«Es lógico que dudemos de las desaladoras»
Sáb, 26/06/2004
El Este de Almería, antesala del desierto africano, ni necesita explicar su necesidad de agua ni lecciones sobre desalación. Lo ha probado todo para afrontar carencias
Seis mil metros de altitud sobre la geometría cincelada a lo largo de los siglos por la actividad agrícola. Verde apagado, casi negruzco, y toda la gama de los ocres. Azul agua, muy de cuando en cuando, de los embalses engarzados en el curso serpenteante de los ríos, hasta que el «fokker», batidora ruidosa, enfila la esquina sureste de la península y empieza a mostrar las cicatrices de la erosión, las costras blanquecinas y resecas, los lechos arenosos de barrancos, los mordiscos feroces de la desertización. Tras el aterrizaje en Almería, el mar escupe una humedad densa y opresiva que nubla el horizonte. Queda atrás, hacia Poniente, el paisaje de plástico de los invernaderos, en tanto que la ruta de Levante se yergue desnuda, con repechos baldíos de los que podría emerger en cualquier momento el robot «Opportunity». La prosperidad, aquí (donde en 2003 se ha registrado un crecimiento económico del 4,5 por ciento, frente al 2,8 de media nacional), no es una circunstancia, sino un milagro.
Surcos de incertidumbre
El presidente provincial del sindicato agrario Asaja, Francisco Vargas, nos recibe en una oficina calurosa, modesta, sumida en una actividad febril. El trasvase (el no-trasvase, mejor dicho) está en boca de todos, después de que Aznar y el consejero de Obras Públicas andaluz, socialista, compartieran el ritual propagandístico de la primera piedra el pasado invierno.
Ahora muchos agricultores, dolidos, recuerdan cómo Manuel Chaves, presidente de la Junta y del PSOE, consiguió en aquel envite no perder comba y, a un tiempo, evitar la foto junto al anterior jefe del Gobierno de la Nación: se plantó en el lugar de comienzo de las obras unas horas más tarde. No se sabe, ironiza alguno de ellos, si ahora se celebrará un nuevo acto para reducir a arenisca el pedrusco de marras. Vargas se muestra más cauto: «No tenemos claro en absoluto de dónde se sacarán los 90 hectómetros cúbicos que necesitamos y que estaba previsto que se trasvasaran a Almería en el anterior Plan Hidrológico. Dicen que de dos nuevas desaladoras. Pero es lógico que dudemos cuando hemos visto la de Carboneras paralizada, por condicionantes técnicos y medioambientales. La experiencia de la desalación a gran escala es demasiado reciente como para saber si será solución duradera, o qué efectos tendrá sobre el litoral». En la trastienda (aunque Vargas evita manifestarlo) guarda un cierto malestar porque la asociación provincial de empresarios, Asempal, ha «virado»: del apoyo al trasvase antes del 14-M a la conformidad con el plan de desaladoras, en lo que algunos consideran funambulismo acomodaticio.
La oficina de Asaja queda atrás, en la destartalada cañada de San Urbano, y emprendemos viaje con Noelia, joven ingeniera agrónoma que sueña con dedicarse a la investigación, rumbo a Palomares, pedanía de Cuevas de Almanzora. Ruta torrefacta, a bordo de un corsa sin aire acondicionado, en la que Noelia nos habla, a la vista de los carteles indicadores de la N-340, de las hermosas formaciones cársicas de Sorbas, de la sierra del Alhamillo, pelada y agreste, y del no muy lejano poblado del Far West de Tabernas, plató ya amortizado y reconvertido en recinto temático y reserva de animales. Explica que en el Poniente y su capital económica, El Ejido, hay más reservas de agua y menos incertidumbres. Pero el Este teme y presiente carencias.
Pascual Soler nos espera en su casa, una construcción baja, funcionalmente amoldada a la vaquería colindante, también de su propiedad. El calor se espesa aún más en el valle que forma el desolador lecho de piedras del Almanzora, en forma de humedad pegajosa. Pascual, quien en sociedad con su hermano cultiva cuatro hectáreas de invernadero en Palomares y es también delegado de Asaja, considera que «moralmente es un insulto que con el pretexto de promover cantidades de agua estable, se vierta agua buena al mar y se genere contaminación después para volver a quitarle la sal». Lo lamenta en un pequeño despacho de la vaquería, poco antes de que nos asomemos a la nave de ordeño, donde su mujer, Mari Carmen, protesta con volcánica energía: «Pascual, como me saquen una foto, el divorcio lo tienes garantizado, ya sabes». Cuatro personas para una tarea sacrificada, pese a la modélica asepsia y mecanización del recinto: Pascual, Mari Carmen, su hermano y su cuñada se levantan antes del amanecer para atender las necesidades de sus más de 120 reses. El sequísimo clima resta rentabilidad a la explotación, al obligar a la compra de todos los piensos y forrajes que, con la ola de calor del verano pasado, «se han encarecido en 5 ó 6 pesetas el kilo». Pero el tiempo apremia y Pascual nos acompaña a la siguiente cita.
