Cantabria y el Plan Hidrológico Nacional
Mié, 14/07/2004
JOSÉ ORTEGA VALCÁRCEL/CONSEJERO DE MEDIO AMBIENTE DEL GOBIERNO DE CANTABRIA Es indudable que la aprobación de la directiva marco sobre política del agua y su transposición a la ley española ha abierto un nuevo horizonte en la forma de gestionar los recursos hídricos y que, en consecuencia, el concepto de calidad ambiental de los ríos y la gestión del recurso agua se convierte en una referencia obligada para el gestor de este recurso, cuya máxima debe ser la compatibilidad de esta calidad ambiental con el modelo de territorio que a la postre define la demanda, con las infraestructuras que permitan modular la oferta y con un modelo de gestión que asegure al mismo tiempo la cantidad y calidad del suministro y lo haga compatible con el desarrollo sostenible del recurso.
Creo que este planteamiento que nos llega desde la Unión Europea y que nos enmarca el futuro significa una diferencia sustancial en la filosofía de los modelos de gestión anteriores, que nos obliga a tenerlos en cuenta y a plantearnos su sustitución porque esos modelos anteriores establecían un orden de prelación en el uso de los recursos, y particularmente en el del agua, muy distinto del actual. Es evidente que responde a un cambio de mentalidad en la sociedad que se justifica en la propia evolución de las sociedades modernas, que han pasado ¯concretamente la española en este caso¯ de una sociedad rural y agraria a una sociedad urbana, industrial y de servicios moderna, y que se entroncan en visiones más posibilistas del desarrollo de las actividades humanas hacia actitudes más respetuosas con el medio ambiente. Hemos de darnos cuenta que ésta es una visión que en Europa es bienvenida y que en España debe marcar también un giro sustancial
La agricultura no es ya la base de una filosofía de la redención social como lo fuera a finales del siglo XIX o comienzos del siglo XX, no es ya el principio de solución de los males de la patria o de los principios de la política social a base de los regadíos y de llevar el agua en ese ámbito de redención. Es evidente que al igual que la población, sus problemas y prioridades evolucionan con tiempo, y así lo deben hacer los planteamientos básicos que deben regir la forma de gestionar los recursos naturales, adaptándose a estos nuevos problemas y prioridades. En este sentido, la visión que permitió el desarrollo del Plan Hidrológico Nacional, válido y vigente probablemente en su momento, ha variado de forma sustancial, no sólo por la modificación en la percepción que la sociedad tiene de los recursos que gestiona, sino también por el cambio de marco de referencia legal que establece la directiva marco del agua. Partiendo de esta premisa debemos plantearnos no sólo que los planes hidrológicos Nacional y de cuenca puedan evolucionar, sino que forzosamente deben hacerlo adaptándose a las nuevas condiciones de nuestro entorno, tanto nacionales como europeas, y respetando las condiciones particulares de cada una de las cuencas españolas, su diversidad, los distintos modelos de territorio y expectativas de desarrollo de las diversas comunidades autónomas.
Desde Cantabria, nuestras aspiraciones y esperanzas se basan precisamente en una revisión del anterior Plan Hidrológico Nacional, que sin duda ha de redactarse desde principios que pueden no coincidir con los que inspiren a los de las cuencas catalana o levantina. Sin embargo, creemos que los principios que deben regir la definición del plan deben ser los mismos: la conservación de la calidad ambiental de los ríos y el desarrollo sostenible de las actividades humanas. Es obvio que no existe una solución única y universal para los problemas asociados con la gestión del ciclo del agua en nuestro país, porque son dispares los problemas a que se enfrenta el gestor de los recursos en la cuenca mediterránea o en las áreas cantábrica y atlántica. Frente a esa variedad de problemas y soluciones creo que debemos mantener una amplitud de miras que evite planteamientos generalistas, como los que regían en cierto modo el plan hidrológico anterior, y potenciar estrategias de gestión en las que las particularidades de cada región se vean reconocidas y los equipos multidisciplinares que trabajen para definir las mejores soluciones hagan surgir un plan hidrológico renovado en el que la comunicación y el diálogo entre el gestor, el usuario y el planificador del territorio queden patentes.
Tenemos ahora la oportunidad histórica de elaborar un plan hidrológico solidario y sostenible que contemple planteamientos de gestión de las cuencas tan diversos como lo son las diferentes regiones de nuestro país. En estos momentos tenemos también la posibilidad técnica de llevarlo a cabo sin generar perjuicios de unas cuencas sobre otras. Por ejemplo, así como hace algunos años las políticas de gestión debían centrarse en la regulación y el reparto geográfico del recurso porque sólo se contaba con el agua de su correntía originada por la lluvia, hoy en día podemos hablar de creación del recurso agua desde que podemos obtener agua dulce a partir del agua del mar a unos costes razonables. En otras palabras: en estos momentos la técnica nos permite dotar de agua a determinadas cuencas sin que sea imprescindible tomarla de otras.
