Agua, energía y futuro
Mar, 09/01/2007
¡Lo que da de sí desacuerdo tan menor! Se discuten matices (el trazado del Júcar Vinalopó o el agua del Ebro por la del mar), cuando el reto del futuro es otro. Sobre todo si se cumplen las previsiones del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC). Tras seis años de estudio, 2.500 investigadores de todo el mundo nos dirán en París el próximo 2 de Febrero que debemos reducir las tasas de emisión de gases que propician el efecto invernadero y, lo que es peor, que la disponibilidad de recursos hídricos en toda el área mediterránea menguará de manera significativa. Hasta en un 30 %, dicen.
Y no lo anticipan cuatro indocumentados. El IPCC es la respuesta a una iniciativa que Naciones Unidas y la Organización Meteorológica Mundial tomaron en 1988. El informe del que hablo es el cuarto. Le precedieron los publicados en 1990, 1995 (que propició el protocolo de Kyoto) y 2001. Pero el actual va a tener un protagonismo muy superior porque esta Sociedad percibe el cambio climático, no ya como un divertimento de científicos y meteorólogos, sino como palpable realidad. De otra, las predicciones tienen alta probabilidad de acierto, pues todos los indicadores apuntan en una dirección, la del calentamiento del planeta.
En este nuevo contexto el binomio agua-energía va a tener una importancia creciente. De una parte hay que reducir el gasto energético. Y no tanto, como hasta ahora, por nuestra dependencia exterior. Pesarán más los compromisos internacionales a suscribir para minimizar la emisión de gases. Y además, si los recursos hídricos disminuyen de manera notable, habrá que gestionar mejor el agua. Máxime porque las fuentes alternativas (trasvase o desalación) son, desde la óptica energética, muy consuntivas.
Conviene pues, hoy más que nunca, subrayar la relación que existe entre los dos recursos más preciados: el agua y la energía. Hasta ahora se ha desatendido el alto gasto del segundo derivado de manejar sosteniblemente el primero. Porque cada etapa del ciclo del agua (desde la captación hasta el vertido final) exige un importante gasto de energía, hecho oscurecido por las grandes inversiones que el ciclo del agua exige y por el discreto gasto unitario de multitud de usuarios intrínseco al uso del agua. Pero claro, la suma de muchos términos menores supone un total importante. Y ello es lo que a la postre cuenta.
En efecto, un estudio del Departamento de Energía de California estima el gasto energético del Estado ligado al agua en el 19 % del consumo eléctrico y en el 32 % del de gas. Unos resultados obtenidos multiplicando la demanda de agua por el gasto energético habido en el ciclo recorrido (sólo la desalación, cuando la hay, exige 4 kW·h/m3). Por ello ahorrar agua es ahorrar energía. Una traslación apresurada a España dice que el 13% de nuestro gasto energético está ligado al agua y que un ahorro más que factible del 30 % (según el IPCC, la futura mengua de agua) reduciría el gasto energético en 8400 GW·h/año, igual a la producción anual de la nuclear de Cofrentes.
El impacto que en términos energéticos tiene un uso más eficiente del agua es enorme. Y no tanto, aunque también, porque obvia sobredimensionar las instalaciones (tuberías, potabilizadoras, etc.) y, con ello, el gasto energético asociado a toda gran obra civil. Al fin y al cabo esa factura sólo se paga una vez. El impacto se explica por su uso diario. No en vano la principal conclusión del estudio de California es que, de entre los programas de eficiencia energética analizados, el mejor es ahorrar agua. Y de paso con un tiro dos pájaros.
Por ello, visto el dictamen del IPCC, sólo cabe un debate del agua, cómo racionalizar su uso. Y, porque no es oro todo lo que reluce, con las ideas claras. El riego moderno exige más energía que el tradicional y, por obviar los retornos, sólo en la costa ahorra agua. Y tampoco conviene olvidar que la reutilización tiene un coste energético importante. Lo que más importa es, con un riguroso control y una política tarifaria adecuada, disminuir el gasto unitario. En otras palabras cambiar el actual desarrollismo hidráulico por una gestión eficiente. Y ese es el camino que andan quienes con hechos miran el futuro.
Sé que cuando el objetivo es ganar votos pretender oír el discurso que conviene es como pedirle peras al olmo. Lo sé. Pero también sé que en el actual pulso hombre naturaleza podemos perder mucho más de lo que, con desmesurada ambición, se está ganando. Habría, cuanto menos, que salvar los muebles (al respecto el informe del IPCC es demoledor). Y quienes nos sucedan ni eso podrán mientras esta Sociedad, ignorando los irrefutables mensajes que recibe, no tenga con sus hijos la solidaridad que a otros pide. El mensaje del futuro es, pues, que el medio natural no da más de sí, y obrar en consecuencia el reto político que debe asumir quien el 28 de mayo gane las elecciones aunque hasta entonces, resignémonos, todos, troyanos y tirios, sigan mareando la perdiz.
