La puerta por la que el rio se fue
Sáb, 18/08/2012
El Parque de Cabecera trata de reproducir en el extremo del Jardín del Turia el antiguo paisaje fluvial
Les contamos que nos enfadamos con el río, porque siempre nos tiraba barro, y que acabamos echándolo fuera de la ciudad", explica Evarist Caselles. Él y el equipo de Disbauxes i Naumàquies se dedican a mostrar la historia de Valencia a los niños. "Y en el recorrido que hacemos con ellos en el Parque de Cabecera continuamos explicándoles que dejamos al Turia a las puertas de la ciudad, donde comenzaba la isla que fue el origen de Valencia". Es ésta también una manera de referir a los más pequeños cómo en 1973 concluyeron las obras colosales del Plan de Sur y las aguas del Turia fueron desviadas, al nuevo cauce abierto en la huerta sur de Valencia para verterlas en las playas de la pedanía de Pinedo. Los valencianos decidieron que nunca más soportarían una riada como la de 1957, cuando la ciudad fue anegada desde Mislata hasta Nazaret.
Otra riada anterior, la de 1589, fue percibida, como señalaba Vicenç Roselló en su magnífica Geografía del País Valencià, "como una de las más espectaculares, y provocó la conciencia ciudadana burguesa", que respondió con la "colosal obra de la Fábrica Nueva del Río, que hoy por hoy sigue siendo el conjunto monumental más representativo de Valencia". Pero esos pretiles ya no flanquean rio alguno. Lope de Vega ya no podría escribir sus versos en los mismos términos que hiciera en Los locos de Valencia, fechada en los años posteriores a esa riada: "Estos son sus altos muros/y aqueste el Turia que al mar/le paga en agua de azahar/tributo en cristales puros".
Después, la ciudad ha tratado de recordar el río desde el lecho seco ajardinado, a pesar de que alcalde y gobierno hubieron que quisieron una autopista en el hueco. Una gran movilización ciudadana bajo el lema "El riu es nostre i el volem verd" logró que se planificara un jardín urbano de nueve kilómetros, largo y diverso, con algunas huellas del agua que fue. Finalmente, con la inauguración del Parque de Cabecera en 2004, la ciudad se reencontró con la puerta olvidada: Este espacio arbóreo y acuático de 35 hectáreas, justamente al lado de Mislata, término hasta donde llegó la riada, trata de parecerse a la serpiente de agua que cruzó la ciudad hasta los años setenta. Ahí podrían cobrar sentido los versos de un contemporáneo de Lope, Carles Boil Vives, que quiso loar junto al Turia a todas las damas de Valencia: "Lleguéme hacia un remanso que cubría/de un álamo la sombra regalada/cuyo tronco en el agua se reía/estando el agua dél enamorada". En efecto, el parque reproduce un ambiente fluvial, con estanques, canales, playitas, con sus riberas pobladas de fresnos, pinos de distintas clases, sauces y chopos, entre otras especies vegetales. La gente pasea por las sendas trazadas o se solaza sobre el césped de los márgenes, estructurados de forma sinuosa en terrazas con muros de mampostería de piedra, por los que discurren los caminos de madera u hormigón. Es un lugar hermoso que reclama vitalidad, aunque no tanta como la del atleta que sube y baja sin parar el promontorio que preside el parque. Desde arriba, a unos 35 metros sobre el nivel del mar, se divisa el primer puente de Calatrava, la huerta y sus pueblos. Sólo se oyen cigarras, gritos infantiles cuando los hay y algún pato. Corre aire fresco en lo alto.
Lo suyo es continuar la senda hasta el viejo Molí del Sol, que es ahora un retén de policía, proseguir por el Parque Fluvial del Turia, y llegar hasta el Asud del Repartiment, ya en el término de Quart, que es donde se decidió desviar el río original. Un señor de setenta y tantos, que viene de ahí y parece saber tanto de ciudad como de campo, comenta: "¿Que si puedes seguir en bici? Claro que puedes seguir, hasta Villamarxant lo menos". El hombre, que pasea dos horas diarias por estos andurriales, se encamina hacia Mislata, para lo cual le bastará cruzar el tramo 1 del Jardín del Turia. Cruzando por el mismo camino que el vecino de Mislata, uno se encuentra enseguida con la entrada al Museo de Historia de la Ciudad, un centro bien concebido y pertrechado tecnológicamente, donde conocer mejor a los valencianos y sus razones. Lo alberga un bello edificio industrial rehabilitado, que se hizo a mediados del XIX para llevar las aguas a la ciudad. Los niños y niñas que guían Caselles y su equipo pasan también por ahí tras tras haber visto de cerca la puerta por la que el río se fue.
