Los nitratos y nitritos del agua potable quintuplican la dosis recomendada por la OMS
Jue, 04/11/2004
La composición del agua no es la misma siempre, y por eso hay que atender a su mineralización. Para bebés, enfermos renales o hipertensos, lo ideal es un agua con bajos niveles de sodio
El agua es el nutriente más importante de que disponemos. La composición de nuestro organismo ya lo revela: un 60 por ciento es agua. Pero además del elemento líquido, el agua que consumimos trae consigo otras sustancias, como los minerales o los elementos empleados para su desinfección. Así, al beberla podemos ingerir sales de magnesio, de calcio o incluso cloro. Estas sustancias alteran el sabor teóricamente inexistente del agua, aunque en el caso del cloro también garantizan la potabilidad. El agua del grifo es responsabilidad de la Administración, que debe ocuparse de su transporte, acondicionamiento y canalización hacia los consumidores (particulares, industriales...), así como de la posterior depuración de las aguas residuales, que una vez limpias se reincorporan a los cauces de donde inicialmente se tomaron. En España, un tercio de los acuíferos subterráneos y los restantes de las aguas superficiales (ríos, pantanos), están más expuestas a la contaminación y al deterioro. Lo normal es que el agua no sea potable cuando se recoge, pues contiene microorganismos e impurezas que podrían perjudicar al hombre. Agua sana No basta con hervir el agua para que sea potable. Para sanearla, se usan diversos procedimientos: En primer lugar las aguas se liberan de las partículas sólidas que contienen mediante cribas y filtrados. En segundo lugar, se desinfectan para eliminar la presencia de microorganismos: lo más barato y usual es que se utilicen el cloro y sus compuestos, salvo que el agua tratada contenga demasiadas sustancias orgánicas capaces de reaccionar con el cloro y originar olores y sabores desagradables o compuestos tóxicos. En tal caso, se emplean tratamientos de «ozonización » o de exposición a rayos ultravioleta, complementados con un clorado suave. Para ablandar las aguas «duras », ricas en partículas de calcio y magnesio, pueden utilizarse técnicas de precipitación y absorción. Un agua dura se reconoce fácilmente porque cuece peor los alimentos y hace poca espuma al lavar. Las aguas envasadas deben ajustarse a los mismos requisitos de salubridad que el agua del grifo, referidos, entre otras cosas, a su olor, color y sabor, y a la presencia eventual de amoníaco, metales pesados, etc. La Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) considera que algunos de los límites impuestos a estas sustancias son muy permisivos: por ejemplo los nitritos y los nitratos admitidos en España pueden quintuplicar los valores recomendados por la OMS. Las envasadas se distinguen por la cantidad y el tipo de minerales que contienen. Los más frecuentes son el cloro, los sulfatos, los bicarbonatos, los fluoruros, el sodio, el magnesio, el hierro, el calcio y el dióxido de carbono. Si se consume habitualmente agua mineral, hay que fijarse en la composición de su extracto seco (es decir, en las sustancias que deja el agua una vez evaporada), y en su grado de mineralización (muy débil, débil, media o fuerte). De estos factores depende que el agua sea más o menos indicada para algunas personas en concreto. Para preparar biberones y papillas infantiles, están indicadas las aguas de mineralización débil o muy débil, pobres en sodio (que podría sobrecargar los riñones inmaduros del niño) y en sulfatos (tienen efectos laxantes). Además, los niños no deben tomar habitualmente aguas fluoradas, ya que su organismo asimila el flúor con facilidad y puede acumular el exceso en los huesos, lo que alteraría su crecimiento normal. Al riñón de los ancianos tampoco le convienen las aguas muy mineralizadas, mientras que quienes tengan necesidad de aumentar su ingesta de calcio encontraran útiles las aguas cálcicas. Por otra parte, las personas con problemas renales deben prescindir de las aguas ricas en sales minerales y los hipertensos, de las ricas en sodio, al igual que quienes padezcan problemas gástricos no deben tomar aguas carbonatadas sin recomendación médica, ya que influyen en la acidez del estómago. Todos los enfermos deben tener presente que las aguas con más de un gramo de sulfatos por litro pueden tener efectos laxantes. Los adultos sanos, sin embargo, pueden consumir las aguas que prefieran
