La tragedia vivida por el mar de Aral deja paso a la esperanza
Dom, 23/03/2008
Muinak (Uzbekistán), el centro de un distrito poblado por 28.000 habitantes, es una localidad deprimida. Su principal atracción es el cementerio de barcos. Distribuidas sobre la arena ante un mirador, las barcazas que un día surcaron el mar son hoy cadáveres de chatarra y símbolos de la tragedia del Aral, en cuyos alrededores se reproducen por inercia políticas agrícolas que fueron fatales para este mar. Desde hace dos años, Muinak produce algodón, según cuenta el jakim (gobernador local) Jarilqap Tursinbékov. 'El algodón es riqueza y divisas', afirma el funcionario, aunque la rentabilidad de este cultivo es escasa en las aguas cargadas de sal y pesticidas.
Introducido en Asia central por el imperio zarista, el cultivo del algodón fue privilegiado por la URSS y sigue siendo hoy una de las principales fuentes de ingresos de Uzbekistán. En la práctica, el Estado, monopolista de las exportaciones, incentiva esta producción y establece planes de cosecha. El resultado es la atrofia de las alternativas. El cultivo de hortalizas con riego gota a gota no ha cuajado, confiesa el jakim. Esta técnica requeriría un enfoque avanzado que no encajaría con un sistema basado en el despilfarro de los escasos recursos de agua.
El Aral comenzó a alejarse de Muinak en los sesenta. En 1979 cesó la navegación y en 1984 comenzó a desmantelarse la industria pesquera, que daba trabajo a 10.000 personas. Daulet Rajmétov, ex director de la fábrica de conservas de Muinak y representante local de la Fundación Internacional para la Salvación del Aral, recuerda cómo durante años viajó de puerto en puerto por las costas de la URSS en busca de pescado para frenar la agonía de su empresa. 'El pescado venía del Caspio, del Báltico, del Ártico en vagones refrigerados, pero no bastaba, así que fuimos reduciendo la producción hasta que el año 2000 clausuramos la fábrica. Fue muy duro, porque el combinado pesquero era el centro de la economía local', dice. Rajmétov no quiere seguir el ejemplo de los muchos vecinos que han emigrado, pero tres de sus cuatro hijos y dos de sus hermanos viven hoy en la vecina Kazajistán. 'Aquí soy un hombre respetado', afirma. Junto con su esposa, Shurpán, y su hija menor, Rajmétov vive en una casa sin agua corriente y con un primitivo retrete en el patio. Shurpán padece bronquitis por el polvo que se cuela por todas partes. El Aral está muerto, pero en los mercados callejeros de Muinak se vende aún pescado fresco de los embalses.
El Aral, que fue centro de un ecosistema alimentado por los ríos Amú Dariá y Sir Dariá, ya no existe como unidad. Esta constatación se impone poco a poco a quienes creyeron poder salvar esta reserva centroasiática fragmentada ahora en tres partes. La primera, al norte, en Kazajistán, ha vuelto a llenarse gracias a un dique artificial que la separa de Uzbekistán. Las otras dos, en territorio de este país, siguen encogiéndose, y desde 2007 son exploradas por un consorcio petrolero que busca hidrocarburos en el fondo de las aguas y en los terrenos salinizados que han dejado tras de sí (más de cuatro millones de hectáreas hasta 2007) al retirarse hasta 140 kilómetros de su antiguo litoral. Víctima del regadío despilfarrador, el Aral sigue padeciendo por la falta de un enfoque sistemático y coordinado de los cinco Estados de la zona, vinculados entre sí por el sistema fluvial dominado por el Amú Dariá y el Sir Dariá.
En la ribera uzbeka del Aral, las esperanzas de recuperar el mar y restablecer la economía tradicional, basada en la pesca, se orientan cada vez más hacia el gas, que, de ser explotado a gran escala, daría un impulso a la deprimida Karakalpakstán (166.000 kilómetros cuadrados y 1,5 millones de habitantes), la república autónoma lindante con el Aral y dependiente de Uzbekistán.
El antiguo fondo del mar es hoy un paisaje inhóspito. De Nukús, capital de Karakalpakstán, a Muinak hay 220 kilómetros, asfaltados, a diferencia de las rutas que llevan desde Muinak hacia el litoral, a cerca de 100 kilómetros. Ahí, el desierto salpicado de arbustos resecos y conchas de moluscos se alterna con pantanos y terrenos saturados de sal. Los geólogos que hacen exploraciones dejan sus huellas sobre esta naturaleza adusta en forma de líneas paralelas que se pierden en la distancia. De vez en cuando, las perforadoras o los camiones de la compañía de gas uzbeka rompen la soledad imperante. Circulan a campo traviesa cargados con tubos o maquinaria. Las llamas anaranjadas de las antorchas de gas recuerdan los campos de petróleo de Siberia.
