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    REVISTA DEL COLEGIO DE INGENIEROS DE CAMINOS, CANALES Y PUERTOS
Nº37
AÑO 1996
ESPAÑA Y EL AGUA, III

El uso del agua en los regadíos

Fernando Pizarro Cabello*

Doctor Ingeniero Agrónomo. Confederación Hidrográfica del Guadiana.

INTRODUCCIÓN

IMPORTANCIA DEL REGADÍO EN ESPAÑA

EVOLUCIÓN DEL REGADÍO EN ESPAÑA

CONSUMO DE AGUA DE LOS REGADÍOS ESPAÑOLES

TIPOLOGÍA DE LOS REGADÍOS

Riego por gravedad

Riego por aspersión

Riego localizado

DEFICIENCIAS EN EL MANEJO DEL AGUA DE RIEGO

Desconocimiento de las necesidades de agua en los cultivos

Frecuencia inadecuada de riego

Baja eficiencia

POSIBILIDADES DE EXPANSIÓN Y MEJORA DE LOS REGADÍOS

Mejora de los regadíos

Expansión de los regadíos

Descriptores: Regadíos, Plan Nacional de Regadíos, Plan Hidrológico Nacional, Métodos de riego, Eficiencia de riego, Tarifas de riego

Introducción

La importancia de los regadíos en el consumo de agua en España es un hecho casi de conocimiento popular, desde que el Plan Hidrológico Nacional primero, y después la prensa, divulgaron que representan aproximadamente el 80% del consumo total de agua en nuestro país. Pero junto a ese dato, también se han deslizado conceptos tales como que la eficiencia de riego es baja y se despilfarra mucha agua, que hay que pagar el agua por lo que vale, y una serie de ideas que han pasado a formar parte de la opinión de todos los que se han aproximado algo al tema. Como todas las afirmaciones generales, estas ideas necesitan ciertas matizaciones, sobre todo porque bajo la denominación genérica de regadíos se engloba un mundo de situaciones que a veces no tienen en común más que el hecho de aplicar el agua a los cultivos agrícolas, pero que son totalmente diferentes en cuanto a la tecnología empleada, a la eficiencia en el manejo del agua, a la rentabilidad económica de las explotaciones afectadas, etc. En efecto, hay una gran diferencia entre, por ejemplo, los regadíos de apoyo al cereal por medio de acequias de tierra y los más modernos riegos localizados, aplicados de forma automática a cultivos de invernadero. En consecuencia, para entender la problemática del consumo del agua en los regadíos es imprescindible descender a un cierto detalle que exige analizar separadamente los distintos métodos de riego. Esto es lo que se pretende hacer en este trabajo, que comienza por presentar unos datos globales sobre el mundo de los regadíos españoles, continúa con el estudio de su tipología y de cómo los distintos métodos afectan a cuestiones tan importantes como el consumo de agua y finaliza con algunas consideraciones sobre las posibilidades de expansión y mejora de los regadíos.

Importancia del regadío en España

España es el primer país europeo en superficie de riego, con 3,4 millones de hectáreas, seguido de cerca por Italia (3,1) y a bastante distancia por los dos siguientes, Francia y Grecia, ambos con 1,2 millones de hectáreas.

La superficie de riego española supone únicamente el 15% de la superficie cultivada nacional, pero la productividad de los regadíos es tan alta, unas siete veces la del secano, que el 60% de la producción final agrícola procede de las áreas regadas. El regadío genera unos 600.000 empleos; precisamente las regiones con mayor productividad (Canarias, Murcia, Valencia y el litoral andaluz) son también las que más mano de obra emplean.

Muchos productos agrícolas fundamentales en nuestra economía están vinculados al regadío, donde se produce la totalidad de los cítricos, flores y arroz, el 95% de las hortalizas, el 65% de los frutales, tubérculos y cultivos industriales, el 50% de los forrajes y un porcentaje menor de cultivos típicos de secano, pero que también se cultivan bajo riego, como los cereales o el girasol. Importantes cultivos tradicionales de secano muestran una clara tendencia a implantar el riego, como es el caso de la vid y, sobre todo, el olivar.

Evolución del regadío en España

El regadío en España tiene una historia secular. De hecho, un tercio aproximadamente de nuestros regadíos tienen más de 200 años de antigüedad, aunque la mayoría se ha desarrollado en este siglo. La evolución de la superficie de riego en España se muestra en la figura 1, donde se puede apreciar el gran impulso experimentado a partir de 1950.

