Inundaciones: ¿podemos evitarlas?

Mié, 15/09/2004

El Correo

La naturaleza no es siempre lógica y previsible, y eso hace que su comportamiento caprichoso y caótico en determinadas ocasiones nos coja por sorpresa. Las inundaciones son el fenómeno natural responsable de las mayores pérdidas económicas y humanas de los últimos tiempos. En un país como el nuestro, con una gran variabilidad espacial y temporal en el componente hidroclimático, la frecuencia e irregularidad de las inundaciones ha hecho que el fenómeno haya sido objeto de análisis y estudio desde hace tiempo, lo que permite contar con un bagaje experimental contrastado que nos ayuda a aproximarnos a la epistemología del problema.

Las inundaciones forman parte de la dinámica natural de los ríos y son indispensables para su 'buen estado ecológico' y su salud. Este buen estado ecológico será de obligado cumplimiento antes del año 2010 según la Directiva Marco de Aguas, recientemente traspuesta al derecho español. Decía el escritor italiano A. F. Doni (XVI) que «lo que sucedió hoy acaeció otras veces; lo que se dice sigue diciéndose y se dirá más adelante; lo que ha de ser, ya fue un día». Ciertamente, esta reflexión podría ser válida para comprender que las inundaciones siempre han existido, y seguirán existiendo. Es necesario, además, que con cierta frecuencia se produzcan estos episodios fluviales súbitos y violentos para el beneficio de otros procesos dependientes: recarga de los acuíferos, fertilización de las vegas fluviales y mantenimiento de los deltas y estuarios. Tratar de evitar la inundación acarrearía nefastas consecuencias para estos sistemas, dependientes de los procesos de avenida, hasta el punto de que el trasfondo económico de las pérdidas podría superar al inducido por la propia avenida.

Un aspecto nada desdeñable, que con frecuencia aflora después de 'sufrir' un episodio de inundación, es el referente a la consideración social de la avenida como un fenómeno rechazable y en esencia negativo. Esta apreciación suele estar precedida por jirones de información sesgada y simplista que contribuyen a la 'intoxicación' de la opinión pública con manipulaciones técnicas, como la organizada en torno a la última crecida del Ebro de febrero de 2003.

Conviene insistir en que la inundación es un fenómeno absolutamente inevitable y por lo tanto carece de sentido lógico avalar planteamientos tendentes a eliminar 'de una vez por todas' los riesgos de la inundación. Por el contrario, lo que sí podemos hacer es paliar o aminorar los efectos adversos de la avenida. ¿Cómo? Desde luego partiendo de una visión integral del 'problema' de las inundaciones que considere la idea esencial del 'riesgo asumido' en términos probabilísticos. Es decir, teniendo en cuenta que no existen soluciones definitivas y determinantes al problema de las inundaciones, habrá que contar con un conjunto de soluciones tendentes, en todos los casos, a minimizar los riesgos. Ahora bien, no olvidemos que vivimos en la sociedad del riesgo, y que éste es consustancial al comportamiento del ser humano. Como tal, tendremos que acostumbrarnos a convivir con las inundaciones, que, por otro lado, si no cambiamos nuestro modelo de comportamiento, aventuro que cada vez serán más catastróficas.

Aunque, volviendo a la esencia del fenómeno, el matiz catastrófico no debiera ser imputable al comportamiento natural de la propia avenida, sino a las intervenciones antrópicas desmedidas en el ecosistema fluvial. En demasiadas ocasiones somos incapaces de calcular las consecuencias de nuestras acciones en los ecosistemas fluviales. De esta manera, muchas de las actuaciones encaminadas a domesticar el comportamiento del río para frenar las avenidas, lejos de solucionar el problema, lo han agravado de manera exponencial. Algunas actuaciones y usos llevados a cabo en las décadas pasadas en el dominio público hidráulico y la llanura de inundación, como construcciones en terrenos inundables, superficies comerciales e industriales sobre antiguos cauces, alteración de la vegetación de ribera, eliminación de meandros, coberturas, etcétera, han contribuido, de una manera directa, a incrementar los efectos de las avenidas, aumentando el riesgo y la vulnerabilidad intrínseca de estos usos.

Los últimos episodios de avenida han demostrado la ineficacia de los actuales sistemas de defensa, que en algunos casos han agravado la situación de riesgo transmitiendo la onda de avenida con más fuerza y menor tiempo de reacción, aguas abajo. La rotura de algunas estructuras de defensa durante los procesos de avenida constituye el mayor peligro real para las vidas humanas. Si asumimos que el problema de las inundaciones es muy complejo, parece prudente considerar que en la defensa contra las inundaciones y la prevención de los riesgos asociados a las avenidas debemos tender a mitigar, que no evitar, los efectos de las inundaciones con una buena labor de prevención (sistemas de prevención y alerta hidrológica), planificación y, sobre todo, ordenación territorial, para reconducir los usos de la vega de inundación hacia otros menos vulnerables.

Sin duda, los mejores mecanismos para laminar las avenidas y mitigar los efectos de la inundación nos los brinda el propio ecosistema fluvial. Es importante recuperar, allí donde se pueda, los usos tradicionales del suelo en las márgenes fluviales e incorporar los efectos ambientales de estos usos en las políticas sectoriales. Aprovechemos el potencial laminador de las vegas de inundación y recuperemos la funcionalidad ecológica de la llanura de inundación para que el río disipe su energía horizontalmente y sus aguas, lejos de provocar destrucción y desasosiego social, fertilicen la vega aluvial, como siempre lo han hecho.

vpenas@bakeaz.org