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Ciudad y río en las artes
Juan Pedro Martín Vide
Doctor
Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos
Profesor de la Universitat Politècnica de Catalunya
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Un
ejemplo flamenco Dos ejemplos florentinos |
CIUDAD Y RÍO EN LAS LETRAS CLÁSICAS |
Las
violencias del río Justiticación de la ingeniería |
Descriptores: RÍO, ENCAUZAMIENTO, INGENIERÍA FLUVIAL
Ciudad
y río en la pintura antigua
Un
ejemplo flamenco
Hacia 1435 el fundador de la escuela de pintura flamenca Jan Van Eyck (1390-1441)
pintó un pequeño retablo (66 por 62 cm) considerado su obra maestra
en pintura de caballete. Es la "Virgen del canciller Rolin",
conservada en el Louvre (Fig. 1), celebrada por su naturalismo, exactitud del
detalle y sentido espacial en la perspectiva y la luz. Así, esta pintura
ocupa un puesto de honor en el momento formativo del nuevo orden visual que
surge en el siglo XV en Italia y Flandes. Para la historia de la pintura su
valor se multiplica por reunir un tema religioso (la Virgen) con el primer retrato
liberado de toda subordinación y con el primer paisaje colocado en el
centro de la composición. En pie de igualdad los tres motivos, el cuadro
es reivindicado como el origen de esos dos géneros pictóricos:
el retrato y el paisaje, lo que es muestra y símbolo de un gran cambio
cultural.
El significado de esta pintura se impone al observador, a pesar de no haber sido plenamente identificado el personaje ni tampoco el paisaje representado. Un alto dignatario o un príncipe (quizá de la corte de Borgoña, de la que fue pintor Van Eyck desde 1425, quizá su codicioso canciller Rolin1) está ante la Virgen con expresión orgullosa, casi desafiante. Entre ambos se extiende un paisaje con una naturaleza amena y una ciudad populosa, abigarrada. "Yo he mandado hacer un cuadro que representa a mí y a mi ciudad y tengo sobre esta ciudad un poder que iguala al de la Reina de los Cielos" es el significado que deduce un ilustre crítico.2 El hombre es ya medida de todas las cosas y también soberano absoluto en sus dominios.
El fragmento de
pintura de paisaje, que ocupa escasamente 29 por 12 centímetros, es realmente
espléndido, de una fascinante claridad y de una definición meticulosa
(Figs. 2 y 3). A vuelo de pájaro, con sutil perspectiva aérea
y bien construida perspectiva lineal, vemos venir desde las lejanas montañas
de cumbres blancas un río que surca el valle con amplios meandros, envuelve
una pintoresca isla y llega a la ciudad. Al entrar, el río es conducido
por muros y muelles en dirección recta, precisa, geométrica, visiblemente
con un cambio de alineación en el primer plano. La ciudad se extiende
por ambas orillas, unidas por un puente fortificado. En el lado de la Virgen,
a la derecha (la orilla izquierda), está la ciudad rica, abarrotada de
altos edificios, torres y una gran catedral gótica. En el lado del canciller
se encuentran barrios menos densos y más modestos. Una muchedumbre de
gentes menudas hormiguea por calles y plazas, por el puente, en los muelles
y en las barcas que se deslizan por el río. Todo el pueblo cristiano
bulle de actividad. En esta imagen de la ciudad del siglo XV vemos representada
la fe y la prosperidad, que podríamos traducir en materia por la catedral
y por la ciudad toda (pero especialmente por el río, sus muelles y su
puente), proyección espiritual o mental de la Virgen y del canciller,
respectivamente.