Fig. 1. Evolución de los regadíos en España.
Fuente: Anuario de Estadística Agraria, 1992.

Fig. 2. Consumos de agua en España.
Fuente: Plan Hidrológico Nacional.

Consumo de agua de los regadíos españoles

Nuestros regadíos consumen 24.200 hm3/año, lo que representa el 80% del consumo total, estimado en 30.500 hm3/año (ver Fig. 2). El 75% del agua consumida es de origen superficial, el 15% de origen subterráneo y el 10% mixto. El uso de aguas depuradas es inferior al 0,5% y, por ahora, sólo se usan en el Júcar, Segura, Baleares y Canarias.

Aunque a nivel nacional global los recursos utilizables, 46.300 hm3/año, superan al consumo, 30.500 hm3/año, cuando se desciende al detalle se comprueba que hay cuencas globalmente deficitarias (Guadalquivir, Guadalete y Barbate, Sur y Segura) y otras que, aunque no lo son globalmente, tienen determinadas áreas con déficit locales. De éstas, las más importantes por su cuantía son Guadiana I, Júcar, Segura y Ebro.

El consumo unitario medio, que es de 7.226 m3/ha, varía entre un máximo de 8.417 m3/ha en el Tajo y un mínimo de 5.423 m3/ha en el Sur. Por cultivos, las variaciones son mucho mayores, desde 20.000 m3/ha en algunos arrozales hasta 1.000 m3/ha y menos en algunos riegos de apoyo de cereales u olivar.

La demanda agraria de agua presenta ciertas peculiaridades en comparación con la demanda de abastecimientos o industrial:

— Se concentra en verano, justamente cuando menos agua hay en los cauces. Eso incrementa las necesidades de regulación.

— Tiene menor exigencia en calidad y mayor flexibilidad en cuanto a garantía de suministro.

— Su evolución futura depende de decisiones políticas.

— En general, la eficiencia de su uso es baja, como consecuencia de infraestructuras deficientes, malos hábitos de riego y la falta de medida y control de los caudales.

Tipología de los regadíos

Los regadíos se pueden clasificar de acuerdo con criterios muy variados, pero creemos que el que se basa en el método de riego es el que mejor los caracteriza, sobre todo en relación con los consumos de agua y la eficiencia de riego. En consecuencia, vamos a establecer una clasificación muy simple, agrupándolos en tres clases: gravedad, aspersión y riego localizado, que se describen a continuación, con especial atención al uso que en ellos se hace del agua de riego. Previamente indiquemos (Cuadro 1) la superficie ocupada por cada uno de ellos.

Riego por gravedad

En este método de riego, el agua, de origen superficial o subterráneo, se conduce por una serie de cauces, generalmente abiertos, hasta las parcelas. Pero lo verdaderamente característico del riego por gravedad es que, en su fase de aplicación, el agua circula sobre la propia tierra hasta alcanzar todos los puntos a regar. Por la forma en que el agua circula sobre la tierra, se distingue entre riego por surcos, franjas, diques de contorno, inundación, etc.

El hecho de que sea la tierra el último medio de transporte impone dos características negativas a los riegos por gravedad:

— Necesidad de nivelar los terrenos, con un importante coste, pérdida de productividad en los primeros años y deterioro del paisaje.

— Baja eficiencia de riego, menor cuanto mayor es la permeabilidad del suelo.

Además, salvo en el riego por inundación del arroz, el manejo del agua exige bastante mano de obra, por lo que los riegos se aplican con las mayores dosis y menor frecuencia posibles, lo que agronómicamente es inconveniente.

Buena parte de nuestros regadíos por gravedad son muy antiguos. Aproximadamente un tercio de la superficie regada nacional tiene más de 200 años, precisamente la instalada en las vegas más fértiles y fáciles de transformar. Aunque la situación varía mucho de una zona a otra, en general adolecen de unas explotaciones de dimensiones reducidas y con dispersión parcelaria y de unas infraestructuras deficientes, lo que, junto a la propia naturaleza del método de riego, hace que la eficiencia del manejo del agua sea muy baja, con pérdidas globales del orden del 40 al 80%.

Fig. 3. Acequia para riego por gravedad.

Riego por aspersión

Con este método de riego el agua se conduce a presión por una red de tuberías, generalmente enterradas, salvo las de último orden, que suelen ser móviles y llevan los aspersores, que aplican el agua en forma parecida a la lluvia.

