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EL CORREO | Pág.
Domingo, 02/11/2003 Autor: F. GÓNGORA/VITORIA |
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Viaje al corazón del sistema de presas del Zadorra que abastecen a Vizcaya y Vitoria |
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GENERAL | ||||
Pie de foto:GALERÍAS. Paso subterráneo a la central de Barázar. / B. CASTILLO | ||||
[6549 Caracteres] El sistema de presas y saltos del Zadorra que abastecen Vizcaya y Vitoria es una insólita obra de ingeniería construida entre 1947 y 1957 F. GÓNGORA/VITORIA GALERÍAS. Paso subterráneo a la central de Barázar. / B. CASTILLO Abrir un grifo o encender una bombilla es un gesto carente de misterio para un millón cien mil vascos, la mitad de la población de la Comunidad Autónoma. Lo que la mayoría de ellos desconoce es que el agua de sus casas y parte de la electricidad que consumen les llega a través de un complejo sistema de presas y saltos, una sorprendente obra de ingeniería de la década de los cincuenta. «Es una virguería. Una presa de bóvedas y contrafuertes, como una gigantesca escultura de hormigón, revestida de piedra labrada una a una. Actualmente sería imposible acometer un proyecto así», advierte José Antonio Villa, jefe de producción de la empresa Iberdrola, que no puede evitar un comentario de admiración ante el muro grisáceo de medio kilómetro que cierra el embalse de Ullíbarri-Gamboa, a unos 7 kilómetros al Norte de Vitoria y que almacena las aguas del río Zadorra. La de Almendra, en Salamanca, por poner un ejemplo, contiene 2.649 hectómetros cúbicos de agua frente a los 147 de la alavesa y tiene una altura máxima de 202 metros ante los cortos 36 de Ullíbarri. Las técnicas de construcción, sin embargo, fueron tan excepcionales que 46 años después de su llenado los trabajos de mantenimiento son mínimos. Una presa hueca La sorpresa salta al entrar por una pequeña puerta metálica en la pared de apariencia ciclópea. De repente, como si algún fantástico animal hubiera quitado las piedras, asoman las 25 bóvedas, de unos 20 metros de altura, de una catedral de hormigón que los ingenieros llaman patios. La presa está hueca por dentro. Las paredes están festoneados por las cales blancas que suda el hormigón y algunas goteras. Al otro lado del muro de casi tres metros de grosor las reservas vascas de agua presionan en busca de su salida natural al mar Mediterráneo. Todavía se ven los dibujos del encofrado y parece que acabaron apresuradamente porque las pasarelas que comunican un patio con otro están hechas de las barillas de la ferralla sobrante. La sala de controles está llena de paneles. En un cuadro de cotas aparece la cifra clave: 546,5 metros, el nivel máximo permitido. El de estos días es de 541,92 y la tecnología permite conocer al instante ese dato fundamental en todas las salas de control de Iberdrola y del resto de usuarios del embalse como Aguas Municipales de Vitoria (Amvisa) o el Consorcio. «En febrero de 2003, durante las últimas inundaciones, estuvimos a un centímetro del desbordamiento de la presa», recuerda Clemente Prieto, jefe de Medio Ambiente y de Patrimonio de Iberdrola. El único ruido dentro de la estructura del dique es una vieja turbina Siemens tipo 'Francis', encargada de bombear desde el embalse al cauce del Zadorra los 675 litros por segundo que corresponden al caudal ecológico que mantienen la vida del río, desprovisto, sin embargo, de cienos y lodos que tanto enriquecen las tierras de las orillas . Concesión republicana El vizcaíno Pedro Bernardo de Villarreal fue considerado en el siglo XVII el primer ingeniero genuino de presas y otro, Manuel Uribe Echevarría, pidió en 1926 la concesión del aprovechamiento del Zadorra y sus afluentes. Se la otorgó el Gobierno de la II República como el primer gran trasvase de cuenca a cuenca permitido en España, sin apenas rechazo. En 1945 la concesión pasa a Altos Hornos de Vizcaya y en 1947 a Aguas y Saltos del Zadorra que ejecuta las presas y el salto. Una galería de 2,50 metros de diámetro y 3,5 kilómetros de longitud con una capacidad de 7 metros cúbicos de agua une Ullíbarri con el embalse de Urrúnaga o Villarreal, situado a casi 10 kilómetros al Norte de Vitoria. Esta presa, de 72 hectómetros cúbicos, regula las aguas del río Santa Engracia. José Antonio Villa cree que este es uno de los talones de Aquiles del sistema. El tubo es estrecho para acoger el volumen lo que entra por la cuenca del Zadorra. «Ullíbarri se llena lentamente, pero puede ser un verdadero monstruo», advierte el experto. El temor a abrir las cinco compuertas de Urrúnaga, la última vez se hizo en 1996, preocupa a los gestores de los embalses. «Iberdrola, como Amvisa y los regantes, estamos por bajar la curva de garantía en contra del Consorcio. La altura del salto es tan grande -340 metros- que unos metros cúbicos menos de agua no impiden que se turbine», reflexiona Clemente Prieto. Presas gemelas Las presas de Urrúnaga y Ullíbarri son gemelas. El mismo diseño, igual hormigón, la misma piedra caliza y oscura de Landa, labrada por canteros gallegos y traída mediante un teleférico. Pero a Pedro Ortiz de Mendíbil, la modernidad de aquella obra fue el quebranto de salir de su casa, situada en el mismo muro de la presa de Urrúnaga y construir otra con las vigas, los cuarterones y las piedras que pudo coger apresuradamente. A dos reales el comunal y a una peseta el metro cuadrado de la finca. Los afectados por la pérdida de sus tierras, como Pedro o Nemesio Ugarte, de Villarreal, aún recuerdan con tristeza aquel decenio maldito. Tras viajar por una tubería de 12,5 kilómetros, el agua de los embalses cae 328 metros en vertical con la fuerza suficiente para mover turbinas y generadores de la central subterránea de Barázar. Todo el suministro de Bilbao se aprovecha hidreléctricamente en su caída con cuatro grandes generadores. A José Góngora García, un malagueño que pudo traer a su familia a Areatza (Vizcaya), gracias a esta obra no se le olvida el año y medio en el que le tocó abrir a barrenazos de dinamita las galerías de la central hidroeléctrica. Cada día tenía que andar 756 metros bajo tierra, y atravesar zonas de aguas sulfurosas, para alcanzar las cámaras de la central, que se abren como un templo de hormigón en el corazón del monte Barázar. «Las condiciones de trabajo eran muy malas. Vi a mucha gente morir electrocutada con las lámparas portátiles y aplastadas entre muros que se venían abajo», cuenta este jubilado de 74 años, uno de los 3.500 trabajadores del trasvase. Fue una obra que transformó paisajes, cambió la forma de vivir de mucha gente, atrajo a una gran inmigración y anticipó el gran desarrollo del País Vasco en la década de los sesenta. Todavía el agua que bebemos y parte de la luz que nos ilumina depende de este peculiar 'gruyere' de túneles y galerías abierto en la Llanada Alavesa y en Barazar hace 46 años. |
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