Desde 2007, la Aral Sea Operating Company (ASOC) -formada por la petrolera rusa Lukoil, la Compañía Nacional de Petróleo de China, la corporación nacional de petróleo de Corea, Petronas de Malaisia y Uzbekneftegaz- realiza exploraciones geofísicas en el Aral tras firmar un contrato de reparto de producción (PSA) con Uzbekistán. La primera fase, en la que se prevé invertir unos 100 millones de dólares, permitirá para 2010 valorar las perspectivas de explotación del gas, lo que ya hace Uzbekneftegaz. Desde 2004 también está presente el consorcio ruso Gazprom, que extrae gas en la cercana meseta de Ustiurg, al oeste del Aral. Aviones de Gazpromavia realizan vuelos regulares de pasajeros entre Moscú y Nukús.
La información sobre las reservas potenciales de hidrocarburos del Aral es escasa, explica en Tashkent Vasili Yákovlev, vicedirector de ASOC y representante de Lukoil en el consorcio. Los últimos datos científicos soviéticos, dice, son de los años setenta y sirven de poco, en parte porque se estropearon los discos magnéticos en los que se grabaron, y en parte por haber sido repartidos entre Kazajistán, Uzbekistán y Rusia. Las estimaciones difieren. Uzbekneftegaz calcula las reservas potenciales de gas en 500.000 millones de metros cúbicos, y Lukoil, en 200.000 millones. Estas cifras son inferiores a las de los grandes yacimientos del Caspio. La lejanía y falta de infraestructura hace que las condiciones de trabajo sean mucho más duras que en aquel otro mar interior.
La exploración llevada a cabo por el ASOC abarca toda la superficie uzbeka del mar, 18.000 kilómetros cuadrados, entre la parte oriental, la occidental y la isla de Vozrozhdenie, que en realidad es una península situada entre ambas. Las 200 personas empleadas ahora se multiplicarán por diez si se llega a una explotación industrial del gas. No es sorprendente, pues, que en Nukús hayan comenzado a preparar ya personal de servicio para el sector, y más de un ecólogo desearía hoy convertirse en petrolero.
En época soviética, la isla de Vozrozhdenie albergó un importante polígono militar de pruebas con armas biológicas, que fue clausurado en 1992. Una zona de 119 metros cuadrados, emplazamiento de aquellas instalaciones secretas que experimentaban con virus especialmente peligrosos, ha sido excluida del contrato con ASOC. Esta exclusión alimenta las sospechas sobre los posibles riesgos para la salud, motivo por la cual una compañía de servicios francesa renunció a pujar por un contrato en la zona, señala Yákovlev. Al margen de las incógnitas del antiguo polígono, abundan los problemas: en el aire hay poco oxígeno, y en el suelo, metales pesados, como níquel, plomo y mercurio. Los trabajadores están vacunados contra la peste, enfermedad de la que se han detectado dos focos entre los roedores.
Las exploraciones geofísicas permiten al consorcio comprobar cómo se encoge el Aral. En un año, afirma Yákovlev, la línea de costa ha retrocedido 60 metros y la superficie ha descendido 30 centímetros. La parte occidental del mar, con profundidad máxima de 40 metros, tiene una concentración de hasta 114 gramos de sal por litro. La parte oriental, con sólo dos metros, es prácticamente una salmuera, con 240 gramos de sal por litro. El Ejecutivo asegura que las actividades petroleras no perjudicarán a este entorno ecológico, sino todo lo contrario. 'Sólo pueden mejorarlo', dice.
Ubbiniaz Ashirbékov, director de la filial de Nukús de la Fundación Internacional para la Salvación del Aral (FISA), apoya la búsqueda de hidrocarburos, y opina que los petroleros 'deben dedicar una parte del beneficio a mantener el ecosistema y ayudar a mejorar las condiciones de vida de la población'. La FISA es una organización en la que están integrados cinco Estados centroasiáticos (Uzbekistán, Kazajistán, Tayikistán, Kirguizistán y Turkmenistán), y su filial de Nukús siembra arbustos para evitar la difusión del polvo y la erosión y mantiene un sistema de embalses que, a modo de cinturón de humedad, contribuye a mantener la habitabilidad en la zona contigua al mar. El agua es mala; la mortalidad infantil, elevada, y sólo el 25% de Nukús (ciudad de 280.000 personas) tiene canalización, señala Ashirbékov. Al delta del Amú Dariá, el agua llega escasa, cargada de pesticidas y sustancias tóxicas recogidas en su tránsito. En Uzbekistán sospechan que Turkmenistán se queda más de lo que necesita, y temen que los proyectos de lujo de aquel Estado cerrado y enigmático, como la creación de un lago artificial, mengüen aún más el Amu Dariá.