Otra riada anterior, la de 1589, fue percibida, como señalaba Vicenç Roselló en su magnífica Geografía del País Valencià, "como una de las más espectaculares, y provocó la conciencia ciudadana burguesa", que respondió con la "colosal obra de la Fábrica Nueva del Río, que hoy por hoy sigue siendo el conjunto monumental más representativo de Valencia". Pero esos pretiles ya no flanquean rio alguno. Lope de Vega ya no podría escribir sus versos en los mismos términos que hiciera en Los locos de Valencia, fechada en los años posteriores a esa riada: "Estos son sus altos muros/y aqueste el Turia que al mar/le paga en agua de azahar/tributo en cristales puros".
Después, la ciudad ha tratado de recordar el río desde el lecho seco ajardinado, a pesar de que alcalde y gobierno hubieron que quisieron una autopista en el hueco. Una gran movilización ciudadana bajo el lema "El riu es nostre i el volem verd" logró que se planificara un jardín urbano de nueve kilómetros, largo y diverso, con algunas huellas del agua que fue. Finalmente, con la inauguración del Parque de Cabecera en 2004, la ciudad se reencontró con la puerta olvidada: Este espacio arbóreo y acuático de 35 hectáreas, justamente al lado de Mislata, término hasta donde llegó la riada, trata de parecerse a la serpiente de agua que cruzó la ciudad hasta los años setenta. Ahí podrían cobrar sentido los versos de un contemporáneo de Lope, Carles Boil Vives, que quiso loar junto al Turia a todas las damas de Valencia: "Lleguéme hacia un remanso que cubría/de un álamo la sombra regalada/cuyo tronco en el agua se reía/estando el agua dél enamorada". En efecto, el parque reproduce un ambiente fluvial, con estanques, canales, playitas, con sus riberas pobladas de fresnos, pinos de distintas clases, sauces y chopos, entre otras especies vegetales. La gente pasea por las sendas trazadas o se solaza sobre el césped de los márgenes, estructurados de forma sinuosa en terrazas con muros de mampostería de piedra, por los que discurren los caminos de madera u hormigón. Es un lugar hermoso que reclama vitalidad, aunque no tanta como la del atleta que sube y baja sin parar el promontorio que preside el parque. Desde arriba, a unos 35 metros sobre el nivel del mar, se divisa el primer puente de Calatrava, la huerta y sus pueblos. Sólo se oyen cigarras, gritos infantiles cuando los hay y algún pato. Corre aire fresco en lo alto.
Lo suyo es continuar la senda hasta el viejo Molí del Sol, que es ahora un retén de policía, proseguir por el Parque Fluvial del Turia, y llegar hasta el Asud del Repartiment, ya en el término de Quart, que es donde se decidió desviar el río original. Un señor de setenta y tantos, que viene de ahí y parece saber tanto de ciudad como de campo, comenta: "¿Que si puedes seguir en bici? Claro que puedes seguir, hasta Villamarxant lo menos". El hombre, que pasea dos horas diarias por estos andurriales, se encamina hacia Mislata, para lo cual le bastará cruzar el tramo 1 del Jardín del Turia. Cruzando por el mismo camino que el vecino de Mislata, uno se encuentra enseguida con la entrada al Museo de Historia de la Ciudad, un centro bien concebido y pertrechado tecnológicamente, donde conocer mejor a los valencianos y sus razones. Lo alberga un bello edificio industrial rehabilitado, que se hizo a mediados del XIX para llevar las aguas a la ciudad. Los niños y niñas que guían Caselles y su equipo pasan también por ahí tras tras haber visto de cerca la puerta por la que el río se fue.