Los últimos cuatro meses han sido los más secos en la Península desde hace 60 años El cambio climático reducirá en un 20% la disponibilidad de agua

Jue, 24/03/2005

Hoy

Solo en el invierno el déficit de precipitaciones ronda el 65 por ciento de los valores normales El informe de tendencia para la primavera refleja precipitaciones por debajo de lo normal La mitad de la población de los países pobres está expuesta a fuentes de agua contaminada, según la ONU ARACELI ACOSTA A. P./MADRID

MADRID Si al inicio del año pasado los embalses almacenaban más de 36.000 hectómetros cúbicos, una cifra un 24 por ciento superior a la media de los diez años anteriores, este año comenzamos con unas reservas de casi 6.000 hectómetros menos y en el tiempo transcurrido hasta ahora sólo han aumentado unos 200 hectómetros, situándose en 30.625 hectómetros cúbicos a día 22 de marzo, frente a los 38.917 que almacenaban los embalses en la misma fecha del año pasado.

La explicación a esta situación es sólo una: la escasez de precipitaciones. Y es que si contamos el régimen de lluvias registrado desde noviembre hasta finales de febrero nos encontramos con el cuatrimestre más seco desde 1947, «por lo menos», matiza el jefe del servicio de Aplicaciones Meteorológicas del Instituto Nacional de Meteorología (INM), Antonio Mestre, pues es hasta ese año para el que se cuenta con series homogéneas de datos.

Si no contamos noviembre, y nos centramos sólo en el trimestre más invernal, estaríamos hablando del cuarto o quinto trimestre más seco desde los años 40. En cualquier caso, dice Mestre, de lo que no hay duda es de que ha habido «una sequía invernal prolongada». Limitándonos estrictamente al invierno, de 20 de diciembre a 20 de marzo, ha llovido poco más de la tercera parte de lo que es normal, por tanto, el déficit de lluvias para este periodo es del 65 por ciento. La precipitación media para esta estación se sitúa en torno a los 200 litros por metro cuadrado, pero este año sólo han caído 70.

Esto de media, porque hay zonas donde las precipitaciones caídas suponen menos de la cuarta parte de los valores normales. Estas áreas son el suroeste de Galicia, la mitad sur de Castilla y León, la mayor parte de Aragón, Madrid y Castilla-La Mancha, la mitad norte de Andalucía y, sobre todo, dice Mestre, Extremadura, con registros de 10 litros por metro cuadrado. En el resto de la Península los valores también han estado por debajo de lo normal, exceptuando a los dos archipiélagos y algunas zonas «muy pequeñas y concretas» del sureste peninsular, entre Almería y Murcia; el área del Estrecho de Gibraltar y la vertiente cantábrica.

Compensar el déficit

Con esta situación habría que esperar una primavera que permitiera compensar el déficit, si bien el informe de tendencia para esta estación, que «no es una predicción» -advierte Mestre-, refleja «una ligera tendencia de precipitaciones algo por debajo de lo normal, pero no muy acusada, salvo en el sur peninsular». No obstante, Mestre explica que aunque «la tendencia no es muy clara», sí lo es el hecho de que con valores normales «el déficit tampoco se compensaría».

Para entender hasta qué punto las precipitaciones en España se caracterizan por su alta variabilidad baste decir que la primavera del año pasado fue la más lluviosa de los últimos diez años, con precipitaciones entre un 30 y un 40 por ciento superiores a lo normal. Y es que los años hidrometeorológicos anteriores (2002-2003 y 2003-2004) fueron húmedos «y lo que sí que hubiera sido raro es que hubiera tres años consecutivos húmedos en un clima mediterráneo como el nuestro», asegura Mestre. A la pregunta de si esta situación puede ser el preludio de un ciclo seco, Mestre contesta con el ejemplo que nos ha dejado el último año seco que hemos tenido, 99-2000, que fue seguido por cuatro años seguidos donde en general los valores de las lluvias han promediado por encima de lo normal. «De los cinco años anteriores, tres han sido húmedos y dos secos».

