Los números del PHN

Sáb, 10/07/2004

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Hace unos días, y en este mismo medio, Martínez Monge, con su acostumbrado acierto, se preguntaba por qué no se reducía a números la discusión sobre el Plan Hidrológico Nacional. Siendo sus componentes elementos mensurables -agua, cemento, energía, desaladoras, sistemas de riego, costes (sobre todo), cultivos subvencionados, golf, etcétera- proponía que cada uno aportara sus propuestas en cifras para, al menos, poder llegar a un mínimo acuerdo sobre el que basar proposiciones más concretas. Nada más sensato. Pero hay que decir que no hay que olvidar dos principios fundamentales en cualquier ideario humano. El primero es que todo problema se reduce a términos económicos. El segundo, que es el que manejan mejor los economistas, consiste en determinar si se quiere ganar o si se quiere perder. Recuerden el caso del gallego que vendía bocadillos de queso, bocadillos de jamón, o bocadillos «de según».Los contendientes manejan su bocadillo -cada uno a su estilo- basándose en lo que dicen que se dijo que dijeron los que empezaron a decir. No les preocupa demasiado otro tipo de investigación, que es al que se refiere Martínez Monge, los números. Y no les preocupa, no porque crean que tienen los suficientes conocimientos para salir airosos, sino por simple y puro desconocimiento. Es decir, no se puede llevar el tema a los números porque, sencillamente, no existen. Todo el tinglado parte del antiguo asunto del trasvase Tajo-Segura, adecuada solución en principio a una situación que se desmandó. El canal del Tajo estaba previsto que llevara 300 hectómetros a la huerta de Murcia. Como la financiación era extranjera y dijeron que para poca salud más valía morirse, el gobierno de entonces aumentó la cifra a los 600 hm sabiendo que el Tajo nunca podría suministrar esa cantidad. Pero era muy político -y muy de la época- asegurar una cosa sin que nadie dijera nada. El resultado fue que los murcianos se creyeron lo de los 600 hm y aumentaron su huerta hasta casi el infinito. Como además, vino el turismo y aparecieron los turisteros, la acosa se agravó. Y así siguió, hasta que el agua del Tajo se ha convertido en un «totum revolutum», que sirve para cualquier cosa. Incluso para suministrar caudales al Parque Nacional de las Tablas de Daimiel, que a estas horas estaría seco sin sus aportes y aun así corre el peligro de ser desclasificado como tal espacio protegido por haber dejado de ser natural.
No existen los números. Fue un ingeniero alicantino -Jesús Cirugeda- quien impulsó el mejor conocimiento del agua de que se disponía mediante la creación de una red nacional de aforos. Hasta entonces sólo se disponía de las anticuadas, obsoletas e interesadas informaciones de las confederaciones hidrográficas, auténtica rémora de la hidrología hispana. Y prácticamente seguimos igual. Cuando el Gobierno del PP publica el Libro Blanco del Agua en 1998, -base de la idea del PHN- su contenido es más una declaración de intenciones que un estudio serio del agua que tiene el país. Hecho para contrastar el diabólico plan socialista del ministro Borrell, parecía la panacea, y lo hubiera sido si no se manejaran cifras absurdas y conceptos que hubieran sido desechados incluso por el propio Manuel Lorenzo Pardo, el fautor del Tajo-Segura de la época de la república. La hidrología ha avanzado desde entonces, hasta llegar a la conclusión de que toda la disposición de agua de un país debe obedecer a un concepto nuevo -o quizá no tan nuevo- que se conoce como «mecánica de fluidos», es decir, cómo funciona el agua.
Y esta mecánica es la que no se ha tenido en cuenta. Cuando ha llegado el cambio político, se han enterado -unos y otros- de que no se sabe de qué cantidad de agua se dispone, cómo se puede repartir -si es que se puede repartir-, cómo se va a quedar bien con todos los que desean más y más agua sin que sea el Gobierno capaz de decirles que no hay bastante o que está mal solicitada por aquello del inmenso colchón de votos de Valencia y de Murcia. Y se llega a la esperpéntica situación de que, de pronto, los partidarios populares se muestran entusiásticamente a favor del trasvase y los socialistas entusiásticamente en contra, como si en las opciones de fondo de los sistemas políticos entraran los procedimientos y los métodos de disponer de unos caudales de agua que ni siquiera se conocen. O que los populares, que trajeron las primeras desaladoras las estén vituperando ahora como si fueran inventos demoniacos, mientras que los socialistas las bendicen cuando hace tan sólo unos meses las aborrecían. Es de notar, por consiguiente, que nadie puede poner números sobre el tapete porque en su numen se demuestran que son falsos de toda falsedad. Falsedad que se traduce en juerga sabatina cuando los regantes socialistas vean que no van a disponer del agua del Ebro que les habían prometido los populares. Y cuando los regantes populares vean lo mismo pero por parte de sus adversarios políticos. Y sin haber puesto un solo número sobre la mesa. Ni unos ni otros.
Nadie hizo números seriamente, todo ha sido un brindis al sol. Unos, porque creían que lo tenían seguro. Otros, porque se lo han encontrado. Y cuando llega la hora de las decisiones serias -pedir dinero a Bruselas, convencer a la gente, y sobre todo, traer agua- se encuentran que está todo por hacer. Quizá ahora se acuerden de los científicos a los que no se dio entrada en el debate. Otro día les contaré cómo está el tema de la desalación. Es interesante