Y estas nuevas herramientas, que la legislación y la técnica van aportando progresiva pero inexorablemente, induce a un cambio drástico en las posibilidades que se le abren al gestor del recurso que deben llevar a un cambio en las políticas de gestión, cambio que tiene que contemplarse como una señal de la evolución de la propia sociedad y hacer surgir un debate sobre la vigencia necesaria de las políticas anteriores o su renovación.
Por ello, a nadie debe sorprenderle en estos momentos ¯a nosotros no nos sorprende, y lo apoyamos¯ que haya una revisión del Plan Hidrológico Nacional y sus anejos de actuaciones, puesto que, aunque las políticas territoriales pudieran mantener su vigencia, emergen nuevos y más eficientes medios para alcanzar ese fin.
Por otra parte, y desde la problemática específica de Cantabria, conviene que queden patentes algunas consideraciones. España húmeda y España seca son conceptos que surgen a finales del siglo XIX y se extienden a principios del siglo XX planteados desde la visión de los regeneracionistas y un conocimiento inicial de la demanda del agua. Se respondía a una visión de carácter fundamentalmente física, ignorando la realidad social de la demanda y el uso de los recursos. Es cierto que existe una España lluviosa, una España con abundantes precipitaciones. Solemos llamarle la cuenca del norte, pero nos olvidamos de que no existe una única cuenca del norte, sino una multitud de pequeñas cuencas en el norte, y las posibilidades de regulación de ese recurso en esas pequeñas cuencas es muy limitado. Ésa es una circunstancia objetiva que debemos tener en cuenta a la hora de gestionar dicho recurso.
En segundo lugar, existe una imagen en cierto modo tópica, pero irreal, sobre el régimen de las precipitaciones en la España húmeda. Es cierto que hay abundantes precipitaciones, pero también lo es que éstas se reducen considerablemente durante el período estival. Y se da la circunstancia de que la evolución de la sociedad moderna ha supuesto un incremento considerable de la demanda en los períodos estivales por diversas razones. En consecuencia, el déficit durante esos períodos es significativo y debe tenerse en cuenta. La España húmeda no es, como a veces se ha dicho, una España sobrante, ni hay un exceso del recurso del agua; la España del norte es una España que necesita, como en otras áreas, regulación y adecuada gestión de dicho recurso.
Durante los últimos años en Cantabria la reducción de las precipitaciones y el incremento, sobre todo estacional, de la demanda ha dado lugar a que algunos veranos los cortes de agua de más de ocho horas diarias fueran habituales. Pero hay además demandas industriales y ganaderas que se ven afectadas por esa insuficiencia del recurso.
Ya en el Plan Hidrológico de la Cuenca Norte II se venía prediciendo ese déficit, planteándose diversas actuaciones. Quiero resaltar que ninguna de ellas ha sido ejecutada, de tal modo que en Cantabria carecemos de estructuras de regulación de caudales, de avenida, etcétera.
Ello ha supuesto en los diferentes ríos de Cantabria no sólo un déficit para el abastecimiento de la población, sino también un problema directo sobre la calidad ecológica de los cursos de agua que lleva a un verdadero agotamiento de éstos.
En Cantabria necesitamos actuaciones urgentes para solventar un problema acuciante, ante el que una vez más deben aliarse la técnica y la legislación para conseguir medidas más solidarias y sostenibles que las que venían reflejadas en el anterior Plan Hidrológico, lo que ha llevado al Gobierno de Cantabria a plantear una política en la que, por una parte, se acuda a sistemas de lagunas ecológicas que nos permitan contemplar esa regulación natural del agua, y por otra a las nuevas tecnologías y las posibilidades de la distribución del recurso agua de forma racional en el conjunto de la comunidad.
