Los acuíferos de Alicante pueden extinguirse en un plazo de 15 años
Sáb, 13/05/2006
Las zonas más castigadas por la sequía son Elda y Villena, precisamente las que no podrán beneficiarse del aporte de las desaladoras del programa AGUA
D. MARTÍNEZ
ALICANTE. La Junta de Usuarios del Vinalopó publicó ayer su informe anual sobre el control de extracciones y el estado de los acuíferos en las comarcas alicantinas bajo su influencia, con un balance más que desolador.
El déficit global de los acuíferos alicantinos -diferencia entre los derechos hídricos de los usuarios y los recursos disponibles- es de casi 180 Hectómetros cúbicos (Hm3), por lo que sigue faltando aproximadamente el mismo caudal que el pasado verano. Ello se debe a que los aportes hídricos no han aumentado, mientras la demanda ha descendido mínimamente, al abandonar diversos agricultores determinados cultivos.
Uno de los casos más preocupantes es el del acuífero de Carche-Salinas, del que dependen poblaciones como Elda, Petrer o Monóvar, que suman más de 100.000 personas. Este acuífero registra un descenso anual continuado de diez metros -cada año hay que bajar diez metros más que el anterior para encontrar agua-, por lo que, según el presidente de la Junta de Usuarios, Andrés Martínez, «está condenado a la extinción». Al acuífero le queda agua «para diez o quince años» si no recibe aportes.
No es el único caso. El acuífero de Argueña-Maigmó, con un déficit de más de 11 Hm3, registra un descenso medio de 5,6 metros, mientras en el de Quibas el descenso es de 10,2 metros. En cuanto al déficit, la situación empeora cuanto más al interior. En el límite con la provincia de Albacete, los acuíferos de Jumilla-Villena y Villena-Benejama padecen un déficit de 35,9 y 51 Hm3, respectivamente.
«Ya hay acuíferos muertos»
Pero los datos del continuado e imparable descenso en los recursos de los acuíferos no refleja la auténtica magnitud del problema. Tal como explica Martínez, «que un acuífero tenga agua no significa que pueda abastecer a sus usarios». El ejemplo más evidente es el de Peñarrubia, donde la elevada reactividad -consecuencia de la profundidad a la que se encuentra el caudal- impide utilizar el agua.
Además, la aportación de las desaladoras del programa AGUA, que no será mesurable hasta dentro de unos años, no resolverá la delicada situación de los acuíferos de las zonas más castigadas, situadas al interior, como Villena o Elda.
D. MARTÍNEZ
ALICANTE. La Junta de Usuarios del Vinalopó publicó ayer su informe anual sobre el control de extracciones y el estado de los acuíferos en las comarcas alicantinas bajo su influencia, con un balance más que desolador.
El déficit global de los acuíferos alicantinos -diferencia entre los derechos hídricos de los usuarios y los recursos disponibles- es de casi 180 Hectómetros cúbicos (Hm3), por lo que sigue faltando aproximadamente el mismo caudal que el pasado verano. Ello se debe a que los aportes hídricos no han aumentado, mientras la demanda ha descendido mínimamente, al abandonar diversos agricultores determinados cultivos.
Uno de los casos más preocupantes es el del acuífero de Carche-Salinas, del que dependen poblaciones como Elda, Petrer o Monóvar, que suman más de 100.000 personas. Este acuífero registra un descenso anual continuado de diez metros -cada año hay que bajar diez metros más que el anterior para encontrar agua-, por lo que, según el presidente de la Junta de Usuarios, Andrés Martínez, «está condenado a la extinción». Al acuífero le queda agua «para diez o quince años» si no recibe aportes.
No es el único caso. El acuífero de Argueña-Maigmó, con un déficit de más de 11 Hm3, registra un descenso medio de 5,6 metros, mientras en el de Quibas el descenso es de 10,2 metros. En cuanto al déficit, la situación empeora cuanto más al interior. En el límite con la provincia de Albacete, los acuíferos de Jumilla-Villena y Villena-Benejama padecen un déficit de 35,9 y 51 Hm3, respectivamente.
«Ya hay acuíferos muertos»
Pero los datos del continuado e imparable descenso en los recursos de los acuíferos no refleja la auténtica magnitud del problema. Tal como explica Martínez, «que un acuífero tenga agua no significa que pueda abastecer a sus usarios». El ejemplo más evidente es el de Peñarrubia, donde la elevada reactividad -consecuencia de la profundidad a la que se encuentra el caudal- impide utilizar el agua.
Además, la aportación de las desaladoras del programa AGUA, que no será mesurable hasta dentro de unos años, no resolverá la delicada situación de los acuíferos de las zonas más castigadas, situadas al interior, como Villena o Elda.