Frente al riego por gravedad presenta las ventajas de un mejor control del agua, mayor eficiencia, con pérdidas globales comprendidas entre el 20% y el 50%, mejor uniformidad y no tener que nivelar el terreno. El principal inconveniente es la inversión inicial y el coste de la energía necesaria para bombear el agua.

En los primeros sistemas de aspersión, el riego sólo se podía aplicar con baja frecuencia, al igual que en el riego por gravedad. Posteriormente surgieron los sistemas de cobertura total y los pivots, que al suprimir prácticamente la mano de obra en su manejo, facilitaron el riego de alta frecuencia, mucho más conveniente desde el punto de vista agronómico.

Fig. 4. Riego por aspersión con pivot.

Riego localizado

Riego localizado o microrriego son las denominaciones más correctas de unos métodos de riegos modernos cuyo ejemplo más conocido es el riego por goteo, pero que incluye otros métodos, como microaspersión, exudación, etc. El riego localizado consiste en aplicar el agua no en toda la superficie del terreno, sino sólo en parte de él, por medio de unas instalaciones que constan de un cabezal donde se bombea, filtra y mide el agua y una red de tuberías permanentes que llegan al pie de cada planta, donde se sitúan los emisores de riego: goteros, microaspersores, etc. El hecho de que las instalaciones sean permanentes minimiza las necesidades de mano de obra en el manejo del riego y facilita, como de hecho se hace en la mayoría de las instalaciones, una cierta automatización del arranque y parada del riego. Todo ello permite, prácticamente sin ningún coste de operación, aplicar el agua con alta frecuencia, generalmente una vez al día, pero, si es necesario, incluso varias veces al día. Otra característica fundamental de los riegos localizados es la facilidad con que se aplican los abonos disueltos en el agua de riego, técnica que se denomina fertirrigación.

Las tres características citadas, localización, alta frecuencia y fertirrigación presentan una serie de ventajas agronómicas que no podemos exponer aquí con detalle, pero que, en resumen, consisten en:

— Ahorro de agua.

— Mayores producciones.

— Menos enfermedades y localización de malas hierbas.

— Posibilidad de empleo de aguas de menor calidad.

— Aprovechamiento de suelos marginales.

— Menores interferencias con los demás trabajos agrícolas.

— Menores necesidades de mano de obra.

Algunos inconvenientes de los riegos localizados son:

— Facilidad de obturaciones de los emisores.

— Coste de las instalaciones, aunque en comparación con la aspersión, el riego localizado suele ser más caro para cultivos herbáceos y más barato para arbóreos.

— Menor eficacia en el lavado de sales.

— Menor eficacia que la aspersión en la defensa contra las heladas.

El riego localizado es especialmente adecuado para el cultivo de árboles y para cultivos hortícolas, aunque hay experiencias positivas en otros cultivos, como algodón, maíz, etc.

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Fig. 5. Riego por goteo de fresas.

Un tópico en relación con el riego localizado es el menor consumo de agua por los cultivos. De hecho ocurre lo contrario: las plantas, al disponer de una alta humedad permanentemente, absorben más agua que con los demás métodos de riego, lo que es una de las causas de las mayores producciones. Sin embargo, el hecho de que las conducciones sean siempre tuberías y el aplicar el agua en pequeñas cantidades muy bien controladas, hacen que las pérdidas sean mucho menores, de manera que coinciden un mayor consumo por las plantas y un menor volumen de agua consumida del sistema general de abastecimiento a la zona de riego. Las pérdidas globales por este método están entre el 5% y el 40%.

España es un país puntero en riego localizado. La última encuesta realizada a escala mundial, en 1991, revela que el primer país en superficie era Estados Unidos, con 606.000 hectáreas, seguido de España (160.000), Australia (147.000), Sudáfrica (144.000), Israel (104.000) e Italia (79.000). Pero desde esa fecha, el riego localizado en España ha experimentado una gran expansión y en la actualidad (marzo de 1996) se ha alcanzado una superficie de 300.000 hectáreas, situadas, sobre todo, en el sur, la franja litoral del Mediterráneo y en Canarias.

Nuestro país dispone de una tecnología punta, quizá la segunda del mundo después de Israel, lo que se traduce en el diseño y fabricación de materiales de riego, filtrado, abonado, regulación, etc., que se exportan prácticamente a todo el mundo.