Naturaleza y civilización se combinan en el fragmento de paisaje. Desde
la ciudad hasta el fondo se suceden huertos, sotos, verdes colinas, mesetas
desnudas y altas montañas. Tan destacado como el contraste entre la ciudad
y la naturaleza es el contraste entre el río natural y el río
encauzado. Aquél se despliega serpenteando entre campiñas bajas,
inundables, o al pie de promontorios; éste va derecho entre muros paralelos
que definen los límites del área construida, muros con función
de defensa de la inundación, con función de muelle de atraque
y paseo en su plataforma inferior y muros que se confunden en sus planos verticales
con las murallas de la ciudad, provistas cada trecho de torres almenadas. Frente
a la sinuosidad del río natural, aparentemente caprichosa pero en la
que se alcanza a ver la regularidad de una longitud de onda y media, el quiebre
de la dirección de los muros en el primer plano es un punto anguloso
deliberado, trazado con pureza geométrica (para esquivar el palacio donde
tiene lugar el encuentro del canciller y la virgen). He aquí por un lado
la Naturaleza y por otro la afirmación segura y satisfecha de la obra
de civilización humana, sintetizada tanto por las elevadas flechas góticas
como por el majestuoso encauzamiento fluvial.
Figs. 1, 2 y 3. Arriba la "Virgen del canciller Rolin". Abajo detalles de la obra. Óleo sobre madera (66 x 62 cm) de Jan Van Eyck, conservado en el Museo del Louvre (París). Fuente: Frère, Jean Claude, Les Primitifs Flamands, Editions Pierre Terrail, Paris, 1996. |
Pensamos que esta imagen del siglo XV nos ofrece también dos modelos de obras fluviales, ambas de interés para el debate contemporáneo sobre las obras fluviales, particularmente las urbanas. Por una parte el encauzamiento geométrico, consolidado, al que la ciudad se asoma con placer asombrado, como a su avenida más diáfana y hermosa. Por otra parte el encauzamiento que imita a la Naturaleza con su geometría sinuosa, sus áreas inundables de ribera, al que el ciudadano se acerca con placer más secreto para descansar y observar. En los dos se puede soñar con los tópicos del fluir.
Dos ejemplos
florentinos
En el último cuarto del siglo XV el paisaje a vista de pájaro
y rico en accidentes naturales ("eyckiano"), por influencia del norte
de Europa, comienza a ser utilizado en la pintura florentina. De esta escuela
queremos presentar dos ejemplos muy distintos para ampliar las reflexiones sobre
los ríos y las ciudades que están en embrión en la Virgen
de Van Eyck. Antonio Pollaiuolo (1431-1498), dibujante, pintor, orfebre y escultor
es autor hacia 1470 de una tabla con el tema de "Hércules y la
Hidra" (Fig. 4), copia reducida de una de sus grandes composiciones
perdidas sobre los trabajos de Hércules. La tabla está desaparecida
de los Uffizi desde la Segunda Guerra Mundial, pero ha despertado la admiración
por su extraordinaria energía y movimiento,3
la maestría del desnudo masculino en acción, que Pollaiuolo desarrolla
por primera vez,4
y el gusto por unos paisajes fluviales de una abundancia impresionante.5
Vestido con la piel del león de Nemea henchida por el viento, Hércules agarra una de las muchas cabezas de la monstruosa hidra para asestarle feroz un golpe de maza. La defensa de la serpiente que retrae el cuello, su cola enroscada al pie del héroe o el rabo del león son curvas electrizantes que tienen su eco en las revueltas infinitas del río. La fábula mitológica nos recuerda que por cada cabeza cortada de la hidra surgía otra nueva, lo cual como sucesión temporal no puede pintarse fácilmente, pero es evocado espacialmente por los múltiples cauces del río. El paisaje completa el significado de las figuras extendiendo en el tiempo la fábula por medio de una metáfora. Los cauces de los ríos trenzados de planicie se renuevan como las cabezas de la hidra. Cuando el hombre ciega un brazo, alguno de los otros cauces, incapaz de soportar el incremento de caudal, conspira para dividirse en dos. Esta es la experiencia de campo de la ingeniería fluvial,6 verosímilmente ya conocida en la Italia del norte en el siglo XV (en concordancia con nuestra interpretación, la hidra sería según los mitógrafos un pantano desecado por Hércules). De este modo, Hércules se nos aparece luchando con torpes armas de ingeniero contra la proliferación natural e invencible de los ríos. Si vemos esta vitalidad maligna como una hidra, la tarea del ingeniero es violenta e inútil. Más bien veámosla como una cualidad natural.