Ruidosa desaladora
Nos aguarda José Navarro, el presidente de la Comunidad de Regantes, a las puertas de la desaladora de la comarca, que entró en funcionamiento hace poco más de un año. Navarro tiene prisa y está escaldado: «Los periodistas nos enredan a veces, no quiero problemas, ni ponerme de un lado o de otro... Tenemos la desaladora, y queremos la desaladora como también nos gustaría contar con el trasvase». Las desangeladas instalaciones impresionan poco, pues se trata de una planta modesta que actualmente produce 9 hectómetros cúbicos al año (20.000 metros cúbicos al día), aunque podrá alcanzar los 18 cuando alcance el pleno rendimiento. Una nave chata y estrepitosa (el ruido es infernal) cobija las famosas membranas de la «ósmosis inversa», el procedimiento que separa el agua de la sal. El recinto está circundado por gruesas tuberías, instalaciones eléctricas, otra nave para los motores de bombeo y balsas donde se recoge el «agua-producto», como se denomina al líquido elemento después de tratado. Navarro, llaves en mano, explica que construir la desaladora ha costado 1.800 millones de pesetas de los que la Junta de Andalucía ha aportado la mitad y los regantes el resto. El mantenimiento corre ya de su cuenta, no hay subvenciones ni ayudas oficiales.
Pozos salobres
El agua utilizada como materia prima no es marina, sino salobre, procedente de seis pozos. El «rechazo» (salmuera) se vierte 800 metros mar adentro, sin que hasta ahora los pescadores de la zona de hayan quejado de una merma de capturas. «Es pequeña, y lleva poco tiempo», dice Pascual, quien insiste en su desconfianza sobre los planes ultradesaladores de la ministra Narbona: «No estamos en condiciones de creernos ya nada, porque nos conocemos todos. Narbona, en su anterior etapa de secretaria de Estado, vino a decirnos que invertiría doce mil y pico millones de pesetas en el Plan de Regadíos del Bajo Almanzora y las conducciones prometidas tuvieron que salir del bolsillo de los agricultores».
Navarro comenta que la desaladora ha aportado «tranquilidad» a los regantes (por aquello de que ya no hay que mirar de reojo al cielo), aunque son necesarias otras fuentes de abastecimiento. Ahora mismo, la planta aporta un 40 ó 45 por ciento del agua de riego de la comarca, aunque también ha aliviado la situación el trasvase del Negratín. Los agricultores la están pagando a 30 céntimos el metro cúbico.
Ecos radiactivos
Pascual quiere también que visitemos su campo de sandías (acabamos con siete, enormes, acopladas en el maletero del coche) y las balsas de regulación del agua de la zona, mientras nos asomamos a un terraplén que, a lo lejos, cobija en sus entrañas la leyenda negra de Palomares: «Allí conviene no remover, porque es donde se enterraron los restos radiactivos. Lo demás ya no tiene problemas». El incidente de las bombas americanas, resumido en la metáfora del «meyba» de Fraga, sigue latente para quienes, como Pascual, «aún formamos parte de un muestreo por el que nos hacen chequeos de salud todos los años». Después visitamos sus invernaderos, donde cultiva tomates regados con goteo. Noelia comenta que en el Poniente las explotaciones son más grandes y están más tecnificadas; gracias a sus tejadillos curvos, pueden recoger y reutilizar el caudal de las posibles lluvias. Pero aquí no se puede afrontar tal inversión porque no hay latifundismo. Pese a ello, la agricultura es rentable y Pascual dice que sus hijos no quieren dedicarse a otra cosa.
Juegos del Mediterráneo
La última etapa nos conduce por pistas de tierra al embalse del Almanzora, el corazón del agua, donde un Indalo gigante (el primitivo amuleto protector reciclado como símbolo de estas tierras) ornamenta la rampa de la presa. El nivel almacenado es modesto, a pesar de que se acaban de vivir los meses más lluviosos de los últimos años. Aquí se van a celebrar las pruebas de remo y piragüismo de los Juegos del Mediterráneo de 2005. De momento, preludiados por tierra desventrada y máquinas excavadoras.
