El agua es un derecho

Lun, 31/05/2004

El País

¿Cuánto tiempo tendremos que seguir aceptando que 1.200 millones de personas no tengan acceso a agua potable que no suponga riesgo para la salud y que casi 2.400 millones de personas carezcan de los servicios de sanidad básicos? ¿Es razonable mantener una situación en la que cinco millones de personas, principalmente mujeres y niños, mueren cada año por enfermedades relacionadas con el agua que pueden prevenirse en la mayoría de los casos? Hace unos meses inauguré el nuevo pozo de agua del pueblo de Riku, en la provincia de Yatenga, en Burkina Faso, que Cruz Verde había contribuido a financiar. Los 2.000 vecinos del pueblo se habían congregado para esta ceremonia porque sabían que el agua potable de la que ahora disponían cubriría parte de sus necesidades básicas. Toda mi vida recordaré la felicidad que había en los ojos de aquella niña cuando bebió por primera vez el agua limpia y transparente de este pozo.
'El agua es vida' es un estribillo que suena en todo el mundo. Para muchas personas del mundo 'desarrollado', el agua es eso que sale del grifo, fluye bajo un puente o llena una piscina; sabemos que es necesaria para beber, para bañarse y para cocinar, pero damos por descontado que estará siempre allí, lista para su uso. En el mundo en vías de desarrollo, la idea de dar por descontado el agua es, justificadamente, algo inimaginable, porque la relación entre agua y vida sigue siendo nítida y resuena en el llanto de un niño enfermo, en la lucha cotidiana de una madre o en la desesperanza de un agricultor arruinado por la sequía o la inundación. El agua, tan simple, tan bella en sus distintas formas naturales y tan esencial, es un símbolo de purificación y abastecimiento en muchas religiones y culturas, y está considerada como algo de lo que debemos regocijarnos. Pero para millones de personas el agua es en realidad una pesadilla. Propaga la enfermedad, provoca inundaciones, lleva horas ir a buscarla, es cara, hace que proliferen los mosquitos y, lo peor de todo, a veces no hay nada.
En la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible de 2002 en Johanesburgo quedó muy claro que el agua ha escalado varios puestos en las agendas internacionales y que la urgente necesidad de abordar la crisis del agua es uno de los temas en los que están de acuerdo todas las naciones y partes implicadas. Los gobiernos se han comprometido a cumplir los Objetivos para el Agua del Milenio de reducir a la mitad la proporción de personas sin agua potable y servicios básicos de alcantarillado para 2015. La ONU ha declarado oficialmente que el agua es un derecho humano. Y la Comunidad Mundial del Agua se está convirtiendo en una coalición dinámica que incluye a ONG, organizaciones intergubernamentales (OIG), juristas, técnicos y grupos de base de la sociedad civil. Pero, aunque puede que hayamos empezado a ser conscientes de ella, no estamos abordando actualmente la crisis del agua. Cubrir los mencionados objetivos en 2015 nos ofrece la oportunidad de lograr uno de los mayores avances humanitarios de la historia, un avance que mejorará radicalmente las vidas de miles de millones de personas. Pero esto solamente será posible con una auténtica solidaridad internacional y el compromiso de todas las partes. Los países ricos tienen que dedicar más fondos y asistencia técnica al sector del agua. Los países en vías de desarrollo tienen que dar prioridad al agua y llevar a cabo reformas esenciales en su gestión. Y todos necesitamos que se incrementen la participación pública y la transparencia. En el III Fórum Mundial del Agua, en marzo de 2003, me llenó de asombro el contraste entre la energía y las iniciativas de los miles de profesionales esforzados y los representantes de la sociedad civil, y la absoluta falta de compromiso de los gobiernos de la conferencia ministerial paralela.
Los múltiples compromisos para el agua de los últimos años tienen que materializarse en planes reales; estructurados; integrados a nivel local, nacional e internacional, y respaldados por la financiación necesaria. 'Los países tienen que duplicar con creces su gasto en proyectos para agua y proyectos sanitarios, desde 13.000 millones de euros a 28.000 millones, para poder alcanzar los objetivos de reducir a la mitad la proporción de personas sin acceso a agua potable que no suponga riesgo para la salud y servicios básicos sanitarios para 2015... Por más necesarias que sean para el progreso una determinación política más fuerte e instituciones más eficaces, éstas tienen que ir emparejadas con recursos financieros adicionales', afirmó José Antonio Ocampo, subsecretario general de la ONU para Asuntos Sociales y Económicos, en la Comisión de Desarrollo Sostenible, en abril de 2004. Estas necesidades financieras deben compararse con los 750.000 millones de euros de gasto militar anual de Estados Unidos. En realidad, los países donantes, con muy escasas excepciones, han ido reduciendo progresivamente sus presupuestos para ayuda al desarrollo durante la última década. Peor aún: la parte de esta ayuda que está siendo utilizada para atajar la crisis del agua y el alcantarillado es el 25% menor de lo que era en 1998, y sólo el 40% de esta cantidad va a la gente que más lo necesita: los desesperadamente pobres y marginados de las zonas rurales y las barriadas más pobres del mundo. Esto es inaceptable.