El segundo ejemplo es la "Vista de Florencia", de hacia 1480, sin autor expreso, una imagen muy conocida como ilustración de la ciudad en su momento de esplendor (Fig. 5). No tiene valor pictórico sino documental; aunque es una pintura de paisaje a vista de pájaro es también una primera aproximación al plano de la ciudad, pues las iglesias, palacios, puertas y puentes tienen inscrito su nombre. La perspectiva no es buena y el carácter informativo se refuerza en el rótulo y a través del joven que dibuja desde una colina en primer plano.
Fig. 4. Hércules y la Hidra, de Antonio Pollaiuolo. Fuente: Panorama del Renacimiento, Ediciones Destino,1997. |
Florencia, totalmente
identificada, se muestra en esta temprana pintura urbana. En los siglos XIV
y XV había construido las obras orgullo de los florentinos, particularmente
la catedral y la cúpula de Brunelleschi, así como nuevas calles
anchas y rectas y nuevas murallas jalonadas por torres y puertas. Extendidas
a ambos lados del río Arno, las murallas no pueden atravesarlo y obstruirlo,
sino que han de formar dos recintos defendidos, uno a cada lado. Esto es lo
que se entrevé en el paisaje urbano de Van Eyck. Pero las orillas del
Arno no están amuralladas sino que forman un muelle con acceso a los
puentes y donde se alinean, de cara al río, las casas y algún
palacio.
Dos motivos diferentes explicarían estas orillas sin muralla: primero,
que la entrada de un enemigo por el río fuera imposible; sin embargo,
con el resto del perímetro fortificado, el río es la única
vía de penetración franca; segundo, que el río se sintiera
integrado a la ciudad como una vía singular, de manera que una orilla
amurallada fuera tan absurda como un muro interior dividiendo la ciudad en barrios.
A favor de este segundo motivo véase que en los extremos de la ciudad
sí hay murallas al borde del río. En el extremo de aguas arriba
parece como si los muros de uno y otro lado se interrumpieran porque el río
es una amplia avenida de flujo continuo que necesita la puerta siempre abierta,
sean cuales sean los peligros de esta disposición. Además de una
invasión, curiosamente la inundación entraría también
por esa puerta y encontraría a la ciudad desprotegida por falta de defensas
en las márgenes. En 1966 el Arno inundó por última vez
Florencia, causando graves estragos en su patrimonio artístico.
La vista de Florencia ilustra, cincuenta años después de Van Eyck,
sin su poesía sino con los pormenores de un plano, el orgullo de una
ciudad por todos sus bienes, entre los que se cuenta de manera destacada el
encauzamiento del río.
En los principios del mundo moderno, algunos testimonios pintados (lo que se llama pintura antigua) nos han enseñado varios significados de la relación del hombre con el río.
Fig.
5. Fragmento de la "Vista de Florencia" (anónimo),
copia de la Carta della Catena. Fuente: Panorama del Renacimiento, Ediciones
Destino,1997.
Ciudad
y río en las letras clásicas
"Un año el Tíber creció tanto, que sus aguas, saliéndose
de su cauce se desbordaron, saltaron sobre los muros de Roma, inundaron algunas
calles y derrumbaron no pocas casas. A la inundación siguió una
epidemia, porque el río arrastró con su corriente a un enorme
dragón y a infinidad de serpientes que al llegar al mar se ahogaron;
luego las olas arrojaron sus cuerpos al litoral y allí se pudrieron y
con su podredumbre corrompieron el aire y originaron una horrorosa peste de
esas que llaman bubónicas que se fijan en las ingles y las descomponen.
Fue aquella una calamidad verdaderamente espantosa".
La presencia de un encauzamiento urbano rebasado y el problema de salud traído por la inundación son dos apuntes de la experiencia, dos notas cotidianas, que podrían entresacarse todavía hoy de los periódicos. Pero junto a ello, el conspicuo bestiario medieval y la explicación precientífica de la epidemia por la corrupción del aire7 nos indican que estamos leyendo un viejo texto.
Así, en efecto, está extraído de la Leyenda Dorada, escrita en latín hacia el año 1264 por el dominico genovés Santiago de la Vorágine, una recopilación de vidas de santos, un martirologio exhaustivo, devoto, prolijo e inocente, que fue archivo de motivos cristianos para las artes plásticas medievales y modernas.
