La Venecia del Ebro

Dom, 10/10/2004

Diario de Navarra

Antes de que se construyera el último motarrón en los años sesenta, las aguas del Ebro llegaban periódicamente hasta el núcleo urbano de Azagra, inundando sus calles y casas. De ahí, le viene a este pueblo el apelativo «la Venecia del Ebro», con que se le conocía a mediados del pasado siglo.
Acorralada entre el Ebro y la Peña, Azagra ha sufrido numerosas desgracias a largo de su historia. Las más impresionantes tienen que ver con los desprendimientos del monte, que causaron numerosos muertos en los siglos XIX y XX. Pero ha habido otros desastres vinculados al Ebro, que reflejan la constante lucha de los vecinos por la supervivencia de esta comunidad.Ya en el siglo XVII, este pueblo acordó con Calahorra la compra del soto de la Rota para desviar el «cauce vicioso» del río y paliar así las numerosas pérdidas que ocasionaban periódicamente las avenidas del Ebro en el campo azagrés . Tras nuevos acuerdos con aquel pueblo de la Rioja, Azagra realizó a finales del XIX un nuevo desvío, y acometió después varias obras de defensa en el cauce nuevo, a base de bloques de piedra y de hormigón armado, con el fin de contener la bravura de sus aguas. Pero el «padre Ebro», nunca se ha dejado dominar del todo, y vuelve a dar periódicamente muestras de su poder.
Cientos de riadas
Según el historiador Félix Martínez San Celedonio, Azagra ha sufrido cientos de riadas a lo largo de su historia. En el siglo XX, las importantes tuvieron lugar en 1930, 1941, 1959 y 1960. «En la primera de ellas, el río se llevó el campo de fútbol, construido seis años antes», dice el azagrés Luis Sola, profesor de Filosofía en el instituto de San Adrián. «En su lugar, quedaron unos hoyos cubiertos de agua, conocidos hasta unos años como los pozos de los Pelaos (hoy se encuentra allí el polideportivo)».
Otras riadas dejaron también parajes singulares en el pueblo, como la badina Fraile, en la que se plantaba arroz por estar siempre inundada. Con todo, las riadas más recordadas son las de 1959 y 1960. «En este último año, el río se desbordó tres veces ocasionando cuantiosas pérdidas», añade Sola.
En un libro de fotografías publicado en 1999 por el pintor azagrés Julio Carrascón, se muestran algunas imágenes de aquellas crecidas de mediados de siglo que llegaban a cubrir las calles del pueblo. Algunas de esas fotos, tomadas en el barrio de la Barca por los fotógrafos Santiago Martínez, de Azagra, e Iluminado, de Andosilla, traen a la memoria de Julio el pintor escenas vividas por él mismo durante su infancia.
«Yo nací hace cincuenta años en el barrio de la Peña. Pero, cuando cumplí los dos años mis padres se trasladaron a la calle de La Barca, que queda más cerca del Ebro». Según cuenta, este barrio fue construido a mediados del pasado siglo por Hipólito Virto, un industrial azagrés, popularmente conocido como el Poli. «Como estaba en las afueras del pueblo, en la carretera que lleva a Calahorra por la antigua Barca, este pequeño barrio era el primero inundarse cuando había crecida», añade.
Recuerdos de un crecida
Al comenzar la riada los agricultores del pueblo iban con las azadas a reforzar el viejo motarrón. «A trinchera, con sacos terreros y con palos, reforzaban el dique. Sin embargo, a veces, el Ebro desbordaba la barrera y se producía la alarma general. «Que ha reventau el motarrón», gritaban. Entonces, tiraban el cohete, y todo el mundo en Azagra sabía lo que había que hacer. Primero, se subían los enseres y los animales, al primer piso de la casa, y luego se atendía la evolución de la riada. Yo recuerdo estar con mi padre oyendo el rumor del agua avanzando en la noche , y aquello era impresionante. Al escucharlo tan cerca, parecía que te iba tragar».