El reencuentro con el mar resulta después agridulce. La especulación urbanística desborda Garrucha, donde insufribles colonias de adosados no dejan adivinar asomo de moratoria urbanística mientras Mojácar, hermosísima, se libra de la quema en su promontorio. Los lugareños confían ciegamente en que para el turismo no se cerrará el grifo y, a fin de cuentas, sólo el 20 por ciento de los almerienses vive del campo. Tan seco, tan fértil
Seis mil metros de altitud sobre la geometría cincelada a lo largo de los siglos por la actividad agrícola. Verde apagado, casi negruzco, y toda la gama de los ocres. Azul agua, muy de cuando en cuando, de los embalses engarzados en el curso serpenteante de los ríos, hasta que el «fokker», batidora ruidosa, enfila la esquina sureste de la península y empieza a mostrar las cicatrices de la erosión, las costras blanquecinas y resecas, los lechos arenosos de barrancos, los mordiscos feroces de la desertización. Tras el aterrizaje en Almería, el mar escupe una humedad densa y opresiva que nubla el horizonte. Queda atrás, hacia Poniente, el paisaje de plástico de los invernaderos, en tanto que la ruta de Levante se yergue desnuda, con repechos baldíos de los que podría emerger en cualquier momento el robot «Opportunity». La prosperidad, aquí (donde en 2003 se ha registrado un crecimiento económico del 4,5 por ciento, frente al 2,8 de media nacional), no es una circunstancia, sino un milagro.
Surcos de incertidumbre
El presidente provincial del sindicato agrario Asaja, Francisco Vargas, nos recibe en una oficina calurosa, modesta, sumida en una actividad febril. El trasvase (el no-trasvase, mejor dicho) está en boca de todos, después de que Aznar y el consejero de Obras Públicas andaluz, socialista, compartieran el ritual propagandístico de la primera piedra el pasado invierno.
Ahora muchos agricultores, dolidos, recuerdan cómo Manuel Chaves, presidente de la Junta y del PSOE, consiguió en aquel envite no perder comba y, a un tiempo, evitar la foto junto al anterior jefe del Gobierno de la Nación: se plantó en el lugar de comienzo de las obras unas horas más tarde. No se sabe, ironiza alguno de ellos, si ahora se celebrará un nuevo acto para reducir a arenisca el pedrusco de marras. Vargas se muestra más cauto: «No tenemos claro en absoluto de dónde se sacarán los 90 hectómetros cúbicos que necesitamos y que estaba previsto que se trasvasaran a Almería en el anterior Plan Hidrológico. Dicen que de dos nuevas desaladoras. Pero es lógico que dudemos cuando hemos visto la de Carboneras paralizada, por condicionantes técnicos y medioambientales. La experiencia de la desalación a gran escala es demasiado reciente como para saber si será solución duradera, o qué efectos tendrá sobre el litoral». En la trastienda (aunque Vargas evita manifestarlo) guarda un cierto malestar porque la asociación provincial de empresarios, Asempal, ha «virado»: del apoyo al trasvase antes del 14-M a la conformidad con el plan de desaladoras, en lo que algunos consideran funambulismo acomodaticio.
La oficina de Asaja queda atrás, en la destartalada cañada de San Urbano, y emprendemos viaje con Noelia, joven ingeniera agrónoma que sueña con dedicarse a la investigación, rumbo a Palomares, pedanía de Cuevas de Almanzora. Ruta torrefacta, a bordo de un corsa sin aire acondicionado, en la que Noelia nos habla, a la vista de los carteles indicadores de la N-340, de las hermosas formaciones cársicas de Sorbas, de la sierra del Alhamillo, pelada y agreste, y del no muy lejano poblado del Far West de Tabernas, plató ya amortizado y reconvertido en recinto temático y reserva de animales. Explica que en el Poniente y su capital económica, El Ejido, hay más reservas de agua y menos incertidumbres. Pero el Este teme y presiente carencias.
Pascual Soler nos espera en su casa, una construcción baja, funcionalmente amoldada a la vaquería colindante, también de su propiedad. El calor se espesa aún más en el valle que forma el desolador lecho de piedras del Almanzora, en forma de humedad pegajosa. Pascual, quien en sociedad con su hermano cultiva cuatro hectáreas de invernadero en Palomares y es también delegado de Asaja, considera que «moralmente es un insulto que con el pretexto de promover cantidades de agua estable, se vierta agua buena al mar y se genere contaminación después para volver a quitarle la sal». Lo lamenta en un pequeño despacho de la vaquería, poco antes de que nos asomemos a la nave de ordeño, donde su mujer, Mari Carmen, protesta con volcánica energía: «Pascual, como me saquen una foto, el divorcio lo tienes garantizado, ya sabes». Cuatro personas para una tarea sacrificada, pese a la modélica asepsia y mecanización del recinto: Pascual, Mari Carmen, su hermano y su cuñada se levantan antes del amanecer para atender las necesidades de sus más de 120 reses. El sequísimo clima resta rentabilidad a la explotación, al obligar a la compra de todos los piensos y forrajes que, con la ola de calor del verano pasado, «se han encarecido en 5 ó 6 pesetas el kilo». Pero el tiempo apremia y Pascual nos acompaña a la siguiente cita.