Fig. 6. Un sofisticado cabezal de riego localizado.

Deficiencias en el manejo del agua de riego

Existe una opinión generalizada acerca del uso del agua en la agricultura, según la cual se despilfarran enormes cantidades de agua de riego. Esta opinión presenta todas las características de un tópico: sobre un fondo de verdad hay algo de exageración y exceso de generalización. En primer lugar, hay que decir que no todo lo que se pierde en una zona regable se desaprovecha, ya que del orden del 30% del agua retorna a los cauces, y el 20% alimenta los acuíferos. En segundo lugar, no sería bueno que no se perdiera nada de agua; el suelo necesita un lavado permanente de sales que sólo se consigue haciendo que el agua, de lluvia o de riego, atraviese la zona radicular y se “pierda” a más profundidad, arrastrando las sales existentes en el suelo, que en buena parte son aportadas por la propia agua de riego. En tercer lugar, en la práctica de campo es imposible evitar las pérdidas por percolación; incluso en los más sofisticados métodos de riego localizado, estas pérdidas inevitables pueden llegar, según el tipo de suelos, hasta el 15%.

Pero aunque el regante español, como el de todo el mundo, tenga una mala fama exagerada, sí es cierto que su manejo del agua dista bastante de alcanzar la eficiencia que la tecnología actual pone a su disposición. La situación varía mucho según diversos factores: métodos de riego, coste del agua y sistema de facturación, peso relativo del coste del agua en los costes totales del cultivo, etc., pero, en general, se puede afirmar que en una misma explotación se suele dar esta situación contradictoria: se pierde un volumen excesivo de agua y al mismo tiempo los cultivos no reciben el agua suficiente por deficiencias de manejo, que se deben fundamentalmente a estas tres causas:

1. Desconocimiento de las verdaderas necesidades de agua de los cultivos.

2. Frecuencia inadecuada de riego.

3. Baja eficiencia.

Vale la pena analizar esas deficiencias, porque su corrección debe ser un objetivo fundamental de la política de mejora de los regadíos.

Desconocimiento de las necesidades de agua de los cultivos

La inmensa mayoría de los agricultores deciden “a ojo” las dosis de riego a aplicar. Generalmente, detrás de estas decisiones hay muchos años, e incluso siglos, de experiencia en el clima concreto de la zona, en el comportamiento de los cultivos y en las características del suelo de cada parcela, de manera que los errores que se cometen no suelen ser demasiado grandes en el sentido de que no provocan catástrofes en la producción. Pero cuando se hace un seguimiento de campo de los riegos, comprobando la evapotranspiración, dosis aplicadas, humedad del suelo, etc., se comprueba la falta de exactitud de estas prácticas de riego, que puede provocar errores del orden de varias decenas porcentuales.

Sin embargo, la tecnología dispone de métodos adecuados para determinar las dosis de riego. Estos métodos se pueden agrupar en tres categorías, según que se basen en parámetros climáticos, en medidas de la humedad del suelo o en medidas del estrés hídrico de las plantas. En el orden que se han citado, los métodos van de menos a más rigurosos, pero, desgraciadamente, la facilidad de su aplicación va en orden inverso.

Los métodos que se basan en la humedad del suelo o en el estrés de los cultivos requieren una cierta tecnificación, por lo que no es realista exigir su utilización a la mayoría de los agricultores, aunque en la práctica se aplican en explotaciones avanzadas. En cambio, los métodos basados en parámetros climáticos son fáciles de utilizar, exigen una inversión reducida (en el caso más simple, pero suficiente, basta con un tanque evaporimétrico y un pluviómetro, con un coste aproximado de 225.000 pesetas) y, sobre todo, permiten que se haga cargo de ellos una organización, como por ejemplo, una Comunidad de Regantes, que les dé un tratamiento parecido a las estaciones de avisos de plagas.

Un esquema de funcionamiento podría ser así: la Comunidad instala en varios puntos de la zona tanques y pluviómetros, en los que hace una lectura diaria o semanal, a partir de lo cual se calculan las necesidades medias, diarias o semanales, de los cultivos usuales en la zona, lo cual se comunica a los regantes a través de la radio, prensa, etc. Cada agricultor debe ser instruido, una sola vez, para adaptar esa información a su caso particular. Esto, que puede parecer una utopía, ya se hace en algunos países, como es el caso del proyecto irritel en Francia, un servicio de videotexto interactivo en el que los usuarios utilizan un pequeño terminal de ordenador conectado telefónicamente con una central que, además de otras informaciones no agrícolas, suministra la información diaria necesaria para programar el riego. Además, los usuarios tienen la opción de introducir en un programa los datos individuales de su finca y cultivo, con lo que reciben asesoría de cuándo regar y con qué dosis.