Según dice, cuando la inundación era inevitable, los azagreses abrían las puertas de su casa de par en par con el fin de que el agua no encontrara resistencia. «De otro modo, si taponas las entradas, el agua brota de las alcantarillas y te puede hacer un socavón», dice.
Julio Carrascón recuerda especialmente la primera vez que tuvieron que desalojar su casa. Fue el 13 de diciembre de 1959, día de Santa Cecilia. «Acabábamos de matar el cerdo en mi casa, cuando vino la riada. Al principio, como era costumbre en estos casos, subimos las cosas al piso de arriba, pero luego, como el agua seguía ascendiendo, cogimos un carro, con los animales y las cosas, y nos fuimos a casa de la abuela en el barrio de la Peña. Aquello parecía la guerra: nosotros encima del carro, con los jamones por un lado, la cabeza del cuto por otro, y los enseres amontonados».
A mediados de siglo, aquellas calles anegadas y la imagen de los pontoneros recorriendo las rúas con sus barcazas inspiró a un periodista la evocación de Azagra como «la Venecia del Ebro».
Lecciones de solidaridad
Según cuenta Luis Sola, autor de varios trabajos sobre la historia reciente del pueblo, en aquel tiempo algunos agricultores azagreses tenían tierras al otro lado del Ebro, en término de Calahorra, y solían pasar en la Barca de Crispín Cerdán, el barquero oficial, o en sus propios pontones. También había pescadores de agua dulce, que dominaban el arte de la navegación y que tenían sus barcas en propiedad. En tiempos de crecida, todos ellos ponían, sus embarcaciones al servicio de la comunidad.
«La gente entonces era más solidaria que ahora, y los que quedaban libres de las riadas te guardaban los animales en corral de su casa», añade Julio Carrascón. «En mi familia, cuando había riadas, solíamos ir a casas de mi tía Maria Carrascona, en la Cayarta, arriba de la Peña. Para nosotros aquello era una juerga. Como en esos días además, no había escuela, los chavales estábamos todos deseando que viniera la riada».
Un poeta del pueblo inventó entonces una jota fatalista que rezaba: «Entre la peña y el Ebro nos quieren acorralar. Ahora solo faltaría que nos saliera algún volcán». El aparente buen humor con que los de los azagreses enfrentaban las riadas, contrasta con la magnitud de los daños que ocasionaban las avenidas del Ebro en las cosechas y en los edificios.
Lodo en las casas
«Aquel año, tuvimos que evacuar la casa tres veces. Al volver, al cabo de veinte días, te encontrabas todo cubierto de barro. Cuando terminabas de limpiar, ponías braseros para calentar la vivienda, pero la humedad se alojaba para siempre en las paredes, porque el agua se quedaba metida en los agujeros de los ladrillos», dice Carrascón.
Entonces había algunas ayudas para los damnificados, pero la gente estaba tan hecha a las desgracias, que se conformaba con lo que le dieran. «Recuerdo que después de aquellas riadas, vino un inspector a evaluar los daños de nuestra casa en la calle la Barca, y al ver todo aquello le dijo: ¿Qué le parece si le doy 3000 pesetas?. Pues bien, contestó mi padre».
Para solucionar definitivamente el problema de la riadas de Azagra, la Confederación Hidrográfica del Ebro proyectó en los años cuarenta construir un nuevo motarrón de 12 kilómetros, que rodeara el casco urbano. Sin embargo, tuvieron que pasar varios años, y varias riadas, para que se hiciera el actual dique de contención.
En la construcción del nuevo motarrón , participaron la Confederación Hidrográfica del Ebro, el Ejército, el Ministerio de Obras Públicas, el Ayuntamiento y la Junta de Regantes. Finalmente, el día 18 de agosto de 1965, el entonces, ministro de Obras Públicas, Federico Silva Muñoz, vino a Azagra para inaugurar el nuevo motarrón .Una gran pancarta, colgada de lado a lado de la calle, mostraba al ministerio franquista el agradecimiento de ese pueblo de esforzados agricultores acostumbrados a defenderse contra el Ebro con las armas de la tradición .