La leyenda injustamente negra del golf

Lun, 28/06/2004

ABC

También hay en la España seca campos que dan calabazas. En concreto, esos campos de golf que no reciben de buen grado las llamadas de los periodistas cuando el asunto a tratar es el del uso del agua: «Lo siento -dice un relaciones públicas de Mojácar meciendo sus palabras en un inconfundible acento caribeño-, pero estamos de obras y no es cuestión que ustedes hagan aquí ningún reportaje».

Escarmentados después de ser continuamente elevados a la picota como supuestos adalides del derroche, los responsables de muchos de estos recintos prefieren limitar sus apariciones a los folletos de reclamo turístico o las revistas especializadas. A pesar de que su leyenda negra es, con frecuencia y aunque existan excepciones, una de las más injustas de cuantas circulan por el Oriente peninsular, los gestores del golf no son especialmente aficionados a poner los puntos sobre las íes en la pública tribuna de los periódicos. Cuesta conseguir una cita, pero lo que se nos negó en Mojácar pudo tener lugar al fin en el campo de golf de Torrealta, en la ciudad murciana de Molina de Segura, instalado desde hace doce años en un entorno de urbanizaciones residenciales.

Recurso a la depuradora

El calor es asfixiante, al borde de las tres de la tarde, pero Joaquín Serrano, el gerente, está hecho a convivir con este clima implacable. Aclara que no nos hallamos en un campo de golf típico de zona turística porque «éste es el de los murcianos, de modo que nuestro ritmo va al revés que el de los demás. Aquí, en los meses de verano es cuando menos actividad hay, precisamente porque las casas del entorno son primera residencia y nuestros socios están fuera». No todo es verdor a nuestro alrededor y amarillean las calles de algunos de los hoyos, lo que se explica porque «tenemos que hacer maravillas con el agua y limitamos mucho el riego precisamente ahora, que para nosotros empieza a ser temporada baja». El agua que se utiliza es «por supuesto, reciclada, la que usan los vecinos de la urbanización después de ser tratada por la depuradora. Por eso coincide que en verano, cuando se marcha la gente, tenemos menos agua». Vemos dentro del recinto una piscina vacía, inutilizada: «Al haber tantas limitaciones de abastecimiento, nos ha salido más a cuenta una contrata para que nuestros socios se bañen en otra, aquí cerca». A pesar de la canícula, algunos golfistas ensayan sus golpes. Clientela nacional y extranjera, «aunque los foráneos son para nosotros la excepción». Actualmente, de los 250 campos de golf que funcionan en España, sólo cuatro están en la Región de Murcia, aunque es previsible un despegue impuesto por la demanda de segunda residencia en la zona por parte de ciudadanos comunitarios. Ahora, mucho más fuerte con la ampliación de la UE.

Del verde al amarillo

Joaquín, ingeniero agrónomo, sonríe cuando le preguntamos si se ha plantado césped o grama: «Ésa es la confusión de siempre, porque no hay diferencia real entre el césped y la grama. Es la misma hierba adaptada a diferentes climas, de modo que en una zona seca tiene unas raíces más leñosas». El uso del agua es absolutamente escrupuloso: «Tenemos una estación meteorológica que mide los niveles de evaporación en las distintas zonas y cuando el ordenador central detecta demasiada sequedad ordena el riego. Todo está regulado por una fórmula empírica adaptada a las peculiaridades del campo. En cuanto el sistema detecta que está lloviendo más de 0,3 litros por metro cuadrado, bloquea los aspersores». Según Serrano, resulta complicado ir aquilatando «y decidiendo, cuando dispones de poquísima agua, qué espacios aguantarán y por cuánto tiempo, para destinar lo que hay a los que más peligran». En ese empeño, es necesaria una mentalización estética: una calle puede estar amarilla una temporada, pero eso no significa «ni que la hierba muera ni que por ello se juegue peor al golf».

El campo de Torrealta consume 260.000 metros cúbicos de agua al año, pero Serrano no acepta «la mala publicidad que se nos da, ni las desmesuradas denuncias de los ecologistas». Precisamente, a bordo de un robusto «buggy», tenemos ocasión de comprobar el exquisito equilibrio que se busca en el recinto: unas máquinas trituran los restos de poda de la vegetación y los devuelven al «rough» (las zonas «agrestes» de cada hoyo donde no se siega la hierba), «porque la materia orgánica no se debe destruir», reitera Serrano, en busca de perfecta armonía.

El consumo de agua más elevado es el del «green» de cada uno de los 18 hoyos, donde sí resulta inevitable plantar una variedad de hierba «sedienta».

Rumbo a Alicante

Cada vez menos elitista, la posibilidad de practicar el golf se multiplica también en el sur de la provincia de Alicante, adonde nos dirigimos. La Rambla, Villamartín, Ciudad Quesada, la Marquesa, Algorza... Un rosario de nuevos campos al servicio de una ciudad en perpetua expansión, Torrevieja, que se desparrama al otro lado de las salinas, vista desde la autopista. Ejemplo del «boom» turístico de las clases medias, la derogación del trasvase no se siente como un problema acuciante en esta localidad, a diferencia de lo que ocurre en el campo alicantino. En buena parte porque las desaladoras sí se han revelado eficaces para el consumo humano, siempre más moderado que el de la agricultura.

El litoral lleva camino de convertirse en un paredón de ladrillos y hormigón por efecto de la construcción desaforada, lo que no parece que vaya a cambiar a corto plazo, según nos comenta, José Antonio Chazarra, el presidente de la Asociación de Hosteleros de Torrevieja: «Esto no para. Hace ya muchos años que no existen problemas de agua para abastecimiento y los promotores no esperan que los haya en el futuro. Se siguen construyendo entre siete y ocho mil nuevas viviendas cada año». Razón por la que «la ciudad ha alcanzado casi cien mil habitantes estables en invierno y una población de casi 800.000 en verano». Sin embargo sí existe una relación directa entre los posibles problemas de los agricultores y los de los empresarios hosteleros: «Aquí se traslada en verano mucha gente de la huerta, pues siempre han tenido segunda residencia en la zona de Torrevieja. Y cuando la gente del campo tiene un año malo en sus cosechas, lo acusamos nosotros. Según esté el bolsillo, así gasta el personal en bares y restaurantes». La situación de las últimas décadas en lo que al agua se refiere es, en todo caso, mucho mejor que la de hace cuarenta años, cuando llegaba a las casas un suministro salobre, no potable, por lo que existían carruajes que, con una cuba de madera o de metal, llevaban agua fina a cada puerta a diario, según evoca José Antonio con nostalgia: «Llenaban la orza, donde se conservaba bastante fresquita, y de allí se iba cogiendo para beber. Yo, a pesar de las comodidades de ahora, añoro aquello». También recuerda otras formas de vida en franca regresión o ya desaparecidas, como la de los marinos que imprimieron carácter a Torrevieja con sus evocadoras singladuras. Se mantiene, eso sí, la pesca de bajura, según comprobamos en los puestos del mercado, con sus fresquísimas capturas en exposición.

El «surtidor» del Ebro

Nuestra hoja de ruta culmina en la capital, Alicante, caótica en plenas fiestas de San Juan. Días de «Fogueres», estruendo de pólvora y chicas disfrazadas de flor (las «belleas»). En los monumentos de cartón-piedra también se ha colado la reivindicación del trasvase, en forma de un surtidor de gasolina (el Ebro), del que Alicante recibe la «súper», para seguir funcionando. El archirrevolucionado motor de la España seca se puede gripar.