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    REVISTA DEL COLEGIO DE INGENIEROS DE CAMINOS, CANALES Y PUERTOS
Nº37
AÑO 1996
ESPAÑA Y EL AGUA, III

Consideraciones sobre el regadío en España

Julián Martínez Beltrán*

Doctor Ingeniero Agrónomo.

INTRODUCCIÓN

DESARROLLO DEL REGADÍO EN ESPAÑA

SITUACIÓN ACTUAL

Cuenca del Duero

Cuenca del Ebro

Cuencas internas de Cataluña

Cuenca del Tajo

Cuenca alta del Guadiana

Cuenca del Guadalquivir

Cuencas del Júcar, Segura y Sur

Cuenca del Júcar

Cuenca del Segura

Cuenca Sur

Islas Baleares

Islas Canarias

PERSPECTIVAS DEL REGADÍO EN ESPAÑA

CONCLUSIONES

Descriptores: Regadíos, Planificación, Transformación, Modernización

Introducción

En las zonas secas y semiáridas de clima mediterráneo, que predominan en la mayor parte de España, el régimen de temperaturas es una fuente de riqueza para la producción agrícola, siempre que se resuelva el déficit de humedad que presentan los suelos en la estación más favorable para el cultivo. Por esta razón el regadío ha sido una medida eficaz para paliar la fuerte limitación que el régimen de lluvias impone a nuestra agricultura, permitiendo incrementar la productividad de la tierra y garantizar una producción permanente, que solamente se ha visto afectada en algunas cuencas durante los recientes períodos de sequía.

La importancia que el regadío tiene en la agricultura española se basa en su contribución a la producción final y al comercio exterior de productos agrícolas, al desarrollo agroindustrial y al asentamiento de población en el medio rural.

En efecto, la superficie actualmente regada –aproximadamente 3,2 Mha de tierras arables y 0,2 Mha de prados, que representan un 13% de la superficie total cultivada– contribuye a la obtención del 60% de la producción final agrícola (mapa, 1993, 1996). Es decir, la productividad del regadío es siete veces superior a la del secano, a pesar de que la agricultura bajo riego no es intensiva en todo el país.

En España el regadío aporta lo esencial de las exportaciones agrarias –productos hortofrutícolas– y contribuye a reducir la importación de productos deficitarios, principalmente maíz. Además, supone un 30% de los jornales que se estiman necesarios en el sector, lo que representa más de 600.000 empleos teóricos (mapa, 1996).

Las zonas regables contribuyen a estabilizar las producciones y los precios agrarios y ayudan a mantener las rentas de los agricultores, que son obtenidas directamente del mercado. Además, posibilitan una mayor diversificación de cultivos adaptable a cambios socioeconómicos. Por último, el regadío en España ha contribuido al desarrollo agroindustrial, localizado preferentemente junto a las grandes zonas regables.

Por tanto, el regadío bien concebido y explotado correctamente es fundamental para asegurar la producción agrícola y el desarrollo rural en las zonas secas y semiáridas de España, siendo un medio eficaz de mantener una producción regular en las zonas subhúmedas con cierto déficit de precipitación.

Sin embargo, no siempre se alcanza un regadío sostenible en plena producción, ya que la transformación de secano a regadío es un proceso en el que se movilizan recursos naturales, humanos y financieros, por lo que es complejo y necesita un período de maduración, cuya duración varía de una zona a otra.

Un regadío deficientemente concebido impide alcanzar los objetivos económicos y sociales previstos y puede tener efectos negativos sobre los recursos naturales afectados: despilfarro de recursos hídricos en competencia con otros usos y deterioro de la calidad del agua por efecto de su salinización, contaminación por pesticidas y fertilizantes, o por movilización de elementos tóxicos del suelo; degradación de los suelos por erosión, y encharcamiento y salinización en tierras con drenaje insuficiente. Así mismo, las transformaciones en regadío a veces tienen un impacto desfavorable sobre el paisaje, y sobre la vegetación natural y la fauna de las zonas afectadas.