Bajas reservas

Por tanto, para sacar conclusiones, habrá que esperar. Pero a fecha 22 de marzo, los embalses en las cuencas que vierten al Atlántico se encuentran al 58,2 por ciento de su capacidad, 17 puntos por debajo del año anterior y 8 por debajo de la media de los últimos diez años. En la vertiente mediterránea, la situación es muy similar, con unas reservas del 52,1 por ciento, diez puntos inferior al año anterior y 5 con respecto a la media del último decenio.

En cuanto a la humedad del suelo, importante ante la subida de temperaturas y el consiguiente riesgo de incendios forestales, éstos están muy secos (por debajo del 10 por ciento de su capacidad de retención) en Extremadura, Aragón, la mayor parte de Castilla-La Mancha, Madrid y norte de Murcia, aunque es en las dos primeras donde el déficit en los últimos meses es más acusado. Muy húmedos están en la vertiente cantábrica y norte de Castilla y León, Baleares, Canarias y el Estrecho.

De todas las crisis de índole social o natural que afronta el ser humano, la del agua es «una de las que más afecta a nuestra supervivencia y a la de nuestro planeta». La premisa la sienta en el Informe de Naciones Unidas sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos en el Mundo el director general de la UNESCO, Koichiro Matsuura. Una jornada después del Día Mundial del Agua, la agencia de Naciones Unidas difundió la primera edición en castellano del estudio y recordó las implicaciones a escala mundial de la creciente precariedad de este elemento vital.

A día de hoy, más de 1.300 millones de personas carecen de agua potable y más de 2.000 millones no tienen acceso a servicios básicos de saneamiento. Las expectativas a medio y largo plazo son aún peores. Según los expertos más conservadores, a mitad de este siglo padecerán escasez de agua en distinto grado entre 2.000 y 7.000 millones de almas en medio centenar de países. De manera aguda, el 50% de la población de las naciones pobres. Si en la actualidad, 6.000 niños mueren cada día por enfermedades relacionadas con el agua, en el futuro todo indica que irá a peor, debido a los dos millones de toneladas de desechos vertidos cada día en lagos y ríos de los cinco continentes.

En el 'mapa' de los problemas hídricos figura ya por derecho propio un factor que solo anteayer entró en los cálculos de los especialistas, el cambio climático. Todos los indicios apuntan, y así lo señala el informe, a que el calentamiento global incrementará en un 20% la escasez mundial de agua. Dicho de otro modo, aminorará en igual medida los recursos disponibles de agua potable (el 2,53% del total de las aguas planetarias) para la población de los cinco continentes.

Claro que el impacto de la falta de agua variará según las latitudes. El continente americano y Australia y Oceanía son los únicos con superávit hídrico en relación a su población. Sudamérica, en particular, dispone de una cuarta parte de las reservas mundiales de agua dulce, para sólo el 6% de la población total.

En el lado contrario, el continente asiático acusa de manera alarmante la presión demográfica sobre sus recursos hídricos, el 36% del total global, para el 60% de la población del planeta. Europa también vive por encima de sus posibilidades; el 8% del agua dulce para el 13% de la carga demográfica mundial.

Despilfarro

En este contexto, se entiende mal el despilfarro y la inconsciencia en el manejo del primer recurso vital, en el mundo en general y en Occidente en particular. La gestión sostenible del agua debe ser «algo más que retórica vacía», dijo Cristina Narbona en la presentación de la edición en español del informe. Es urgente -recalcó la ministra de Medio Ambiente- asumir y aplicar los principios de la Declaración de La Haya (2000) para administrar el agua de forma responsable, implicando a toda la sociedad; proteger los ecosistemas asegurando su integridad a través de la gestión sostenible de los recursos hídricos; compartir éstos por medio de la cooperación pacífica entre estados; y evaluar los valores del agua y sus costes, tratando de recuperarlos por medio de un precio equitativo y accesible a las poblaciones más pobres, entre otros mandatos.

En los países desarrollados se impone además - añadió Narbona- una reflexión seria sobre el modelo de consumo y las pautas de comportamiento alimentario. Y puso un ejemplo ilustrativo: producir un kilo de carne necesita una cantidad de agua diez veces superior a la producción de una cantidad equivalente de cereales y legumbres, alimentos capaces de garantizar un aporte equilibrado de proteínas al organismo humano.