La FISA tiene un programa de minicréditos para sostener a la población local, pequeños empresarios ganaderos o artesanos. Una de sus receptoras en Nukús es Abdimurat Zeraján, de 49 años, ex profesora de matemáticas y ahora modista. Con un crédito de 3,7 millones de soms (1.870 euros) compró dos máquinas de coser, y hoy, con ingresos entre 200.000 y 400.000 soms mensuales, es el principal sostén de su familia. Sus perspectivas de desarrollo son limitadas por la escasa capacidad adquisitiva de sus clientes. La modista debe devolver el crédito en tres años con un interés del 10%. La inflación oficial en Uzbekistán es del 6,8%, pero expertos occidentales la calculan en el 30%.
En la plaza central de Nukús ha desaparecido la estatua de Lenin y ha aparecido un café con el pomposo nombre de Sheraton Club. La atracción cultural más importante de la ciudad, de categoría internacional, es la colección de arte de vanguardia de los años veinte que el entusiasta ruso Ígor Savitski formó al margen de los comisarios culturales del estalinismo. Los cuadros de Liubov Popova, Robert Falk o Mijaíl Kurzine son hoy una compensación exquisita en el entorno desangelado.
Alrededor del Aral se tejen los conflictos entre los Estados de esta region centroasiática, que no han podido ponerse de acuerdo en unas normas y un sistema para la explotación racional del agua en el Amú Dariá y el Sir Dariá. La superficie de los glaciares en las montañas de Kirguizistán y Tayikistán se ha reducido, y existen conflictos crónicos entre los países ribereños situados en la parte superior de los ríos, interesados en la producción hidroenergética, y los de la desembocadura, interesados en el regadío. Unos y otros se tantean en búsqueda de nuevas fórmulas de intercambio entre energía y agua. Las autoridades de Kirguizistán se plantean cobrar por el agua en respuesta al anuncio de Uzbekistán, Kazajistán y Turkmenistán de aumentar el precio del gas a nivel europeo.
Aunque, desde su fundación en 1993, la FISA no ha logrado convertirse en la organización coordinadora de los intereses de los Estados miembros, Ashirbékov es optimista: 'Gracias a organizaciones como ésta, los países centroasiáticos no han ido a la guerra por el agua, lo que en sí mismo es un logro'
Introducido en Asia central por el imperio zarista, el cultivo del algodón fue privilegiado por la URSS y sigue siendo hoy una de las principales fuentes de ingresos de Uzbekistán. En la práctica, el Estado, monopolista de las exportaciones, incentiva esta producción y establece planes de cosecha. El resultado es la atrofia de las alternativas. El cultivo de hortalizas con riego gota a gota no ha cuajado, confiesa el jakim. Esta técnica requeriría un enfoque avanzado que no encajaría con un sistema basado en el despilfarro de los escasos recursos de agua.
El Aral comenzó a alejarse de Muinak en los sesenta. En 1979 cesó la navegación y en 1984 comenzó a desmantelarse la industria pesquera, que daba trabajo a 10.000 personas. Daulet Rajmétov, ex director de la fábrica de conservas de Muinak y representante local de la Fundación Internacional para la Salvación del Aral, recuerda cómo durante años viajó de puerto en puerto por las costas de la URSS en busca de pescado para frenar la agonía de su empresa. 'El pescado venía del Caspio, del Báltico, del Ártico en vagones refrigerados, pero no bastaba, así que fuimos reduciendo la producción hasta que el año 2000 clausuramos la fábrica. Fue muy duro, porque el combinado pesquero era el centro de la economía local', dice. Rajmétov no quiere seguir el ejemplo de los muchos vecinos que han emigrado, pero tres de sus cuatro hijos y dos de sus hermanos viven hoy en la vecina Kazajistán. 'Aquí soy un hombre respetado', afirma. Junto con su esposa, Shurpán, y su hija menor, Rajmétov vive en una casa sin agua corriente y con un primitivo retrete en el patio. Shurpán padece bronquitis por el polvo que se cuela por todas partes. El Aral está muerto, pero en los mercados callejeros de Muinak se vende aún pescado fresco de los embalses.