Desarrollo del regadío en España

El regadío se ha desarrollado en España especialmente en el presente siglo. A comienzos de siglo se regaban aproximadamente 1,2 Mha, que constituyen los llamados regadíos tradicionales, situados principalmente en los valles de los ríos. Durante la primera mitad del siglo se transformaron aproximadamente 300.000 ha, como consecuencia del Primer Plan Nacional de Obras Hidráulicas, de la aplicación de la ley de 1911 y de la creación de las Confederaciones Hidrográficas en 1927. Estas iniciativas estimularon la realización de obras a cargo del Estado, principalmente presas y canales; sin embargo, tuvieron un efecto menor en la transformación de las tierras, ya que este proceso requiere sistemas secundarios de distribución del agua y su propia aplicación en parcela, así como sistemas de drenaje para la evacuación de excedentes.

La creación del Instituto Nacional de Colonización (inc) en 1939 y la aplicación de las leyes de Colonización de Grandes Zonas y de Zonas Regables, conjuntamente con la Dirección General de Obras Hidráulicas (dgoh) en planes coordinados, supuso un fuerte impulso en el proceso de transformación en regadío, tanto por obras realizadas directamente por el Estado como por las promovidas por el sector privado con ayudas de la Administración. Esta labor la continuó el Instituto Nacional de Reforma y Desarrollo Agrario (iryda), creado en 1971, aplicando la Ley de Reforma y Desarrollo Agrario de 1973, que incluye la anterior legislación de zonas regables.

Desde el inicio de la década de los cincuenta hasta los últimos años de los ochenta se transformaron aproximadamente 1,7 Mha, a un ritmo medio de casi 45.000 ha al año.

Esta labor fue posible gracias a la existencia de varios factores, que son imprescindibles para conseguir unos fines claramente identificados: disponibilidad de una legislación adecuada, desarrollo institucional con medios técnicos suficientes y financiación equilibrada entre las instituciones involucradas en los planes coordinados, en lo que se refiere a los regadíos estatales, y ayudas a la iniciativa privada para el fomento de los regadíos privados.

Así fue posible aplicar la política de colonización de grandes zonas hasta el final de la década de los sesenta, con el fin de ir asegurando el abastecimiento agroalimentario de nuestro país y el asentamiento de población en el medio rural, con la creación de explotaciones familiares. A partir del inicio de la década de los setenta, la política de regadíos tuvo como objetivo el desarrollo rural, mantener el abastecimiento y equilibrar el mercado exterior, una vez que la colonización dejó de ser prioritaria por haber conseguido sus fines.

Situación actual

En la actualidad se riegan aproximadamente 3,4 Mha, de las cuales 1,2 Mha son regadíos tradicionales, 1,1 Mha son regadíos estatales y 1,1 Mha son regadíos privados (mapa, 1996). La distribución de las superficies regadas por cuencas hidrográficas, descontando los prados, se muestra en la tabla 1. Aproximadamente el 29% de la superficie se riega con aguas subterráneas, destacando la vertiente mediterránea, donde supera el 50%, y las islas, donde es el recurso predominante en la agricultura de regadío.

A partir de los últimos años de la década de los ochenta el crecimiento de la superficie regada en España ha sido muy reducido, debido principalmente a dos hechos que han condicionado la expansión de los regadíos: por un lado, el ingreso de España en la Unión Europea ha llevado a la aplicación de la Política Agrícola Común (pac); por otro lado, la descentralización administrativa consecuencia de la creación de las Comunidades Autónomas, que ha hecho cambiar el esquema institucional que venía actuando en las zonas regables.

Los objetivos de la pac son mantener el actual nivel de producción agrícola sin crear excedentes y promover un desarrollo rural compatible con la conservación del entorno natural. Estos objetivos parecen en principio contrarios a una política de desarrollo de nuevas zonas regables.

El proceso de transferencia de competencias, medios técnicos y recursos financieros a las Comunidades Autónomas limitó seriamente la actuación del iryda, organismo hasta entonces responsable junto a la dgoh de la transformación de las zonas de interés nacional.

Pese a ello, durante estos años se ha mantenido la actividad –estudios, planes, proyectos e incluso obras de algunos sectores– en nuevos regadíos con planes coordinados en una superficie de aproximadamente 285.000 ha.

En el análisis de la situación actual hay que distinguir, por tanto, los problemas que presentan los regadíos actualmente explotados –cuya solución va a requerir planes de modernización y mejora–, de las dificultades de transformación de nuevos regadíos. En ambos casos los problemas difieren según la localización de las zonas regables en las distintas cuencas hidrográficas.