El agua es el nutriente más importante de que disponemos. La composición de nuestro organismo ya lo revela: un 60 por ciento es agua. Pero además del elemento líquido, el agua que consumimos trae consigo otras sustancias, como los minerales o los elementos empleados para su desinfección. Así, al beberla podemos ingerir sales de magnesio, de calcio o incluso cloro. Estas sustancias alteran el sabor teóricamente inexistente del agua, aunque en el caso del cloro también garantizan la potabilidad. El agua del grifo es responsabilidad de la Administración, que debe ocuparse de su transporte, acondicionamiento y canalización hacia los consumidores (particulares, industriales...), así como de la posterior depuración de las aguas residuales, que una vez limpias se reincorporan a los cauces de donde inicialmente se tomaron. En España, un tercio de los acuíferos subterráneos y los restantes de las aguas superficiales (ríos, pantanos), están más expuestas a la contaminación y al deterioro. Lo normal es que el agua no sea potable cuando se recoge, pues contiene microorganismos e impurezas que podrían perjudicar al hombre. Agua sana No basta con hervir el agua para que sea potable. Para sanearla, se usan diversos procedimientos: En primer lugar las aguas se liberan de las partículas sólidas que contienen mediante cribas y filtrados. En segundo lugar, se desinfectan para eliminar la presencia de microorganismos: lo más barato y usual es que se utilicen el cloro y sus compuestos, salvo que el agua tratada contenga demasiadas sustancias orgánicas capaces de reaccionar con el cloro y originar olores y sabores desagradables o compuestos tóxicos. En tal caso, se emplean tratamientos de «ozonización » o de exposición a rayos ultravioleta, complementados con un clorado suave. Para ablandar las aguas «duras », ricas en partículas de calcio y magnesio, pueden utilizarse técnicas de precipitación y absorción. Un agua dura se reconoce fácilmente porque cuece peor los alimentos y hace poca espuma al lavar. Las aguas envasadas deben ajustarse a los mismos requisitos de salubridad que el agua del grifo, referidos, entre otras cosas, a su olor, color y sabor, y a la presencia eventual de amoníaco, metales pesados, etc. La Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) considera que algunos de los límites impuestos a estas sustancias son muy permisivos: por ejemplo los nitritos y los nitratos admitidos en España pueden quintuplicar los valores recomendados por la OMS. Las envasadas se distinguen por la cantidad y el tipo de minerales que contienen. Los más frecuentes son el cloro, los sulfatos, los bicarbonatos, los fluoruros, el sodio, el magnesio, el hierro, el calcio y el dióxido de carbono. Si se consume habitualmente agua mineral, hay que fijarse en la composición de su extracto seco (es decir, en las sustancias que deja el agua una vez evaporada), y en su grado de mineralización (muy débil, débil, media o fuerte). De estos factores depende que el agua sea más o menos indicada para algunas personas en concreto. Para preparar biberones y papillas infantiles, están indicadas las aguas de mineralización débil o muy débil, pobres en sodio (que podría sobrecargar los riñones inmaduros del niño) y en sulfatos (tienen efectos laxantes). Además, los niños no deben tomar habitualmente aguas fluoradas, ya que su organismo asimila el flúor con facilidad y puede acumular el exceso en los huesos, lo que alteraría su crecimiento normal. Al riñón de los ancianos tampoco le convienen las aguas muy mineralizadas, mientras que quienes tengan necesidad de aumentar su ingesta de calcio encontraran útiles las aguas cálcicas. Por otra parte, las personas con problemas renales deben prescindir de las aguas ricas en sales minerales y los hipertensos, de las ricas en sodio, al igual que quienes padezcan problemas gástricos no deben tomar aguas carbonatadas sin recomendación médica, ya que influyen en la acidez del estómago. Todos los enfermos deben tener presente que las aguas con más de un gramo de sulfatos por litro pueden tener efectos laxantes. Los adultos sanos, sin embargo, pueden consumir las aguas que prefieran