La naturaleza del hambre

Lun, 09/06/2008

ABC

En la actualidad, 820 millones de personas pasan hambre en la Tierra. Como es razonable, detrás de este trágico fenómeno confluyen multitud de causas políticas y socioeconómicas. No obstante, ciertos factores de índole medioambiental, como el calentamiento global o la escasez de agua, están afectando decisivamente a la lucha del ser humano por conseguir alimentos. Hasta el 73 por ciento de la población mundial que vive por debajo del umbral de la pobreza habita en zonas rurales, donde la subsistencia depende directamente de lo que brote de la tierra. «Nuestro planeta rebosa riqueza biológica, y esta gran diversidad es la clave para afrontar la peor crisis alimentaria de la historia moderna», asegura Alexander Müller, subdirector general de la FAO (Food and Agriculture Organization) durante la reciente conferencia celebrada en Bonn, Alemania. Precisamente, el acentuado descenso de la diversidad genética en animales y cosechas es uno de los problemas más lacerantes en el Tercer Mundo. Alimentos de raíz común En el último siglo, el 75 por ciento de los cultivos han desaparecido en favor de una minoría de cosechas a priori más rentables. Hoy, la mayor parte de los alimentos procede únicamente de doce productos agrícolas y catorce especies animales. José Esquinas Alcázar, secretario de la Comisión de Recursos Genéticos para la Alimentación de la FAO, lo explica así: «Debido al aumento demográfico, nosotros y las futuras generaciones tendremos que intensificar la producción agrícola. La biotecnología será más rica, pero, sin diversidad, las opciones serán limitadas. La biodiversidad —los recursos genéticos— es la materia prima y la biotecnología un instrumento para combinarla y producir variedades comerciales». Esta enorme dependencia de unas pocas variedades significa menos oportunidades para el crecimiento y la innovación necesarios para impulsar la agricultura y ganadería en una época tendente al alza de los precios. Mientras la demanda de cereales crece dramáticamente, a razón de un 6 por ciento anual, sus costes finales siguen una senda paralela aún más vertiginosa. Gigantes como China o la India cada vez requieren mayor volumen de estos cultivos para autoabastecerse, al tiempo que su uso como biocombustibles ha disparado su valor económico en los mercados. Deforestación incontrolada En consecuencia, numerosas empresas han emprendido un proceso de tala masiva en selvas y bosques con el fin de replantar especies vegetales aptas para la obtención de etanol y biodiésel, como la caña de azúcar o la jatropha. Esto ha provocado que los habitantes de las regiones aledañas perdiesen el espacio natural que suponía su principal —y a veces única— fuente alimentaria. En respuesta a este abuso, algunos organismos internacionales, como la Unión Europea, han condicionado la adquisición del «combustible verde» a la procedencia del mismo: a partir de enero de este año, Bruselas asegura no aceptar etanol procedente de «bosques en los que no haya habido actividad humana significativa» o «áreas protegidas, a no ser que se certifique que la producción de biocombustible no interfiere en la protección ambiental». Temperatura y sequía El fenómeno del calentamiento global, sobre todo en zonas áridas y semiáridas, supone otra de las amenazas que afrontar en la lucha contra la malnutrición. Según un informe publicado el año pasado por el Panel Intergubernametal para el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), el impacto medioambiental en estas regiones podría dejar bajo mínimos las precipitaciones, además de suponer la extinción de numerosas especies animales y vegetales, incapaces de adaptarse al nuevo entorno. Los cultivos de secano, que dependen directamente de la meteorología para salir adelante, serían otros de los grandes damnificados; la FAO estima que la India podría perder 125 millones de toneladas de cereales de secano, un 18 por ciento de su producción total si la temperatura aumentase más de dos grados centígrados. Pero la peor parte sería para los pueblos asentados más cerca de la costa, pues las tormentas de aire y el incremento del nivel del mar terminaría por eliminar los escasos recursos naturales disponibles. «Las zonas pobres son las más vulnerables, porque tienden a concentrarse en franjas de relativo riesgo y tienen menos medios para hacer frente a los imprevistos, además de menos recursos como agua y alimentos», concluye en texto del IPCC. «Sin agua no hay vida» La gestión eficaz de los recursos hidrológicos, un tema muy en boga este año, representa otra de las caras del hambre. Como tejido de la vida, el agua es indispensable para el desarrollo humano, desde su papel como generador de ecosistemas hasta su necesidad para irrigar los suelos de cultivo. Precisamente es la actividad agrícola, con un 65 por ciento del volumen total, la mayor consumidora de agua en el mundo. Lamentablemente, las áreas donde la escasez del líquido es endémica, como África y Asia occidental, no suelen disponer de fondos para invertir en la tecnología necesaria para optimizar los sistemas de riego y canalización. Debido a las obsoletas estructuras de irrigación utilizadas en los países pobres, que llegan a desperdiciar el 60 por ciento del líquido, la demanda ha crecido hasta límites insostenibles. Desde 1950, el consumo de agua se ha triplicado a nivel mundial, pasando ya de los 4.300 km. cúbicos al año. El 97,5 por ciento del agua dispersa por el planeta es marina, lo que significa que ha de ser tratada previamente a su utilización. Y las alternativas están fuera del alcance de la mayoría de naciones; depuradoras y plantas desalinizadoras arrojan unos elevados costes energéticos, además de requerir de una compleja infraestrucutra para su puesta en funcionamiento. El primero de los Objetivos de Desarrollo del Milenio planteados por Naciones Unidas es erradicar el 50 por ciento del hambre y la pobreza en el mundo para 2015. En las cifras actuales, esto supondría mejorar las condiciones de vida de 854 millones de personas que malviven en entornos rurales carentes de fuentes de alimentación. Germán Rojas, responsable de la FAO en España, considera «sumamente complicado» cumplir el objetivo dentro del plazo marcado. Con todo, pese a alcanzar la utópica meta, más de 400 millones de personas, excluidas de los criterios de Naciones Unidas, seguirán pasando hambre.