Cuenca del Duero

En la cuenca del Duero el regadío tiene ciertas limitaciones climáticas que impiden la agricultura intensiva; los cultivos coinciden con los de la agricultura de clima templado húmedo de los países del norte de la Unión Europea, donde no se precisa riego, o en todo caso de apoyo, pero sí en muchos casos sistemas complejos de drenaje. Aunque el agua no es el factor limitante, ni en cantidad ni en calidad, los planes de modernización deben encaminarse a reducir pérdidas y a disminuir los costes del riego, especialmente en zonas con riegos a presión.

No obstante, en esta cuenca la prioridad debe estar en las nuevas transformaciones que permitan optimizar los recursos hídricos y de tierras todavía disponibles, y mantener población en el medio rural, en zonas donde otros medios de desarrollo rural están fuertemente restringidos. Planes de riego en zonas técnicamente viables, con inversiones medias y bajos costes del agua, especialmente junto a zonas ya desarrolladas, pueden tener viabilidad socioeconómica y ambiental. Este puede ser el caso de los sectores sin limitaciones graves de suelos de las zonas de Riaño-Porma y La Armuña, así como la parte baja del páramo leonés, si se riega con excedentes liberados en la eventual modernización de la parte alta.

Sin embargo, parte de las zonas incluidas en planes de riego tienen serias limitaciones de suelos, como ocurre en la zona regable por el canal alto de Payuelos, que sin embargo ya está construido. La solución más sensata es regar lo potencialmente regable y trasvasar el caudal excedente a otras subcuencas –Cea y Valderaduey– con suelos más aptos.

Cuenca del Ebro

Los regadíos de la cuenca del Ebro disponen de un clima mejor y de agua suficiente de buena calidad. Sin embargo, los regadíos situados en el tramo medio de la cuenca están en parte afectados por salinidad. Esta situación ocasiona degradación de los suelos y del agua superficial con una agricultura que no es sostenible. En estas áreas salinizadas son imprescindibles planes de mejora que incluyan: recuperación mediante drenaje subterráneo de los suelos técnica y económicamente viables para cultivos en rotación, y mediante drenaje superficial aquellos que únicamente son aptos para el arroz; control de la salinidad de los retornos a los cursos de agua, y abandono de las tierras cuyos costes de recuperación y explotación superen su capacidad productiva. En estas tierras abandonadas debería restablecerse el paisaje natural, fuertemente alterado por las obras de riego, especialmente por las nivelaciones.

Afortunadamente, en los planes de transformación de las nuevas zonas se han desechado los suelos salinos inicialmente incluidos, así como áreas sensibles desde el punto de vista ambiental, como es el caso de las zonas de Bardenas ii y Monegros ii.

Sin embargo, debe acelerarse la transformación de las tierras seleccionadas de estas zonas, ya que son futuros regadíos con agua regulada disponible, canales principales terminados o en fase avanzada de construcción, donde la única posibilidad de mantener población en el medio rural es en explotaciones extensivas de regadío con bajos costes del agua, ya que la agricultura de secano no es viable y el medio presenta grandes limitaciones a otras actividades no agrícolas, como podría ser el turismo rural. Los resultados obtenidos en los sectores ya transformados son altamente alentadores, aunque debería reconsiderarse la magnitud de las inversiones realizadas en las redes principales de riego y drenaje, y evitar el impacto ambiental desfavorable de algunas obras.

Dos nuevos planes de transformación de grandes zonas están previstos en la cuenca: la zona regable por el canal de Navarra y la zona de Segarra-Garrigas. Estos proyectos han sido formulados por las respectivas Comunidades Autónomas de Navarra y Cataluña; el esfuerzo técnico y las inversiones requeridas para llevar adelante estos planes, así como su repercusión en la planificación de los regadíos de la cuenca, harían aconsejable la participación del mapa junto a la dgoh.

Cuencas internas de Cataluña

En las cuencas internas de Cataluña la demanda de agua para otros usos diferentes de los agrícolas limita la expansión de nuevos regadíos. Por esta razón son prioritarias la terminación de zonas regables, aún con sectores sin transformar, como es el caso del Muga, la modernización de las redes de riego para mejorar las eficiencias de conducción y distribución, y la definición del tipo de agricultura a practicar en los límites con áreas de interés ecológico, como son los Aiguamolls del Ampurdán.

Fig. 1. Regadío sostenible a plena producción.

