ECONOMIA
GACETA DE ARAGÓN Pág. 11  Miercoles, 08/10/2003

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La guerra del agua  
 
     
     
 

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' El trasvase del Ebro se ha convertido en un arma electoral cuya utilización, valga la redundancia acuática, supone una aplicación del viejo dicho: a río revuelto ganancia de pescadores. Sólo esto explica los ataques a una iniciativa, cuya fundamentación sólo obedece a tres causas posibles: la ignorancia, la demagogia o una poco sutil mezcla de ambas' .

En esos caladeros pescan los adversarios del proyecto que, con un estilo ' goebelesiano' , utilizan de manera permanente una estrategia de desinformación cuyo eje central es que una mentira repetida acaba convirtiéndose en una saludable verdad. Sin embargo, las falacias siempre lo son con independencia de su vestimenta y es una tarea de salud pública descubrirlas.
De entrada, el trasvase no supone un coste para las zonas de la ribera del Ebro. La transferencia de agua prevista -1.050 hm3/año- se encuentra dentro de los cambios naturales que históricamente se han producido en los flujos del río. Desde esta perspectiva, conviene recordar que en la actualidad se detraen 5.500 hm3/año de su corriente alta, es decir, cinco veces más que la transferencia prevista por el trasvase, cuyo impacto ecológico sobre las áreas ribereñas sí resulta dañino de acuerdo con todos los informes técnicos disponibles (Ver A Technical Review of the Spanish National Hydrological Plan. Ebro River outof-basin diversion, US Thecnical Review Team, Universidad Politécnica de Cartagena, 2003).
Para decirlo en román paladino, el impacto negativo del trasvase es inexistente desde el punto de vista medioambiental y tampoco supone una pérdida real de recursos hídricos para las zonas por él afectadas.
En unas declaraciones derivadas probablemente de una euforia inducida por factores ajenos a la naturaleza, Pasqual Maragall ha dicho que, si es elegido presidente de la Generalitat de Cataluña, ' ni una gota del Ebro' se destinará a otras regiones del país. Al margen de la singular autoapropiación del río realizada por el protolíder del PSC y de su espíritu solidario, la realidad es que el trasvase es imprescindible para garantizar el futuro social, económico y ecológico de las regiones situadas al sur del Ebro. Sin él, extensas regiones de la geografía española verán estrangulado su desarrollo. A la vista de la evolución económica y demográfica de Levante, de Murcia y de Almería, la falta de disponibilidad de recursos hídricos, no por un consumo irracional de los mismos, sino por la ausencia de ellos, tendría unos costes enormes en términos de bienestar que un país desarrollado y sensato no puede permitirse el lujo de afrontar si puede evitarlo. En este contexto, la alternativa al trasvase es de forma simple y llana el subdesarrollo.
En el plano medioambiental, el trasvase se sustenta en una Evaluación Ambiental Estratégica destinada a garantizar que su ejecución se realiza con un escrupuloso respeto al entorno ecológico ajustado a la normativa europea en este campo. Incluye además un conjunto de iniciativas orientadas a restaurar el ecosistema de las regiones del sur del Ebro, pero también de su ribera y de su Delta, cuyo deterioro es ya muy acusado y la tendencia a un agravamiento de esa situación es inevitable si se mantiene la situación actual. Por tanto, es un mito presentar los contornos del Ebro como un medio idílico y pastoril que sería destruido por el ' robo' del agua perpetrado contra Aragón y Cataluña por el gobierno. Al mismo tiempo ni los ecosistemas acuáticos ni los arrozales ni la avifauna del Delta están amenazados por el trasvase.
Si se recurre a una hipótesis contrafactual, la pregunta es clara: ¿Qué pasaría sin el trasvase? La respuesta es evidente: una parte sustancial del país, es decir, de España, se vería sometida a un proceso de despoblación y empobrecimiento al ser incapaz de satisfacer la demanda de agua necesaria para sostener la agricultura, el desarrollo urbanístico, la actividad económica, etc. Sin embargo, esto no serviría para evitar que la ribera y el Delta del Ebro mejorasen en términos ecológicos y la pésima calidad del agua mejorase. Sin el trasvase, nadie gana, salvo aquellos políticos que desean obtener ventajas electorales en el corto plazo sin tener en cuenta los intereses generales que están en juego. No hace falta recurrir a la solidaridad, si no sólo al sentido común y a la racionalidad para darse cuenta de que la opción del trasvase es la mejor o la menos mala de las opciones posibles.
Quien escribe estas líneas nunca ha sido un partidario de los trasvases ni de los planes hidrológicos ni de ninguna de esas zarandajas ingenieriles. Sería mucho más eficaz y más justo establecer en España un mercado del agua con derechos de propiedad bien definidos que permitiese ajustar a través del sistema de precios la oferta y la demanda de recursos hídricos. Sin embargo, esta nunca ha sido ni es la postura de quienes se oponen al trasvase del Ebro, cuyas críticas al mismo sólo conducen al inmovilismo, a no hacer nada, a dejar que la situación empeore sin tener en cuenta de los enormes costes que comporta la inacción. En este marco, la defensa del trasvase es únicamente una apelación a la racionalidad porque con él nadie pierde y todos tienen mucho que ganar.