Los expertos creen que el Delta del Ebro podría desaparecer en 200 años si no se frena su regresión

Lun, 17/05/2004

ABC

El cambio climático amenaza a una de las zonas más ricas del Mediterráneo, el segundo humedal más importante de España después de Doñana

BARCELONA. «El Delta del Ebro podría desaparecer dentro de 200 años si no frenamos su regresión». Así lo afirma el geólogo Antonio Canicio, miembro de la Fundación por una Nueva Cultura del Agua, con sede en Tortosa (Tarragona). Triste final para el segundo humedal más importante de España después de Doñana y que desde los años sesenta, fecha en la que se construyeron los grandes embalses de Mequinenza y Riba-Roja, ha sufrido una importante pérdida de sedimentos que amenaza a una de las zonas más ricas del litoral mediterráneo, donde agricultura, pesca, acuicultura y turismo generan unos cien millones de euros al año.

El anuncio del nuevo Gobierno socialista de anular el proyecto del Plan Hidrológico Nacional, que contemplaba el trasvase del Ebro, ha dado un respiro a los habitantes del Delta, pero los problemas persisten. El cambio climático, las previsiones de la subida del nivel del mar y la subsidencia -tendencia natural de los deltas a hundirse- hacen prever un aumento de la regresión del Delta, donde la deposición de sedimentos se ha reducido en un 99 por ciento. «La solución es permeabilizar los embalses. La instalación de diques, además de suponer un gasto insoportable, puede ser viable en Holanda, pero no en mar abierto», explica Canicio, quien compara la regresión de esta zona «con un cáncer, que aumenta cada día y no se nota».

El Delta del Ebro ocupa una superficie de 330 kilómetros cuadrados, de los que un 20 por ciento pertenecen a espacios naturales y el 80 por ciento, a zona agrícola y urbana. El aumento progresivo del nivel del mar ha provocado la salinización de los arrozales, lo que obliga a los agricultores a aumentar el gasto en irrigación para «lavar» de sal los campos. Frente al perjuicio económico que provoca al sector agrario, el riego palía la subsidencia.

Este incremento del coste, unida a la voluble política agrícola comunitaria, ha llevado al sector agrícola a plantearse la posibilidad de diversificar el cultivo «lo cual, cambiaría la fisonomía del Delta», advierte Lluís Toldrà, abogado y miembro de la asociación ecologista Depana, quien sugiere «la búsqueda de ayudas europeas, no meramente agrícolas, mediante la explotación del arroz ecológico o de denominación de origen». La disminución del aporte de sedimentos también supone una merma para la pesca, pues la fauna acuática se alimenta de los nutrientes procedentes de los ríos. Otro de los sectores que se ven afectados por la regresión del Delta es el turístico. El 90 por ciento de la arena de las playas proceden de los sedimentos que arrastran los ríos. Por eso se reclama a la Administración que las cuencas hidrográficas y las costas se gestionen conjuntamente. La presión urbanística y la lucha del sector agrícola por su supervivencia suponen un doble obstáculo para la conservación del medio ambiente. El uso de pesticidas y de herbicidas representan una de las principales amenazas para los espacios naturales del Delta, que pese a su reconocimiento legal -anidan 330 especies de aves-, no cuentan con una protección real. El mes pasado, el Tribunal Supremo declaró como zona protegida tres parajes naturales del Delta que el Gobierno catalán había catalogado como urbanizables