Cuenca del Tajo

En la cuenca del Tajo el mayor problema que afecta a los regadíos tradicionales de su tramo medio es el desarrollo urbano e industrial de Madrid y su zona de influencia, que ha llevado al cambio de uso de tierras de buena calidad en los valles y a una alteración fuerte del medio natural, con destrucción de vegas por la extracción de áridos y deterioro de la calidad del agua. La mejora de regadíos debe entonces enfocarse a la restauración ambiental de estos regadíos, especialmente la mejora de la calidad del agua y el restablecimiento de las vegas y márgenes de los ríos.

La expansión del área regable en esta cuenca está limitada por la aptitud de los suelos del Campo Arañuelo y de gran parte de la provincia de Cáceres. La terminación de la zona de La Sagra-Torrijos ha de ser el proyecto prioritario en esta cuenca.

Cuenca alta del Guadiana

Los regadíos de la cuenca alta del Guadiana están limitados por la disponibilidad de agua de buena calidad, tanto en lo que se refiere a recursos superficiales del sistema Guadiana-Cigüela-Záncara, como de los subterráneos de los acuíferos de La Mancha Occidental y del Campo de Montiel. Por esta razón las posibilidades de creación de nuevos regadíos son nulas. La mejora de los regadíos existentes, para ahorrar agua y disminuir la contaminación del agua subterránea, ha de ser la acción prioritaria, junto al abandono de las áreas regadas que tengan menor aptitud, de forma que el consumo esté en equilibrio con la recarga natural del acuífero y vaya progresivamente disminuyendo la actual situación de sobreexplotación.

En los regadíos de las Vegas Altas y Bajas, y del Zújar, los planes de mejora deben enfocarse, por un lado, a la reestructuración de las explotaciones para aumentar su tamaño e incrementar su viabilidad económica, y por otro, hay que reconsiderar las zonas que se riegan con agua elevada, donde el coste actual del riego limita su viabilidad. El ahorro de agua debe ser también una acción prioritaria para evitar situaciones como las padecidas durante los recientes años de sequía.

Fig. 2. Exceso de agua en el riego en parcela.

La zona centro de Extremadura es un ejemplo de nuevo regadío donde inicialmente la planificación hidráulica no consideró ningún tipo de planificación agrícola ni de conservación del medio natural. No obstante, una vez disponible la infraestructura hidráulica básica, es preciso rentabilizar lo antes posible las inversiones realizadas, iniciando las obras de transformación de los sectores seleccionados por ser viables económica y ambientalmente. En la zona de La Serena-Barros existen tierras de buena aptitud para el riego; una vez que se evalúen los recursos hídricos del embalse ya construido disponibles para el riego, la transformación de esta zona debería ser preferente en el plan hidrológico de la cuenca. En el tramo bajo de la cuenca la terminación de la zona del Chanza es el plan de riegos a considerar.

Cuenca del Guadalquivir

El principal objetivo de la política de regadíos de la cuenca del Guadalquivir debería ser la consolidación de la garantía de las dotaciones de agua de los regadíos actualmente en explotación, para evitar los efectos que períodos de sequía, como los recientemente padecidos, tienen sobre la renta de los agricultores y el empleo. Es preciso un incremento de la capacidad de regulación de la cuenca y la modernización de los sistemas de riego para ahorrar agua, incluyendo medidas de conservación en la parcela e incluso un cambio del método de riego.

El aumento de la superficie regada en esta cuenca debería reducirse a la terminación de zonas parcialmente transformadas, como son el Genil-Cabra y la costa noroeste de Cádiz, con agua trasvasada del Bajo Guadalete. La expansión del riego localizado del olivar, que tiene un gran interés por la relación entre el aumento de productividad y la cantidad de agua consumida, debe regularse en la planificación de la cuenca.

Fig. 3. Un riesgo permanente en el regadío: la salinización.

Cuencas del Júcar, Segura y Sur

Los regadíos costeros mediterráneos de las cuencas del Júcar, Segura y Sur constituyen las zonas más prósperas de la agricultura española, debido a sus condiciones favorables para la producción hortofrutícola en suelos sin limitaciones y para la de arroz en áreas limitadas por la falta de drenaje natural. Tienen un clima muy adecuado, población con gran tradición de riego y vías de comercialización de los productos agrarios.