En definitiva, estamos viviendo un nuevo escenario técnico y legislativo en el sector del agua que nos obliga, como gestores de un bien público, a apoyar incondicionalmente una revisión del plan hidrológico y su anejo de actuaciones, en el que creemos debe regir el espíritu de la diversidad, la amplitud de miras, la sostenibilidad y la eficiencia que están marcando las líneas básicas de la gestión del agua en Europa, contemplando las nuevas necesidades y verdaderas condiciones de la distribución y la gestión de este recurso fundamental, lo que creemos puede hacerse sin afectar al principio de la solidaridad. La España húmeda no es una España sobrante ni hay un exceso del recurso del agua; la España del norte es una España que necesita regulación y adecuada gestión de dicho recurso
En Cantabria necesitamos actuaciones urgentes para solventar un problema ante el que deben aliarse técnica y legislación para conseguir medidas más eficaces que las del anterior PHN
Creo que este planteamiento que nos llega desde la Unión Europea y que nos enmarca el futuro significa una diferencia sustancial en la filosofía de los modelos de gestión anteriores, que nos obliga a tenerlos en cuenta y a plantearnos su sustitución porque esos modelos anteriores establecían un orden de prelación en el uso de los recursos, y particularmente en el del agua, muy distinto del actual. Es evidente que responde a un cambio de mentalidad en la sociedad que se justifica en la propia evolución de las sociedades modernas, que han pasado ¯concretamente la española en este caso¯ de una sociedad rural y agraria a una sociedad urbana, industrial y de servicios moderna, y que se entroncan en visiones más posibilistas del desarrollo de las actividades humanas hacia actitudes más respetuosas con el medio ambiente. Hemos de darnos cuenta que ésta es una visión que en Europa es bienvenida y que en España debe marcar también un giro sustancial
La agricultura no es ya la base de una filosofía de la redención social como lo fuera a finales del siglo XIX o comienzos del siglo XX, no es ya el principio de solución de los males de la patria o de los principios de la política social a base de los regadíos y de llevar el agua en ese ámbito de redención. Es evidente que al igual que la población, sus problemas y prioridades evolucionan con tiempo, y así lo deben hacer los planteamientos básicos que deben regir la forma de gestionar los recursos naturales, adaptándose a estos nuevos problemas y prioridades. En este sentido, la visión que permitió el desarrollo del Plan Hidrológico Nacional, válido y vigente probablemente en su momento, ha variado de forma sustancial, no sólo por la modificación en la percepción que la sociedad tiene de los recursos que gestiona, sino también por el cambio de marco de referencia legal que establece la directiva marco del agua. Partiendo de esta premisa debemos plantearnos no sólo que los planes hidrológicos Nacional y de cuenca puedan evolucionar, sino que forzosamente deben hacerlo adaptándose a las nuevas condiciones de nuestro entorno, tanto nacionales como europeas, y respetando las condiciones particulares de cada una de las cuencas españolas, su diversidad, los distintos modelos de territorio y expectativas de desarrollo de las diversas comunidades autónomas.
Desde Cantabria, nuestras aspiraciones y esperanzas se basan precisamente en una revisión del anterior Plan Hidrológico Nacional, que sin duda ha de redactarse desde principios que pueden no coincidir con los que inspiren a los de las cuencas catalana o levantina. Sin embargo, creemos que los principios que deben regir la definición del plan deben ser los mismos: la conservación de la calidad ambiental de los ríos y el desarrollo sostenible de las actividades humanas. Es obvio que no existe una solución única y universal para los problemas asociados con la gestión del ciclo del agua en nuestro país, porque son dispares los problemas a que se enfrenta el gestor de los recursos en la cuenca mediterránea o en las áreas cantábrica y atlántica. Frente a esa variedad de problemas y soluciones creo que debemos mantener una amplitud de miras que evite planteamientos generalistas, como los que regían en cierto modo el plan hidrológico anterior, y potenciar estrategias de gestión en las que las particularidades de cada región se vean reconocidas y los equipos multidisciplinares que trabajen para definir las mejores soluciones hagan surgir un plan hidrológico renovado en el que la comunicación y el diálogo entre el gestor, el usuario y el planificador del territorio queden patentes.
Tenemos ahora la oportunidad histórica de elaborar un plan hidrológico solidario y sostenible que contemple planteamientos de gestión de las cuencas tan diversos como lo son las diferentes regiones de nuestro país. En estos momentos tenemos también la posibilidad técnica de llevarlo a cabo sin generar perjuicios de unas cuencas sobre otras. Por ejemplo, así como hace algunos años las políticas de gestión debían centrarse en la regulación y el reparto geográfico del recurso porque sólo se contaba con el agua de su correntía originada por la lluvia, hoy en día podemos hablar de creación del recurso agua desde que podemos obtener agua dulce a partir del agua del mar a unos costes razonables. En otras palabras: en estos momentos la técnica nos permite dotar de agua a determinadas cuencas sin que sea imprescindible tomarla de otras.