El Aral, que fue centro de un ecosistema alimentado por los ríos Amú Dariá y Sir Dariá, ya no existe como unidad. Esta constatación se impone poco a poco a quienes creyeron poder salvar esta reserva centroasiática fragmentada ahora en tres partes. La primera, al norte, en Kazajistán, ha vuelto a llenarse gracias a un dique artificial que la separa de Uzbekistán. Las otras dos, en territorio de este país, siguen encogiéndose, y desde 2007 son exploradas por un consorcio petrolero que busca hidrocarburos en el fondo de las aguas y en los terrenos salinizados que han dejado tras de sí (más de cuatro millones de hectáreas hasta 2007) al retirarse hasta 140 kilómetros de su antiguo litoral. Víctima del regadío despilfarrador, el Aral sigue padeciendo por la falta de un enfoque sistemático y coordinado de los cinco Estados de la zona, vinculados entre sí por el sistema fluvial dominado por el Amú Dariá y el Sir Dariá.
En la ribera uzbeka del Aral, las esperanzas de recuperar el mar y restablecer la economía tradicional, basada en la pesca, se orientan cada vez más hacia el gas, que, de ser explotado a gran escala, daría un impulso a la deprimida Karakalpakstán (166.000 kilómetros cuadrados y 1,5 millones de habitantes), la república autónoma lindante con el Aral y dependiente de Uzbekistán.
El antiguo fondo del mar es hoy un paisaje inhóspito. De Nukús, capital de Karakalpakstán, a Muinak hay 220 kilómetros, asfaltados, a diferencia de las rutas que llevan desde Muinak hacia el litoral, a cerca de 100 kilómetros. Ahí, el desierto salpicado de arbustos resecos y conchas de moluscos se alterna con pantanos y terrenos saturados de sal. Los geólogos que hacen exploraciones dejan sus huellas sobre esta naturaleza adusta en forma de líneas paralelas que se pierden en la distancia. De vez en cuando, las perforadoras o los camiones de la compañía de gas uzbeka rompen la soledad imperante. Circulan a campo traviesa cargados con tubos o maquinaria. Las llamas anaranjadas de las antorchas de gas recuerdan los campos de petróleo de Siberia.
Desde 2007, la Aral Sea Operating Company (ASOC) -formada por la petrolera rusa Lukoil, la Compañía Nacional de Petróleo de China, la corporación nacional de petróleo de Corea, Petronas de Malaisia y Uzbekneftegaz- realiza exploraciones geofísicas en el Aral tras firmar un contrato de reparto de producción (PSA) con Uzbekistán. La primera fase, en la que se prevé invertir unos 100 millones de dólares, permitirá para 2010 valorar las perspectivas de explotación del gas, lo que ya hace Uzbekneftegaz. Desde 2004 también está presente el consorcio ruso Gazprom, que extrae gas en la cercana meseta de Ustiurg, al oeste del Aral. Aviones de Gazpromavia realizan vuelos regulares de pasajeros entre Moscú y Nukús.
La información sobre las reservas potenciales de hidrocarburos del Aral es escasa, explica en Tashkent Vasili Yákovlev, vicedirector de ASOC y representante de Lukoil en el consorcio. Los últimos datos científicos soviéticos, dice, son de los años setenta y sirven de poco, en parte porque se estropearon los discos magnéticos en los que se grabaron, y en parte por haber sido repartidos entre Kazajistán, Uzbekistán y Rusia. Las estimaciones difieren. Uzbekneftegaz calcula las reservas potenciales de gas en 500.000 millones de metros cúbicos, y Lukoil, en 200.000 millones. Estas cifras son inferiores a las de los grandes yacimientos del Caspio. La lejanía y falta de infraestructura hace que las condiciones de trabajo sean mucho más duras que en aquel otro mar interior.
La exploración llevada a cabo por el ASOC abarca toda la superficie uzbeka del mar, 18.000 kilómetros cuadrados, entre la parte oriental, la occidental y la isla de Vozrozhdenie, que en realidad es una península situada entre ambas. Las 200 personas empleadas ahora se multiplicarán por diez si se llega a una explotación industrial del gas. No es sorprendente, pues, que en Nukús hayan comenzado a preparar ya personal de servicio para el sector, y más de un ecólogo desearía hoy convertirse en petrolero.