Cuenca del Júcar

La disponibilidad de agua superficial es el factor limitante de los regadíos de la cuenca del Júcar, especialmente en los de la costa, que utilizan preferentemente aguas subterráneas. Los acuíferos de estas planicies presentan contaminación por nitratos y en ocasiones sobreexplotación. En la franja costera la actuación preferente ha de ser garantizar el suministro de agua de buena calidad y mejorar las condiciones medioambientales, especialmente con un control de la fertilización.

En el tramo alto de la cuenca está prevista la transformación de dos zonas: el Canal de Albacete y La Manchuela-Centro. En la primera es preciso consolidar las áreas transformadas durante los últimos años por iniciativa privada, de forma que la explotación de los recursos subterráneos del acuífero de Albacete sea sostenible. La transformación de la zona de La Manchuela fue decidida con insuficiente información previa, especialmente en lo que concierne a los recursos hídricos disponibles; por esta razón y por disponer de suelos aptos para el cultivo en secano, la transformación de esta zona requiere una nueva reformulación del plan de riegos.

Cuenca del Segura

En la cuenca del Segura no caben nuevos regadíos por la insuficiencia de recursos hídricos, incluso para atender los regadíos tradicionales y las nuevas superficies puestas en riego durante los últimos años ante las expectativas del trasvase Tajo-Segura. La modernización de los actuales regadíos, con objeto de optimizar el agua disponible, y la mejora ambiental de las zonas regables, incluyendo una reorganización de la reutilización de los retornos de riego, son prioritarias en las zonas regables de esta cuenca.

Cuenca Sur

Los regadíos costeros de la cuenca Sur la convierten en una de las zonas más prósperas del regadío español por la posibilidad de obtener cultivos tempranos y ciertos cultivos tropicales. Como en otras cuencas de la vertiente mediterránea, la escasez de agua es el factor limitante, especialmente en las zonas de la costa con acuíferos sobreexplotados y con riesgo de intrusión de agua de mar. La consecución del equilibrio entre la recarga y el bombeo debe ser la acción preferente en esta zona, donde la expansión de la superficie regable está muy limitada.

Islas Baleares

En las islas Baleares de nuevo el agua es el factor limitante del regadío. No cabe pensar en nuevas zonas sino en consolidar las existentes, mediante la reutilización de aguas residuales para su empleo directo en zonas como la llanura de Palma o para la recarga de acuíferos sobreexplotados, como el de Campos-Ses Salines.

Islas Canarias

El problema limitante de la agricultura subtropical bajo riego de las islas Canarias es una vez más el agua de buena calidad, que permita mantener las zonas actualmente bajo riego, sin que quepa pensar en nuevas zonas. Los retos que presentan los regadíos de las islas son, por tanto, la consecución de nuevos recursos hídricos mediante la construcción de pequeños embalses de regulación de aguas superficiales, captación de aguas subterráneas, reutilización de aguas residuales y desalinización de aguas salobres. Por otro lado, debe continuar siendo prioritaria la mejora de la eficiencia del uso del agua, mediante la modernización de la red de distribución, sustitución de acequias por tuberías y mejora de la eficiencia de aplicación. También es imprescindible la creación de comunidades de usuarios.

Perspectivas del regadío en España

España debe mantener su actual potencial productivo agrícola, asegurándose un nivel estratégico de abastecimiento agroalimentario y asentando una mínima población en el medio rural que contribuya a su conservación. Esto ha de conseguirse en explotaciones competitivas que, por las limitaciones del medio físico, han de situarse en el regadío y en los secanos frescos con suelos con buena retención de humedad, que son por tanto menos sensibles a períodos de sequía. Este objetivo es totalmente compatible con los de la pac, ya que el aumento de la producción del regadío puede compensar la disminución debida al abandono de tierras de secano marginal, que inevitablemente deben cambiar de uso.

Los objetivos de la política de regadíos han de ser la consolidación y modernización de las zonas actualmente regadas y la terminación de los planes de riego ya iniciados, para rentabilizar las inversiones en infraestructura hidráulica ya realizadas. Estos planes necesitan una revisión para asegurar su viabilidad técnica, socioeconómica y ambiental, una vez que se va disponiendo de los estudios previos necesarios para una planificación bien fundamentada. En un segundo orden de prioridad, deben acometerse únicamente nuevos proyectos viables, que permitan optimizar el uso de los recursos naturales y financieros disponibles.