Tropezamos en este párrafo con una noticia escueta de las violencias seculares que le ha infligido el río al hombre. Dudamos en llamar literatura a esta crónica sin color poético, pero nos sirve de comparación con testimonios de otras épocas. La experiencia de tratar con los ríos, antigua como la civilización, ha impregnado la cultura y ha fecundado la imaginación humana. Sus frutos, aunque modestos, se buscan y cosechan con gusto esparcidos en campos muy variados. Con gran frecuencia entre ellos encontramos el tema de la violencia sobre el hombre y particularmente sobre la ciudad.
Las violencias
del río
Un "hombre sin letras", Leonardo de Vinci (1452-1519), ingeniero
temprano, de amplísima curiosidad, que sintetiza en su persona el Renacimiento,
dejó escrita hacia el final de su vida esta descripción:
"En primer lugar se debe representar la cumbre de una áspera
montaña con un amplio valle a sus pies y por los lados se ha de ver la
superficie del suelo levantarse junto a las pequeñas raíces de
los matorrales y desnudando de sí gran parte las rocas que lo circundan;
descienda el agua ruinosamente de esta escarpada con curso impetuoso, vaya golpeando
y descalzando las retorcidas y nudosas raíces de los grandes árboles
que caen con sus ramas hacia abajo; y desnudándose las montañas
descubran las profundas grietas provocadas por antiguos terremotos; y los pies
de estas montañas se hallarán recubiertos en gran parte por las
ruinas de los árboles precipitados desde las laderas de las altas cumbres,
los cuales se mezclarán con el barro; raíces, ramas de árboles,
hojas, tierra y piedras. Y las ruinas de algunos montes descenderán hasta
la profundidad de algún valle convirtiéndose en dique de las turbulentas
aguas de su río; las cuales acabarán venciendo el obstáculo
discurriendo con grandes olas, las más grandes de las cuales derribarán
las murallas de las ciudades y villas de dicho valle. Las ruinas de los altos
edificios de dichas ciudades levantarán gran polvo; el agua subirá
hacia arriba en forma de bruma o de revueltas nubes, moviéndose contra
la descendente lluvia. Pero el agua arremolinada girará en este piélago
que la encierra y con vertiginosas resacas golpeando diversos objetos y levantándose
en el aire con la espuma fangosa y recayendo después, lanzará
al aire el agua golpeada."
Este pasaje es la descripción de una avenida torrencial destructiva, temible. Es tan detallada que hace pensar en una experiencia real. El párrafo de la formación y destrucción de una presa accidental y la explicación de la mezcla de barro y ramas parecen extraídos de la observación, mientras que en otros lugares interviene una imaginación dramática (como en las "nudosas raíces" o las grietas de los terremotos). La ciudad es la víctima de la avenida. Al final, las aguas incontroladas son una pura imagen del caos, que parece sacada de los sueños. El texto empieza siendo una estampa, casi un cuadro, para luego convertirse en una narración muy dinámica y plástica, apocalíptica.
Las características de este texto, de nuevo tan poco ortodoxo como literatura, pueden compararse con el mismo tema en la literatura clásica griega y latina. En un fragmento de Las Metamorfosis, recreación de numerosas fábulas mitológicas con episodios de transformación, variada, fluida y sensorial, el poeta Ovidio (43 a.C.-18 d.C.) presenta al río Aqueloo deteniendo con su crecida al héroe Teseo y dirigiéndole estas palabras:
"Ilustre y generoso Teseo, no te expongas a la peligrosa rapidez de este río. Cuando sus aguas crecen cual hoy lo ves, nada ni nadie resiste a su torrente; arrastra con un ruido espantoso los más robustos árboles y aun las rocas mismas. Varias veces le he visto derribar las casas levantadas cerca de sus orillas y llevarse con ellas sus rebaños y sus establos, sin que la fuerza de los toros, ni la ligereza de los caballos pudieran salvarles de la violencia de sus aguas. Harías mejor quedándote aquí hasta que el río vuelva a su curso normal."