En época soviética, la isla de Vozrozhdenie albergó un importante polígono militar de pruebas con armas biológicas, que fue clausurado en 1992. Una zona de 119 metros cuadrados, emplazamiento de aquellas instalaciones secretas que experimentaban con virus especialmente peligrosos, ha sido excluida del contrato con ASOC. Esta exclusión alimenta las sospechas sobre los posibles riesgos para la salud, motivo por la cual una compañía de servicios francesa renunció a pujar por un contrato en la zona, señala Yákovlev. Al margen de las incógnitas del antiguo polígono, abundan los problemas: en el aire hay poco oxígeno, y en el suelo, metales pesados, como níquel, plomo y mercurio. Los trabajadores están vacunados contra la peste, enfermedad de la que se han detectado dos focos entre los roedores.
Las exploraciones geofísicas permiten al consorcio comprobar cómo se encoge el Aral. En un año, afirma Yákovlev, la línea de costa ha retrocedido 60 metros y la superficie ha descendido 30 centímetros. La parte occidental del mar, con profundidad máxima de 40 metros, tiene una concentración de hasta 114 gramos de sal por litro. La parte oriental, con sólo dos metros, es prácticamente una salmuera, con 240 gramos de sal por litro. El Ejecutivo asegura que las actividades petroleras no perjudicarán a este entorno ecológico, sino todo lo contrario. 'Sólo pueden mejorarlo', dice.
Ubbiniaz Ashirbékov, director de la filial de Nukús de la Fundación Internacional para la Salvación del Aral (FISA), apoya la búsqueda de hidrocarburos, y opina que los petroleros 'deben dedicar una parte del beneficio a mantener el ecosistema y ayudar a mejorar las condiciones de vida de la población'. La FISA es una organización en la que están integrados cinco Estados centroasiáticos (Uzbekistán, Kazajistán, Tayikistán, Kirguizistán y Turkmenistán), y su filial de Nukús siembra arbustos para evitar la difusión del polvo y la erosión y mantiene un sistema de embalses que, a modo de cinturón de humedad, contribuye a mantener la habitabilidad en la zona contigua al mar. El agua es mala; la mortalidad infantil, elevada, y sólo el 25% de Nukús (ciudad de 280.000 personas) tiene canalización, señala Ashirbékov. Al delta del Amú Dariá, el agua llega escasa, cargada de pesticidas y sustancias tóxicas recogidas en su tránsito. En Uzbekistán sospechan que Turkmenistán se queda más de lo que necesita, y temen que los proyectos de lujo de aquel Estado cerrado y enigmático, como la creación de un lago artificial, mengüen aún más el Amu Dariá.
La FISA tiene un programa de minicréditos para sostener a la población local, pequeños empresarios ganaderos o artesanos. Una de sus receptoras en Nukús es Abdimurat Zeraján, de 49 años, ex profesora de matemáticas y ahora modista. Con un crédito de 3,7 millones de soms (1.870 euros) compró dos máquinas de coser, y hoy, con ingresos entre 200.000 y 400.000 soms mensuales, es el principal sostén de su familia. Sus perspectivas de desarrollo son limitadas por la escasa capacidad adquisitiva de sus clientes. La modista debe devolver el crédito en tres años con un interés del 10%. La inflación oficial en Uzbekistán es del 6,8%, pero expertos occidentales la calculan en el 30%.
En la plaza central de Nukús ha desaparecido la estatua de Lenin y ha aparecido un café con el pomposo nombre de Sheraton Club. La atracción cultural más importante de la ciudad, de categoría internacional, es la colección de arte de vanguardia de los años veinte que el entusiasta ruso Ígor Savitski formó al margen de los comisarios culturales del estalinismo. Los cuadros de Liubov Popova, Robert Falk o Mijaíl Kurzine son hoy una compensación exquisita en el entorno desangelado.
Alrededor del Aral se tejen los conflictos entre los Estados de esta region centroasiática, que no han podido ponerse de acuerdo en unas normas y un sistema para la explotación racional del agua en el Amú Dariá y el Sir Dariá. La superficie de los glaciares en las montañas de Kirguizistán y Tayikistán se ha reducido, y existen conflictos crónicos entre los países ribereños situados en la parte superior de los ríos, interesados en la producción hidroenergética, y los de la desembocadura, interesados en el regadío. Unos y otros se tantean en búsqueda de nuevas fórmulas de intercambio entre energía y agua. Las autoridades de Kirguizistán se plantean cobrar por el agua en respuesta al anuncio de Uzbekistán, Kazajistán y Turkmenistán de aumentar el precio del gas a nivel europeo.
Aunque, desde su fundación en 1993, la FISA no ha logrado convertirse en la organización coordinadora de los intereses de los Estados miembros, Ashirbékov es optimista: 'Gracias a organizaciones como ésta, los países centroasiáticos no han ido a la guerra por el agua, lo que en sí mismo es un logro'