Y estas nuevas herramientas, que la legislación y la técnica van aportando progresiva pero inexorablemente, induce a un cambio drástico en las posibilidades que se le abren al gestor del recurso que deben llevar a un cambio en las políticas de gestión, cambio que tiene que contemplarse como una señal de la evolución de la propia sociedad y hacer surgir un debate sobre la vigencia necesaria de las políticas anteriores o su renovación.
Por ello, a nadie debe sorprenderle en estos momentos ¯a nosotros no nos sorprende, y lo apoyamos¯ que haya una revisión del Plan Hidrológico Nacional y sus anejos de actuaciones, puesto que, aunque las políticas territoriales pudieran mantener su vigencia, emergen nuevos y más eficientes medios para alcanzar ese fin.
Por otra parte, y desde la problemática específica de Cantabria, conviene que queden patentes algunas consideraciones. España húmeda y España seca son conceptos que surgen a finales del siglo XIX y se extienden a principios del siglo XX planteados desde la visión de los regeneracionistas y un conocimiento inicial de la demanda del agua. Se respondía a una visión de carácter fundamentalmente física, ignorando la realidad social de la demanda y el uso de los recursos. Es cierto que existe una España lluviosa, una España con abundantes precipitaciones. Solemos llamarle la cuenca del norte, pero nos olvidamos de que no existe una única cuenca del norte, sino una multitud de pequeñas cuencas en el norte, y las posibilidades de regulación de ese recurso en esas pequeñas cuencas es muy limitado. Ésa es una circunstancia objetiva que debemos tener en cuenta a la hora de gestionar dicho recurso.
En segundo lugar, existe una imagen en cierto modo tópica, pero irreal, sobre el régimen de las precipitaciones en la España húmeda. Es cierto que hay abundantes precipitaciones, pero también lo es que éstas se reducen considerablemente durante el período estival. Y se da la circunstancia de que la evolución de la sociedad moderna ha supuesto un incremento considerable de la demanda en los períodos estivales por diversas razones. En consecuencia, el déficit durante esos períodos es significativo y debe tenerse en cuenta. La España húmeda no es, como a veces se ha dicho, una España sobrante, ni hay un exceso del recurso del agua; la España del norte es una España que necesita, como en otras áreas, regulación y adecuada gestión de dicho recurso.
Durante los últimos años en Cantabria la reducción de las precipitaciones y el incremento, sobre todo estacional, de la demanda ha dado lugar a que algunos veranos los cortes de agua de más de ocho horas diarias fueran habituales. Pero hay además demandas industriales y ganaderas que se ven afectadas por esa insuficiencia del recurso.
Ya en el Plan Hidrológico de la Cuenca Norte II se venía prediciendo ese déficit, planteándose diversas actuaciones. Quiero resaltar que ninguna de ellas ha sido ejecutada, de tal modo que en Cantabria carecemos de estructuras de regulación de caudales, de avenida, etcétera.
Ello ha supuesto en los diferentes ríos de Cantabria no sólo un déficit para el abastecimiento de la población, sino también un problema directo sobre la calidad ecológica de los cursos de agua que lleva a un verdadero agotamiento de éstos.
En Cantabria necesitamos actuaciones urgentes para solventar un problema acuciante, ante el que una vez más deben aliarse la técnica y la legislación para conseguir medidas más solidarias y sostenibles que las que venían reflejadas en el anterior Plan Hidrológico, lo que ha llevado al Gobierno de Cantabria a plantear una política en la que, por una parte, se acuda a sistemas de lagunas ecológicas que nos permitan contemplar esa regulación natural del agua, y por otra a las nuevas tecnologías y las posibilidades de la distribución del recurso agua de forma racional en el conjunto de la comunidad.
En definitiva, estamos viviendo un nuevo escenario técnico y legislativo en el sector del agua que nos obliga, como gestores de un bien público, a apoyar incondicionalmente una revisión del plan hidrológico y su anejo de actuaciones, en el que creemos debe regir el espíritu de la diversidad, la amplitud de miras, la sostenibilidad y la eficiencia que están marcando las líneas básicas de la gestión del agua en Europa, contemplando las nuevas necesidades y verdaderas condiciones de la distribución y la gestión de este recurso fundamental, lo que creemos puede hacerse sin afectar al principio de la solidaridad. La España húmeda no es una España sobrante ni hay un exceso del recurso del agua; la España del norte es una España que necesita regulación y adecuada gestión de dicho recurso
En Cantabria necesitamos actuaciones urgentes para solventar un problema ante el que deben aliarse técnica y legislación para conseguir medidas más eficaces que las del anterior PHN