La gente tiene que darse cuenta del alcance de la crisis global del agua y de los riesgos que entraña para la seguridad y la salud en todo el mundo, y exigir que sus gobiernos hagan algo al respecto. Ciertamente hay un potencial de violencia en relación con la crisis mundial del agua. Aunque no nos acechen guerras del agua en un futuro muy próximo, los conflictos relacionados con ella no necesitan asumir las características de la guerra para ser debilitantes e incluso violentos. Pueden producir encono entre grupos étnicos, encender la llama entre agricultores e industriales vecinos, y provocar pérdida de confianza entre el pueblo y su Gobierno. Cuando existen conflictos de agua entre estados soberanos, las víctimas pueden no perecer en un campo de batalla claramente discernible, pero será la gente y la corriente de agua en sí los que sufrirán las consecuencias de la falta de cooperación o comunicación entre los que comparten una cuenca. El agua es una causa en potencia de tensión, pero también, y esto es más importante, una poderosa fuente de cooperación. Sin embargo, muchas disputas de antaño sobre el agua siguen sin resolverse y la creciente demanda de unos recursos finitos de agua dulce eleva el riesgo de futuros conflictos. La gestión sostenible de los 263 ríos o lagos que bañan más de una frontera y los centenares de acuíferos, cuyas cuencas comprenden más de la mitad del territorio y la población del mundo, es de importancia estratégica para el futuro inmediato y también a largo plazo.
La gestión sostenible de los recursos acuíferos que bañan más de una frontera exige que las naciones compartan los beneficios del agua entre las naciones, en vez de concentrarse en reivindicaciones polarizadas acerca de ésta. Es necesario equilibrar los consumos contrapuestos de los recursos de las cuencas de los ríos y los acuíferos -especialmente el consumo aguas arriba y aguas abajo- de forma transparente y participativa para lograr un desarrollo sostenible local y regional. Ésta es una tarea extremadamente compleja y, en las principales cuencas de ríos internacionales, las negociaciones pueden necesitar décadas y costar muchos millones de euros, como ya se ha comprobado en los casos del Rin y del Indo. Desgraciadamente, la legislación internacional y el apoyo internacional para la cooperación en cuencas que bañan más de una frontera son insuficientes en la actualidad para hacer frente a estos desafíos.
No podemos sentarnos a esperar que los gobiernos emprendan acciones contundentes. La sociedad civil tiene que marcar la pauta. Aunque se estanque la toma de decisiones multilateral entre los gobiernos, la interacción e interdependencia de las personas de todo el mundo legitimarán cada vez más el lanzamiento de iniciativas globales de los ciudadanos. En el foro Diálogos sobre la Tierra, que celebramos en Lyón en febrero de 2002, Cruz Verde y otros participantes inauguramos una petición internacional para respaldar la negociación de una Convención Global del Agua. Miles de personas de todos los continentes han puesto ya su firma a favor de esta iniciativa. En el Fórum de Barcelona, Cruz Verde y sus asociados facilitarán la II Asamblea Mundial de Sabios del Agua. Los sabios, que vienen de todas partes del mundo en la misma proporción de hombres y de mujeres, y representan una gran variedad de profesiones, adoptarán los principios fundamentales de un convenio global sobre el derecho al agua. El agua como derecho humano; el derecho a agua suficiente, a agua pura; los principios de sostenibilidad y precaución, de equidad y diferenciación; los principios de participación y transparencia, tienen que ser reconocidos dentro del marco de la convención internacional y llevados a la práctica.
Este texto comenzará su vida como una contribución de los ciudadanos; pero, con el peso de muchos miles de firmas de ciudadanos del mundo y de cientos de expertos respetados que están detrás de este documento, tenemos la esperanza de que sus términos sean pronto aceptados también por los gobiernos, las instituciones financieras y las organizaciones internacionales, y de que sea ratificado por los estados para que el derecho al agua sea una realidad para todos. Nunca se debe minusvalorar la fuerza de los movimientos ciudadanos cuando se utilizan de forma eficaz. Recuerden que, hace solamente unos años, los estados soberanos accedieron a negociar el acuerdo de prohibición de minas terrestres sólo gracias a la presión de los movimientos de la sociedad civil. Sin agua, la gente no tiene nada, y no se puede esperar que la gente que no tiene nada se conforme con este estado de cosas. Es un asunto de seguridad que hay que abordar con urgencia o seguirá aumentando el potencial de ruptura y conflicto social. Por ser un recurso que trasciende las fronteras de lo político y administrativo, el agua dulce debe ser compartida entre los individuos, los sectores económicos, las jurisdicciones interestatales y las naciones soberanas, al tiempo que se respeta la necesidad de la sostenibilidad medioambiental. Si la comunidad internacional llegara a movilizarse auténticamente para resolver la crisis del agua de acuerdo con estos principios fundamentales, supondría un paso adelante esencial en la lucha para alcanzar este objetivo. El agua tiene el poder de mover a millones de personas. Dejemos que nos mueva en la dirección de la paz y de un futuro mejor.
Bertrand Charrier es vicepresidente de Cruz Verde Internacional y director del diálogo El agua: vida y seguridad. Traducción de News Clips