Enrique Cabrera, Catedrático de Mecánica de Fluidos. Instituto Tecnológico del Agua. Universidad Politécnica
Y no lo anticipan cuatro indocumentados. El IPCC es la respuesta a una iniciativa que Naciones Unidas y la Organización Meteorológica Mundial tomaron en 1988. El informe del que hablo es el cuarto. Le precedieron los publicados en 1990, 1995 (que propició el protocolo de Kyoto) y 2001. Pero el actual va a tener un protagonismo muy superior porque esta Sociedad percibe el cambio climático, no ya como un divertimento de científicos y meteorólogos, sino como palpable realidad. De otra, las predicciones tienen alta probabilidad de acierto, pues todos los indicadores apuntan en una dirección, la del calentamiento del planeta.
En este nuevo contexto el binomio agua-energía va a tener una importancia creciente. De una parte hay que reducir el gasto energético. Y no tanto, como hasta ahora, por nuestra dependencia exterior. Pesarán más los compromisos internacionales a suscribir para minimizar la emisión de gases. Y además, si los recursos hídricos disminuyen de manera notable, habrá que gestionar mejor el agua. Máxime porque las fuentes alternativas (trasvase o desalación) son, desde la óptica energética, muy consuntivas.
Conviene pues, hoy más que nunca, subrayar la relación que existe entre los dos recursos más preciados: el agua y la energía. Hasta ahora se ha desatendido el alto gasto del segundo derivado de manejar sosteniblemente el primero. Porque cada etapa del ciclo del agua (desde la captación hasta el vertido final) exige un importante gasto de energía, hecho oscurecido por las grandes inversiones que el ciclo del agua exige y por el discreto gasto unitario de multitud de usuarios intrínseco al uso del agua. Pero claro, la suma de muchos términos menores supone un total importante. Y ello es lo que a la postre cuenta.
En efecto, un estudio del Departamento de Energía de California estima el gasto energético del Estado ligado al agua en el 19 % del consumo eléctrico y en el 32 % del de gas. Unos resultados obtenidos multiplicando la demanda de agua por el gasto energético habido en el ciclo recorrido (sólo la desalación, cuando la hay, exige 4 kW·h/m3). Por ello ahorrar agua es ahorrar energía. Una traslación apresurada a España dice que el 13% de nuestro gasto energético está ligado al agua y que un ahorro más que factible del 30 % (según el IPCC, la futura mengua de agua) reduciría el gasto energético en 8400 GW·h/año, igual a la producción anual de la nuclear de Cofrentes.
El impacto que en términos energéticos tiene un uso más eficiente del agua es enorme. Y no tanto, aunque también, porque obvia sobredimensionar las instalaciones (tuberías, potabilizadoras, etc.) y, con ello, el gasto energético asociado a toda gran obra civil. Al fin y al cabo esa factura sólo se paga una vez. El impacto se explica por su uso diario. No en vano la principal conclusión del estudio de California es que, de entre los programas de eficiencia energética analizados, el mejor es ahorrar agua. Y de paso con un tiro dos pájaros.
Por ello, visto el dictamen del IPCC, sólo cabe un debate del agua, cómo racionalizar su uso. Y, porque no es oro todo lo que reluce, con las ideas claras. El riego moderno exige más energía que el tradicional y, por obviar los retornos, sólo en la costa ahorra agua. Y tampoco conviene olvidar que la reutilización tiene un coste energético importante. Lo que más importa es, con un riguroso control y una política tarifaria adecuada, disminuir el gasto unitario. En otras palabras cambiar el actual desarrollismo hidráulico por una gestión eficiente. Y ese es el camino que andan quienes con hechos miran el futuro.
Sé que cuando el objetivo es ganar votos pretender oír el discurso que conviene es como pedirle peras al olmo. Lo sé. Pero también sé que en el actual pulso hombre naturaleza podemos perder mucho más de lo que, con desmesurada ambición, se está ganando. Habría, cuanto menos, que salvar los muebles (al respecto el informe del IPCC es demoledor). Y quienes nos sucedan ni eso podrán mientras esta Sociedad, ignorando los irrefutables mensajes que recibe, no tenga con sus hijos la solidaridad que a otros pide. El mensaje del futuro es, pues, que el medio natural no da más de sí, y obrar en consecuencia el reto político que debe asumir quien el 28 de mayo gane las elecciones aunque hasta entonces, resignémonos, todos, troyanos y tirios, sigan mareando la perdiz.
Enrique Cabrera, Catedrático de Mecánica de Fluidos. Instituto Tecnológico del Agua. Universidad Politécnica