Frecuencia inadecuada de riego

Al igual que las cantidades, el agricultor decide el momento de riego “a ojo”. Salvo en riegos localizados, donde ya se ha dicho que se suele regar con alta frecuencia, en los demás riegos, aspersión y gravedad, muchas veces se utilizan intervalos excesivos entre riegos consecutivos. La aplicación del riego es una operación que requiere bastante mano de obra en el manejo de los surcos, traslado de equipos móviles de aspersión, etc., de manera que el agricultor procura espaciar los riegos lo más posible sin perjudicar a los cultivos. Pero, en la práctica, la falta de un criterio técnico para decidir el momento del riego hace que éstos se espacien demasiado, provocando déficit hídricos en los cultivos en los últimos días del intervalo entre riegos.

La Confederación Hidrográfica del Guadiana realizó en 1992 un estudio sobre esta cuestión, con datos reales obtenidos en el seguimiento del riego de varios cultivos desde 1975. Se eligió un cultivo herbáceo, el maíz, y uno arbóreo, el melocotón. La conclusión fue que, con las prácticas de riego normales en las vegas del Guadiana, que son parecidas a las del resto de España, y debido a intervalos excesivos de riego, a lo largo del año se producía un déficit del 24% de las necesidades en el caso del maíz y del 18% en el caso del melocotón. Ello provocaba unas pérdidas en la producción del 30% y 22% respectivamente y, efectivamente, en unos ensayos realizados por el mismo organismo regando maíz por goteo con alta frecuencia se obtuvieron producciones superiores en un 30% a las conseguidas con otros métodos de riego.

Baja eficiencia

En riego, la eficiencia se define como la relación entre el volumen de agua puesto a disposición de las plantas en su zona radicular y el volumen total utilizado del embalse, pozo o cualquier otra fuente. La eficiencia tiene tres componentes: eficiencia en la conducción hasta la zona de riego, eficiencia de distribución dentro de la zona, hasta llegar a cada parcela y eficiencia de aplicación dentro de la parcela. En un mundo tan variado como los regadíos españoles, estos tres componentes tienen valores muy variables, dependiendo de muchos factores, como el que los canales o acequias estén o no revestidos, el tipo de riego, la naturaleza y topografía del suelo, etc. Como no se puede entrar aquí en una casuística detallada, nos limitamos a dar en el cuadro 2 unos valores medios relativos a la eficiencia global, es decir, a la que integra a los tres componentes citados.

Las cifras del citado cuadro muestran que en nuestros regadíos las pérdidas de agua varían entre el 80% en el caso de rudimentarias instalaciones de riego por gravedad y el 5% en el mejor de los riegos localizados. Aunque ya hemos dicho antes que algunas pérdidas son inevitables, otras son convenientes y otras se aprovechan aguas abajo, es evidente que perdemos demasiada agua al regar y que la disminución de esas pérdidas debe ser un objetivo prioritario.

Posibilidades de expansión y mejora de los regadíos

Conviene empezar por distinguir entre la posibilidad física de ampliar los regadíos en España y su conveniencia económica o política. En cuanto a lo primero, las posibilidades son grandes, ya que nuestro país cuenta con 12,5 millones de hectáreas con aptitud edáfica para el riego y con unos recursos hidráulicos cuya regulación se puede incrementar.

Sin embargo, una serie de factores cuestionan la tradicional política de incremento a ultranza del área de riego. Algunos de estos factores son internos, como el cambio en la dieta y demanda alimentaria de la población, la menor rentabilidad de los regadíos que implican grandes elevaciones o la producción de excedentes. Pero los factores más determinantes nos vienen impuestos internacionalmente: la reforma de la Política Agraria Comunitaria, los acuerdos del gatt, etc. En consecuencia, se va consolidando la tendencia a incidir más en la mejora de los regadíos existentes que en la transformación de nuevas áreas de riego.

Mejora de los regadíos

Una política de mejora debe comprender medidas muy variadas, que pueden agruparse, como lo hace el Plan Nacional de Regadíos, en dos grandes grupos: mejoras técnicas y mejoras de gestión.