Los planes de mejora y modernización de regadíos han de estar dirigidos a resolver los principales problemas que presentan las zonas actualmente explotadas: la escasez creciente de agua de buena calidad para la agricultura; el descenso de las rentas de los agricultores directamente obtenidas del mercado, debido a la disminución de los precios de los productos agrícolas en el contexto internacional y al aumento de los costes de producción; y la necesidad de mejorar las condiciones del medio natural de las zonas regables, que en ocasiones están fuertemente deterioradas.

El objetivo de ahorro de agua en la agricultura de regadío debe acometerse mediante medidas técnicas y de gestión del agua. El punto de partida es conocer la demanda actual de agua y determinar la demanda óptima de cada zona, para así identificar los regadíos infradotados y los que despilfarran agua. La determinación de las necesidades de riego en cada una de las zonas regables, que cubran las necesidades de los cultivos, y un control de la salinidad, son uno de los retos del Plan Nacional de Regadíos (pnr), que va a necesitar la coordinación del mundo de la investigación y el de la planificación agraria e hidrológica.

El segundo paso es acometer un plan de modernización de los sistemas de conducción y distribución del agua, reparando redes que pierden agua, cambiando acequias por tuberías, redimensionando en su caso canales y acequias, y aumentando la capacidad de regulación de los canales. Este plan precisa de una actuación coordinada de las administraciones agrarias e hidráulica, tanto desde el punto de vista legislativo como técnico y financiero. Es imprescindible la participación activa de las comunidades de regantes, tanto en la redacción del proyecto de mejora como en la dirección de las obras y en su cofinanciación. Para ello es preciso potenciar los equipos técnicos de estas organizaciones de usuarios.

Las pérdidas de agua en parcela suponen un porcentaje elevado de las totales; además del despilfarro del recurso dan lugar a problemas ambientales. Estas pérdidas solamente pueden reducirse con medidas que apliquen los regantes: buena nivelación y refino de las parcelas, apropiado manejo del agua, en su caso cambio del sistema de riego, etc. Estas prácticas son muy específicas de cada zona regable, según se ha descrito en la revisión del estado actual de los regadíos. Por esta razón, deben formularse basándose en evaluaciones de riego que permitan formular códigos de manejo del agua, que se pongan a disposición de los regantes a través de sus comunidades. El papel de los centros de investigación es de nuevo fundamental en la preparación de estos códigos.

Las medidas de gestión han de considerar el polémico tema del precio del agua. Hay un consenso generalizado de que el agua debe cobrarse en función del gasto, es decir volumétricamente, y en función de la superficie con derecho a riego. Lo que no está tan claro es que el agua tenga un precio en sí misma, con el consiguiente aumento de los costes de producción, como medio de incentivar el ahorro. Una medida más práctica puede ser limitar las dotaciones máximas de las concesiones, una vez conocidas las necesidades reales de riego. Esta medida, que se ha aplicado necesariamente en los regadíos con restricciones durante los períodos recientes de sequía, parece más razonable que incrementar los costes de explotación.

La mejora de la calidad de los retornos de las zonas regables, que con frecuencia muestran una degradación debido al aumento de la concentración salina, contaminación por fertilizantes y otros productos químicos, va unida a la mejora del manejo del agua. Otro aspecto es la mejora del paisaje y la restauración de las zonas de interés ecológico situadas dentro de las zonas regables o en su entorno. Ayudar económicamente a los regantes y a las comunidades que apliquen este tipo de medidas parece más razonable que aplicar ayudas más generalizadas a las rentas de los agricultores.

El avance del pnr prevé una actuación en modernización y mejora, en el horizonte de los diez años del plan, sobre casi 1,1 Mha con una inversión total de 0,6 billones de pesetas, de la que el 30% correspondería al sector privado y el resto a partes iguales a las administraciones agrarias central y autonómica (mapa, 1996). En este avance se ha hecho una primera aproximación de la distribución de superficies e inversiones por comunidades autónomas. En la formulación del plan es necesario concretar las zonas y el tipo de actuaciones a llevar a cabo. Así mismo, sería recomendable unir este plan de modernización al redactado por la dgoh, integrar el conjunto en el phn y acometerlo como un plan coordinado.

La transformación de nuevas zonas debe concentrarse en primer lugar en aquellas con obras de la red principal terminadas o en avanzado estado de construcción. En el avance del pnr se consideran aproximadamente 180.000 ha para los próximos diez años, de las cuales 23.000 están ya en proceso de ejecución (mapa, 1996). Esto supone un ritmo de transformación de unas 15.000 ha anuales, que es una cifra muy razonable para el momento económico actual, y que supone un incremento notable sobre las cifras alcanzadas durante los últimos años. La definición precisa de los sectores a transformar es de nuevo una de las tareas que debe acometer el pnr.