Ovidio cita también el ruido, el arrastre de rocas y de árboles. Diríamos que este tono es naturalista, pero al final, gracias a una sabia selección de los temas (el toro y el caballo entre todos los animales del establo), se alcanza un efecto artístico antinaturalista. En otro pasaje de Las Metamorfosis, Júpiter envía el diluvio y Neptuno ordena a los ríos: "( ) os hago salir de vuestros cauces. Abalanzaos. Arrastrad cuanto halléis a vuestro paso. Que nada os detenga", y así, en efecto, "las riadas arrastraron árboles, ganados, hombres, casas y templos. Y si algún formidable monumento resistía el ímpetu, pronto era cubierto, sumergido". Es nuevamente la avenida torrencial en las tierras mediterráneas, afectando a establos, casas, templos y monumentos. Por el contrario, el Diluvio bíblico es exclusivamente una inundación, más bien abstracta: "Subió el nivel de las aguas mucho, muchísimo sobre la tierra, y quedaron cubiertos los montes más altos que hay debajo del cielo."
Fig. 6. Leonardo da Vinci. "Vórtice", de los "Estudios sobre el movimiento del agua". Windsor 12660 v. (fragmento). Fuente: Leonardo da Vinci. Dibujos. Debate, 1989. |
Fig. 7. Leonardo da Vinci. "Apocalipsis". Windsor 2380. Fuente: Leonardo da Vinci. Dibujos. Debate, 1989. |
Nos remontamos
desde los poetas latinos a los tiempos de los héroes. En el poema épico
la Ilíada, quizá del siglo VIII antes de Cristo, la cólera
de Aquiles está llenando el cauce del río Escamandro de cadáveres
de troyanos hasta obstruirlo. El río se queja ante Aquiles, se enfurece
con él, se crece y le persigue:
"Aquiles huía encogiéndose para esquivarlo, y el otro
lo perseguía detrás, fluyendo con gran estruendo. Como cuando
uno abre un canal desde una fuente, de negras aguas, y guía la corriente
a través de las plantas y de los jardines con el azadón en las
manos, desatascando lo que atora la zanja; y según va avanzando el agua,
todos los cantos rodados se van amontonando y, al resbalar hacia abajo, susurra
por el declive del terreno y adelanta incluso al que le guía; así
la onda del río alcanzaba una y otra vez a Aquiles, a pesar de su rapidez:
los dioses son superiores a los hombres. Cada vez que el divino Aquiles, de
pies protectores, iba a plantarle cara frente a frente, para enterarse de si
todos los inmortales, dueños del vasto Olimpo, le hacían huir,
la hinchada ola del río, acrecido por las aguas del cielo, le azotaba
por encima de los hombros; él brincaba con sus pies, lleno de congoja
en el ánimo, y el río le doblaba las rodillas afluyendo con fuerza
por debajo y roía el suelo bajo sus pies."
He aquí la primera evocación poética de una avenida torrencial, en la inmortal epopeya. Aquiles, el de los pies ligeros, se mide con el río como en una carrera de pesadilla. La imagen que queda es la de la velocidad del frente de la avenida, siempre alcanzando al héroe, la fuerza de sus golpes, la malicia de la erosión local y esa curiosa comparación con el agua corriendo por un reguero, que muestra cómo la imaginación sensible acepta la verdad de los modelos reducidos. Ayudado por Atenea, Aquiles va a escaparse pero el Escamandro llama en su ayuda al río Símois con estas palabras:
"¡Ven cuanto antes en mi auxilio! ¡Llena tus cauces del agua de los manantiales! ¡Concita todas tus torrenteras! ¡Levanta tu elevado oleaje! ¡Suscita un enorme tumulto de truenos y piedras, para poner coto a ese hombre salvaje que ahora triunfa y da muestras de una furia igual a los dioses! Seguro que no le valdrán de nada ni la fuerza ni la galanura ni esas bellas armas, que pronto en lo más hondo de la marisma yacerán enterradas bajo el limo. Y a él mismo lo revolcaré y lo cubriré con arenas, le echaré encima escombros a millares, y los aqueos no serán capaces ni de recoger sus huesos: tanto será el fango con que lo cubriré. Ahí mismo tendrá fabricado su túmulo, y ninguna falta le hará un montón de tierra cuando los aqueos le hagan el funeral."