Las mejoras técnicas tienen como objeto fundamental el uso racional del agua, expresión que en la práctica se utiliza con el único significado de ahorro de agua, pero que debería incluir algunos cambios que, aunque no ahorren agua, mejoren la productividad de cada metro cúbico empleado, como son la tecnificación en la determinación de las dosis e intervalos de riego que antes hemos comentado.

Las mejoras técnicas pueden ser muy variadas, pero tres de ellas dominan sobre las demás: revestimiento de canales y acequias, medición de caudales y cambio de método de riego. En principio, es muy interesante el cambio a riego localizado, pero ello no siempre es posible ni conveniente y presenta en la práctica importantes dificultades, sobre todo cuando se parte de riego por gravedad: necesidad de bombeo, cambio de un sistema de turnos a otro de riego a la demanda y el alto coste de la transformación. Sin una política de fuertes ayudas al agricultor, es poco probable que se asista a un cambio masivo de métodos de riego.

Las mejoras de gestión son también variadas, como organizar la gestión coordinada de los distintos pozos de un acuífero, o el aprovechamiento conjunto de las aguas superficiales y subterráneas. Dentro de este grupo de medidas también hay un tema estelar, el de las tarifas de riego, cuestión muy debatida sobre la que quiero resumir mi opinión.

En las tarifas de riego se debe encontrar un equilibrio entre estos dos objetivos:

1. El coste del agua debe ser el principal elemento que obligue al regante a no despilfarrarla.

2. Hay que procurar que el coste del agua no disminuya la competitividad de nuestros productos frente a los de otros países que “subvencionan” sus producciones agrarias por métodos más o menos encubiertos. Dos ejemplos extremos: Marruecos, cuyos agricultores soportan una mucho menor carga fiscal o laboral, y Estados Unidos, donde se pagan menos impuestos por el uso de combustibles.

Probablemente la solución esté en una tarifa binómica y progresiva, donde se pague una componente constante en función de la superficie y una componente progresiva en función del volumen consumido. La experiencia de algunas zonas muy productivas en las que el coste del agua incide muy poco en los costes totales de la explotación, demuestra que el precio del agua no es siempre un elemento disuasorio del despilfarro. Por ello, la tarifa binómica debería completarse con un límite al consumo anual por hectárea. Un problema técnico importante para la implantación de este sistema de tarifas es la instalación de contadores en las instalaciones de riego que utilizan conducciones abiertas.

El Plan Nacional de Regadíos del mapa, del que actualmente se ha publicado un avance, prevé la mejora de 1.175.000 hectáreas hasta el año 2005, con un coste de unos 567 mil millones de pesetas, a financiar por la Administración Central y por los agricultores afectados. Con ello, además de otras mejoras, se espera conseguir un ahorro de 1.400 hectómetros cúbicos al año.

Expansión de los regadíos

Ya se han comentado las limitaciones a la ampliación del área de riego. Sin embargo, esta situación general presenta algunas excepciones, localizadas, sobre todo, en el sur, el litoral mediterráneo y las islas. El clima de estas zonas hace que coincidan un gran potencial productivo y unas posibilidades de cultivos casi sin competencia en Europa. Además de las zonas citadas, en algunas áreas españolas se dan situaciones particulares de microclima, especialización de los agricultores, etc. que hacen viables las nuevas transformaciones. La política de nuevos regadíos debería seleccionar estas áreas no problemáticas para concentrar en ellas la expansión de los regadíos en España.

Actualmente hay propuestas, con distinto grado de avance, para ampliar hasta el año 2012 los regadíos en unos dos millones de hectáreas, con un ritmo de 100.000 ha/año. Estas cifras son totalmente inalcanzables y el Plan Hidrológico Nacional las reduce a 600.000 hectáreas, con un ritmo de 30.000 ha/año. Gran parte de los planes que integran los dos millones de hectáreas están concebidos, tanto hidráulica como agronómicamente, con un criterio desarrollista que se ha visto superado por la situación actual. Es necesario reducir esta superficie jerarquizando las distintas zonas mediante una priorización mullticriterio que incluya no sólo los componentes económicos de la decisión, sino también los sociales, políticos, de mercado, ambientales y de adecuación a los acuerdos internacionales.

Bibliografía:

– MOPT, Plan Hidrológico Nacional, Memoria, 1993.

– MAPA, Avance del Plan Nacional de Regadíos, 1995.