La expansión futura de la superficie regable es más difícil de planificar en detalle actualmente, ya que la transformación de nuevas zonas es cada vez más difícil y costosa. Se requiere movilizar nuevos recursos naturales, que es un proceso complejo y caro, ya que las tierras con mejor aptitud para el riego han sido ya transformadas y la obtención de nuevos recursos hídricos requiere obras de regulación, a veces trasvases, nuevas captaciones de aguas subterráneas y lo que quizá tenga más futuro: la obtención de recursos no convencionales, como son los retornos de riego, las aguas residuales tratadas o las salobres desalinizadas.

No obstante, la memoria del phn contempla un pequeño aumento de los recursos hídricos disponibles para el regadío hasta alcanzar aproximadamente 26.000 hm3 anuales para el año 2002 (mopt, 1993); esta cifra todavía supone un 77% de la demanda total de agua a consumir. La principal conclusión de esta predicción es alcanzar en el horizonte de diez años un tope máximo de superficie regada de aproximadamente 4 Mha, para una demanda media anual de agua de riego de 6.500 m3/ha.

En relación con el recurso tierra, todavía no se cuenta con una evaluación global de la aptitud de las tierras para el riego, a pesar de los esfuerzos realizados en el estudio piloto de sistemas de tierras realizado por el antiguo iryda en la cuenca del Tajo; desafortunadamente, es el único disponible, por no haberse continuado los trabajos en las demás cuencas. El avance del pnr estima en 9 Mha la superficie de tierras aptas (mapa, 1996).

La conclusión es que el recurso agua es el factor limitante a nivel general. Sin embargo, la mayor limitación para la transformación de nuevas zonas es su elevado coste, de difícil justificación económica en el contexto de los actuales precios de los productos agrícolas, excepto quizá en los regadíos costeros dedicados a la producción hortofrutícola intensiva, que desgraciadamente son los que tienen menos recursos hídricos, y en el riego de apoyo de dos cultivos altamente competitivos como son el olivo y la vid de calidad. No obstante, por razones de planificación territorial podrían considerarse zonas con viabilidad económica más restringida a nivel nacional, siempre que su explotación sea rentable a los agricultores.

Conclusiones

El desarrollo del riego en España ha tenido su fase más activa durante un período de tiempo que se inició en los años cincuenta y terminó al final de los ochenta. Esto se debió a la existencia de una política de regadíos con objetivos claramente definidos, a la disponibilidad de legislación adecuada a esos objetivos, y a la actuación de instituciones de la Administración con medios técnicos y presupuestos adecuados para trabajar coordinadamente.

Hasta la redacción del avance del pnr, realizado por el antiguo iryda en el año 95 con un esfuerzo encomiable, no ha habido en los últimos años una planificación global de la política de regadíos; esto ha supuesto un retraso al phn, dado que no se puede concebir la planificación hidrológica sin la de regadíos. El avance es un documento valioso que recoge los principios del plan, traza directrices y prioridades y concreta unas cifras de superficies e inversiones, que parecen muy razonables desde los puntos de vista económico y ambiental.

Sin embargo, la formulación del plan requiere la culminación de estudios actualmente en fase de realización más alguno complementario, para delimitar con mayor precisión las zonas donde se va a actuar, el tipo de inversiones a realizar y su financiación.

Tras la aprobación del PNR y su integración en el phn se dispondrá del marco legal de actuación; es una condición necesaria pero no suficiente. Las siguientes condiciones necesarias para su aplicación son, por un lado, el desarrollo institucional para dotar de medios técnicos al plan y su coordinación, y por otro la dotación presupuestaria suficiente y equilibrada entre las instituciones involucradas.       

Referencias:

– MAPA, 1993, El Sector Agroalimentario Español: algunas cifras. 1993, Secretaría General Técnica. Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, Madrid.

– MAPA, 1996, Avance del Plan Nacional de Regadíos, Dirección General de Planificación Rural y del Medio Natural. Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, Madrid.

– MOPT, 1993, Memoria del Plan Hidrológico Nacional, Dirección General de Obras Hidráulicas. Ministerio de Obras Públicas y Transportes, Madrid.