Con las fórmulas reiterativas, de efecto tan poderoso, sentimos que la corriente es capaz de enterrar incontables veces al héroe bajo el sedimento, descrito con todos sus nombres. ¿Hay expresiones más elocuentes del transporte sólido de los ríos crecidos? Para salvar a Aquiles, Hefesto envía un incendio que seca las llanuras inundadas y refrena a la corriente principal.
Imágenes
políticas y militares
Los ríos del mundo griego eran pequeños e irregulares, pero torrenciales.
Como contraste, la civilización del antiguo Egipto es inseparable de
la crecida anual del Nilo, entre julio y septiembre, cuya inundación
servía de riego, manejada con diques y compuertas. El Nilo parece haber
ejercido una gran atracción en los romanos, quienes nos dejan en latín
las referencias que lo incorporan a nuestra cultura. Es descrito en el tratado
De architectura de Vitrubio y en la Geografía de Estrabón (en
griego). En el poema filosófico De rerum natura, de Lucrecio (94-50 a.C.),
se dan explicaciones científicas a la crecida del Nilo.8 A propósito
de los grandes ríos vamos a examinar algunos textos famosos que han usado
el comportamiento de los ríos (en primer lugar el Nilo) como término
de comparación de otros asuntos humanos.
El primero es una
imagen poética en la Eneida de Virgilio (70-19 a.C.) El rey latino Turno
se prepara para la guerra contra Eneas y sus teucros:
"Ya se extendía por los dilatados campos todo su ejército,
rico en caballería, rico de vistosos arreos de varios colores recamados
de oro. Mesapo capitanea las primeras haces y los hijos de Tirro las últimas;
en el centro recorre las filas el caudillo Turno, bien armado, sobresaliendo
toda su cabeza por cima de los demás; semejante al profundo Ganges cuando
corre callado, acrecida su corriente con las aguas de siete mansos ríos,
o al caudaloso Nilo cuando refluye de los campos que fecunda su raudal y se
recoge en su cauce. En esto los teucros ven alzarse de pronto una densa polvareda
y cubrirse los campos de tinieblas."
Hay en este párrafo, terminado en una nota dramática, una fluctuación sutil entre dos conceptos espaciales: por una parte la extensión y por otra la dirección. La extensión es la de los dilatados campos, de la vistosa caballería y del Nilo crecido; la dirección es la de las filas en marcha, la del callado Ganges y la de la corriente del Nilo nuevamente recogido en su cauce. Esta fluctuación nos refuerza la visión del despliegue y del repliegue, que es un movimiento tanto militar como hidrodinámico. En otros lugares de la Eneida algunas imágenes de los ríos parecen fundar unos tópicos poéticos que llegan hasta nuestros días. Así, Eneas navegando descubre "un espacioso bosque, por en medio del cual va el caudaloso y manso Tíber, amarillo con su abundante arena".
El segundo ejemplo procede de El Príncipe (1516) de Nicolás Maquiavelo (1469-1527), obra capital de la historia de las ideas políticas. En un famoso párrafo, el ex-canciller de la república florentina escribe:
"Y la comparo a uno de esos ríos impetuosos que cuando se enfurecen inundan las llanuras, destrozan árboles y edificios, se llevan tierra de aquí para dejarla allá; todos les huyen, todos ceden a su furia sin poder oponerles resistencia alguna. Y aunque sean así, nada impide que los hombres, en tiempos de bonanza, puedan tomar precauciones, o con diques o con márgenes, de manera que en crecidas posteriores o bien siguieran por un canal o bien su ímpetu no fuera ya ni tan desenfrenado ni tan peligroso. Lo mismo ocurre con la fortuna que demuestra su fuerza allí donde no hay una virtud preparada capaz de resistírsele; y así dirige sus ímpetus hacia donde sabe que no se han hecho ni márgenes ni diques que puedan contenerla. Y si observáis atentamente Italia, que es la sede de todos estos cambios y la que los ha suscitado, veréis que es un campo sin diques y sin protección alguna; porque si estuviera protegida por una adecuada virtud, como Alemania, España o Francia, esta riada no habría provocado tan grandes trastornos, o no siquiera se habría producido."
