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Europa Sur
EUROPA SUR Pág. E016  Domingo, 12/10/2003

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El agua, vital, escasa y muy poco reciclada  
 
     
  Pie de foto:Rompecabeza. Aunque la composición química del agua sea elemental, su empleo es tema muy complejo Europa sur    
 

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En España, de cada 100 litros de agua, 70 se los lleva la agricultura de regadío, 24 las industrias y servicios y sólo 6 el consumo humano. Del lote de las industrias hay que destacar que se precisan 250 litros para fabricar un kilo de papel. Por otra parte, no se aprecian las econonomías por riego por goteo, mientras que se han puesto en regadío –por inundación y aspersión– muchas tierras de secano.
Desde 1950, el consumo mundial de agua –según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO)– se ha incrementado tres veces y media, pero es un consumo tan desigual como su reparto. En Estados Unidos el consumo es de unos 3.200 metros cúbicos anuales por persona; en comparación, el de España es modesto, roza los 1.000 metros cúbicos por cápita, lo que da una media de 2.740 litros persona/día, aunque sólo sean 3 litros o menos los que bebamos.
No obstante, nuestra disponibilidad hídrica nacional –salvo ocasionales restricciones en los peores años de sequía– es excelente respecto a las penurias permanentes de gran parte del mundo.
En la Cumbre de la Tierra de agosto del 2002, en Johanesburgo (Suráfrica) se informó que unos 1.100 millones de personas –casi el 20 por ciento de la población mundial– no tienen acceso al agua potable, y 2.400 millones carecen de servicios mínimos de saneamiento.
Fernando Urías, en un artículo que publicó en El Semanal del 27 de octubre de 1997, del que me he documentado en gran parte, decía: con un índice de crecimiento vegetativo de la población estancado, un tejido industrial en retroceso y una economía volcada en el sector servicios, el consumo de agua en España aumenta sin freno. Se ahorra poco y mal en comparación con nuestros vecinos de la Unión Europea, cuyos índices pluviométricos anuales son, salvo contadas excepciones mediterráneas, netamente superiores.
A este respecto, un vivo ejemplo: durante las restricciones en el suministro de agua por las duras sequías de 1995 y 1995, en Algeciras, en el patinillo de un bar, llevaba un buen rato el grifo abierto después de rebosar un cubo, se lo advertí a la cocinera, una señora de más de 60 años. Como no le dio importancia, le pregunté si ya no se acordaba de cuando, siendo moza, en su pueblo tenía que hacer cola ante la fuente para llenar un cántaro y llevarlo penosamente a casa. La mujer se encogió de hombros y gritó: ¡Eso ya pasó a la historia! . Mientras tanto, nuestros embalses se encontraban prácticamente vacíos...
La historia de nuestra climatología nacional –sobre todo la de la mitad sur–, con periódicas abundancias que provocan inundaciones y sequías igualmente devastadoras, no tiene remedio y hay que contar con ella; además, el cambio climático puede acentuar los contrastes. Y si aquella anciana carecía de sensibilidad para tan vital cuestión, ¿qué puede esperarse de las nuevas generaciones, que carecen de experiencias y siguen sin recibir educación al respecto?
Se dice, por parte de especialistas de tanto prestigio como el profesor Dan Zalansky, ex director de los servicios hídricos del Ministerio de Agricultura de Israel, que la carencia de agua es la principal causa de emigración del Sur al Norte industrializado y derrochador. No es por hambre, también es por sed; el desierto avanza inexorablemente. En nuestro país, la plena aplicación de la Ley Hidrológica no se aplica; además de compensaciones, queda por aplicarse bien y con justicia cuestiones como la de costes y precios, riego por goteo, depuraciones y reciclajes. Resulta evidente: no se está a la altura de las circunstancias.