Ruidosa desaladora
Nos aguarda José Navarro, el presidente de la Comunidad de Regantes, a las puertas de la desaladora de la comarca, que entró en funcionamiento hace poco más de un año. Navarro tiene prisa y está escaldado: «Los periodistas nos enredan a veces, no quiero problemas, ni ponerme de un lado o de otro... Tenemos la desaladora, y queremos la desaladora como también nos gustaría contar con el trasvase». Las desangeladas instalaciones impresionan poco, pues se trata de una planta modesta que actualmente produce 9 hectómetros cúbicos al año (20.000 metros cúbicos al día), aunque podrá alcanzar los 18 cuando alcance el pleno rendimiento. Una nave chata y estrepitosa (el ruido es infernal) cobija las famosas membranas de la «ósmosis inversa», el procedimiento que separa el agua de la sal. El recinto está circundado por gruesas tuberías, instalaciones eléctricas, otra nave para los motores de bombeo y balsas donde se recoge el «agua-producto», como se denomina al líquido elemento después de tratado. Navarro, llaves en mano, explica que construir la desaladora ha costado 1.800 millones de pesetas de los que la Junta de Andalucía ha aportado la mitad y los regantes el resto. El mantenimiento corre ya de su cuenta, no hay subvenciones ni ayudas oficiales.
Pozos salobres
El agua utilizada como materia prima no es marina, sino salobre, procedente de seis pozos. El «rechazo» (salmuera) se vierte 800 metros mar adentro, sin que hasta ahora los pescadores de la zona de hayan quejado de una merma de capturas. «Es pequeña, y lleva poco tiempo», dice Pascual, quien insiste en su desconfianza sobre los planes ultradesaladores de la ministra Narbona: «No estamos en condiciones de creernos ya nada, porque nos conocemos todos. Narbona, en su anterior etapa de secretaria de Estado, vino a decirnos que invertiría doce mil y pico millones de pesetas en el Plan de Regadíos del Bajo Almanzora y las conducciones prometidas tuvieron que salir del bolsillo de los agricultores».
Navarro comenta que la desaladora ha aportado «tranquilidad» a los regantes (por aquello de que ya no hay que mirar de reojo al cielo), aunque son necesarias otras fuentes de abastecimiento. Ahora mismo, la planta aporta un 40 ó 45 por ciento del agua de riego de la comarca, aunque también ha aliviado la situación el trasvase del Negratín. Los agricultores la están pagando a 30 céntimos el metro cúbico.
Ecos radiactivos
Pascual quiere también que visitemos su campo de sandías (acabamos con siete, enormes, acopladas en el maletero del coche) y las balsas de regulación del agua de la zona, mientras nos asomamos a un terraplén que, a lo lejos, cobija en sus entrañas la leyenda negra de Palomares: «Allí conviene no remover, porque es donde se enterraron los restos radiactivos. Lo demás ya no tiene problemas». El incidente de las bombas americanas, resumido en la metáfora del «meyba» de Fraga, sigue latente para quienes, como Pascual, «aún formamos parte de un muestreo por el que nos hacen chequeos de salud todos los años». Después visitamos sus invernaderos, donde cultiva tomates regados con goteo. Noelia comenta que en el Poniente las explotaciones son más grandes y están más tecnificadas; gracias a sus tejadillos curvos, pueden recoger y reutilizar el caudal de las posibles lluvias. Pero aquí no se puede afrontar tal inversión porque no hay latifundismo. Pese a ello, la agricultura es rentable y Pascual dice que sus hijos no quieren dedicarse a otra cosa.
Juegos del Mediterráneo
La última etapa nos conduce por pistas de tierra al embalse del Almanzora, el corazón del agua, donde un Indalo gigante (el primitivo amuleto protector reciclado como símbolo de estas tierras) ornamenta la rampa de la presa. El nivel almacenado es modesto, a pesar de que se acaban de vivir los meses más lluviosos de los últimos años. Aquí se van a celebrar las pruebas de remo y piragüismo de los Juegos del Mediterráneo de 2005. De momento, preludiados por tierra desventrada y máquinas excavadoras.
El reencuentro con el mar resulta después agridulce. La especulación urbanística desborda Garrucha, donde insufribles colonias de adosados no dejan adivinar asomo de moratoria urbanística mientras Mojácar, hermosísima, se libra de la quema en su promontorio. Los lugareños confían ciegamente en que para el turismo no se cerrará el grifo y, a fin de cuentas, sólo el 20 por ciento de los almerienses vive del campo. Tan seco, tan fértil