El agua, tesoro para Donostia

Vie, 23/04/2004

Deia

EN DONOSTIA llueve, y bastante. Esa es una realidad palpable que en estas fechas pueden comprobar propios y extraños. Donde llueve tanto el agua no es un problema: abrimos el grifo y corre alegremente. Pero en la historia lograr surtir de agua a la ciudad no ha sido siempre un trabajo fácil. De esa historia, de la del agua potable en Donostia, habla Fermín Muñoz en el libro editado por Aguas del Añarbe. Los 3.000 ejemplares se distribuirán entre los responsables públicos y las instituciones culturales de Gipuzkoa y Euskal Herria.Afirma Muñoz que el libro se debería de haber titulado La búsqueda del tesoro. Y es que lo que hoy nos parece lo más natural, que el agua llegue a nuestras casas sin problemas, no siempre ha sido así .El agua ha llegado a Donostia de distintos puntos, pero una población creciente hacía que siempre hubiera necesidad de buscar nuevas fuentes. En 1566 la procedencia era de Olarain y posteriormente de Morlans, Moneda y Lapazandegi, Errotazar, Fuente del Inglés, Txoritokieta, vuelta a Olarain, Añarbe y Artikutza. Agua en el entorno, pero puertas adentro de los muros de Donostia había grandes carencias que se intentaban subsanar con pozos construidos en distintos puntos y que se surtían de agua de lluvia. Incluso, allá por 1489 el rey Fernando el Católico llegó a dictar que, en caso de incendio, los poseedores de sidra o vino lo utilizaran para apagarlos.Pasajes éstos lejanos en el tiempo pero que demuestran que la historia del agua en Donostia no ha sido idílica, y siempre los regidores de la ciudad han tenido que «buscar salidas».Siglos después los problemas persistían. Según un informe de Eugenio Arruti, que recoge Muñoz en su obra, en 1826 el agua llegaba por un acueducto a orillas del Urumea. Dicho acueducto discurría en gran parte al aire libre, y el agua se enturbiaba por las lluvias y llegaba muy tibia en verano. Por ello los donostiarras comenzaron a usar agua de la fuente del Chofre, situada «mil varas al oriente de la población». Los pozos de la ciudad, mientras tanto, albergaban aguas «incapaces de cocer bien las legumbres».A finales del XIX la incesante búsqueda del líquido elemento llegó a Artikutza y Añarbe, «años difíciles», según Muñoz. En 1894 la Comisión Especial de Aguas del Ayuntamiento se fija «en un manantial excelente, por su capacidad y condiciones del agua»: el Añarbe. Los trámites no resultaron sencillos y hasta 1896 no se subastaron los proyectos para lograr traer el agua del Añarbe a Donostia. Obras complicadas que, finalmente, se remataron con una inauguración de la traída de aguas que tuvo lugar el 29 de junio de 1899 en Alderdi Eder, cuando el entonces alcalde, José de Marqueza, «abrió la llave del agua y salió un potente chorro».El autor de esta relato de la historia de amor-odio entre Donostia y el agua potable asegura que el capítulo «más largo y difícil» fue el protagonizado por Artikutza, «16 años de negociaciones y juicios para comprar la finca». Luego, más problemas. Como el que surgió en 1902 cuando una epidemia de fiebres tifoideas asoló la ciudad. Buscando el origen se llegó hasta Artikutza, donde dos hermanos enfermos de este mal lavaban su ropa. Hubo que interrumpir el suministro y así se paró la propagación de la epidemia.Resulta difícil imaginar estos y otros duros momentos en una ciudad rodeada de agua que durante siglos no ha podido beberla