Atmosférica de Estados Unidos.
Los ríos del planeta se secan y cada vez aportan menos agua a los océanos. Es un proceso muy lento, pero significativo e inexorable que se viene constatando en los últimos cincuenta años y que se ha agravado por el efecto del cambio climático. Así al menos se recoge en una investigación publicada en la Sociedad Americana de Meteorología y elaborada por Centro Nacional para la Investigación Atmosférica de Estados Unidos, que ha analizado los registros del nivel de agua de 925 caudales de todo el planeta obtenidos entre los años 1948 y el 2004. La mayor excepción a este fenómeno generalizado lo constituye la zona ártica, que registra un marcado incremento en el flujo de agua debido al derretimiento de la nieve y el hielo polar. Otro tanto ocurre en grandes caudales como el Brahmaputra, en el sureste Asiático, o el Yangtsé, en China, debido al derretimiento de los glaciares en la cordillera del Himalaya. Pero la norma general es otra. Por ejemplo, el agua dulce que recibe el océano Pacífico se ha reducido en el período de estudio en torno a un 6%, lo que equivale a 526 kilómetros cúbicos. O lo que es lo mismo, el volumen que fluye al año por el río Misisipi. El Columbia, en Estados Unidos, perdió alrededor del 14% de su volumen durante el mismo período. El descenso en el caudal de los ríos tiene un culpable histórico: la actividad humana. La construcción de presas, el desvío de caudales para la agricultura y el cada vez mayor consumo humano de agua son los principales síntomas de una hemorragia que amenaza con agravarse. El peligro en esta ocasión viene de un factor nuevo: el cambio climático. El aumento de las temperaturas a escala planetaria repercute, por un lado, en los patrones de precipitación y, por otro, aumenta las tasas de evaporación del agua. Si esta es la evidencia que han constatado los científicos, la predicción apunta que el fenómeno continuará e incluso se agudizará y que la disminución de los recursos hídricos afectará especialmente a las zonas del planeta más vulnerables y con mayor población. «Un caudal reducido aumenta la presión sobre los recursos de agua dulce en gran parte del mundo, especialmente con una mayor demanda de agua según aumenta la población», explica Aiguo Dai, del Centro Nacional de Investigación Atmosférica de Estados Unidos.