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Diario de León Pág.   Martes, 16/03/2004

Autor: Ordoño Llamas Gil
 
       
 
Desiertos de agua 
 
  Desiertos de agua | Crónica | Caña en mano |    
     
 

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Los acotados disponen de un ambiente medio desértico que, siguiendo la política de las transfusiones e inyecciones, van manteniendo el tipo, pero decepcionando a la mayoría 1397124194 El caudal de agua de un río no es óbice para que no se le pueda considerar a éste como desierto en el concepto que se tiene de éstos como de deshabitados, y por lo tanto faltos de vida, sobre todo en ciertos tramos de las zonas bajas de su recorrido, donde las condiciones ambientales perjudican sobremanera su contenido vital. Esto les ocurre a todos los ríos que no se topan en su itinerario inicial con un pantano que almacene todo el agua sobrante de las grandes avenidas, para ser aprovechado en los períodos de sequía o estiaje. Y como éstos sólo son media docena en lo que corresponde a las cuencas del Esla y del Sil en nuestra provincia, el resto quedan incluidos entre el grupo de estiaje total, pues su recorrido se halla salpicado de presas o puertos que van succionando su caudal hasta convertirlo en ínfimos regueros o en sequía total, conociéndose su antiguo cauce por los pedregales resecos que se unen a charcas mas o menos extensas, donde poco a poco perecen por depredación o falta de oxígeno los pocos peces o truchas que hayan tenido la desgracia de no huir a tiempo hacia zonas más altas o no poder hacerlo debido a los múltiples impedimentos en forma de puertos de cemento construídos en su recorrido. La pecina y el verdín son al final los habitantes solitarios de estos enclaves, acompañados de algunas ranas, culebras y ratas de agua supervivientes, que también los abandonarán, unas por ser pescadas, como las ranas, y las otras por no encontrar alimentos en estas charcas de agua, muertas durante cuatro meses de putrefacción de sus fondos. Sólamente los mosquitos encuentran acogedoras sus nauseabundas márgenes. Los más afortunados suelen ser los arroyos de montaña que, aunque agostados, suelen conservar un hilillo de caudal o filtraciones o pequeños manantiales, con lo que mantienen el tipo (que no la mayoría de la pesca) en sus innumerables grandes piedras y quequeñas pozas, hasta las primeras crecidas. Los tramos a que me refiero no son pequeñas distancias, sino decenas de kilómetros en cada río, pudiendo tomarse como muestras las zonas bajas de los ríos Omaña, Bernesga, Torío, Curueño, Tuerto, Eria, Duerna, Noceda, Boeza, Tremor, Ancares, Burbia, Valcarce, Selmo, Cabrera, etcétera, e infinidad de ríos, riachuelos y regatos más pequeños, que aunque cada uno de por sí no son importantes, forman un conjunto muy considerable de pequeños desiertos de pesca. El caso del Órbigo Por otra parte tenemos los tramos desertizados, pero no secos, de varios ríos que fueron emblemáticos durante los buenos tiempos, y que por diferentes causas se hallan deshabitados de truchas. El más conocido es el Órbigo, que desde que sufrió los grandes envenenamientos que mataron todo desde Hospital y Veguellina hasta su desembocadura en el Esla, y luego las grandes epidemias de saprolegniosis, que desertizaron también zonas más altas, no ha podido recuperar para nada su prestigio perdido, y ahora se le dedica a mantener el escaparate de León como provincia truchera, inyectándole transfusiones cada poco en Santa Marina del Rey, adonde se lleva a los concursantes de todos los campeonatos habidos y por haber, a demostrar sus habilidades frente a truchas criadas con pienso y distribuídas caprichosamente, de forma que el que tiene la suerte de encontrarse en un tramo recién repoblado se puede proclamar campeón, relegando a último lugar a quien en realidad lo hubiera sido de haberse pescado en zonas habitadas por truchas fario, criadas y crecidas en el mismo río, y distribuídas según su instinto natural las hubiera aconsejado. Y luego, a toda página, proclamar a los cuatro vientos que el campeón consiguió extraer veinte o treinta truchas, proeza encomiable si no tenemos en cuenta su origen de granja. Hace poco tiempo que fui acompañando a un nieto mío a la piscifactoría de Castrillo del Porma, donde pescó con un anzuelo sin cebo una docena de truchas en media hora. ¡Y no salió en la prensa! Existen, por otra parte, ciertas zonas bajas del río Esla que mantenían el tipo hasta hace tres o cuatro años a pesar de las epidemias, y donde las truchas han desaparecido como por arte de magia. Se culpa a los cormoranes, como primero se culpó a los lucios más abajo, de ser los malditos depredadores. Pues estas zonas están incomprensiblemente semidesérticas desde entonces, a pesar de que el caudal de agua se mantiene con abundancia en verano, y sólo se recuperan momentáneamente con inyecciones esporádicas en algunos cotos. Quizá hayan podido ser víctimas de las transfusiones que están tan de moda. Si seguimos investigando nos daremos cuenta de que los tramos que no están vedados o acotados, es decir, las zonas libres de todos los ríos, se pueden considerar como desiertos intercalados, libres de toda clase de salmónidos. Existían algunas (muy pocas) excepciones, de las que yo conocía alguna en el Bernesga, que mantenían el tipo muy dignamente, hasta que este otoño sucumbieron las grandes a la extracción. Sólo hay alevines. En general el resto de los espacios pescables en los ríos, que son los acotados, disponen de un ambiente medio desértico, que siguiendo la política de las transfusiones e inyecciones, van manteniendo el tipo decepcionando a la mayoría y satisfaciendo a unos pocos que han tenido la suerte de estar en ellos el día apropiado. Se salvan algunos (poquísimos) como excepciones que también confirman la regla. Sólamente nos quedan las aguas embalsadas de los pantanos que, si nos referimos a la especie trucha, se hallan también semidesertizados, si bien algunos pueden presumir de cobijar entre sus aguas a otras especies, como las bogas en el de Riaño, los cachos en el de Luna, algunos salmones en el de Vegamián y, sobre todos ellos, la gran superpoblación de carpa royal y algunos blasses y bogas en el de Bárcena, único donde puedes tener la certeza de que existe pesca en abundancia. Y, como colofón de toda la serie de desiertos acuáticos, tenemos el extraño caso de las mangas y zonas de los ríos Esla y Cea, que comenzaron en los últimos años a tener cangrejos rojos de esos que nos iban a comer todas las cosechas, que han sido esquilmadas por los pescadores en el tiempo record del mes de julio y parte del de agosto, hasta tal punto, que te resulta imposible conseguir una docena de cangrejos en toda una jornada de pesca, aunque cambies de lugar cuatro veces. ¡Otro desierto más!