La fuerza de esta comparación se graba en la imaginación y nos hace desear saber más de esa Italia "campo sin diques", imagen del atropello y la decadencia, de que fue testigo el autor. La metáfora tiene una componente militar porque las riadas pueden aludir a las invasiones extranjeras de Italia que empezaron en 1494. Lo seductor es también la exactitud y el detalle de la descripción entera, del río crecido (capaz de erosionar y depositar), de las obras fluviales y sus efectos, lo que da testimonio del nivel alcanzado por la ingeniería en el norte de Italia a principios del siglo XVI. Son las palabras de un hombre práctico que conoce y respeta la ingeniería.
Otro hombre fundamental
en la historia de las ideas políticas, filósofo y literato, el
barón de Montesquieu (1689-1755), en su Grandeza y decadencia de los
romanos (1734), escribe:
"Lo mismo que se ve a un río minar lentamente y sin ruido los
diques que se le oponen, y, por último, derribarlos en un momento e invadir
los campos que aquellos resguardaban, así el poder soberano obró
insensiblemente, bajo Augusto, y se desbordó con violencia en tiempo
de Tiberio."
El lector se sorprende del notable conocimiento técnico sobre la estabilidad de obras fluviales en tierra que demuestra una comparación como ésta. Al mismo tiempo se admira de la riqueza de significado que aporta al juicio de los reinados de uno y otro emperador, habitualmente ensalzado el uno y vilipendiado el otro.
Justificación
de la ingeniería
"Sirvióle esto de motivo a César para ir contra ellos
(
) y le estimulaba la gloria de ser el primero que con ejército
hubiese pasado el Rin. Echó, pues, en él un puente, sin embargo
de ser sumamente ancho y llevar por aquella parte gran caudal de agua con una
corriente impetuosa y rápida, que con los troncos y árboles que
arrastraba conmovía los apoyos y postes del puente; pero oponiendo a
este choque grandes maderos hincados en medio del río y refrenando la
fuerza del agua que hería en la obra, dio un espectáculo que excede
toda fe, habiendo acabado el puente en sólo diez días."
Así resume el griego Plutarco (50-120 d.C.), en su amena biografía de las Vidas paralelas, una de las hazañas más famosas de la antigüedad, debida al político y general romano César (100-44 a.C.), quien la relata extensamente y con todo detalle técnico en sus Comentarios a la guerra de las Galias. El texto se hace más vivo con la mención al impacto de los troncos, lo que contribuye a resaltar el ingenio práctico de César. El general parece personificar la resolución y la audacia en el acto simbólico de cruzar el Rubicón, pero unos años antes ya había perseguido la gloria cruzando el Rin. La guerra siempre ha sido una primera justificación de la ingeniería.
Si en este ejemplo
la ingeniería es un paso en la conquista del poder político, a
continuación podremos escuchar los propósitos y acciones de dos
buenos gobernantes. En 1516 (el mismo año de El Príncipe) Erasmo
de Rotterdam (1467-1536) escribe un manual de Educación del príncipe
cristiano para el joven emperador Carlos V. A propósito de sus ocupaciones
dice:
"Con buenas leyes ha de salirse al paso de las malas costumbres, han de corregirse las leyes injustas, han de abolirse las malas, debe vigilarse por la integridad de los magistrados, castigando o reprimiendo a los corruptos. Han de buscarse los motivos para gravar lo menos posible al pueblo humilde, para limpiar sus territorios de ladrones y malhechores y esto con el menor derramamiento de sangre posible, para fomentar y estabilizar la perpetua concordia de los suyos. Hay otras ocupaciones más pequeñas que éstas, pero dignas de un gran príncipe, como recorrer las ciudades con intención de mejorarlas, fortificar las que estén poco seguras, adornarlas con edificios públicos, como puentes, pórticos, templos, riberas y acueductos, limpiar los lugares insalubres cambiando los edificios o desecando zonas pantanosas, cambiar el curso de los ríos que causan inundaciones. Por el bienestar público dé entrada al mar o aléjelo de la población."
