Opinion
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EL CORREO | Pág.
Martes, 26/08/2003 Autor: JULEN REKONDO /EXPERTO EN TEMAS MEDIOAMBIENTALES |
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Inundaciones del 83, veinte años después |
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ARTÍCULOS | ||||
[6218 Caracteres] JULEN REKONDO /EXPERTO EN TEMAS MEDIOAMBIENTALES Hoy se cumplen veinte años de las terribles inundaciones que afectaron a Bilbao y sus alrededores -en aquel entonces en plenas fiestas de esta ciudad-, así como en otras zonas del País Vasco, en las que perdieron la vida 39 personas y que produjeron cuantiosos daños económicos. Desde entonces, se han producido muchísimas más, con mayor o menor gravedad, y en algunos lugares de la comunidad autónoma resultan un fenómeno casi cotidiano. Pero ¿cuáles son las causas por las que, con tanta frecuencia, se producen inundaciones en nuestro territorio? ¿Por qué las consecuencias se van haciendo más y más graves hasta alcanzar la catástrofe? Las inundaciones causadas por lluvias torrenciales son un problema recurrente en una región con las características climáticas y la orografía de muchas zonas del País Vasco. La experiencia de la gota fría de agosto de 1983 hizo que los ciudadanos y los poderes públicos se dieran cuenta de la necesidad de disponer de una política preventiva frente a las inundaciones. Así, se ha avanzado en la prevención de este tipo de situaciones y en procurar que sus consecuencias negativas sean las menores posibles. En este sentido, se ha trabajado en dotar a Euskadi de un sistema integral, coordinado y eficaz de previsión y actuación, lo que se ha dado en llamar el Sistema Vasco de Gestión de Emergencias. La responsabilidad de desarrollar las acciones que contempla recae en la Dirección de Atención a Emergencias del Gobierno vasco, compuesta por cuatro servicios complementarios e íntimamente relacionados: Coordinación-SOS Deiak, Intervención, Planificación y Formación-Difusión. Sin duda, desde entonces se ha avanzado mucho, pero la repetición de inundaciones, aunque de menor gravedad que las de agosto de 1983, indica que no se ha hecho lo suficiente en otras materias. Así, la existencia de puntos urbanos que reiteradamente quedan anegados ante precipitaciones nada extraordinarias denuncia la incuria de quienes tendrían que haber corregido el cauce de algunos torrentes y arroyos o haber mantenido en buenas condiciones la red de alcantarillado. Por lo menos desde 1983, el carácter imprevisible de este tipo de fenómenos tendría que haber desaparecido como excusa de gran parte de los daños que siguen provocando las inundaciones, gotas frías , riadas o grandes trombas de agua. No voy a entrar en hipótesis de progresivas alteraciones climáticas en nuestro territorio -últimamente muy barajadas-, pero quiero señalar la necesidad de estudios más a fondo del tema, así como de su posible relación con el actual modelo de desarrollo urbanístico y de ordenación del territorio, y en general con la actuación humana sobre el ecosistema y el entorno. Tampoco voy a ser tan ingenuo como para no reconocer la abundancia de agua caída en determinados momentos, inusitada sin duda en algunas de las inundaciones ocurridas en estos últimos veinte años, como las ocurridas en 1997 en San Sebastián y otros puntos de Guipúzcoa, entre otras. Pero también es conveniente reflexionar sobre otros factores que inciden en el desarrollo de las inundaciones y desbordamientos, concretamente los medioambientales y sociales. Muchos de los asentamientos humanos e industriales no tienen en cuenta las necesidades de desagües hidrográficos, y se ocupan las zonas de evacuación de lluvias intensas que necesariamente se han de dar. La especulación y la inversión a corto plazo han primado en bastantes ocasiones sobre los criterios de protección del medio ambiente a medio y largo plazo, y se ha declarado terrenos urbanizables a zonas robadas a los cauces naturales, de los ríos y arroyos, a marismas, destruyendo también zonas de ribera, lo que aumenta la posibilidad de grandes embolsamientos de agua, crecidas y desbordamientos. Algunos se han creído que se puede robar terreno al agua sin buscarle salidas y sin que ocurra nada. A todo ello habría que añadir las importantes alteraciones que ha sufrido la cubierta vegetal en no pocos lugares, con problemas de erosión y deforestación que han ido modificando paulatinamente la capacidad de absorción del agua caída. A la hora de hablar de salidas a la situación creada -en los últimos tiempos en algunas zonas de la Comunidad Autónoma del País Vasco se han producido inundaciones cada dos años-, lo que hay que cuestionarse es el modelo desarrollista y especulativo que se ha imprimido en no pocos proyectos de urbanizaciones y de construcción de polígonos industriales, que es lo que nos aboca a este tipo de catástrofes tan cotidianas en los últimos años. Hay que abordar soluciones en el marco de la ordenación del territorio, es decir, planificar y zonificar las actividades en función del riesgo y de las condiciones hidrogeomorfológicas. Es necesario elaborar mapas de riesgo y actualizarlos de forma permanente. Son el instrumento capital para la predicción, para el planeamiento urbanístico y para la confección de planes de emergencia. Porque además de las medidas a gran escala, como la reforestación y el control de usos del suelo, hay que lograr para cada zona la solución más adecuada, reformar y redimensionar muchas infraestructuras de drenaje, diseñar las nuevas instalaciones previendo posibles inundaciones. Asimismo, debe cambiar nuestra concepción del riesgo. La mayor parte de los habitantes de zonas inundables desconocen el riesgo que corren. Se piensa en muchas ocasiones que las inundaciones son cosas del pasado, de las que se está libre gracias a las obras realizadas. Pero las inundaciones, con mayor o menor fuerza, se pueden o se van a repetir. En este sentido, una labor primordial es de concienciación. Hace mucha falta informar a toda la ciudadanía sobre los riesgos, los planes de emergencia y evacuación y el modo de actuar cada uno si llega el caso. En fin, es necesario reflexionar una vez más sobre el paulatino deterioro y destrozo de la naturaleza; abandonar posturas grandilocuentes, como la de creer que somos capaces de superar y dominar en todo momento a la naturaleza, a sus leyes. Nadie puede volver a decir que esto era imposible; nada lo es en la naturaleza, y menos cuando alteramos continuamente su dinámica. |
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