Es notable encontrar a las que hoy llamaríamos obras públicas (y particularmente las obras urbanas) elevadas a un status de "dignidad", tras la legislación, justicia, hacienda y policía. Quizá no sorprenda tanto en un libro cuya tesis sigue siendo actual: el primer deber del gobernante es procurar el bien común. Así pues, es digno que el gobernante se ocupe de los ríos para el bien común. La causa y el sentido de esta intervención para el bien de la ciudad responden a un concepto concreto, definido con toda concisión. Vale la pena añadir la gran influencia de Erasmo en su tiempo y en nuestros días: el intelectual cosmopolita, el filósofo moralista, el reformista cristiano e independiente, el humanista, traductor, escritor y divulgador incansable.
El gran emperador
Adriano (76-138) escribió unas memorias que se han perdido. La escritora
francesa Marguerite Yourcenar (1903-1987), con enorme rigor y erudición,
dando con el justo tono, culto y contenido, a la primera persona narradora,
ha propuesto una reconstrucción en sus Memorias de Adriano. Las fronteras
europeas del imperio eran el Rin y el Danubio, dos grandes ríos. Así,
hace decir al emperador:
"Construir es colaborar con la tierra, imprimir una marca humana en
un paisaje que se modificará así para siempre; es también
contribuir a ese lento cambio que constituye la vida de las ciudades. (
)
Levantar fortificaciones, en suma, era lo mismo que construir diques: consistía
en hallar la línea desde donde puede defenderse un ribazo o un imperio,
el punto donde el asalto de las olas o de los bárbaros será contenido
y roto. Dragar los puertos era fecundar la hermosura de los golfos. Fundar bibliotecas
equivalía a construir graneros públicos, amasar reservas para
un invierno del espíritu que, a juzgar por ciertas señales y a
pesar mío, veo venir."
En esta enumeración de obras públicas, un paralelismo perturbador surge entre las fortificaciones y los diques: las primeras defienden el imperio del asalto de los bárbaros; los segundos defienden el ribazo del asalto de las olas, pero ¿cuál es el término principal y cuál la figura literaria? ¿Qué infunde más miedo: la invasión o la inundación? El fragmento recuerda la metáfora de Maquiavelo y el pesimismo con el que termina anuncia la llegada de una Edad Oscura, que dará un milenio más tarde textos como la Leyenda Dorada.
Notas
1. Huizinga, Johan (1930), El otoño de la Edad Media,
AU220, Alianza Editorial, Madrid, 1978.
2. Francastel, Galienne y Pierre, El retrato, Cuadernos Arte,
Ediciones Cátedra, Madrid, 1988.
3. Longhi, Roberto (1914), Breve pero auténtica historia
de la pintura italiana, La balsa de la Medusa 69, Visor Distrib., Madrid, 1994.
4. Clark, Kenneth (1953), El desnudo, AF18, Alianza Editorial,
Madrid, 1981.
5. Chastel, André (1959), Arte y humanismo en Florencia
en la época de Lorenzo el Magnífico, Arte Grandes Temas, Ediciones
Cátedra, Madrid, 1991.
6. Por el autor, Ingeniería fluvial, Politext 58, Edicions
UPC, Barcelona, 1997.
7. Las epidemias de peste han dejado dos monumentos literarios
en la Historia de la columna infame (1842) del romántico italiano Alessandro
Manzoni sobre la peste de 1630 en Milán y en el Diario del año
de la peste (1722) del inglés Daniel Defoe sobre la de 1665 en Londres.
8. Dos explicaciones, la lluvia y el deshielo, son hidrológicas.
Otras dos son hidráulicas: los vientos en contra en la desembocadura
y la formación de una barra de arena, lo que prueba un conocimiento sorprendente
de un fenómeno nada fácil de observar.
Bibliografía
- Leyenda Dorada, Alianza Editorial, Col. Alianza Forma, n° 29-31, Madrid,
1982, p.187.
- Leonardo de Vine¡ a través de sus textos, mra, Barcelona 1996,
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